Lingua
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Recuerdo Anatomía para niños, un libro de mi infancia con ilustraciones hermosísimas.
Una niña con una sombrilla transparente.
A la niña le llovían rayos azules, verdes y amarillos.
La niña sonríe.
Un rostro vago, el rostro del niño. Todo lo que les convierte en niña y niño es vaguísimo. Eso me atrae. Al menos entonces, en el libro Anatomía para niños, no todo era tan binario.
Luego estaban los lazos y el overol.
Luego estaban los museos y la acontecibilidad lingual.
Es decir, luego estaba todo lo que la infancia no busca en el papel.
La escena era simple y esperpéntica, ambos cuerpos sacándose la lengua, un papel que imitaba los manuscritos antiguos: Lingua.
Recuerdo un libro de mi infancia que no hacía referencia a ninguna de las cuestiones que yo buscaba explorar de la lengua.
Con cuánta disciplina he escrito hasta hoy.
Con cuánto miedo he sobrevivido hasta hoy.
Puedo escribir un libro persiguiendo el asombro, el luto, el aislamiento, la invención de una lengua, aún en esta cabeza alfabética que no aprende a distinguir un género de otro, una llave partida, una reja abriéndose, algo más allá del acontecimiento, aún en esta cabeza, la lengua es perpetuo recordatorio.
He buscado la sombra de las cosas vacías en las páginas. Mi madre está viva. Me alcanza del librero Anatomía para niños y habla de niñas y niños y primos de Guantánamo y sobrinos de Guantánamo y enamorados de la bodega, habla de un país catastrófico que ha perdido todo el gusto.
Escribir sobre esta memoria lingual que me invento, tomar la cabeza de mi madre y preguntarle si recuerda verme colgada de la lengua por mi primer novio.
Escribir con el ímpetu infantil, madre, hablar del macao, el macao que saca la lengua. Mi primer novio practicó con cables telefónicos sobre mi lengua y me levantó del suelo. Era un hombre alto, pero lo definitorio es que se veía aún más alto de lo que era, se veía y se sentía como un gran patriarca que quería verme danzar con los piel en el aire y la lengua robustecida, en cambio, la lengua se desgarraba, las piernas se enfriaban.
Yo era una niña con una sombrilla transparente y un overol.
Con cuánto aburrimiento he escrito hasta hoy.
Rompe tus lazos, desvístete, huélete, babéate. La lengua en su cuerpo, a través de su cuerpo, a través del flash que aparece en ese momento de intimidad en el que mi madre me muestra su dentadura, esa masa que es su lengua. Ha perdido los dientes. No sabe cómo, pero los dientes han desaparecido por completo.
La niña lee:
Es un órgano muy importante que usas desde que te levantas por la mañana, hasta que te acuestas por la noche.
Ya sabes que la lengua te ayuda a pronunciar los sonidos. Sin ella no hubieras podido decir ni una sola palabra.
Sabes también que la lengua te ayuda a comer. Remueve con esmero los alimentos que masticas, colocándolos ora debajo de una muela, ora debajo de otra.
Pero la lengua tiene, además, otra obligación no menos importante. Es nuestro órgano del gusto.
Por fuera, la lengua está cubierta de un sinnúmero de diminutas ventosas llamadas papilas, dentro de las cuales se encuentran las terminaciones de los nervios que saben diferenciar lo que entra en tu boca: lo ácido, lo dulce, lo salado, lo amargo; en fin, lo sabroso y lo desabrido.
La punta de la lengua es especialmente sensible a lo dulce. Basta con lamer una bolita de helado para determinar su sabor. Los bordes laterales de la lengua perciben mejor lo ácido, y su base, lo amargo.
De esta manera, la lengua es uno de los guardianes. Si por casualidad llevas a la boca algo repugnante o podrido, la lengua lo hará saber inmediatamente al cerebro, este emitirá una orden a los músculos de la boca, y, sin pensarlo, escupirás lo que es perjudicial al organismo.
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He aquí la tintura,
dibujo en el papel lo que me agita,
nunca delineé algo que no sintiera,
nunca restregué tan duro el alfabeto.
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adherencia de la saburra
grieta en toda la mitad
mapa de lengua
No me refiero a la lengua geográfica. El borde de las lesiones es blanquecino. Lo que hay en tu boca es una excesiva mucosidad. Métete el puño. Investiga.
salivación
deglución
sentido del gusto
musculatura
amígdala palatina
Anillo de Waldeyer
forma de cono
surcos congénitos
frenillo o filite lingual
conductos de Bartholin
venas raminas
arcos dentarios
masticación
septum medio
genoglaso
estiloglaso
músculo lingual superior
músculo lingual inferior
músculo lingual transverso
No sé quién soy. Sácate el puño.
Glándulas anales
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Detestaba ser quien era, detestaba el tiempo que tardaba en deshumedecerme, esas intermitencias en las que me costaba quedarme quieta.
Supongo que era la boronilla que dejaba la guayaba lo que respondía por mí. Algo de miga sospechosa, algo germinal y picante.
Yo no creía en nada, no creía en la prensa, en el noticiero, ningún dictamen geopolítico tenía que ver conmigo, qué relación tenía el mundo conmigo que no fuera el placer, la mística de un contacto, más allá de la boronilla, más allá de todo, lo único que yo quería era experimentar el placer de ser lengua.
Quizás por eso detestaba ser quien era, me sabía incapaz de estar aquí absolutamente, de vivir esta sensación de absoluto. Detestaba mi forma, demasiado tosca, diría, sucia, casi siempre sucia a causa de la guayaba que pasaba de boca en boca. Me sentía sucia, pero qué era ser sucia, vivir con bacterias, adormecerse, negarse, enfermarse, retorcerse, doblarse por la mitad, qué era si no tomar el ómnibus, el bicitaxi, la chivichana, dirigirme a algún mercado y pedir frutas tropicales.
Todo lo que toqué me embriagó, especialmente la boronilla de guayaba rosada y madura. Me confundía y abatía. Siempre en movimiento, no podía reposar, estaba como esperando, vivir esperando el momento para sentir algo. Vivir esperando el momento y endurecerme o ablandarme, doblarme, engordarme. Pedirle a un extraño que me quitara los restos de la fruta con las uñas, que me doliera y aún así rogarle que continuara removiendo los restos de guayaba que yo sentía encima mío, era capaz de removerlo con los dientes, necesitaba que un extraño limara.
Todo lo que yo deseaba era no tocar eso, no tocarlo porque soy una lengua.
No quería tocar la desinformación, aspiraba a la verdad de los chipojos tecnológicos, yo no entiendo la tecnología, me molestan las pantallas, me dan pánico los cables, las conexiones electromagnéticas, satelitales, demasiadas cosas ajenas y distantes entrando en contacto con el cerebro, sin tacto, sin experiencia, provocando un daño ecológico irreparable.
Detestaba esta manera de verlo todo en un impresente perpetuo, eso, vivía en mi impresente, era sorda, prácticamente sorda, no estaba destinada para escuchar, pero si lo deseara o lo imaginara, ya no escucharía nada más. Detestaba lo contingente, pero era esa contingencia la que regulaba todos los sabores.
En realidad, la condicionante amoral del mundo me hacía mucho bien, nadie podría señalarme, yo no era superior, pero tampoco era inferior, así, sin saberlo, mis escalas eran frívolas, comunes, superficiales, adictivas.
Quizás me considerarían mucho más inferior, de una casta puerca, puerquísima y decidida a pasarse largo rato lamiendo culos, perdida en avatares biológicos por pereza, sin fuerzas para activar nada, qué hay que activar, nada, qué hay que activar, solo mantenerse dentro del agujero, entre sus grietas y marcas, texturas, granos, hedor, así de inútil, así de bruta, así de lengua.
Me gustaba esa suciedad mal vista porque era incomprendida, la incomprensión me hacía doblemente extraña, lástima que poseyera pensamientos tecnológicamente precarios porque no puedo traducirlo a códigos.
Musitar, rebotar, pujar, pensarían que es torpeza o interrogante, pensarían que es absurdo, insostenible, yo no tenía idea, no tenía idea en absoluto de lo importante que era estar aquí y babearlo todo.
Lo único que yo hacía era sentir.
Quizás debo hacer una pausa.
Pausar.
Punzar.
Puntear.
Perdería todo el sentido insistir en lo detestable, pasarlo tan bien desintegrando la cáscara invisible de guayaba.
El escozor, el dulzor, una hendidura, un hoyo, me voy a descoyuntar en el punto y voy a desparramarme en el punto. Yo soy el punto cubano.
En todos los cuerpos, un culo, un agujero, una lengua.
Excitante sería mantener la fuerza productiva, hundir la fuerza productiva, experimentar con los restos. Hay un árbol del deseo, el pasto, una cordillera, eso allá dentro, metros adentro, una porción de otro planeta en el dulzor del allá adentro, ese sabor qué es, ese equilibrio entre basura y receta gourmet, la pudrición y el momento de la exaltación. Era excitante sentir que hacía bien al mundo sumergida ahí.
perfectamente
dispuesta
construye otro mundo
Soy un tentáculo, soy un gusano, soy el gusano, mierda, semen, líquido rosa, líquido malva, líquido blanquecino pegajoso, dentro tuyo, y yo devorándolo, productiva y afectiva, me contoneo dentro, que dure la eternidad, que lo eternal sea este otro mundo perfectamente dispuesto. El mundo es lo que exploro. Se cierra el cuerpo y me descubro, el mismo sabor me descubre, me cierro, soy un círculo perfecto, vaciándome, soy un círculo perfecto. Tener una visión menos periférica y clasista sobre mí, engullirme de dulzor, ser el agujero.
Soy esto, en otro cuerpo soy esto y no me puedo engañar, una petrificada lengua en un petrificado culo, en un petrificado tiempo que únicamente existe cuando vacilo entre el escozor y el dulzor.
Pero qué lujo, hilos, hilillos, allí hay de eso, como hijos, hijos perfectamente ilustrados en el arte del montaje paralelo, soy paralela al desastre que has sido desde antes, desde dedos y penes y dildos y manubrios.
como un dedo
más fuerte
como dos dedos
más fuerte
como un brazo
más fuerte
más fuerte soy yo, que soy la exploración, una expedición romántica y contrasexual, quizás, lo petrificado es no probarse nunca a una misma, no decir, esta soy yo y esta fetidez es mi permanencia en el mundo. Me imaginan superficial, anecdótica, barroca, militante del esfínter, supervivir, ser guiada por la voluntad del goce. No me importa la supervivencia si puedo lamer en el agujero y lamer en el planeta que viene a mí abriéndose. Ser lengua es una herejía. Yo soy.
¿Tú vienes conmigo, lengua mía? ¿Me quieres ver llorar, lengua mía? ¿Tú traes las semillas? ¿Tienes fruta bomba? ¿Tienes vulvas plásticas? ¿Tienes orgasmos? A pesar del virus tienes lenguas sanas, comerciales, rituales. ¿Papaya? ¿Guayaba? ¿Salivar y empapar? ¿Empapar y salivar? ¿Tú estás muerta? ¿Presa? Una lengua materna se te mete y no te das cuenta.
Vengativa, tengo un esquema de venganza en la punta, soy una punta, desde mi centro hasta el letargo, soy una flecha, por eso te toco la arenilla, lo salobre, te retoco, me lanzo, una punta de lanza, una coraza, el alma desentona, soy una punta, la extremidad es mi venganza, ser en extremo puta, ser lengua.
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Explora 9 715 fotografías e imágenes de stock sobre lengua humana.
Desde la comisura de los labios hasta la base del cuello, permitirá que el paciente pueda volver a hablar de forma inteligible y que aprenda a tragar, que recupere la sensibilidad de la cara y de la lengua, e incluso parte del sentido del gusto.
La cirugía duró catorce horas.
Explora en Instagram todas las veces que alguien dice hashtaglengua, hashtagtongue, hashtagescribirconlalengua, hashtagtonguewriting.
La búsqueda duró catorce horas.
En un país donde la Internet cuesta carísimo, donde no hay comida, donde hay miedo.
Entonces, mamá (muy pocas veces le digo “mamá”), vino hasta el cuarto y me hizo una historia muy dulce sobre los cumpleaños. Ella dice que en las fotos siempre sacaba la lengua, como si no me gustara ser exclusivamente niña, como si no adorara ser exclusivamente risueña. Ella dice que me vio sacándole la lengua a los nueve años y no me regañó, que fue por eso, que meses más tarde le escupí la cara y ella no pudo hacer nada porque ya yo era una fierecilla.
He estado demasiado sola, hurgando en mi memoria visual, objetual, pegando la lengua en la nevera, congelándome un instante para saber si puedo salir de esta casa.
Explora en el Diccionario de Literatura Cubana todas las referencias a la lengua cubana, algo debe haberse escrito sobre estos asuntos. Compruébalo.
Ella dice que yo le metí una cuchara de metal en la boca, que yo le partí los dientes, que yo siempre fui un desastre, que no emigre, que no me olvide de todo lo que ella se tuvo que sacrificar para que yo comiera arroz, para que yo comiera huesos. Ella entonces me dice, a ver, a verte la lengua, y me encuentra unos hongos, dice, por la coloración algo tengo, que dónde metí mi lengua, di dónde. No quieras saber, mamá. Ella me pide que le haga una historia que la saque de su fracaso y que no le recuerde la forma tan torpe en la que ha reconstruido su lengua ciento veintiún veces en esta vida.
La historia dura doscientas horas.
La historia es como las dos carnes que se enamoran de Zamilované Maso.
* Notas de la investigación Escribir con la lengua, que actualmente se desarrolla como parte de en una residencia de creación en La Caldera_centro de creación de danza y artes escénicas contemporáneas.