Giorgio Caproni

Giorgio Caproni (Livorno, 1912-Roma, 1990) fue uno de los grandes poetas italianos del novecientos. De la generación de Luzi, Sereni y Bertolucci, su caso es tan singular como el de Sandro Penna, al navegar en contra –o más bien al margen– de las múltiples corrientes del siglo. No reconocido hasta los años sesenta, se le consideró hasta entonces un “exquisito”, pero fue en realidad un inactual, un posmoderno.

“En el cielo de los murciélagos” (1980), Calvino anticipó su futuridad: “Las dotes que siempre me han atraído de él: maestría en la versificación, afabilidad comunicativa, y un particular suspense entre lírica y relato, me parece que son atrayentes para un gran número de lectores. Está luego su presencia humana, su simplicidad y discreción, su mantenerse apartado de la turba literatura italiana, que nos ha hecho pensar frecuentemente en él como en una figura destinada a crecer con el tiempo”.

El diálogo efectivo de Caproni fue el que sostuvo con Dante y San Agustín, con los poetas latinos y el Canzionere, y, por tanto, con las formas métricas tradicionales. Ungaretti, y tal vez Betocchi, influyen en sus primeros libros; y siempre los franceses, a los que tradujo con secreto provecho durante décadas: Apollinaire, Cendrars, Char y Frénaud; Flaubert, Maupassant, Proust y Céline (Muerte a crédito exacerbó su negatividad, dejándole no pocas manías); y Genet, todo el teatro, que volcó a cuatro manos con J. Rodolfo Wilcock.

Amigo de Pasolini (Caproni lo acoge al llegar a Roma y lo presenta a la “pajarera literaria”), este escribe uno de los textos más tempranos sobre su poesía, reconociendo su ímpetu expresivo, que relaciona con el pathos de los antiguos, su eclecticismo, y la distancia sobre los contemporáneos (“uno de los hombres más libres de nuestro tiempo literario, sin moralismos ni tesis”). Pasolini calificó su estilo de expresionista, o bien de “decadentismo viril”, y perdido –sin dudas– ante lo inclasificable, apeló a la boutade de que Caproni no hablaba italiano, sino una lengua propia: el capronés.

Durante el rodaje de Saló o las 120 jornadas de Sodoma, lo hizo llamar para que doblara la voz del Obispo, en una de las secuencias más brutales del filme. Ni el parlamento, ni la imagen –una pistola en la sien–, ni el doblaje mismo difieren de la lógica de sus versos, plenos de teatralidad y de una tensión extrema entre los recursos formales –copiosos y siempre lúdicos– y los semánticos, concisos o lapidarios.

Tampoco difiere el personaje, que no es otro que el Abate de Milán, deicida a pesar suyo. “La muerte non acaba nunca”, dice Caproni… Y acá: “¡Dispara! ¡Imbécil! ¿Cómo que no sabes que queremos matarte mil veces, hasta el límite de la eternidad, si es que la eternidad tiene límites?” Tal despliegue de exclamaciones, asonancias, cortes, paréntesis, encabalgamientos y espacios en blancos, y tal doblaje de voces y personajes (esos “yo mismos” que también llama “mézigues”, siguiendo a Céline), pueblan curiosamente unos versos cada vez más deshabitados y silentes pero también –noble ironía– divertidos.

Escrito a modo de opereta, de sucesivas variaciones episódicas alrededor de la persecución de mal, El conde de Kevenhüller (1986) es tal vez su libro más impresionante. En él confluye todo el despliegue de recursos, citas clásicas y postulados metafísicos que atraviesa su obra, y se intensifican los procedimientos del “segundo Caproni” –el que, a partir de Despedida del viajero ceremonioso y otras prosopopeyas (1965), se lanza a la deconstrucción de sí mismo. Incisivo al máximo, reducido el verso a líneas o indicaciones, y descartado todo sonido que no venga en función del pensar del poema, despliega aquí –en este laboratorio de la página, si no de la plaga– su idea de la “soledad sin Dios”. Dicho en sus propias palabras: “Hay casos en que aceptar la soledad puede significar alcanzar a Dios. Pero hay una aceptación estoica más noble todavía: la soledad sin Dios. Irrespirable para la mayoría. Dura e incolora como cuarzo. Negra y transparente (y cortante) como obsidiana. La alegría que ella puede dar es inexpresable. Significa el acceso –cortada de una vez toda esperanza– a todas las libertades posibles”.

Músico de joven, maestro de primaria, y cazador en sus ratos libres, la cacería se convierte en el acto mismo del poetizar. Una incesante y frustrada aproximación a Dios o a la Bestia que, siempre elusivas, escapan en el momento de ser nombradas. Agamben –que desarrolla en él su tesis del fin de la ateología– llega a decir: “Consiguió expresar, acaso en mayor medida que ningún otro poeta contemporáneo, sin sombra de nostalgia ni de nihilismo, el ethos, y, casi, la Stimmung de la “soledad sin Dios”. Y justo en “De un lugar preciso descrito por enumeración”, el poema que Caproni dedica al filósofo en El Conde…, se pone a prueba ese umbral.

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En esta ocasión, detalla sitios concretos que parecen llegar a la mente desde su inmediatez. Como si ese desplazamiento hacia la cima del Lesima (en la Emilia-Romaña) aconteciera realmente, quedan atrás, en sucesión, un par de leñadores “sin rostro” junto a una carbonería, afluentes del río Trebbia (“rojo-atigrado”), ofuscados corredores, etc., para arribar, por último, a un cielo “asfaltado” que se confunde con la Estatal. Sólo entonces, ante esa “geografía precisa” y apartada, se pregunta si es eso una prueba de consistencia. Pero oscurece y la pregunta pierde relieve –casi sin que nos demos cuenta de que ha colado antes la palabra “evanescente”.

Concluye: “El lugar / está a salvo del susurro / de la bestia que huye, que siempre –se dice– es la palabra”.

Caproni fue el primer gran poeta que descubrí en Italia (Grosseto, verano de 2003). Tomé su poesía como ejercicio, y arriesgué versiones de poemas conocidos. Pero no vine a reparar en El conde de Kevenühller hasta mucho después, ya en Barcelona. Desde entonces lo vengo traduciendo mentalmente, en sucesivas lecturas. En eso, supongo, consiste el espejismo de la caza. Al fin, en estos días de epidemia –con el estímulo del virus y la pavura, de la bestia que infesta la llanura Milanesa y este otro condado de la vieja Europa– pude sentarme y acabar la traducción.

Pedro Marqués de Armas

De El conde de Khevenhüller

(“El Conde de Khevenhüller es el signatario de un gran AVISO, fechado en Milán el 14 de julio de 1792, exhortando a la población a una «cacería general» contra una «bestia feroz, de color ceniciento todo moteado de negro, que está infestando el campo del Ducado».”)

Efecto inmediato

El AVISO del Conde fue recibido
casi con frenesí.

La sangre siempre da alegría.
El asesinato es exultación.
Matar, un paso de danza
que roza la liturgia.

En vano

También yo me armé.
También yo
me uní a la “cacería general”.

Batí palmo a palmo,
tenazmente, la red
densa del campo –la maraña
de la maleza.

La sed
me atenazaba.

Tenía
el rostro en llamas.

En ninguna parte,
con el corazón a punto de estallar,
descubrí el más mínimo rastro.

Despecho

Tiré el fusil.
Volví
–con rabia– a la hostería.

La Bestia, o había huido,
o no existía.
(¿El Conde
–¡diablos!– alucinaba?)

La lámina

Me senté junto
(bien junto)
a mí.

En el helado
paraje, no había
ni un alma.

Era de noche.

En penumbras.

Una lámina
afiladísima –cortante
casi– era el único testimonio
superviviente
del día.

Más allá de la cortina
batiente, oscurecía
a ojos vista.

La habitación
–en breve– estaría negra.

Me apreté cada vez más junto
(cada vez más junto)
a mí.

Alegre
por mi orgasmo, me puse
–atento– a escuchar
–con una sonrisa– mi llanto.

(¿El eco de una minueteante pajarera?…

……

Estaba oscuro.
Era de noche.)

El barranco

No, el Conde no alucinaba.
Por el contrario, había tenido olfato, el Conde.

Día: 14 de julio.
Año: entre la Flauta Mágica,
en Viena, y, en París, el Terror.

En él, ni el más mínimo error
de cálculo.

Aunque no existiera,
la Bestia estaba.

Existía,
y era apremiante.

En el corazón.

Entre los árboles.

Sobre el puente,
apuñalado y tembloroso.

Salido de mi madriguera,
yo miraba –en el linchamiento
de la mente– el paisaje.

Ante mis ojos, un barranco.

El barranco de un aluvión.

El barranco de la razón.

La hora

Cuando el bosque oscurece.

Cuando aparece la primera

garduña.

… Es la hora

La hora de la bestia.

Antes
de nombrarla ¡dispara!

Dispara antes que desaparezca
en su nombre.

Tira
–al blanco– en el viento erizado que ara
la hierba negra…

¡Dispara!

No busques el objetivo.

¡Dispara!
¡¡Dispara!!

¡¡¡Dispara!!!

Certeza

(Caerá.

Seguramente
caerá, incluso si nunca cae…

Te bastará creerlo.

Ella…

La presa siempre evasiva…

Siempre otra…

La presa
–¡dispara!– que infaliblemente
en la mira, más allá del humo
de tu pipa –más allá de la masa
de encinas– verás escapar
–esconderse– dentro de su muerte…

La presa que incesante desvía
el plomo que la aterra, y extravía
cada objetivo…
Ella…

La presa que te mata muerta
y te resucita.

La presa
de las mil retorcidas
huellas, que indefectiblemente
golpeada, te hace fallar
en el instante en que la derribas…)

La presa

La presa que se muerde
la cola…

La presa
que en el vórtice se hace presa
de sí…

La presa átona
e inestable…

La presa
que sobre el agua friable
del monte (sobre la pared
agrietada del lago) explota
vítrea en el ojo y –negra–
ciega el objetivo…

La bestia que se revuelve
en el vacío…

La pantera
nebulosa (felis
nebulosa), que atrae
a quien la rechaza, y borra
a quien la desafía.

La presa
monstruosa…

La presa
que en constante suicidio,
de continuo golpea
(fracasa) su sombra…

La presa
(¿un excreta? ¿una rosa?)
que llevamos en el pecho, y ni siquiera
las fiebres de diciembre (los campos
muertos de agosto) atraen
bajo fuego.

La presa
evanescente…

La presa
mansa y atroz
(¡vívida!) que en la horas
del beneficio (en las horas
de la pérdida) aparece
(se embosca) en nuestra voz.

Rumor

En el huerto de las ortigas.
De los pequeños perales.

En el huerto de los densos senderos
friables.
De las hormigas.

Tal vez bajo diminutas flores
a ras de tierra.
Entre rosas.

No lo sabe el Conde.

Pero dicen
(dicen) que justo aquí se encueva
la laberíntica Bestia buscada
–furiosamente– fuera.

Sólo yo

La Bestia asesina.

La Bestia que nadie vio nunca.

La Bestia que subterráneamente
–falsamente canina–
cada día te elide.

La Bestia que te vivifica y mata…

……

Sólo yo, con un nudo en la garganta,
sabía. Estaba tras la Palabra.

[…]

Desesperanza

Me lancé una vez más
cabeza abajo.
A la aventura.

En mi loco jadear,
incendié el río.
La bóveda
del bosque.
La labranza.

Me quebré el cuello.

En vano.

En vano intenté atravesar
el muro del miedo.

Entre paréntesis

¿Miedo de qué?

¿De la Bestia
que –según el Conde– “infesta
el Campo”?

Miedo
–más bien– de mi no tener miedo,
yo, perdido en el Bosque.

[…]

Ella

La bestia leoneante
Reptileante.
La bestia
que mientras la mente derriba
en pedazos, volante
o arrastrante resbala
y en sí misma se engulle.

La bestia
dragoneante.
La bestia
amebeante…

Ella.
Única e inequívocamente
ella, la Bestia
(la ónoma) que nada detiene.

La ónoma

La ónoma no deja horma.
Es pura gramática.
Bestia por eso sin forma.
Inasiblemente errática.

Sabio apóstrofe para todos los cazadores

¡Quietos! Total,
no darán nunca en el blanco.

La Bestia que están buscando
está dentro de ustedes.

La más vana

La bestia viscoseante.
Amujereante.
La bestia
que –capturada– permanece
por siempre distante.

La bestia de todas (quizá)
la más vana.

(Quizá.)

[…]

Estrambote

… La flecha
de odio.

La flecha
de amor.

La trenza
de la bella lombarda,
que obedeciendo al Conde
de Khevenhüller (sola
mujer entre machos a la cabeza
de la jauría sanguinaria)
canta exaltada y dispara
en el bosque.

(Pero al aire.)

El estoico moloso

Se lambiaba el muslo
desgarrado. Daba impresión.
En los ojos, ninguna angustia.
Sólo un poco de aprensión.

Casi una cabaletta

¿Nadie escuchó
mi disparo?

Un silencio
térreo siguió
al último eco.

El dedo
todavía en el gatillo, anhelante.

No me lo podía creer.

No encontraba reparo
al desengaño.

A la señal
convenida, ¿por qué
todo permaneció en silencio,
fuera de razón?

Me sentí traicionado.

Amenazado, casi…

Caí precipitado
desde mi altura

Jamás,
jamás golpeó en mí
con tal hielo
el invierno del miedo.

En el pórtico

Escapé.

Me refugié
en el pórtico de la catedral.

Traté de rezar.
Intenté
ordenar la mente.

11 de agosto.
Me ardía
la frente.
El monte
entero tenía sobre
la espalda.
Un plomo.

Comencé a seguir el sendero
con la mirada –la pista
recta, serpenteante,
oscurece la vista.

La presa pasó en un instante
ante los ojos.
Rubia.
Negra.
Sin dejar huella.

Ni siquiera tuve tiempo
de volver la escopeta.

Me sentí impotente.

Vil.
Traté –pero en vano– de rezar
de nuevo en el pórtico
de la Catedral.

(¿En el pórtico, quizá,
de la propia Presa?

¿De un Nombre?

¿Un Numen?
¿Quizá
de cualquier animal?…)

[…]

Perplejidad de la Curias

No, la “dulce Lombardía”
no es el Gévaudan.

Debía pues saberlo,
el Conde.

Un Jean
Chastel, ¿cómo puede, aquí,
tener semilla?

¿Cómo
encontrarlo, aquí,
donde nunca se vio
el granito ni el esquisto,
el ruido liberador
que fulminó “LA BESTIO:
la terreur du país”?

El Ducado no es
el Lozère.
Las Curias
están perplejas.
¿Bastan
–sin ánimo de liberación–
“cincuenta lentejuelas reales”
para reemplazar la pasión?

[…]

El flagelo

Sobre una intervención
de Ginevra Biompani

I

En perpetua carrera.
Ninguno había logrado nunca
observarla de cerca.

De ella, se sabía sólo
que arrasaba en los campos.

Pero, ¿quién no arrasaba,
–cada día– en los campos?

¿Y qué voracidad
podía tener, una cierva,
para crear un flagelo?

En el sol se vieron relámpagos
fugaces.

“Tiene cuernos”,
alguno
gritó.

Y bastó
ese fulgurar de cornamenta
(en una fémina) –ese rutilante
destello en la sombra
del bosque– para hacerla
(fuera de la precisa consigna
del Conde) la única
presa digna.

II

Aparecía.
Escapaba.

Encerrados en casa, los labradores
espiaban tras las puertas.

Languidecían de las ganas
de perseguirla, como
–en la tormenta– una hoja
persigue a la otra.

A regañadientes,
se contenían.

Para ellos
nada había más bello
que poderla seguir.

Arrojarse.

En un despliegue neto.

Lanzarse.

Como del tamburello
a la pelota, en el Sferisterio.

Venir de una buena vez,
con ella, a la corte.

¿Es esto –quizá– el flagelo?

¿Perseguir el deseo?

¿Perseguir la muerte?

III

Languidecían.

Encerrados en casa
espiaban, tras las puertas.

Sólo él (el cazador
principal) sabía.

Inútil, para salvarlos,
disparar a la muerte.

Otro debía ser el objetivo.

Mil veces más astuto.

Capturar –¡pero vivo!–
el Deseo de Muerte.

Devolver el flagelo
a Morgana (un día
rocoso), a su castillo
sin vía de retorno.

La puerta

La puerta
blanca…

La puerta que,
de la transparencia, lleva
a la opacidad.

La puerta
condenada…

La puerta
ciega que arrastra a donde
ya se está, y que arrancada
sigue blanco-amurallada
e intransitiva.

La amorfa
puerta que conduce obtusa
y laberíntica (cerrada
en su entreabrirse) allí
donde ninguna entrada
puede dar acceso.

Donde
ninguna estancia o ciudad
se abre al ojo, y no mueve
–en el estanco de lo indistinto–
rama o pensamiento una sola
apariencia.

Un solo
óculo de luz (o de aguja)
en la mente.

La porta
morgana:

la Palabra.


* Estos fragmentos aparecieron con anterioridad en el blog Diario de Švejk.

Originales:

(Pronto effetto) L’AVVISO del Conte fu accolto / quasi con frenesia. / Il sangue dà sempre allegria / L’assassinio è esultanza. / Uccidere, un passo di danza / che sfiora la liturgia.

(Invano) Mi armai anch’io. // Anch’io / mi unii alla “generale Caccia ”. // Battei accanitamente, / a palmo a palmo, la rete / fitta dei campi — l’intrico / délia macchia. // La sete / mi attanagliava. // La faccia / l’avevo in fiamme. // Dovunque, / col cuore che mi scoppiava, / non scorsi la più piccola traccia.

(Dispetto) Gettai il fucile. // Rientrai /— di stizza — all’osteria. // La Bestia, o era fuggita via, / o non esisteva. // (Il Conte /— al diavolo! — stravedeva?)

(La làmina) Mi sedetti accanto /(tutto accanto) / a me. // Nel gelo del locale, non c’era /altr’anima. // Era sera. //Era buio. // Una làmina/ affilatissima — quasi / acciarina — era la sola/ superstite testimonianza / diurna. // Da oltre la tendina/ battente, si assottigliava / a vista d’occhio. // La stanza /— tra breve — sarebbe rimasta nera. // Mi strinsi sempre più accanto / (sempre più accanto) / a me. // Divertito / dal mio orgasmo, mi misi / attento – ad ascoltare– / con un sorriso – il mio pianto. // (L’eco d’una minuettante uccelliera? / ….. / Era buio. // Era sera.)

(La frana) No, il Conte non stravedeva. / Anzi, aveva avuto fiuto, il Conte. // Giorno: il 14 luglio. // Anno: quello tra Il Flauto Magico, / a Vienna, e, a Parigi, il Terrore. // In lui, non il minimo errore / di calcolo. // Anche se non esisteva, / la Bestia c’era. // Esisteva, / e premeva. // Nel cuore. // Tra gli alberi. // Sul ponte, / pugnalato e in tremore. // Uscito dalla mia tana, / guardavo – nel linciaggo / della mente – il paesaggio. // Ai miei occhi, una frana. // La frana d’un’alluvione. // La frana della ragione.

(L’ora) Quando il bosco s’abbuia. // Quando appare la prima / faina. //.…E’ l’ora … // L’ora della Bestia… // Prima / di nominarla, spara! // Spara prima che sparisca / nel suo nome… // Tira / -a zero!- nel vento irto che ara / l’erba nera… // Spara! // Non cercare la mira. // Spara! Spara! Spara!!!

(Certezza) (Cadrà. // Sicuramente / cadrà, anche se non cadrà mai… // Ti basterà crederlo… // Lei… // La preda sempre eludente… // Sempre altra… // La preda /- spara! – che infallibilmente / centrata, oltre il fumo / delle tue canne – oltre il grumo / dei lecci – vedrai scappar via /- celarsi – dentro la sua morte… // La preda che ogni volta svia / il piombo che la atterra, e svisa / ogni bersaglio… // Lei… / La preda che ti uccide uccisa / e ti risuscita… // La preda / dalle mille contorte / tracce, che immancabilmente / colpita fallirai / nell’attimo in cui l’abbatterai…)

(La preda) La preda che si morde / la coda… // La preda / che in vortice si fa preda / di sé… // La preda àtona / e instabile… // La preda / che sull’acqua friabile / del monte (sulla parete / incrinata del lago) esplode / vitrea nell’occhio e – nera – / rende cieca la mira… // La preda che si raggira / nel vacuo… // La pantera / nebulosa (felis / nebulosa), che attira / chi la respinge, e azzera / chi la sfida… // La preda / monstruosa… // La preda / che in continuo suicida / in continuo colpisce / (fallisce) la sua ombra… // La preda / (un letame? una rosa?) / che tutti abbiamo in petto, e nemmeno / le febbri di dicembre (i campi / morti d’agosto) portano / sotto tiro… / La preda / evanescente… // La preda mansueta e atroce / (vivida!) che nelle ore / del profitto (nelle ore / della perdita) appare / (s’inselva) nella nostra voce.

(Diceria) Nell’orto delle ortiche. / Dei piccoli peri. // Nell’orto dei fitti sentieri / friabili. // Delle formiche. / Magari sotto i minuziosi fiori / raso terra. // Rossi. // Il Conte non lo sa. // Ma dicono / (dicono) che proprio qua s’infossi / la labirintica Bestia / cercata – forsennatamente – fuori.

(Io solo) La Bestia assassina. // La Bestia che nessuno mai vede. // La Bestia che sotterraneamente / – falsamente mastina – /ogni giorno ti elide. // La Bestia che ti vivifica e uccide… // Io solo, con un nodo in gola, / sapevo. E’ dietro la Parola.

(Disperanza) Mi buttai un’altra volta / a capo in giù. / All’avventura. // Nel mio folle ansare, / bruciai il fiume. / La volta / del bosco. / L’aratura. // Mi fiaccai il collo. // Invano. // Invano tentai di sfondare / il muro della paura.

(Tra parentesi) Paura di che? // Della Bestia / che – secondo il Conte – infesta / la Campagna? // Paura / – piuttosto – del mio non aver paura, / io, perso nella Foresta.

(Lei) La bestia leoneggiante. / Gecheggiante. // La bestia / che mentre la mente dirupa / frantumata, volante / o strisciante sguscia / e in sé s’intana. // La bestia / dragheggìante. // La bestia / dragheggiante. // È lei. // Soltanto e inequivocabilmente / lei, la Bestia / (l’onoma) che niente arresta.

(L’ónoma) L’ónoma non lascia orma. / È pura grammatica. / Bestia perciò senza forma. / Imprendibilemente erratica.

(Saggio apostrofe a tutti i caccianti) Fermi! Tanto / non farete mai centro. // La Bestia che cercate voi, / voi ci siete dentro.

(La più vana) La bestia gommeggiante. / donneggiante. // La bestia / che –catturata- resta / in perpetuo distante. // La bestia di tutti (forse) / La più vana). // (Forse.)

(Strambotto) …La freccia / d’odio // La freccia / d’amore. // La treccia / della bella lombarda, / che in obbedienza al Conde / di Kevenhuller (sola / donna fra i maschi in testa / alla canea sanguinaria) / canta exaltata e spara / nella foresta. // (Ma in aria.)

(Lo stoico molosso) Si leccava la coscia / squarciata. Faceva impressione. / Negli occhi, nessuna angoscia. / Solo un po’ d’ apprensione.

(Quasi una caballeta) Nessuno aveva udito / il mio sparo?… // Un silenzio / terreo era seguito / all’ ultima eco… // Il dito / ancora sul grilletto, anclavo… // Non mi capacitavo. // Non trovavo riparo / al disinganno… // Al segnale / convenuto, perché / perché tutto era rimasto / –fuor di ragione– muto?… // Me sentivo tradito. // Minacciato, quasi… // Calai a precipicio / dalla mia altura… // Mai, / mai mi aveva colpito / con un gelo tale / l‘inverno de la paura.

(Nel protiro) Scappai. // Mi rifugiai / nel protiro della cattedrale. // Tentati di pregare. / Cercai / d’ordinare la mente. // L’11 agosto // La fronte / mi scottava. // Il monte / l’avevo tutto intero / sulle spalle. // Un piombo. // Presi a seguire il sentiero / con lo sguardo – la pista / diretta, tortuosamente, / dove s’abbruna la vista. // La preda mi passò in un lampo / davanti agli occhi. //Bionda. // Nera. // Senza lasciare orma. //Non ebbi nemmeno il tempo / di spianare il fucile. // Mi sentii inerme. //Vile. // Riprovai – ma invano – a pregare, /nel protiro della Cattedrale. // (Nel Protiro, forse / della Preda stessa?… // Di un Nome?… // Un Nume?… // Forse / di un qualsiasi animale?…)

(Perplessità delle Curie) No, la «dolce Lombardia» / non è il Gévaudan. // Doveva saperlo, / il Conte. // Un Jean / Chastel, qui / come può aver seme? // Come / trovare, qui / dove non sono mai visti / né graniti né scisti, / il ruvido liberatore / che fulminó “La BESTIO: / la terreur du pays”? // Il Ducato non è / la Lozère. // Le Curie / sono perplesse. / Bastano / -senz’ansia di liberazione- / “cinquanta Zecchine effettivi / a sostituir la passione?

(Il flagello) (Su un’Invenzione di Ginerva Bompiani) I– In perpetua corsa. // Nessuno era mai riuscito / a osservarla vicina. // Di lei, si sapeva soltanto / che razziava nei campi. // Ma chi, chi no razziava / –ogni giorno- nei campi? // E quale voracità / poteva aver, una cerva, / per creare un flagello? Nel sol s’erano visti lampi / fuggenti. // “Ha le corna!”, / qualcuno / aveva gritado. // Ed era / proprio quel baluginar di corna / (in una fémina!) –quel / rutilìo nell’ ombra / del bosco – a farne / (fuori della precisa consegna / del Conte) la sola preda degna. II– Appariva. / Fuggiva. // Chiusi in casa, i manenti / spiavano dalle porte. // Languivano dalla voglia / di rincorrerla, come / – per tormenta– una foglia / rincorre l’altra. // A denti / stretti, si frenavano. // Nulla / per loro, c’era di più bello / del poterla inseguire. // Buttarsi. // Con uno stacco netto. // Slancarsi. / Como del tamburello / la palla, allo sferisterio. // Venire una buona volta / con lei, alla corte. // In questo –forse– il flagello? // Rincorrere il desiderio? // Rincorrere la morte. III– Laguivano // Chiusi in casa / spiavano, dalle porte. // Lui solo (il cacciatore / a capo fitto) sapeva. // Inutile, per salvarli, sparare a la morte. // Doveva esser altra / la mira. // Mille volte più scaltra. // Catturate –ma vivo¡– il Desiderio di Morte. // Riportare il flagello / a Morgana (un giorno di roccia), nel suo castello / senza via de ritorno.

(La porta) …………La porta bianca… // La porta che, dalla/ trasparenza, porta nell’opacità… // La porta / condannata… // La porta / cieca, che reca / dove si è già, e divelta / resta biancomurata e intransitiva… // L’amorfa / porta che conduce ottusa / e labirintica (chiusa / nel suo spalancarsi) là / dove nessuna entrata può dar àdito… // Dove nessuna stanza o città / s’apre all’occhio, e non muove /– nel ristagno del vago– / ramo o pensiero una sola / parvenza… // Una sola / cruna di luce (o d’ago) / nella mente… // La porta / morgana: / la Parola.

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FUENTEDiario de Švejk
PEDRO MARQUÉS DE ARMAS
Pedro Marqués de Armas (La Habana, 1965). Poeta, ensayista, novelista y psiquiatra. Fue miembro del grupo Diáspora(s), que revolucionó el campo cultural cubano en los años noventa, y editor de la revista homónima. Entre sus poemarios destacan Los altos manicomios (1993), Cabezas (Premio Julián del Casal 2001; Ediciones Unión, 2002) y Óbitos (Bokeh, 2015), que reúne y organiza toda su poesía desde principios de los dos mil. En su ensayística, que se ocupa tanto de la tradición literaria cubana como de las relaciones entre ciencia y poder, destacan los volúmenes Fascículos sobre Lezama (Editorial Letras Cubanas, 1994; Premio de la Crítica Literaria cubana 1995), Ciencia y poder en Cuba. Racismo, homofobia, nación (1790-1970) (Editorial Verbum, 2014) y Prosa de la nación. Ensayos de literatura cubana (Editorial Casa Vacía, 2019). Aduana Vieja publicó en 2016 su primera novela La vida trunca del Coronel Felino. Reside en Barcelona donde administra el blog sobre historia y cultura cubanas Hotel Telégrafo.

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