Querido Labastida:
No sé si esta te llegue mediante algún dilecto amigo ni si –tampoco– el tiempo que emplee el recorrido y, peor, si te llegue. En todo caso vale más un disparo que no dé en el blanco a otro que se quede mustio en la recámara del fusil.
Logré hacerme con el número de Plural del mes de julio –ya marchito por las vehemencias de sus lectores– y no pude menos que fotocopiar tu editorial que junto al que le dedicaste a Octavio Paz en ocasión de su Premio Nobel me parecen de una honestidad, valentía y lucidez más que sobresaliente. (Del resto de la entrega no coment: ¿qué decir del análisis de Madeline Cámara sobre la poesía de María Elena, o de la reflexión de Osvaldo Sánchez sobre la pintura cubana de hoy, o –para no extenderme– la vivisección de Ernesto Hernández Busto?) Hoy, precisamente, me llegaron noticias de unas declaraciones tuyas en Excélsior, en relación con nuestra problemática, y aun cuando no tengo la información completa ellas me dan aliento, con- fianza y razón para seguir defendiendo nuestro derecho a pensar libremente y, sobre todo, proclamarlo a viva voz a los mil puntos cardinales. Si a ello agrego algunos retazos de palabras pronunciadas por Jorge Amado (no puedo precisar dónde) mientras celebraba su cumpleaños la alegría se toma indescriptible: tú y el resto de los compañeros deben saber que hoy —como siempre, aunque más— la solidaridad de los amigos es más necesaria, imprescindible y definitiva que el mismo pan.
Alguien me dijo por aquí que estás al frente, también, de la editorial Siglo XXI. Y para no darle más vueltas al asunto: tengo terminado un libro de poesía —He aquí el cuerpo, del cual publicaste el año pasado unos poemas— y otro de cuentos —Las prendas del diablo, al que pertenece “Una muchacha muy sola” que incluiste en la entrega 250–: ¿qué posibilidad hay de publicar ambos libros por allí en el sello que diriges o en otro que me sugieras? Ahora estoy enfrascado en una novela -–“Alguien me habló de los naufragios”, título que como supongo sabes te robé de un poema– en la que pretendo reflexionar sobre estos días que asumimos, desgarrados, a veces impotentes, siempre testigos, partes y jueces, qué enredo. (Ni qué decirte que te la “vendo”: la situación de mi país, como ves, me despierta al remoto sefardita que me regalaron mis abuelos astures.)
No sé si pueda enviarte con esta un ensayo del joven historiador cubano Manuel Cuesta Morúa. De todas formas te adelanto la noticia porque el borrador del texto me pareció, además de oportunísimo, importante, en virtud del tema que aborda, y de la forma que lo hace: la ideologización de la sociedad cubana hasta en sus zonas más recónditas, y los efectos desastrosos de esa impronta.
Caso de que te tomes el trabajo de responderme –la ironía, por supuesto, es exprofeso– por favor hazlo mediante un mensajero de confianza: padezco, entre otros autos, de la interrupción de mi correspondencia. Quizás no tengas idea de lo amable que son los muchachones de la Seguridad.
Va un abrazo, a reserva de dártelo allá, aquí o en cualquier parte de este planeta que algún día tendrá que arreglarse. No digo yo.
Tu
Bernardo Marqués Ravelo.
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