Carlos Manuel Álvarez

A inicios de noviembre Carlos y yo cruzamos el puente de Brooklyn bajo un frío tremendo y las cabezas voladas, como único podíamos permitirnos a esas horas. Nos sentamos a mitad del camino hacia Manhattan, en el puente, a reírnos y sentir los movimientos de cada carro que nos pasaba bajo las nalgas. Estábamos al límite de la felicidad. Unos días después, me dijo que se iba a unir a los del Movimiento San Isidro y le dije cuándo y me dijo ya y le dije vete.

Si yo hubiese podido comprarle un boleto y dejarlo directo en Damas 955 lo hubiese hecho. Ya me resultaba insoportable tenerlo al lado. Días antes, viendo Hamilton en casa, interrumpió para decirme que todos nosotros estábamos muertos y que quizás las únicas personas vivas en ese momento eran los del Movimiento San Isidro. Aún nadie se había declarado en huelga de hambre y aún el movimiento no había acaparado portadas en medios de todo el mundo. Ahí comenzaba a gestarse su incomodidad, la de Carlos.

Si Carlos está en México y las cosas están pasando en Nueva York, Carlos es el tipo más infeliz del mundo. Si Carlos está en Madrid y se está estremeciendo La Habana, Carlos es el tipo más deprimido sobre la Tierra. Yo lo recuerdo de veinte años caminando por Centro Habana y sentir una bronca en la esquina y dejarme botada para ir a ver la bronca. A tres días de cumplir 31, quiere estar donde estén sucediendo las cosas y no en otro lado. A veces han coincidido él y los acontecimientos, y a veces él ha ido en su búsqueda.

Estuvo en el aeropuerto José Martí cuando al pitcher José Ariel Contreras, ídolo de su infancia, se le permitió regresar a Cuba luego de años sin poder hacerlo. Estuvo en México cuando el terremoto de septiembre de 2017 estremeció la ciudad que lo ha acogido en los últimos años. Estaba en La Habana cuando el tornado de 2019 atravesó varios municipios de la ciudad, dejando más tristeza y pobreza de la que ya la ciudad acumula. Estaba en la frontera entre Panamá y Costa Rica cuando cientos de migrantes cubanos quedaron allí varados. Estaba en Miami cuando ganó Trump y estaba en Nueva York cuando ganó Biden. Estaba en La Habana en marzo cuando hubo que pelear la libertad del artista Luis Manuel Otero Alcántara y cuando lo liberaron. Y como no estaba en el momento en que varios miembros del Movimiento San Isidro se declararon en huelga de hambre, pues se agenció un pasaje para llegar a San Isidro.

Carlos no tiene casa. Realmente tiene muchas, las de los amigos, las de las amigas, las de la familia, pero ha sabido no ser el dueño de ninguna. Le da miedo el hogar. Carlos es la persona que yo conozca que más libros tiene y no tiene un librero propio. Tiene cientos de libros en Cárdenas, tiene cajas de libros en México, tiene libros en las casas de los amigos de La Habana, de Miami, de Nueva York, de Madrid, libros que no logran confluir. Yo le digo que el día en que tenga por primera vez un librero y logre reunir los títulos esparcidos en tantos lugares, va a poder decir por fin que tiene un hogar. Él se ríe. Nos calculamos.

Carlos tiene una maleta de mano con toda su ropa. Ropa oscura para que no se ensucie mucho ni se manche. No quiere más ropa porque no quiere tener un clóset ni documentar maletas en los aeropuertos de ningún país del mundo.

Carlos come muy mal. Para él la comida no es un disfrute como la lectura o el sexo. Ha dicho que, si pudiera vivir sin comer, lo hacía. Come lo necesario para sobrevivir. Yo siempre, en cada restaurante al que hemos ido, sé que me voy a comer mi plato y la mitad del suyo. Soy feliz con eso, debo confesar.

Carlos tiene trastornos del sueño. Ha escrito sus libros en las madrugadas de la beca de F y 3ra, o en las madrugadas de Miami Beach, o en las madrugadas más profundas del ex Distrito Federal. Luego, al amanecer, he encontrado algún correo suyo que dice: “Porfa, lee esto y me dices qué crees cuando me despierte”.

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Carlos vive hace cinco años fuera de Cuba y no tiene residencia legal en ningún país que no sea el suyo.

Carlos vive el límite, del amor, de la comida, del sueño, de la casa, de la vida.

Siempre dice que se va a morir joven y que le quedan pocos años. Yo le digo que yo me voy a morir primero y me dice: “Cállate, estás loca”.

El día que Carlos viajó de Nueva York a Miami para luego zarpar en La Habana, le di un nasobuco amarillo con flores de colores al que le pusimos, sin más, el nasobuco de la buena suerte. A veces nos gusta jugar con cosas de ese tipo. El nasobuco ha salido en todas y cada una de las imágenes de los últimos días en que él y sus compañeros son noticia: su llegada a La Habana, la desarticulación por parte de agentes de la policía cubana de la huelga pacífica que mantenían en la sede del Movimiento San Isidro, la detención cuando decidió salir de la casa familiar donde estuvo bajo arresto domiciliario por 17 días.

Siempre he visto el nasobuco y no lo vi hoy, cuando me llegaron imágenes de su cuerpo rayado, un cuerpo escueto, pálido si se quiere. Tiene los brazos de jugar softbol rayados. Tiene el antebrazo donde está el tatuaje de su primer libro, rayado. Tiene los costados flacos rayados también.

Ayer la policía lo citó para interrogarlo en La Habana, y luego lo montó en un carro y lo hizo irse por la fuerza hasta Cárdenas. En algún punto del camino, el carro se detuvo y Carlos salió corriendo y se internó en un campo de marabú. ¿Quién rayó el cuerpo de Carlos? ¿Qué gobierno de qué país marcó su piel?

La gente por estos días ha dado consejos, que se vaya de Cuba, que no se meta en líos, que podría estar en tal ciudad, que podría disfrutar en tal lugar. Lindos, buenos consejos todos. Pero yo sé que no le sirven. En muchos años afuera Carlos no ha podido sacarse Cuba de adentro. No lo va a hacer. No tiene que hacerlo. Si lo hace, ¿de qué escribe? Y si no escribe, ¿cómo sobrevive? Y si no está al límite, pues no está.

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5 comentarios

  1. Obviamente CM le pertenece ya a Cuba, así es cuando alguien deviene en cuerpo político, pero el texto de hoy a nadie más que a él le asistiría el derecho a escribirlo, o si: a ti Carla. Desde un lugar del que no hay forma de capitalización ni oportunismo. A la persona del video de ayer le devuelves una humanidad que sólo da esa intimidad. Eso es: íntimo, real, magnífico.

  2. El gobierno quiere al pueblo manso y obediente para que ellos, los del gobierno, puedan hacerle el bien. El pueblo siempre habla de su valentía desde su mansedad y obediencia, para dejar que el gobierno les haga el bien. Eso era antes.

  3. Me ha hecho llorar este escrito. No conozco a Carlos, más que por las redes en estos últimos acontecimientos sucedidos a raíz de la huelga del MSI. Esto lo caracteriza de una manera tan genial que te dan ganas de conocerlo personalmente. Grandes tiene mi patria, y estarán en los libros de historia algún día.

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