Fotograma de 'Aftersun', Charlotte Wells dir., 2022
Fotograma de 'Aftersun', Charlotte Wells dir., 2022

Las mujeres no tenemos apellidos propios. Ya no basta con que legislativamente aquellas que contraen matrimonios heterosexuales no adopten “la señora de”, o que insistan en firmar tanto con el apellido del padre como el de la madre. El apellido de esta última siempre proviene de un hombre. El linaje heteropatriarcal también ocupa estos espacios hereditarios.

En la reinvención de una simbología propiamente femenina o incluso más equitativa, la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie propone en su libro Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo que:

En una sociedad justa de verdad, las mujeres no deberían hacer cambios sobre la base del matrimonio, al igual que no se espera que lo hagan los hombres. Propongo una solución ingeniosa: que cada pareja que se case escoja un apellido nuevo, elegido de la forma que quieran siempre que estén de acuerdo ambos, para que el día después de la boda, tanto el marido como la esposa puedan cogerse la manita e ir juntos a las dependencias municipales a cambiarse los pasaportes, carnés de conducir, firmas, iniciales, cuentas bancarias, etc.

Aun cuando el apellido sea el del padre, actualmente lo más vindicativo es poder elegir y ser respetadas en esa elección. La figura del padre dentro de la familia heteropatriarcal contemporánea ha sido relevante para poder analizar los roles de géneros y cómo estos se perpetúan o incitan a romperse.

Para muchas mujeres, el padre es la representación simbólica de la libertad. Al tener “permiso” el hombre para ausentarse de casa y laborar en empleos calificados de emocionantes, que tradicionalmente no están asignados a las mujeres, es muy lógica la admiración infinita de las hijas hacia ellos. El padre no suele lidiar con las pequeñas prohibiciones del diario. Resulta en muchas ocasiones el “que retira los castigos” o el más permisivo, o se libera de las decisiones con un evasivo: “pregúntale a tu madre”.

Por otro lado, la figura del padre ausente tiene un efecto diferente según el género de los hijos. Las mujeres con el padre ausente, y maneras de relacionarse efectivamente calificadas como tóxicas, se ganan más comúnmente el diagnóstico de padecer de daddy issues, otra demostración de la supuesta falta que hacen los hombres en las vidas femeninas.

No obstante, a estos estereotipos reductivos de la complejidad de las relaciones entre hijas y padres, se le oponen otras formas de ejercer la paternidad, o incluso de recordarla. En la búsqueda de nuevas narrativas fílmicas femeninas sobre el padre, en este texto se analizan tres filmes dirigidos por mujeres de diferentes nacionalidades, pero que han desarrollado sus carreras cinematográficas en el siglo XXI, como punto en común, lo que puede incidir en sus nuevas formas de recolocar la paternidad y al pater familias dentro de la sociedad actual y futura.

En Attenberg (Athina Rachel Tsangari, 2010), de Grecia, Aftersun (Charlotte Wells, 2022), del Reino Unido y Un beau matin (Mia Hansen-Løve, 2022), de Francia, el enfoque del personaje del pater familias, sujeto político por excelencia del patriarcado, propone el abordaje de una subjetividad masculina otra.

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Algunos de estos padres mueren, otros están en el medio de una crisis, pero lo tres son “matados” desde el recuerdo y la reconstrucción que hacen las directoras. Cuando aquí se habla de “muerte” no se apela precisamente al final de la vida –aunque en dos de los tres filmes los personajes mueran físicamente–, sino más bien se habla de un cambio simbólico, un avance hacia el entendimiento de la propia vida y las múltiples razones que constriñen al ser humano en un binarismo estático y conservador.

La biografía como discurso

Con narrativas similares, Aftersun, Attenberg y Un beau matin son tres películas que descansan sus potenciales expresivos en el desempeño actoral. Especialidades como la dirección de arte, la iluminación y la fotografía entran en el discurso cinematográfico como un remarque de los sentimientos o situaciones que viven los personajes todos.

Persiguen la creación de atmósferas para trasladar sensaciones en el espectador. Al final, algo tan ficcional como los recuerdos requieren más de los sentimientos que de una racionalidad absoluta.

Esta triada de cintas son hasta cierto punto autobiográficas, o incluso la definición de “biográfica” que ofrece la francesa Mia Hansen-Løve sobre su película sea la más aceptada, en tanto las cineastas no solo hablan de ellas como inspiración de los personajes, sino de otras personas y de momentos de sus vidas en los que han sido tanto protagonistas como observadoras. Y desde ahí construyen discursos plenos de ambientes íntimos, cotidianos, desarrollan líneas de pensamientos sobre temáticas trascendentales como la muerte o las formas del “descanso eterno”, para usar una expresión judeocristiana.

Tanto Aftersun como Un beau matin asumen más explícitamente, desde el recuerdo y la posibilidad de la ficción, la reconstrucción de la relación con los padres y lo que esta significa para las directoras/hijas en su configuración como seres humanos. Attenberg busca crear situaciones incómodas en las que el padre no es el centro de ellas, sino más bien el estado de salud en que se encuentra el elemento catalizador.

En ese sentido, tenemos a tres actores masculinos: Paul Mescal en la británica; Vangelis Mourikis, en la griega; y Pascal Greggory, en la francesa, que han creado sus personajes desde una total empatía. Se observa un trabajo de dirección de actores que está enfocado no en la personificación de figuras autoritarias o sin posibilidad de error o fracaso, sino más bien todo lo contrario: en la construcción de caracteres que van desde el naturalismo hasta grandes expansiones de fragilidad.

Ninguno de los pater familias en estos filmes son romantizados, pero tampoco juzgados, pues las tres directoras eligen representar momentos particulares de sus vidas y cómo estos pudieron incidir en la suya propia. La paternidad se vuelve un recurso analítico y no estereotipado, pues el discurso sobre las masculinidades y las diversas formas de asumirlas esté planteado en los tres filmes.

Posicionamientos políticos como hijas-personajes

Es válido destacar la posición de análisis social que aportan los personajes de las hijas. En las tres películas, son ellas quienes ponen en perspectiva los mundos politizados en que viven, a través de un discurso de clases sociales que pareciera incidental.

En Aftersun, con el simple gesto de la manilla del hotel que la niña Sophie (Frankie Corio) recibe de una conocida durante sus vacaciones. En Attenberg son los áridos paisajes por donde transita Marina (Ariane Labed), la protagonista, o el problema que surge en el hospital con el pago de las facturas, tanto durante el cuidado del padre como tras su muerte. Y en Un beau matin es el constante traslado del padre de un asilo a otro, y cómo en estos asilos la mayoría de las trabajadoras cuidadoras son mujeres intencionadamente racializadas.

Dichos temas los vemos en un desarrollo narrativo incidental, no en un discurso directo sacado desde la denuncia fácil, sino como pequeñas sugerencias que exigen un espectador dispuesto a sumergirse en el ambiente, en toda la información que pueden ofrecer los planos medios, así como las sutilezas y contenciones expresivas de los personajes.

Tanto Athina Rachel Tsangari como Mia Hansen-Løve, hacen una transición desde la relación padre-hija para hablar sobre temas políticos y que atañen el espíritu colectivo social y estatal, entendiéndose el Estado o Gobierno como institución. En el caso del filme griego no solo aparece la crítica a la salud pública, sino también la percepción social y religiosa de la muerte y las formas de enfrentarla. La película deja entrever que en Grecia están claramente mal vistos, e incluso son inexistentes, los mecanismos estatales para la cremación de los cuerpos.

Por su parte, a Mia Hansen-Løve le interesa hablar de los cuidados y las cuidadoras, así como la responsabilidad que tendría el Estado para garantizar los mismos, más allá de un asunto familiar e incluso privado; a la vez que intenta proponer un análisis sobre la estigmatización que pueden sufrir los familiares cuando no asumen directamente la atención. En contraposición, la hija de Attenberg asume mucho más los cuidados sobre su padre, hasta donde el empeoramiento del cáncer lo permite.

Tanto la concesión del cuidado a manos expertas, como asumirlo por mano propia, no alivia la sensación de desamparo que sienten ambas protagonistas y la confrontación que supone recorrer su relación paterno-filial a través del pasado.

A Charlotte Wells le interesa tratar otro tópico social en Aftersun: la depresión masculina y cómo esta puede estar motivada por el rol económico y social al que son forzados los hombres, incluso aunque ellos mismos no lo perciban y gocen de extensos privilegios en la sociedad heteropatriarcal. También la británica reflexiona incidentalmente sobre la posición económica y social que juegan las vacaciones en el sistema de trabajo y cómo estas no son vistas como un derecho legítimo, sino como una pausa de lo único válido: el trabajo. El hecho de que, después del divorcio, el padre nunca obtiene o planifica suficiente tiempo para las vacaciones, no es problematizado explícitamente en la película, pero puede notarse como trasfondo para los dos personajes, como asunto irresoluto. No expresada en los diálogos, se trata de una sensación presente en el ambiente del hotel, en las pequeñas interacciones con otros personajes, incluso está planteada desde el enrarecimiento que tienen las personas dentro del bus que conducirá al padre y a la hija a su destino vacacional en Turquía.

Masculinidades al borde de un ataque de nervios

De cierta forma, las tres directoras logran exponer una masculinidad “otra”, o al menos momentos de la vida donde los hombres/padres no encajan en el modelo heroico de la masculinidad hegemónica. El padre recreado por Athina Rachel Tsangari y el de Mia Hansen-Løve viven los últimos días de sus vidas y eso conduce a mostrar una vulnerabilidad especial. Si bien el padre de Charlotte Wells no está muriendo, sí padece una crisis emocional que le otorga una sensibilidad otra, y se advierte en el trabajo corporal de Paul Mescal, quien utiliza todo su cuerpo para transmitir el gran momento de crisis al que se enfrenta, ya sea desde el baile con su hija o tumbado en las alfombras turcas que no puede comprar.

Los tres filmes discursan sobre los padres, no como símbolos de un sistema opresivo y desigual como el heteropatriarcado, sino que, a través de sus defectos y momentos sensibles, vulneran este propio sistema, mostrando formas de sentir y de comportarse desde lo que implica ser hombre y padre.

Dichos personajes son fallas en el sistema y con ello se convierten en ejemplos de rebelión, pues aquí es importante la actitud que asumen ante el estereotipo de padres ausentes, hombres sintientes y seres humanos a los que debe permitírseles derrumbarse no solo hacia el final de sus vidas. Paradójicamente, estos momentos de crisis masculinas muestran otras formas de ejercer la paternidad.

La sexualidad modificada o influida por la figura del padre es otro tema presente en estos filmes. En Aftersun ocurre para para Sophie el despertar sexual, o sus primeras observaciones sexuales y la interacción de género. En Attenberg tiene lugar, por su parte, una conversación explícita entre padre e hija, lo que ilustra aún más la mediación y el rol que han jugado los hombres con la crianza de las mujeres, y también en el fomento de cierto tipo de feminidad. Por otra parte, en Un beau matin la sexualidad y las relaciones románticas contrastan con la etapa final del padre. Esto último también se muestra un poco en la película de Athina Rachel Tsangari, solo que el sexo y muerte se presentan como dos temas disparatados, mientras Mia Hansen-Løve propone sexo y muerte como etapas vitales.

En Aftersun y Attenberg, la televisión y/o lo audiovisual son parte de las soledades de las hijas, pero también uno de los vínculos relacionales más fuerte con sus padres. En la cinta británica, la cámara que instalan en el televisor de la habitación del hotel activa los dispositivos de la construcción de la memoria desde el mismo presente. Es también la cámara el dispositivo para una de las conversaciones más sinceras entre padre e hija, esas que las personas definen como decisivas en las vidas humanas y que lo son también en el filme. En Attenberg, la noción audiovisual sigue representando el cordón umbilical de la comunicación entre padre e hija, solo que aquí cataliza además la exploración de otros lenguajes, evidentemente más salvajes, más apegados a una supuesta animalidad, que “casualmente” siempre se ha utilizado en la construcción de una masculinidad hegemónica.

En el filme griego, los documentales del científico Sir David Frederick Attenborough, cuya pronunciación errada de su apellido sirve de excusa para el título de la película, es el giro brechtiano que intenta liberar a los personajes de los momentos más sensibleros y kitsch, pero que terminan en una desolación sentimental que expone la relación padre-hija, lo que sienten sobre la muerte inminente del primero, pero sin hablarlo con sinceridad.

Las madres de las protagonistas estás ausentes, o semiausentes. En Attenberg y Aftersun son nombres, palabras referenciales, pero aun así consituyen el símbolo omnipresente en buena parte de la vida de sus hijas. Es la contraposición comparativa en la cual los personajes masculinos deconstruyen su paternidad en ocasiones.

En Un beau matin la madre es un personaje de cuerpo presente, incluso uno que regresa a reforzar los cuidados, pues es Francoise (Nicole García) quien se ocupa de los trámites de traslado de internación del padre, incluso estando separados. Pero su rol es el de la racionalidad, y por ello recibe la crítica de su hija en ocasiones.

El otro. El padre

Partiendo de una oposición genérica, el padre es el “otro” primigenio para muchas mujeres. La otredad de la figura paterna en los filmes analizados radica en el ejercicio de entendimiento que hacen sus directoras sobre el ser humano que fueron, ya no solo para ellas mismas, sino para el entorno en que se desarrollaron.

La muerte del padre no es el final, ni del recuerdo ni de la relación de ellas con ellos, sino un momento de contemplación de las personas que fueron estos hombres más allá de la condición parental, y cómo influyeron en las mujeres que son ellas en la actualidad.

Podremos crear nuevos apellidos y nuevas historias, pero la identidad cultural y hereditaria que recibimos de nuestros padres puede ayudarnos en la deconstrucción sistémica de la feminidad y del patriarcado.

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