Los escogidos mueren jóvenes. ¿Será verdad? No; no es cierto. Goethe murió pasados los ochenta; Hugo también. El hecho de que Bécquer, Martí, Espronceda, nuestro Heredia cayeran temprano, ¿qué significa sino que la muerte no tiene predilección por edades? Ay, duele ver la partida de un sembrador en plena cosecha, o cuando ésta no ha dado aun cuanto ofrecía. Duele mucho más que cuando el genio que parte ya está hecho y su obra no ha de ser tocada (¡ni por él mismo!) como la rosa de Juan Ramón, porque así es ella.
Escardó se marcha mucho antes de la que habría sido su gloriosa plenitud, esa que corresponde a los jóvenes como él, que dan tanta prueba fina de inteligencia, de sensibilidad y poder creador, recién salidos apenas del agraz de su existencia. Con todo, ¡cuánto poema delicado no nos deja ahora, como esos que recogió Virgilio Piñera en el número del Lunes dedicado a Camagüey!
Aunque por estos poemas le conocía yo y por los de la antología de Feijóo y algunos más, dispersos en la prensa habanera, nunca vi a Escardó en persona si no casi en las vísperas de su muerte.
Fue una tarde, en Camagüey, con Luis Suardíaz y otros amigos, en el vestíbulo del hotel en que me hospedaba yo. Por primera vez hablose entonces de un “encuentro” o reunión de poetas en aquella ciudad, en el marco de la campaña para el “avión de la poesía”, desatada en abril pasado, cuando estuvieron en Cuba Alberti y María Teresa León. Se acordó el encuentro (idea de los camagüeyanos, labrada exclusivamente por ellos) y es en los trabajos preparatorios para llevarlo a cabo, donde pierde la vida este ardoroso joven, una de las voces bien timbradas de la penúltima poesía cubana.
Luego de Camagüey, no volví a verle, hasta que le encontré en La Habana, en un bar de artistas, una noche todavía reciente. Yo sentí que alguien me tocaba en el hombro, y al volverme, vi que era Escardó. Me dijo que estaba allí con un puñado de muchachas y muchachos, todos autores de poemas, y que si yo los quería conocer. Fui a donde estaban ellos, me ofrecieron una copa y quedamos en vernos al día siguiente, en Hoy.
Vino puntual Escardó con sus amigos. Todos trajeron versos, y Alpízar prometió reservar dos páginas del Magazine de Hoy para publicarlos con una presentación que el propio Escardó iba a hacer. La muerte frustró proyecto tan sencillo.
¿Cómo muere Escardó? Había ido a Matanzas, para invitar a Carilda Oliver a la reunión de Camagüey. Se vieron, me ha dicho Carilda, y de Matanzas, Escardó, que andaba en su jeep, con unos amigos, partió hacia Jagüey Grande. No había andado unos minutos de camino, cuando el auto perdió una rueda, lo que produjo la catástrofe. El timón del coche se hundió en el cuerpo del poeta, que finalmente fue a dar sobre los adoquines de la carretera. Murió en el acto.
¿Qué hacer, que decir ahora? Decir que haremos y hacer. El encuentro de Camagüey no se detuvo; los amigos del poeta, el pueblo camagüeyano, lo sostuvieron y llevaron adelante, como si el poeta no se hubiera ido. La campaña nacida en La Habana y a la cual él se adhirió en forma tan limpia, cobra con el ejemplo de su muerte, aun más vida. Me atrevería a proponer, por ello, que al final de nuestros trabajos, cuando el avión de los poetas sea un hecho consumado, y vuele en nuestros cielos, tenga un nombre: Rolando Escardó.
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