Todo lo que Picasso toca se convierte en pintura. Desde que agarró un lápiz de niño para garabatear un papel, este pintor malagueño no ha hecho otra cosa que vivir y pintar, pintar y vivir. A los 10 años exhibe por primera vez en los portales de una paragüería de la Coruña. Picasso no le tiene miedo a nada: lo mismo pinta a su mujer en cualquiera de las cuarenta formas que se le aparece, que coge una hoja de palma, el muelle de un automóvil y un cesto de mimbre para construir la escultura de una chiva. Sus obras son la demostración de una capacidad ilimitada para transformar la vida en arte. “¡Qué desgracia la del pintor −declara Picasso−, enamorado de las rubias, que no las puede pintar en un cuadro porque no van bien con una cesta de frutas! ¡Qué triste suerte la del pintor que odie las manzanas y tenga que pintarlas todo el tiempo porque van bien con el tapiz! Yo meto en mis cuadros todo lo que se me antoja. ¿Que no van unas cosas con otras? Peor para ellas; no tienen más remedio que aguantarse”. El diálogo del artista con la vida es incesante, casi interminable porque Picasso cumplió 80 años el día 25 de este mes.

El espíritu dominante de casi todas las grandes obras de este siglo es la angustia, la soledad y el pesimismo; desde Marcel Proust y Franz Kafka, hasta Henry Moore y Paul Klee. Franz Kafka se debate en todas sus obras por arraigarse en un mundo hostil. Marcel Proust se refugia en sus recuerdos porque la realidad es demasiado cruel. Paul Klee escarba en su conciencia para encontrar un poco de sosiego en las criaturas de su imaginación. Todas estas obras son monólogos interminables en que el artista no logra comunicarse con su ambiente y los hombres. Son obras que nos producen una catarsis ahondando en las zonas más desgarradas de nuestra existencia.

Picasso es todo lo contrario: Picasso nos reconcilia con la vida.

Hay dos maneras de crear: porque el artista se siente incómodo y busca el equilibrio o porque siente tanta pasión por las cosas que es necesario hablar de ellas y pintarlas. El caso de Picasso es el del artista que se desborda en sus creaciones. Jamás un cuadro de Picasso me ha entristecido. Siempre me ha ayudado a llenarme los pulmones de aire. Detenerse a observar uno de sus cuadros es como sentir que se tiene algo vivo entre las manos. No hay zonas muertas en sus óleos: cada color nos dice algo, sus trazos tienen la firmeza y la seguridad de un conquistador. Inclusive en sus cuadros más trágicos, como el Guernica, uno siente la fuerza incontenible de la vida triunfando por encima de la muerte.

Las cosas y los hombres llenan la superficie de los cuadros de Picasso. Por mucho que cambie la forma o el color, siempre se siente en sus óleos la proximidad de la figura o el objeto natural.

No existe un arte abstracto −insiste Picasso−. Hay que comenzar siempre con algo y después se pueden quitar todas las huellas de la realidad. Entonces ya no hay peligro, porque la idea del objeto habrá dejado una marca indeleble. Es lo que incitó al artista, estimuló sus ideas y despertó sus emociones. A fin de cuentas, ideas y emociones quedarán apresadas en su obra. Por mucho que hagan no podrán escaparse del cuadro, del que forman parte integral, aun cuando su presencia ya no pueda ser observada.

El hombre domina en la obra de Picasso; la mujer y el hombre como cuerpos. Paisajes y naturalezas muertas ocupan menos de una tercera parte de sus cuadros y esculturas. El cuerpo humano asume cien formas diferentes en la obra del malagueño: figuras realistas dibujadas con la precisión de Ingres, máscaras africanas, un cuerpo de mujer construido con líneas sinuosas, retratos realizados partiendo de círculos y triángulos, figuras construidas con huesos blancos, mujeres neoclásicas de muslos torneados y cuerpos de amazonas, hombres con cabezas de toro.

Picasso es un maestro de la pintura a la manera de Giotto y Rembrandt. Sus cuadros obedecen a las mismas leyes de dibujo, forma y color. Están organizados resudando las conquistas más importantes de la pintura occidental. La única diferencia está en su visión de la realdad. Picasso da un paso más allá de fotografiar la realidad: deja que sus ideas y sentimientos la transformen sobre una tela, en el barro o sobre la superficie de un plato de cerámica.

Europa podría dividirse en dos regiones: el Mediterráneo y el Norte. Cada una de estas regiones −aparte de su situación política y social− da a sus habitantes una manera característica de ver el mundo, de sentir la vida. El Mediterráneo es la cuna de la civilización europea y por lo tanto tiene una manera más abierta y extrovertida de encarar la existencia. El nórdico, por el contrario, tiende a encerrarse en sí mismo y recrear el mundo en su fuero interno. Los grandes sistemas filosóficos son naturales del Norte, en el Mediterráneo se vive de una forma más práctica y sensual. El psicoanálisis es un producto del pensamiento alemán. Picasso es un producto del Mediterráneo.

El Mediterráneo es una de las claves de la pintura de Picasso. Los espacios abiertos, el uso del blanco y el azul para recrear una atmósfera hospitalaria, son características de su pintura. El expresionismo nórdico abusa de rojos y ultramarinos, y encajona las figuras para darnos el mundo subjetivo del hombre. Paul Klee podría colocarse como el antípoda europeo de Picasso: en este pintor suizo todo es subjetivo y habita un mundo comprimido. La pintura moderna trabaja con diferentes combinaciones de estos elementos: el subjetivismo nórdico que pasa el tiempo hurgando en la conciencia y el amor por la apariencia, la superficie de los objetos, de los pueblos mediterráneos.

Este deleite por el tratamiento de la superficie del mundo toma en Picasso una forma explosiva. Sus cuadros siempre parecen a punto de estallar y salirse del marco. Las formas y figuras parecen estar siempre en proceso de expansión. El pincel parece haber puesto en movimiento las figuras sobre la tela. Un paisaje, una figura siempre son para Picasso una oportunidad para ensayar nuevas combinaciones de forma y color.

La pintura de Picasso está llena de movimiento y agilidad. Es como si su pincel hubiera desencadenado la materia.

Harta el impresionismo la pintura occidental se dedicó a estudiar la naturaleza. Con el impresionismo, que analiza el efecto de la luz sobre los objetos, la realidad que comenzó estudiando el Renacimiento, llega a su punto más intenso y frágil. Después de eso al hombre no le basta ya con conocer la materia: la quiere cambiar.

Si en la ciencia el hombre se dedica a buscar nuevos productos y desencadenar la energía del átomo: en la pintura se dedica a dinamitar la visión fotográfica para humanizar el mundo exterior incorporando los sentimientos y las ideas a nuestra visión de la realidad. La pintura moderna es la fusión del hombre con su realidad. De la misma forma que Einstein hizo posible la liberación de la energía atómica. Picasso hace posible el dominio absoluto del pintor sobre la imagen.

Sería bueno detenerse ahora para saber hasta qué punto lo que he dicho basta ahora ayuda a la comprensión de los cuadros de Picasso. En realidad, le tengo un verdadero pavor a las palabras huecas. Es muy fácil ensartar una retahíla de frases rimbombantes sobre Picasso. Es un pintor tan ágil, sin embargo, que salta con facilidad por encima de las toneladas de retórica que lo cubren. Se escribe más sobre Picasso que se conoce su obra. Quisiera que el lector repasara los cuadros del pintor que aparecen reproducidos en este número de Lunes. Si no le dicen nada sobre lo obra es mejor que no siga leyendo.

Si quiere, hagamos una prueba más y detengámonos en el análisis de un cuadro determinado: Les Demoiselles d’Avignon. En este cuadro Picasso busca una nueva forma de expresión. Es un momento de transición dentro de su obra.

Desde principios de 1907 hasta la primavera Picasso estuvo pintando Las doncellas de Aviñón. Aquí está todo Picasso: su amor por la figura humana, su seguridad en el manejo de la forma y el color. En el cuadro se pueden apreciar dos etapas. Las tres figuras de la izquierda fueron las primeras que pintó, son las más amables; las otras dos, con el rostro grotesco de las máscaras africanas, las pintó ya en la etapa final.

Los cuerpos están construidos con una técnica más plana que la empleada en los rostros. Las dos figuras de la derecha tienen rostros de máscaras africanas. Por esta fecha la escultura africana adquiere categoría de arte en Europa. Picasso no vacila en introducir esta nueva forma de ver la figura en sus cuadros.

Las figuras y el fondo están tratados por planos. La forma y el color forman un rompecabezas armónico. Este cuadro marca el principio del cubismo.

Las figuras amables tienen un fondo blanco y una cortina rojiza, las grotescas un fondo azul que suaviza un poco la brutalidad de las expresiones. Al pie del cuadro vemos un racimo de uvas, dos peras y una tajada de melón. Los elementos de la composición al mismo tiempo que alimentos para las doncellas. La proporción que existe entre las figuras y la naturaleza muerta es la misma que existe dentro del conjunto de la obra del pintor: domina algo así como una quinta parte del óleo.

En este cuadro se ve con claridad cómo Piccaso ha tomado el cuerpo de cinco mujeres y, sin destruir su realidad, las ha convertido en objetos plásticos; ha dejado que su imaginación y su amor por la materia, reconstruyan las figuras. Es un cuadro que abre las puertas de par en par a la experimentación del arte moderno: aquí hay cubismo, expresionismo y surrealismo. Aquí el hombre de este siglo manifiesta su voluntad de dominar la vida sin dejar por ello de respetarla. Para Picasso Las doncellas estuvo siempre ligado a su vida. Sus amigos pintores se acercaban para hablarle de los valores puramente plásticos de la obra y el astuto e ingenuo español les decía: “Esta es la madre de Max”. Probablemente refiriéndose al poeta Max Jacob, su gran amigo.

Picasso pintó este cuadro pensando en un burdel a pesar del exótico nombre de Las doncellas de Aviñón. En realidad el título es una ironía. Estas doncellas son unas prostitutas de la calle Aviñón, en Barcelona. Otro ejemplo del Proteo que hay en Picasso.

El profundo apego que Picasso siente por la existencia del hombre ha evitado que se estancara en un callejón sin salida. Siempre ha sido la vida la que ha determinado la expresión de su arte. En 1950 la familia Picasso adquiere una cabra. Resultado: una escultura del animal. Cuando se entera de las crueldades del ejército norteamericano en Corea pinta La matanza de Corea: un grupo de robots armados dispara contra un grupo de mujeres indefensas, desnudas y rodeadas de sus hijos. En 1954 Picasso conoce a una atractiva adolescente con una larga cabellera rubia: no puede reprimir el deseo de pintar toda una serie de retratos de Sylvette.

El optimismo es una predisposición de ánimo que cuesta trabajo mantener en el siglo veinte. La ciencia ha producido la penicilina y la bomba de hidrógeno. En Europa murieron más de 30 millones de hombres durante la pasada guerra mundial. “Si no tuviera fe en la vida −afirma Dostoievski por boca de Iván Karamazov−, si dudase de una mujer amada, del orden universal, y estuviera persuadido, por el contrario, de que todo no es sino un caos infernal y maldito, aun entonces, a pesar de todo, querría vivir”. Es la afirmación absoluta de la vida. Ese espíritu lo encontramos en Picasso. A través de sus cuadros el hombre contemporáneo entra en contacto con la fuerza elemental que lo libera de una carga casi insoportable de desgarramientos.

Después del bombardeo de Guernica, una margarita crece entre las ruinas en la base del cuadro y unos ojos llenos de misericordia se asoman por una ventana llevando entro las manos una lámpara.

Picasso me ha enseñado a amar la vida por encima de todas las cosas.


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