Alguien me dijo en un bar que escribiera
un poema sobre el terremoto en Haití.
¿Para qué? La historia lo ha probado:
La poesía no puede arrebatarle bebés a la muerte.
Ni un hueso. Ni siquiera un zapato.
Frank Báez, 23 de enero de 2010
Ese día no estábamos volando entre las nubes arriba de Miami, ni estábamos navegando sobre las aguas del Mar Caribe. Ese día solo estábamos rodando por la Biscayne hacia el norte, siguiendo las instrucciones de la voz de Google Maps, que decía en inglés: “dobla a la izquierda en el semáforo”. Frank Báez estiró la mano y puso el teléfono frente a nosotros. La selfi muestra a dos personas sonrientes que se acaban de conocer en persona, se acaban de dar un abrazo a la entrada del Motel Vagabundo.
Muchos años atrás, dieciocho, para ser precisa, yo estaba volando entre las nubes arriba de Santo Domingo. Aterrizando por primera vez en el país de Frank Báez. El avión había salido del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez y yo había estado detenida un rato mientras la Interpol confirmaba mi identidad: cubana, 22 años. Luego el avión empezó a dar saltos: volábamos bajo la inclemencia del huracán Ernesto, a finales de agosto del 2006.
Leí por primera vez a Frank Báez en el año 2014 o 2015, su libro de un tirón. Cada vez que leo a Frank Báez me viene esa sensación, la de aterrizar en Santo Domingo después de unas turbulencias de las que nunca creí salir. Yo pensaba que el avión se iba a caer. Las mujeres en el avión hablaban y se reían, como en un poema de Frank Báez, y decían que no me preocupara.
Ahora puedo decir que conocí a Frank Báez en Miami, como tenía que ser desde el principio, gracias a una invitación de Scott Cunningham, que Scott nos hizo a los dos por separado, independientemente de que nosotros quisiéramos conocernos o no, entre dos noches de fiebre alta, insoportable, como si él hubiera escrito todo eso, para al final preguntarme o decirme: “chica, tienes dengue”.
Y puedo decir también que pasé a recogerlo en mi trax y que cuando llegué al lugar me entraron unas ganas de orinar enormes, tenía que orinar la fiebre como si Frank Báez fuera el autor de un poema sobre dos desconocidos que van a leer poemas juntos, uno tiene fiebre y otro no. Tuve que pararme en puntillas para abrazar a Frank Báez, y tuve que dar un saltico para besarlo, aunque ya no recuerdo si lo besé en la mejilla o en el cuello de su camisa. El cuello de la camisa estaba lleno de flores.
No hay que preocuparse, solo hay que hacerlo, y sobre todo, solo hay que no dejar de hacerlo. Eso parecen decir los poemas de Frank Báez. Y mientras lo haces, reír. O incluso llorar, halarte los pelos. Pero lo más importante es hacer las cosas con ganas, bien hechas: si uno va a llorar tiene que ser al punto de que se forme un pequeño mar de lágrimas, sin culpa ni pudor, y que sea un mar azul tan bello como la palabra gato, o la palabra zapato, o la palabra pantalón.
Fue un deseo cumplido que nos conociéramos en persona el 27 de abril pasado, en medio del Festival de Poesía O, Miami. Que yo te viera leer, que pudiera sentarme a tu lado bajo los árboles, como si Miami se detuviera por un momento y dejara de ser lo que es. Fue una coincidencia fuerte, ¿verdad?
Claro, fue una sorpresa. No sabía que también estarías en esa lectura tan especial del 27 de abril pasado, que más que una lectura, fue un reencuentro de amigos y despedida de Scott Cunningham, quien dejará de ser el director de O, Miami ya que se muda con su familia a Chicago. Recuerdo que tú me fuiste a buscar al hotel en tu carro y me llevaste a la lectura que quedaba por Little Haiti. Tenías fiebre, sentías que la cabeza te iba a explotar y pese a eso te quedaste ahí hasta el final. Me sorprendió mucho tu profesionalidad. Otra persona se habría marchado. Pero tu eres una estoica. Aunque cuando te dije eso, me dijiste que eras cubana.
Sea como sea, fue una demostración linda de amistad para mí y para Scott también. Recuerdo que Scott te presentó diciendo que tú haces que Miami parezca el creativo París de entreguerras, que hay que estar cerca de ti para que a uno se le pegue la magia.
A la altura de esta entrevista, el laboratorio mexicano de libros artesanales y ediciones limitadas llamado Niño Down reedita Anoche soñé que era un DJ, diez años después de su publicación, y su portada te recuerda “One more time”, de Daft Punk. ¿Qué me puedes decir al respecto?
A mí me da mucha alegría cada vez que reeditan los libros. Además, que cuando pasa, uno vuelve a esos poemas antiguos, a prestarle atención y a tratar de recordar el momento en que fueron concebidos. Así que estoy muy contento de que Niño Down lo haya reeditado.
Por mi parte, tengo la edición miamense del 2014 publicada por Jai Alai Books, la editorial de O, Miami Poetry Festival. No me dio tiempo a conocerte ese año, pero te escribí al siguiente, cuando llegué a esta ciudad pantanosa por segunda vez. Tu libro es verde y está lleno de preguntas ansiosas que no olvido.
La edición de Jai Alai Books fue un libro bilingüe. Mis poemas fueron traducidos por dos norteamericanos caribeñizados: Hoyt Rogers y Scott Cunningham. Recuerdo que el libro lo presentamos en el 2014, en la Calle Ocho, en un club con un patio tropical en el que había tocado Billie Holiday y John Coltrane. Generalmente, en los lanzamientos de libros, tal como señala Homero Pumarol, hay mucho más poetas que público general. En el mío creo que no había poetas, pero sí había muchas lesbianas. Yo fui feliz. Esa noche la cerré bebiéndome una batida de zapote –mamey para los cubanos– en el Versalles, reflexionando sobre el horizonte literario que se me despejaba.
Por ejemplo, ¿quién es la Marilyn Monroe de Santo Domingo y quién pudiera ser el Frank Báez de California?
Ah, eso solo se puede responder con un poema. Pero te cuento. La Marilyn Monroe de Santo Domingo fue un poema que escribí hace veinte años y que acabo de relanzar en una edición que incluye gran parte de las traducciones que se le han hecho. Pienso que las traducciones funcionan muy bien con ese poema, que es una metáfora de la mutación, un juego de espejos lezamianos. Lo que me encanta es que en este caso las traducciones son como diferentes vestidos de distintas tallas y colores con que se viste a la Marilyn Monroe. Es decir, sigue siendo ella, pero lo que cambia es el ropaje.
Todo está lleno de música en tus poemas, todo está lleno de caribe, etimológicamente hablando, gente fuerte y guerrera y culturosa, pero también gente de barrio, gente marginal y desprotegida. Todo está lleno de heavy metal y de bachata dulzona. Hay bocinas y motores y camiones y comida. Motores dominicanos. Niveles superlativos. Y me encanta. ¿Por qué nadie escribe poemas así?
Supongo que porque le tienen miedo a hacer el ridículo.
En el año 2017, cuando Seix Barral publica Este es el futuro que estabas esperando, tú seguías, desde Postales, sin haber visto a las mejores mentes de tu generación. ¿Aún sigues sin verlas?
Pérate, vamos por parte. En Postales yo publiqué un poema que es una parodia del Aullido de Allen Ginsberg y también del concepto de generación, que incluyo aquí para que comprendan de qué hablamos:
Maullido
No he visto las mejores mentes
de mi generación y ni me interesa.
También se debía a que en el momento muchas de “las mejores mentes” las representaban un sinnúmero de lambones y rastreros que se servían de la poesía para trepar socialmente. Pero eso no impedía que me interesara por los creadores marginales. Por esa razón, empecé en el 2005, junto a Giselle Rodríguez Cid, la revista de poesía Ping Pong, donde publicamos un montón de poetas que nos interesaban, y escribimos ensayos, reseñas, hicimos traducciones, redactamos ensayos y entrevistamos poetas, académicos y editores de poesía. Ahora que lo pienso, fue un esfuerzo evangelizador en pro de las tendencias poéticas que nos gustaban.
Por otro lado, escribí La trilogía de los festivales, que es mi forma de celebrar y homenajear a los poetas de mi generación. Se trata de tres crónicas largas que relatan los festivales de poesía que suceden en tres países: Argentina, Nicaragua y Puerto Rico. Quiero seguir extendiéndolo con uno que saldrá el año que viene titulado Otro festival más, y con otra trilogía pautada a publicarse en el 2027 llamada Muchos más festivales.
Todo esto surge porque tengo esa curiosidad, ese interés en la poesía de mis contemporáneos, de mi generación. Ahora que lo pienso, debo ser uno de los poetas contemporáneos que más ha escrito blurbs. Además, que tengo una colección extraordinaria de poesía hispanoamericana.
Ahora lo entiendo todo. Frank Báez: cantante de rock.
Yo no canto, Legna. Eso sí, soy un habitué de los karaokes. Siempre voy con poetas a los karaokes. Hasta la fecha solo me ha vencido uno, el mexicano Orlando Mondragón, que tiene una poderosa voz de barítono lírico. Pero nada, qué se le va a hacer, no nací con el don de una voz de oro. Pero creo que uno puede sacar los poemas de los libros e infundirles vida. En los libros los poemas están recostados y en la performance están de pie. Tal vez sea mejor dejarlos dormir en los libros. Pero a mí me gusta inventar y una de esas invenciones fue El Hombrecito.
¿Qué cosa es El Hombrecito?
El Hombrecito es una banda de música y poesía dominicana que empecé con el poeta Homero Pumarol y otros músicos de mi país. Hemos sacado tres discos y varios proyectos audiovisuales. Aunque no es realmente rock, es una mezcla de géneros, ritmos que surgen de los poemas, del talento inmenso de los músicos que logran procesar los conceptos que Homero y yo desarrollamos en libros. En esa dialéctica es que la banda resulta interesante y única. Pueden echarle un vistazo a lo que hacemos en Spotify o en Youtube.
¿Por eso lees poesía así, como si el poema fuera una piedra rodante, una pedrada?
Alguien una vez definió el rap así: leer rápido sin libro. Así que claro, yo leo rápido, pero es porque no quiero que se duerma la gente que viene a los recitales. A veces piensas que te están escuchando concentrados, sentados ahí con los ojos cerrados… pero ya van por el quinto sueño. En cuanto a la piedra rodante, creo que sí, que la poesía es una piedra rodante, pero no la piedra de Bob Dylan, sino la que se le cayó a Sísifo.
Leí Lo que trajo el mar en la edición Aguadulce de Puerto Rico. Leí varias crónicas sueltas, en internet, y leí la temporada de tu viaje a la India. Todo aquello sobre elefantes y maquillaje. ¿Qué te interesa contar en un relato?
Cuando escribo crónicas lo que más me interesa es revivir una experiencia. Y, de hecho, vivir con mayor intensidad algo que tal vez no comprendí en el momento. Ese “algo”, tal como te puedes imaginar, puede ser una aventura, una experiencia, una lectura, una amistad, una relación, un concierto. A mí lo que me interesa es poder transmitirla sin volver a los lugares comunes del periodismo y apoyándome en el humor, la poesía y la vitalidad nietzscheana.
¿Ese humor ácido del que todos hablan cuando se refieren a tus libros viene del cansancio con el lenguaje tradicional?
Yo no me canso.
¿Cómo titulas tus libros?
Casi todos nacen con su nombre. Se me ocurren en medio del proceso de creación.
No he leído tu libro de cuentos, pero me lo voy a comprar para tenerlos todos. Parece que hay alguien ahí obsesionado con Cuba.
Claro, en Págales tú a los psicoanalistas –que es como se llama mi libro de cuentos– hay varios personajes obsesionados con Cuba. Tanto en algunos de esos cuentos como en la novela que estoy trabajando ahora, se retrata la fascinación por esa Cuba, específicamente La Habana, que fue la meca para una sinnúmero de pensadores, artistas y marginales dominicanos de los setenta y parte de los ochenta. Desde Santo Domingo se veía a Cuba con devoción. Recuerdo que el artista Tony Capellán decía que había ido más de noventa veces. Claro, eso fue una época. Si le preguntas en la actualidad a los jóvenes dominicanos por Cuba tal vez piensen que estás hablando de un barrio de Miami.
¿Tú has estado en Cuba? ¿Qué crees de esa isla?
A pesar de ser uno de los lugares sobre los que más he leído en mi vida, nunca he pisado Cuba.
¿Conoces a algún escritor cubano? ¿Te interesa alguno?
Pero yo me he nutrido de la literatura cubana. Me sé de memoria poemas de Gastón Baquero, de Eliseo Diego, de Dulce María Loynaz. He presentado libros de Leonardo Padura, de Carlos Manuel Álvarez, de Antonio Orlando Rodríguez. La biblioteca de mi casa –la de mi padre– estaba llena de una sección dedicada solo a Cuba. Ya que esos libros los he reunido conmigo te puedo decir que tengo varias joyitas de la literatura cubana. Así que mi deuda con tu patria es enorme. Mi primera publicación fue una plaquette editada por Betania, la editorial cubana afincada en Madrid y dirigida por Felipe Lázaro. Así que los vínculos siempre han existido.
Nosotros nos vimos las caras (a través de una pantalla) en aquel taller…
Aunque nos conocimos por internet en el 2013.
Pero volviendo al taller de O, Miami sobre el Caribe y la diáspora caribeña, era un taller donde había escritores de varias nacionalidades y descendencias. Estaba Alejandro González Luna de Dominicana, Cindy Jiménez-Vera de Puerto Rico, Cristina Bendek de la isla de San Andrés, Oscar Cruz de Cuba, uno de los pocos poetas cubanos con quien he tenido afinidad poética, y muchos más que no hablaban español. Yo representaba a Miami, qué raro. Sé que has hablado mucho del tema, pero me gustaría que me hablaras de esa patología otra vez. Esa identidad caribeña, tu contexto y tus poemas como lanzas caribes, aborígenes.
Te explico cómo surgió el proyecto. Una vez en Miami, hablando con Scott –¡lo hemos mencionado tanto que le deben de estar picando las orejas!–, le propuse aplicar a unos fondos para realizar un crucero a través del Caribe con poetas caribeños. Discutíamos la incomunicación y el desconocimiento existente entre los creadores de la región. Pensamos en una gira itinerante de poetas caribeños a través de un crucero, que se titularía Los Poetas del Crucero y que consistiría en que los seleccionados se apearían en cada puerto del Caribe, leerían su poesía y retornarían al crucero para avanzar hacia el siguiente destino. No voy a negar que la idea suena extravagante, pretenciosa y hasta antipoética, pero surge en el contexto de una realidad espantosa: el modo más idóneo de conocer el Caribe es viajando por crucero.
Lo de los cruceros nunca se dio. Aunque espero que algún día resulte. Pero esa idea de reunir poetas caribeños sí cuajó. En ese contexto, es que surgen los talleres que mencionas, que organicé con Scott y con O, Miami. Más que talleres eran pretexto para que poetas de Haití, de Dominicana, de Puerto Rico, de Cuba, de Jamaica y de otros países caribeños conversemos y nos leamos. Al terminar, publicamos una antología de poesía que agrupaba un gran número de idiomas caribeños, titulada On shore-Off shore.
Al volumen también se le añadió una parte dedicada a las diásporas de los países caribeños que viven en los Estados Unidos y que fue una oportunidad para que muchos de ellos regresasen al idioma de sus ancestros. En fin, es una antología incompleta, como todas las antologías. Resulta muy complicado abarcar el Caribe en unas cuantas páginas: hay demasiados creadores. Uno de mis últimos descubrimientos es la poeta boricua Margarita Pintado, a quien recomiendo con encomio. Sirviéndose de una lírica que aparenta ser sobria y cotidiana, ha logrado lo más complejo: retratar con maestría la fragmentación del migrante caribeño.
Ah, Margarita Pintado, otro deseo que quiero cumplir: conocerla. Tenemos en común la admiración por el poeta cubano Lorenzo García Vega, y un aprecio mutuo. ¿Qué más me recomendarías para huir a otro lugar cuando necesite aire?
Mi recomendación es que vayas a la República Dominicana. Sé que has estado anteriormente, pero para tu próximo viaje prometo llevarte al Pico Duarte, la elevación más alta del Caribe, donde está el aire más puro y transparente.
¿Me vas a complacer con algunos poemas, para guardarlos en este archivo, conmigo?
Tatuaje
Quiero hacerme un tatuaje.
Tengo más de cuarenta
y aun no tengo tatuajes.
No quiero morir sin tatuajes.
Cada vez que ando
en las calles
veo tatuajes tribales,
calaveras en los hombros,
veo tatuajes de animales,
tan horribles
que se me van las ganas
de tatuarme
y es que imagínense
hacerse un tatuaje
y a la semana arrepentirse
y lamentarse
o que al tatuarte
el nombre de tu novia
a la semana te deje
por otro o por otra
y luego intentar
borrártelo con láser,
con cremas,
con operaciones quirúrgicas,
y nada,
y he visto gente con el cuerpo
lleno de tatuajes
deambulando por las playas
y me gustaría preguntarles
si el primero
que se hicieron
fue tan malo
que se han pasado
la vida tatuándose
en busca del
que les dejara
satisfechos,
el non plus ultra,
el tatuaje perfecto,
y ese tatuaje
podría ser un
verso estupendo
pero una española
se tatuó uno de Neruda
cuando el chileno
estaba de moda
y ahora que pasó de moda
y todo el mundo lo odia
nadie la ha vuelto a ver
en mangas cortas
y me gusta que las mujeres
se tatúen versos
y que al desnudarlas
tengamos material de lectura
y que sorpresa fuera
toparse con mis versos
en uno de esos cuerpos
y los peores poetas son quienes
se tatúan sus propios versos,
y bueno, el dilema
sobre qué tatuarse
no me deja dormir
y el tatuador me repite
no lo pienses mucho
solo hazlo y con el tiempo
te acostumbrarás
del mismo modo
que te has acostumbrado
a tu barba o a tus lunares
y me paro frente al espejo
y veo mi casta carne
sin tatuajes
y vislumbro
todas las posibilidades
de tatuajes
cubriendo cada milímetro
de la epidermis
como si fuese
el Hombre Ilustrado
de Ray Bradbury
hasta que apago la luz
y desaparecen mi reflejo
mi cuerpo
y yo.
Breve conversación con el mar caribe
Te cuento que el otro día conocí
al mar Mediterráneo y fue un poco
como conocer un actor olvidado.
Caminé por el malecón oyendo
sus olas que sonaban como
la tos de un Joe Pesci asmático.
Aunque más que un actor olvidado
el mar recordaba las momias que
exhiben en el museo del Cairo.
Nada que ver contigo, mar Caribe,
que esta tarde tienes tanto vigor que
parece que vienes del gimnasio.
No sé si te prefiero cuando
te tiendes manso y reposas como
un león en medio de la pradera.
O cuando te enfureces y ruges
e intentas sodomizar la costa
a la manera de Marlon Brando
en El último Tango en París.
Los pelícanos y las gaviotas se
te escurren de los dedos cuando
intentas atraparlos, es como si
quisieras salirte del lecho,
pero tus cadenas te sostienen
con tanta fuerza que no te queda
de otra que gritar y despotricar.
Di la verdad, ¿no te molestan
los cruceros con ancianos
y toda esa basura que te arrojamos?
Te hemos envenenado, contaminado.
El año pasado tus costas tenían
tantas algas que parecía que
en nuestras playas un turista
te contagió la sífilis.
Yo me dije esto se ve feo.
Y me pregunté si este no era el fin.
Pero en vez de mandar un tsunami
y desquitarte de nuestras ciudades
y borrar del mapa a Miami,
volviste a pacer tu rebaño de olas
que balaban en paz y en armonía
a lo largo y ancho de la costa.
¿Qué más te digo? Eres el mar
de mi infancia, me he pasado
la vida descifrando tus palabras.
Ambos hemos envejecido, pero
a pesar del paso del tiempo
sigo viniendo a este arrecife
a conversar contigo con la
misma inocencia de cuando
era niño y paseando por
tus playas recogí una caracola
y me la llevé al oído y tú me
hablaste por primera vez.
Llegó el fin del mundo a mi barrio
Llegó el fin del mundo a mi barrio
sin que a nadie le importara.
Mis padres tenían puesto CNN
esperando el boletín especial.
Los liquor stores y las tiendas
siguieron abiertos hasta tarde.
Nadie comprendía las señales.
Hasta la mujer que vio la silueta
de La Virgen de la Altagracia
en el cristal delantero de su jeepeta
fue al car wash a lavarla.
Nadie se percató que aquel caballo blanco
que arrastraba una carreta de naranjas
era del apocalipsis.
Moteles y bingos estaban abarrotados.
Las evangélicas que con sus panfletos
habían anunciado tanto el fin
se fueron a la cama temprano.
No cortaron las líneas de teléfono.
Ni se llevaron el agua y la luz.
Nadie vio las estrellas que caían del cielo.
Para cuando el arcángel Miguel sonó la trompeta
el partido de los Yankees
iba por el octavo inning.