José Triana

No sé si seré yo la persona más indicada para conducirnos a un recuerdo global de la obra y persona de José Triana. Fui su amigo a partir de 1980, cuando a su llegada al exilio tuve la suerte de conocerlo en Estados Unidos. En muchas ocasiones nos volvimos a encontrar con él y su esposa Chantal Dumaine, tanto allá como aquí en París. Antes de conocerlo en persona, sin embargo, ya era su lector, admirador primero de sus piezas de teatro, con La noche de los asesinos a la cabeza, y de algún que otro poema que pudo entonces llegar a mis manos. Después de conocerlo, y a lo largo de muchos años, seguí su larga trayectoria; él mismo me dio a leer algunos de sus manuscritos, compartí con él las miserias y grandezas del exilio y fuimos interlocutores de muchos temas, no siempre literarios. Me consideré su amigo, y creo que él a mí el suyo, al menos tal y como pude comprobar en la hospitalidad que siempre me ofreció. Hoy me propongo una sencilla tarea personal: compartir lo que aprendí de y sobre Pepe Triana, de su persona, su conducta y su amistad, sin ánimo, desde luego, de venderme como el dramaturgo que no soy, sino del fiel lector que soy y el buen amigo que aspiré a ser.

“Soy una sombra insomne de querencia / que se rumia a sí misma en el olvido”. Los que conocimos a Pepe Triana sabemos hasta qué punto estos versos reflejan su admirable modestia, tal vez el aspecto clave de su persona. Digo modesto, no tímido. La diferencia es sutil, pero importante. El tímido no puede destacarse, no es capaz; el modesto es capaz de destacarse, pero decide no hacerlo. Los versos que acabo de citar reflejan, y al mismo tiempo encarnan, esa modestia: la impersonalidad que propone y encarna su poética es la contrapartida estética de su modestia. Si el modesto restringe su ego, la poética impersonal declara que el yo del poema no existe, o existe únicamente en función de otras dos cosas: el lenguaje y los demás. La poesía de Triana, en este sentido, es justa heredera de una tradición moderna que se remonta a Sor Juana Inés de la Cruz, pero que tiene sus mayores alcances en poetas como William Butler Yeats o Fernando Pessoa. En la obra de todos ellos se comprueba la paradoja que hizo famoso a Borges: “soy muchos y soy nadie”, cuya versión aparece en Láudano para un sueño, uno de los poemas más conmovedores de Triana: “No somos nadie y somos una ruina / desarbolada”.

Esa modestia personal y poética impersonal resultan tanto más notables cuando entendemos que su vida profesional se desenvolvió, en gran parte, en un medio tan disímil como es el teatro, donde, para decir lo menos, sobran las personalidades fuertes, y en una cultura como la nuestra cubana, en la que, cual deporte nacional, cada uno de nosotros aspira a llevar la voz cantante… Tal vez la paradoja del teatro, o al menos la paradoja del actor, sea que se trata de un medio en el que los egos fuertes se deshacen de su identidad al someterse al anonimato de la máscara. No creo exagerado afirmar, en este sentido, que toda la obra de Pepe constituye una vasta crítica no ya de la inmodestia sino de la arrogancia, el engreimiento y la petulancia, sobre todo en aquellos casos en que esa arrogancia ha tenido nefastos efectos colectivos. Es eso lo que detallan obras teatrales tan incisivas como Medea en el espejo o Cruzando el puente. La crítica que Triana esgrime no sólo satiriza las costumbres, sino que, sutil y profundamente, disecciona los abusos del lenguaje, cualquier lenguaje puesto al servicio de la megalomanía.

Se me dirá, y con toda razón, que en este sentido la obra de Pepe no difiere de la gran tradición del teatro universal –el paradigma, desde luego, es Molière–. Pero esa misma objeción entonces confirmaría que su obra da en el clavo, social y estético, de la mejor tradición teatral. Y, sin embargo, qué duda cabe, Pepe siempre estuvo presente. Presente en el poema y detrás, o adentro, de sus personajes.

Modesto no quiere decir invisible. Una anécdota, presenciada al principio de nuestra amistad, me servirá de metáfora de esa paradoja. En 1980, el año que nos conocimos, Pepe nos hizo la visita invitado a Cornell, la universidad donde entonces yo enseñaba, coincidiendo con una producción de La noche de los asesinos por parte de La Mama, la legendaria compañía neoyorkina. Para esa producción, de pobrísimos recursos pero excelentes actores –y vistas nuestras precarias condiciones escénicas– el propio Pepe se ofreció a actuar de asesor técnico. Como el teatro que nos habían dado era muy reducido, a Pepe se le ocurrió extender las gradas al proscenio, de manera que los actores tuviesen que compartir el mismo espacio con algunos miembros del público y así ampliar el cupo. A la hora del estreno, sin embargo, vino tanto público que el propio Pepe se quedó sin asiento. Pero él, sin pensarlo mucho, se abrió paso entre la multitud y dignamente tomó posesión de un ínfimo espacio en medio de las gradas que se habían colocado en el escenario. Ya se pueden ustedes imaginar ese espectáculo, que a mí al menos me maravilló y hoy recuerdo como justa metáfora de su identidad: el creador, anónimo para la mayoría de los espectadores, compartiendo el mismo espacio central con Lalo, Cuca y Beba. Centro secreto: modesto, pero no invisible.

No hay duda de que el centro secreto de Pepe Triana fue su conciencia literaria, su perenne trabajo e incesante escritura. Sabemos que en 2011, a los 80 años, y después de 31 de exilio, nos sorprendió con cuatro tomos, cada uno de más de 300 páginas, que recogen su poesía y teatro completos, fruto de 52 años de trabajo que, sin embargo, no incluye su abundante obra en prosa, mucho de la cual sigue inédita. Pepe publicó poco, tema que algunos enanos no dejaron de achacarle; pero nos consta que en la soledad del exilio escribía incesantemente, corrigiendo como orfebre para producir las joyas que esos cuatro tomos recogen y que los críticos han de descubrir algún día. Entre ellas se encontrarán no sólo esas brillantes disecciones de la sociedad cubana, de la sociedad a secas, como La noche de los asesinos, por ejemplo, o Palabras comunes; también reflexiones sobre el misterio de la identidad, evidente en esa obra maestra (me atrevo a decir su mejor libro) que es su colección de poemas Oscuro, el enigma (1993). Suele decirse que el exilio –la lejanía del suelo, la gente y la lengua nativos– tiene un inevitable impacto negativo sobre el artista. La obra de Pepe Triana, que se extendió y floreció en tres décadas de destierro, desmiente esa afirmación. Por el contrario, el exilio le dio una distancia, un espacio y una calma que afilaron sus poderes de disección.

Dije antes que en su obra hay crítica, disecciones de la sociedad. No hay, en cambio, pensamiento político, al menos no el tipo de pensamiento que solemos identificar con ensayistas como Octavio Paz o Mario Vargas Llosa. Su pensamiento, o más bien sus reflexiones sobre política, y también de historia, lo encontramos en la poesía de su teatro; es decir, en la interacción y decisiones de sus personajes: abiertas a interpretación, plurales en su dialéctica, resistentes a un solo punto de vista y producto de una actuación solitaria.

Importa subrayar este último punto: su actuación solitaria. Ajeno a los bandos, Pepe actuaba solo, y tal vez su más elocuente pensamiento político, su más valiente actuación, nunca fue escrita. Se trata de su doble decisión de marcharse de su país para nunca regresar. Esa doble decisión nos dice algo importante de su pensamiento y de su persona, algo que viene a ser lo mismo que otro escritor, Octavio Paz, a quien Pepe sin duda admiró, dijera en otro momento: “La libertad no es una idea sino un actuar de la conciencia… La libertad es una posibilidad que se actualiza cada vez que decimos NO al poder. La libertad no se define: la libertad se ejerce”. Quiero pensar que es ese ejercicio de conciencia y libertad lo que mantiene hoy, y mantendrá mañana, vivo a Pepe Triana. Se trata en su caso, como en el de todo gran artista, de una conciencia plasmada en su obra y en virtud de un manejo maestro del lenguaje.

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En uno de sus inmortales sonetos, Francisco de Quevedo dejó plasmada su convicción de que el verdadero amor vive más allá de la muerte: “Polvo seré, mas polvo enamorado”. No menos inmortal, Pepe Triana en uno de sus magistrales sonetos dejó para nosotros la paralela convicción de que más allá de la muerte pervive el humanísimo deseo de seguir viviendo. Y dice así:

Cuando cruce

Cuando cruce la puerta tan temida
ya no seré quien soy sino el que fui.
Otra piel, otra voz, otro linaje
intransigente, púdico y callado.

En éxtasis seré una equis fortuita,
evocando los ojos del azogue,
desvirtuando la vana pesadilla
de unos goznes expuestos al vacío.

Probablemente avive ese distante
color de fantasma en el desierto,
esa corriente propia de las horas

ese dichoso trance desvivido,
ese turbio deseo, esa manera,
esa gana de ser aunque haya muerto.


* Este texto fue leído en el acto “José Triana a la Folie Théatre”, París, 4 de marzo, 2019.

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