Alfred Lichtenstein: poemas

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Niebla

Una niebla ha arruinado tan blandamente el mundo.
Los árboles sin flores en humo se deshacen.
Flotan sombras allí donde se oyen gritos.
Como soplos se esfuman bestias incandescentes.

Las lámparas de gas son moscas atrapadas,
y cada una tiembla buscando escapatoria.
Alta y lejana, ígnea, oblicuamente acecha
la luna venenosa, como grasienta araña.

Pero nosotros, buenos para la muerte, sórdidos,
desandamos crujientes este esplendor estéril.
Y clavamos los blancos ojos de la miseria,
taciturnos, cual picas en la túmida noche.

Paisaje

Igual que viejos huesos descansan en la olla
del mediodía las malditas calles.
Hace ya mucho tiempo que te vi.
Hala un niño a una niña por la trenza.

Dos perros se revuelven en el fango.
Me gustaría llevarte sujeta de mi brazo.
El cielo es un gris papel de estraza
donde se pega el sol: una mancha de grasa.

Veraneo

El cielo se asemeja a una medusa azul.
Hay sembrados en torno, lomas con verdes prados.
Mundo de paz, enorme ratonera,
si escapara de ti… si me salieran alas.

Lanzan dados. Y beben. Charlan sobre el futuro.
Cada uno ejercita satisfecho su hocico.
La Tierra es un grasiento asado de domingo,
bien empapado en la salsa dulce del sol.

Ah, si un viento con garras de hierro desgarrara
este mundo tan suave. Me regocijaría.
Y una tempestad… que el bello cielo azul,
el cielo eterno en mil pedazos destrozara.

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La excursión

Oye, no aguanto más
estas paredes sólidas
y estas áridas calles
y el sol rojo en las casas,
el infame desgano
de todos estos libros
hace tiempo aprendidos.
Vamos, tenemos que irnos
bien lejos de la ciudad.
vamos a tendernos
sobre un suave prado.
Levantaremos entonces
amenazantes, inermes
contra el absurdo,
inmenso,
azul mortal,
desnudo cielo
los ojos embotados, descarnados,
las malditas llorosas manos.

Profecía

Vendrá algún día –tengo señales–
mortal tormenta del lejano norte.
Por doquier huele a cadáver.
Ya comienza la masacre.

El cielo hinchado se oscurece.
Muerte-tormenta alza sus zarpas.
Todos los harapos van cayendo.
Actores se quiebran y muchachas estallan.

Se desploman las cuadras con estrépito.
Ninguna mosca logra salvarse.
Hermosos hombres homosexuales
caen de sus camas dando vueltas.

Se rajan las paredes de las casas
y los peces se pudren en los ríos.
Todo termina repulsivamente.
Los ómnibus se vuelcan entre chirridos.

Pero vendrá una guerra

Pero vendrá una guerra. Hubo paz largo tiempo.
La fiesta terminó. Y chillan las trompetas
hacia tu corazón. Todas las noches arden.
Tiritas en las tiendas. Pasas calor y hambre.
Te ahogas. Revientas. Te desangras. Gimen los sembrados.
Caen campanarios. Incendios a lo lejos.
Los vientos se estremecen. Grandes ciudades crujen.
Viene del horizonte un tronar de cañones.
Rodeando las colinas blanco vapor se eleva
y sobre tu cabeza estallan las granadas.

La batalla de Saarburg

La tierra enmohece en la niebla.
La tarde pesa como plomo.
Restalla todo electrizado en torno
y cae con un gemido hecho trizas.

Como baja escoria humean
las casas en el horizonte.
Estoy solo, tendido en la crepitante
línea de tiradores.

Hostiles pajarillos de cobre
zumban sobre mi cabeza y mi corazón.
Me yergo hendiendo las sombras
y enfrento la matanza.

La granada

(Enviado el 22 de agosto de 1914 desde el campo de batalla)

Primero un golpe claro y seco de timbales,
un estallido en el azul del día.

Después se oye como cohetes ascendiendo.
Sobre rieles. Miedo y largo silencio.

A lo lejos, de pronto, impacto y humo.
Un eco extraño, grave y duro.

El atleta

Un tipo andaba con pantuflas raídas
de un lado a otro por el pequeño cuarto
en que vivía.
Pensaba en los sucesos
de que hablaba el diario verspertino.
Y bostezaba triste, como solo bosteza
el que ha leído mucho y cosas muy selectas.
Y de pronto le vino un pensamiento,
como al miedoso la carne de gallina
y algún eructo al que comió en exceso,
como las contracciones a una parturienta:
el gran bostezo sería tal vez una señal,
un guiño del destino, que le recomendaba descansar.
Y esa idea ya no lo abandonó.
Así que comenzó
a desvestirse…

Cuando estuvo desnudo, hizo unos minutos de gimnasia.

Capriccio

Quiero morir así:
está oscuro. Y ha llovido.
Pero no sientes ya el peso de las nubes
que detrás de ti cubren aún el cielo
con suave terciopelo.
Por las calles corren ríos de agua negra
frente a las casas amontonadas, donde los faroles,
collares de perlas cuelgan con su luz.
Y en lo alto están volando mil estrellas,
insectos de plata, en torno a la luna.
Yo estoy en el paisaje. En algún lado. Y miro
absorto y muy en serio, un poco tonto,
pero con aire de superioridad, las sofisticadas
piernas de una dama, azules como el cielo,
mientras un auto me destroza, y tanto
que mi cabeza, una canica roja,
rueda a los pies de ella…

Y se sorprende. Y echa pestes con tacto. Y arrogante
La empuja con su tacón alto y elegante
al arroyo.


* Sobre la traducción: ver créditos.

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