Orestes González, del libro ‘Habanero’ (2021)

Quisieran encontrase algunos como se encuentra Orestes González en las fotos, ¿quién sabe? Está y no está, la escena es suya y no lo es. Forma parte de una historia que acerca y distancia, una historia que se busca y por momentos se pierde el rastro, el rostro. Una comadreja busca raíces en la madriguera. Ajena y propia, cálida, en puntales. Un newyorkino de afilada inteligencia, callada, que rememora el niño “bitongo” del suéter a cuadros del centro del Vedado, el chico bien peinado y bien portado, el joven inadaptado al trepidante tropicalismo del viejo Miami, la emigración conservadora, el garzón amante de los autos clásicos salido de la Universidad de Texas, mueve su ojo a La Habana. Suenan melodías de reencuentros, notas de sentimientos enfrentados. Contrapunteo: dulce azúcar morena, amargo repositorius de isla.

En su última expedición (por ahora) a la ciudad perdida, tierra de sus orígenes, con exposición personal y reconocimiento mediante, el fotógrafo evita el melodrama. La lágrima de la nostalgia queda fuera del encuadre. Lo intenta, es determinado. Incluso en las fotografías candidatas a álbumes familiares o los álbumes mismos. Orestes pasa y mira y hace la imagen y habla poco y escucha rápido y mira y mira y mira y captura al vuelo. Su silencio es cómplice. Finísimo olfato. Hace alegorías y enlaza dúos y asocia dípticos y articula escenas y coloca el ojo en las personas. En sus objetos, en sus íntimos espacios, en sus gestualidades, poses y sombras. En las grietas de las personas más que en las grietas de los muros o de la ciudad misma: una quiebra en sí, una gran ruina habitada.

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Orestes González, del libro ‘Habanero’ (2021)

El fotógrafo quiere verlo todo: el árbol, la nube, el brazo suspendido, las manos fuera del volante, la mansión ensombrecida, los simbólicos libros, las lajas de mármol, las astas, la cerquita de madera y sus niños-rubios-de-revista: la cama desatendida, el turista, el pavorreal enjaulado, el héroe de piedra con su dedo levantado, la cabeza del héroe de ojos afligidos, la mochila-la niña-el vestido de novia, las cortinas de plantas, la luz de la lámpara, el ómnibus varado, el interior del ómnibus con el tiempo varado: la cruz, el ala, la ausencia, las líneas, el teatro real y el ilusionado, el humo, el perro, el tragaluz, el plato sin despojos, el grupo escultórico: el gran pastel. ¿Se hallará?
Exiliado no se siente en esta tierra.

“Evito el «tropos cubano»”, argumenta cual principio, casi convertido en consigna: “evite el tropos cubano”, imagino con grandes letras rojas en una valla de bienvenida para los fotógrafos y las fotógrafas del mundo, a la salida del aeropuerto. No al folclorismo y el color local en la “ciudad maravilla”. No al barniz de “tropical island”. No al estereotipo del subdesarrollo socialista del Caribe, al faro de lucha latinoamericano con aroma de Cohíbas y famélico de solidaridad. No a la construcción de una realidad pasada por objetiva. “Evite los excesos. Fotografíe con responsabilidad”. ¿Imagina usted los posibles carteles?

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Orestes González, del libro ‘Habanero’ (2021)

La narrativa visual de una Habana remarcada, remachada, pintoresca, costumbrista, harto recorrida, “turisteada”, fotografiada y reproducida al infinito es descartada de golpe. Sordo golpe. Pero los personajes están ahí, imposible evitarlos. Es una madeja muy compleja, largas lianas enredadas en un tejido estructural de seis décadas y más. Es la parte que no se derrumba del imaginario Habana, su gente: la mujer gorda mestiza que luce su “Rolex” y sus Ray-Ban, la actitud de la niña con los brazos en jarra, los niños en la costa, el andar de la chica –su ombligo con piercing, sus uñas postizas–, el vendedor de globos sin rostro, el vendedor informal de galletas en posición informal de venta, la mulata recostada sobre su lecho florido, el joven negro hermoso de mirada frontal retratado en la Universidad de las Artes. Decía (y escribió, ojalá lo hubiese escuchado) Edmundo Desnoes que “la fotografía es una recreación emocional de la experiencia”.

Salta el autor entre los estilos, entre los lenguajes fotográficos. Cámara iPhone en mano. Libera una sentencia gringa: “It’s not the type of camera you have but what you have in the moment”.

Blanco y negro por elección, esta mirada, aunque el color le complemente algunas lecturas iniciales. Documenta y sugiere. Reporta y anota. Es y no es parte de ese gran merengue de azúcar pintada. De las esculturas cercenadas, las pulidas y las rústicas, las perennes y las efímeras. De los independentistas y el San Lázaro, de los primos-camisa de cuadros, de la familia con los semblantes sobreexpuestos, de la algarabía de una partida (o llegada) de un viaje en Moskvitch.

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Orestes González, del libro ‘Habanero’ (2021)

Mas son las fotos sutilmente ambiguas las que prefiero de su mirada. Los espacios vacíos, los interiores, el lugar de los objetos, lo no explícito, lo inexplicado. A veces, todo ello junto en una misma toma. Calculada en segundos, armónica, efectiva. Habilidad del ojo fotográfico. Destreza de arquitecto. Ingenio de newyorkino-habanero-atento-a-toda-realidad. Son esas imágenes las de la sala vacía donde prima lo cuadrado: sillones, piso, televisores vintage, matizada por algunos círculos, el retrato de Raúl Cañibano con la mano en la boca de la perra mientras el brazo tatuado de otro fotógrafo cae como saeta sobre su hombro, la habitación en penumbras con lamparita auxiliar y cama en auxilios, los obreros negros emergiendo de una equina sin cabezas, las cabezas de los patriotas comunistas en una urna iluminada en medio de la oscuridad cerrada de la noche habanera.

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Denso pastel sostenido, lamida de cristal.

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10 comentarios

  1. “El fotógrafo quiere verlo todo……”…… Orestes pasa y mira y hace la imagen y habla poco y escucha rápido y mira y mira y mira y captura al vuelo. Su silencio es cómplice.” This is a fabulous narrative about the photographer and how he envisioned the book to be. Felicitaciones, Orestes Gonzalez!

  2. Excelente reseña del trabajo, que nos regalas en tu último libro Habanero. Maravilla esta visión, súper fidedigna y real, en la que incitas a conocer otra Habana, diferente a la de las postales turísticas, ofreciendo elementos para que se pueda hacer una justa valoración a una ciudad, que no muchos tienen la capacidad y la sensibilidad, para poder captarla a golpe de “click” del obturador.
    Con cada nueva obra q nos regalas, sorprendes y te superas.
    Felicidades y siempre éxitos para ti!!
    AliciaG

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