![utama-loayza-grisi-portada Fotograma de ‘Utama’ (2022); Alejandro Loayza Grisi (IMAGEN Youtube / Costa Rica Festival Internacional de Cine [trailer])](https://rialta.org/wp-content/uploads/2022/09/utama-loayza-grisi-portada-696x436.jpg)
Bolivia ha entregado a la cinematografía latinoamericana de 2022 uno de sus más valiosos títulos, justo cuando la producción del subcontinente disfruta de un espléndido rendimiento internacional, según evidencian las disímiles películas que por estas fechas nutren el programa de los festivales más prestigiosos del mundo. Cada día crece el número de obras latinoamericanas en el catálogo de esos grandes eventos gracias a sus acuciosas observaciones sobre las experiencias de vida particulares y las problemáticas globales de la región, así como a las vibrantes poéticas desplegadas por realizadores interesados en ensayar arriesgados y novedosos ejercicios de estilo.
Bolivia no ha estado jamás entre las cinematografías nacionales más activas de América Latina. Sin embargo, ha tributado en los años recientes filmes que reintroducen expresiones de vanguardia al paisaje creativo continental; obras procedentes de jóvenes directores, poseedores de una temprana madurez, palpable en la complejidad con que se adentran en el tejido social para desde ahí recabar una elaboración artística plena de revelaciones. No fue suficiente presentar el año pasado la insólita El gran movimiento (Kiro Russo, 2021), pieza de una desafiante actitud experimental. Utama (2022), ópera prima del director Alejandro Loayza Grisi, registra una excelencia caligráfica y una inteligente disección de los traumas existenciales de sus protagonistas, capaz de desestabilizar cualquier tipo de expectativa receptora.
Utama cuenta ya con una notable travesía por certámenes en los cuales ha conseguido más de un galardón. En el último Festival de Sundance se alzó con el premio a Mejor Película Dramática en la sección World Cinema Dramatic; en el Festival de Guadalajara recibió los laureles a Mejor Guion Iberoamericano y Mejor Ópera Prima, y en el Festival de Málaga obtuvo la Biznaga de Oro al Mejor Filme Iberoamericano, junto a otros tres reconocimientos.
¿Qué narra Loayza Grisi en su primer largo de ficción? La tragedia de un matrimonio de ancianos quechuas, residentes en una comunidad del altiplano boliviano, que debe decidir entre abandonar sus tierras o enfrentar la muerte. Con un guion delineado cuidadosamente, el realizador consigue un elocuente registro de las relaciones profunda entre el hombre y la naturaleza. Con muy pocos diálogos, la escritura fílmica documenta la posición escabrosa de un hombre en su entorno.
Utama expone la rutina de Virginio y Sisa en medio de las agrestes montañas andinas, una periferia en la que han echado raíces por alrededor de ocho décadas. Cada mañana en cuanto despunta el sol, él sale a pastorear su rebaño de llamas, y la cámara lo observa diminuto, insignificante al centro de ese páramo golpeado por una extrema sequía. El agrietado suelo que pisa el protagonista, la aspereza del clima que lo abraza, el vapor que desdibuja a lo lejos las faldas de las montañas, son también metáforas acerca del abandono sufrido por la cultura quechua boliviana. Por su parte, ella se ocupa de los quehaceres de la casa: limpia el corral y teje la lana. Diariamente sale a conseguir un poco de agua, mientras constata que cada vez son menos los habitantes del lugar: todos se exilian ante el desafío que representa subsistir en una geografía indoblegable, donde no llueve hace un año, donde el calor y las ráfagas de polvo amenazan con exterminar cualquier aliento de vida.
Clever desea que ambos personajes se muden con él a la ciudad, vistas las condiciones de vida en que se encuentran, desprovistos de agua y alimentación suficiente, afectados por una edad que les impide prácticamente valerse por sí mismos. Durante los recorridos emprendidos con el abuelo, mientras pastorean las llamas, que caen muertas por falta de agua, el joven descubre que Virginio padece una enfermedad respiratoria que lo tiene al borde la muerte. Esa es para Clever una razón mayúscula al insistir en sacar a sus abuelos de esa zona inhóspita, perdida en el tiempo. El muchacho enfrenta al viejo una y otra vez, pero sus discusiones no parecen conducir a ningún lado. No se entienden. La insistencia del Virginio en hablar quechua marca una diferencia mucho más profunda que la definida por la edad. No es un simple conflicto generacional. Clever no percibe, quizás no puede, la insondable dimensión de cuánto debe a su cultura.
La narración pausada, que acompaña las distendidas caminatas del abuelo por aquellos parajes sin vida, advierte sobre un ritmo vital incomprensible para el nieto. Él está convencido de que el obstinado rechazo de su abuelo a viajar a la ciudad, su negación absoluta a la modernidad, y su aceptación ecuánime de la muerte, son muestra de egoísmo, intransigencia, terquedad… Se lo dice, incluso, ya cuando ambos han asistido a una ceremonia de sacrificio donde se mezclan, en suelo árido, la sangre de una llama con agua para invocar la lluvia. Virginio quiere secretamente que su nieto conozca cómo se combate esa opresora sequía que extermina a un pueblo dejado a su suerte por un gobierno que los ignora.
Al final unos personajes y otros comprenden sus respectivas razones. Cuando expone ese drama interior, emplazado en una comunidad tan singular como la quechua, abatida hoy por un cambio climático demoledor, la película conquista una hondura reflexiva y un buceo antropológico esenciales. Además de la fotografía, que aporta una extraña sustancia poética a la ya de por sí desgarradora historia, resuelta en una hermosa combinación de naturalismo y plasticidad visual, otro rubro imprescindible de la realización es la arquitectura de los personajes: diseñados con muy sutiles marcas de caracterización, escuetos diálogos y muchísimos silencios. En sus aparentemente anodinas acciones, en la manera en que se relacionan entre ellos, asoma una intensa humanidad, fundada en las actuaciones de unos intérpretes no profesionales cuyos rostros descubren el sentir profundo de ese mundo en recesión.
Loayza Grisi imprimió a su ópera prima una densidad existencial y una belleza expresiva que redundan en la excepcionalidad. Se abre camino hacia los Goya una película, rigurosamente dirigida, que induce medulares meditaciones sobre la cultura latinoamericana y expone las mejores virtudes de la aventura fílmica emprendida por los creadores del subcontinente.
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