Recientemente, Rialta publicó el texto “El sonido del silencio” que trata, básicamente, sobre los cuestionamientos realizados a la prensa extranjera acreditada en Cuba por su silencio ante la represión desatada por el Gobierno cubano contra miembros del Movimiento San Isidro. Junto con otros argumentos, Coco Fusco maneja en este texto algunas ideas que no comparto relacionadas con los códigos deontológicos del periodismo y que trataré de discutir a continuación.
En mi opinión, el texto parte de una tesis central errada cuando plantea: “Reducir el dilema a los principios personales confunde el papel del periodista, tratándolo como portavoz de un grupo de interés, y eso replicaría el papel actual de los medios oficiales de Cuba que sirven como ala de propaganda del Partido Comunista. Ningún periodista extranjero quiere considerarse rehén de los intereses políticos de sus fuentes de información”.
Confundir el papel del periodista, declarándolo automáticamente vocero de un grupo por cubrirlo, es no comprender que la misión primera del periodismo es informar. Y ese precisamente es el reclamo que se le hace a la prensa extranjera acreditada en Cuba: no cumplir con el mandato social de informar.
En los primeros días de su llegada a la facultad de Periodismo, a un estudiante se le enseñan los valores noticia y criterios de noticiabilidad, o sea, el grupo de condiciones que debe cumplir un hecho para que se convierta en susceptible de ser comunicado por un medio de prensa. Estos incluyen desde cuestiones de la propia naturaleza del hecho (criterios sustantivos), hasta otros relacionados con la audiencia, el producto, la competencia, el tipo de medio.
Si echamos mano a cualquiera de los manuales y libros sobre periodismo, veremos que varios de los valores noticia reconocidos internacionalmente están presentes en lo que está sucediendo en San Isidro: interés, novedad, evolución futura de los acontecimientos, importancia y gravedad, jerarquía de los personajes implicados, actualidad, conflicto, expectación, interés humano y dramatismo. Por tanto, en términos de noticiabilidad, no hay justificación para que una corresponsalía en La Habana no informe sobre un suceso con estas características.
Igualmente es discutible la alusión a la noción de “equilibrio”. Los periodistas no están para ser equilibrados; están para exponer la historia con sus diferentes matices. No se puede inventar el equilibrio donde no existe. No hay equilibrio en una situación donde un Estado ejerce todo su poder represivo contra un grupo de 15 jóvenes leyendo poesía. No hubo equilibrio en la Alemania nazi, no lo hubo en el Chile de Pinochet, en la Cuba de Batista ni en la Cuba de los Castro y Díaz-Canel. E incluso, si se asumiera la tesis del equilibro entendida como dar “una de cal y otra de arena”, la balanza de la prensa extranjera acreditada en Cuba resultaría bastante cargada para los sucesos que no entran en contradicción con la agenda del Gobierno cubano.
Que los periodistas no ejercen el control absoluto sobre las agendas de sus medios es una verdad como un templo. Pero, ¿existe certeza de que haya un impedimento explícito a tocar el tema por parte de TODAS las casas matrices de los medios acreditados en Cuba? Existen anécdotas de periodistas de las redacciones centrales preguntándoles a sus colegas cubanos qué pasa que sus corresponsales en la Isla se enteran de este tipo de sucesos después de que lo hacen ellos en Europa o en Estados Unidos. Como también existen anécdotas de corresponsales extranjeros que han cuestionado a uno de sus colegas cuando se arriesga y demuestra que sí se podía escribir sobre aquello que los demás comentaban a sus redacciones que era imposible porque el Gobierno lo impedía. Es justo señalar que este asunto no puede resolverse cargando todas las culpas sobre el sujeto, pero sería falaz desconocer que existe una responsabilidad individual en lo que hacemos o dejamos de hacer.
En cuanto al uso del término “totalitario”, esto no se trata de un modismo, sino de una cuestión de rigor académico. Para algunos el término puede parecer anticuado, pero allí están los mares de páginas escritas sobre las características de regímenes totalitarios y las múltiples investigaciones y artículos que demuestran que el régimen cubano es de corte totalitario o postotalitario. Usted puede usarlo o no, pero la evidencia está ahí. Y mientras más se llame a las cosas por su nombre, mejor, para no andar engañando a nadie.
La autora señala que los periodistas, más que quejarse de que los corresponsales extranjeros no investigan, “pueden abogar por leyes de derechos civiles que legalicen el acceso a las instituciones estatales como servicio público”. Eso se ha hecho, y mucho. De hecho, hay hasta tesis escritas. Se ha hecho desde la prensa independiente y desde la estatal. Una segunda observación: aquí no se critica que la prensa extranjera no investigue, sino que no informe sobre una realidad que tiene delante de sus ojos.
Hay en el texto otros dos argumentos que considero erróneos. Uno, que es poco realista esperar que la historia “de una docena de activistas encerrados en una casa superaría el impacto de una crisis global”. Los temas compiten en las agendas, pero hacer una mención a un hecho, noticiarlo, no quiere decir que tenga que robarle la atención a esos grandes problemas que señala. El argumento se desmonta con la evidencia: la historia de lo que ocurre en San Isidro ya está en The Washington Post, Vice, El Universal, ABC, Clarín y otros medios internacionales, más los que se irán sumando. Por otra parte, en medio de ese mismo escenario internacional, la CNN desde Cuba reportaba sobre el trabajo del MININT en el enfrentamiento a las drogas, la reapertura del aeropuerto internacional José Martí y el asesinato de una turista canadiense en Varadero. ¿Entonces?
El segundo argumento erróneo es el de la proporción: la escala “relativamente pequeña” de esta protesta en comparación con las protestas masivas contra los gobiernos en Perú, Hong Kong y Bielorrusia”. El detalle aquí radica en obviar que los valores noticia se complementan y, en este caso, no puede quedar fuera la cuestión de la novedad y lo insólito. Estamos hablando de una dictadura donde “no pasa nada”, de un gobierno totalitario con un control casi absoluto sobre el disenso, donde esta protesta realizada por 15 personas es un hecho excepcional, mucho más que una manifestación de mil personas en otros países.
Entonces, volviendo al principio, el reclamo al silencio de la prensa extranjera por no cumplir con su deber de informar –insisto, de informar– es tan válido como el reclamo que se le haría a un abogado que no acepta defender a un preso político por las repercusiones que podría acarrearle. Aquí se está hablando de los principios deontológicos de cada una de estas profesiones.
El hecho de que existan causas extraprofesionales que atentan contra la cobertura de este tipo de sucesos (algunas las menciona la autora) no quiere decir que ello no sea criticable. Si una empresa mediática decide poner otros intereses por encima de su deber, sabe que se expone al escarnio público y con ello, al deterioro del capital más importante con que cuenta un medio: la credibilidad.
Por otra parte, es cierto que los corresponsales tienen miedo y están sujetos a presiones. También están sujetos a presiones todos los que intentan informar sobre el país, ya sea dentro o fuera de Cuba. Pero si vamos a ser justos, las represalias que puede sufrir un periodista extranjero, respaldado por una empresa mediática poderosa, no se comparan con las de un periodista independiente cubano expuesto a golpizas, cárceles, detenciones, exilio. Sin embargo, ahí está el trabajo. No por solidaridad, sino por profesionalidad.
El periodismo implica riesgos. Lo sabemos incluso antes de tomar la profesión. O se asumen, o se renuncia… o se aceptan con dolor y vergüenza los reclamos justos que nos hacen cuando no cumplimos con nuestro deber social. Ojalá los reclamos en aumento de miembros de la sociedad civil y del periodismo independiente sirvan para que la prensa extranjera acreditada corrija estos silencios.
Colabora con nuestro trabajo Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro. ¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí. ¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo [email protected]. |
Gallego certero como siempre. Abzo