IMAGEN Saily Gonzáles Velázquez
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En el totalitarismo, más incluso que en los autoritarismos, la capacidad de imaginar está tan restringida como la capacidad de articularse, reunirse, desarrollar el pensamiento, porque la imaginación depende, entre otras cosas, de la posibilidad del pensar mismo y, como señaló Paul Lefort, renunciar a pensar es una de las condiciones necesarias para la instauración totalitaria. La dificultad de la imaginación –y me refiero a la imaginación política, aquella que atañe a la vida colectiva– en regímenes que demandan para su funcionamiento una sumisión funcional total, la convierten tanto en una necesidad como en un indicador sobre el estado de la realidad misma.

En la primera de sus formas de existencia, la imaginación se erige como una posibilidad a despecho de las narrativas totalitarias. Donde el totalitarismo dice que solo hay un mundo posible, corresponde a la imaginación decir: hay otros mundos posibles, y encontrar las formas de esos mundos y poblarlas de seres, trayectorias y proyectos. En esa necesidad, se acompaña de la deconstrucción de los mitos fundacionales; esos mitos deben morir para que otros ocupen el espacio de la posibilidad y la potencia. En la segunda forma de existencia, la imaginación habla de la erosión misma del proyecto totalitario. El hecho de que podamos imaginar indica que ha comenzado a ocurrir una liberación del yugo interno que el proyecto social de control total involucra: si no de la estructura reconocible en partido único, institucionalidad atenazada por el mandato ideológico, organizaciones de masas que suprimen la agencia individual para someterla al arbitrio del líder, al menos sí de la parálisis mental que sostiene la estructura y da al totalitarismo su cualidad de dominación interior. Esa parálisis mental que Dagoberto Valdés denomina el “daño antropológico” es, por mucho, lo más difícil de superar; sobrevivirá al régimen político, a la desaparición física de sus líderes, y al colapso mismo del sistema.

La dificultad para el ejercicio de la imaginación política puede ser impuesta, pero también asumida como propia: un gran porciento del discurso oficial cubano estuvo y sigue en gran medida estando orientado a demostrar que no hay otro país mejor posible ni otra vida mejor posible. Incluso en la catástrofe, se sigue insistiendo en ello, apelando a las imágenes del pretendido horror que vendrá después. Se trata también una dificultad aceptada, naturalizada, que parece provenir (después de tanto insistir en ella) no de las condiciones, del aprendizaje, de las costumbres, de la repetición de la misma idea una y otra vez, sino de algún sitio en nuestro interior desde el que se empuja siempre a buscar un atajo, una desviación hacia la supervivencia y a eludir el camino de la transformación radical y sistémica, desde donde se compulsa a elegir siempre el sobrevivir “por la izquierda”, el estar en la lucha, el escape o la inercia.

En los últimos meses han ido apareciendo en Cuba, por diversas vías, proyectos que tienen en su base la capacidad y del deseo de imaginar otra Cuba. No quiere decir esto que hasta ahora no haya habido en Cuba imaginación política alguna. Decir tal cosa sería un desatino. La imaginación es también un campo de resistencia que ha producido, a contracorriente y contra todo pronóstico, hermosos y preciados frutos en las últimas seis décadas y media. Recuérdese, por ejemplo, el afortunado Cuba y el día después. Doce ensayistas nacidos con la revolución imaginan el futuro, editado y concebido por Iván de la Nuez en 2001. Ahora, más bien sucede que un grupo de imágenes posibles de Cuba han comenzado a emanar, a la vez, desde sitios, diferentes y describen –en muchos casos IA mediante– una realidad que aparece como salvajemente disruptiva, por el contraste que presentan con la que está inmediatamente a la mano. Que provengan de sitios diferentes es testimonio de que la necesidad de producir esas imágenes –las cuales, por lo que atienden y por ubicar en el tiempo, podrían llamarse de futuro– no está restringida a un grupo ni a una estética ni a una intención particular; son más que nada emergencias de un campo de posibilidad. Sobre la planitud de la narrativa totalitaria, anuncian otras mil historias. Y también indican por sí mismas que estamos ya en otro punto, y que a la férrea idea de la imposibilidad del cambio, se le opone ya la inevitabilidad del cambio.

El hecho de que comiencen a aparecer imágenes de futuro no es por tanto resultado de una voluntad predeterminada, fruto únicamente del reconocimiento de la necesidad; la imaginación no emerge como resultado de un esfuerzo de la voluntad, sino de la percepción táctica de que lo imaginado puede volverse manifiesto, de lo que imposible puede volverse posible. En el momento en que comenzamos a imaginar otro mundo, el anterior ya ha muerto o está en proceso de morir. Lo que vuelve potente la imaginación no es su distancia con la realidad –aunque esa distancia, en ocasiones abismal, es por sí misma reveladora–, sino la necesidad de su existencia y el atrevimiento que implica concebirla a despecho de la realidad.

Esa explosión de creatividad ha sido detonada, al menos en los últimos meses, por la existencia de generadores de imágenes por IA. En la esfera cubana se discuten los dilemas que atañen a la Inteligencia Artificial Generativa, como la apropiación masiva de datos para desarrollar el aprendizaje de las aplicaciones o los sesgos de raza, estereotipos de género, étnicos y nacionales que se reproducen en ellas. Sin embargo, estas discusiones están marcadas por el reconocimiento de que es posible hacer un uso responsable de las mismas y que constituyen una herramienta valiosa en la acción política. Como expresaba la activista Saily González en una conversación sobre el tema: “tenemos que buscar la forma de utilizarla de la manera más responsable, más ética posible, pero utilizarla, porque las potencialidades que nos da para proyectos enfocados en democracia, en derechos humanos, es enorme”. Hay incluso quienes entienden que tal uso puede adelantarse al previsible uso que entidades del gobierno harán de ella, algo que es ya visible, por ejemplo, en las redes sociales del vocero gubernamental El Necio. Sin embargo, no debería explicarse la aparición de varios proyectos que recurren a imaginar para Cuba un futuro como la consecuencia directa de la existencia de esta herramienta. Más bien, la herramienta confluye con una búsqueda que no había encontrado canales de expresión tan efectivos y de fácil acceso, pero que viene a sumarse a otros devenires de la imaginación postotalitaria.

El espectro que se abre en el 2024 a nivel tanto de desafío como de realidad emergente es, entre otras rutas, imaginar el país que resultará del estado actual de la situación. Y tal imaginación no se agota en el derrumbe del régimen, no se agota con tumbar la dictadura porque incluso tal cosa requiere de la capacidad de ver más allá del evento, e incluso de concebir que el evento pudiera no resultar tan eventual como se espera. Los varios proyectos que en los últimos años han intentado visualizar lo que vendrá después, tanto los que se enfocan en ese después sin pasar por el proceso que conduce a él, como los que se enfocan en la transición, constituyen de conjunto una variable fundamental para atisbar los imaginarios de la sociedad cubana sobre su propio futuro.

Para crear el espacio de lo que podría ser concebido como imaginación, conviene ir más allá de su asociación básica en el lenguaje común, aquella según la cual imaginar es visualizar situaciones y eventos deseados o temidos desligados de la realidad, sin deberle mucho a la objetividad o el análisis racional. El espacio se vuelve más amplio y fructífero si la concebimos como la capacidad de generar imágenes de lo posible o lo deseable y si atendemos a las formas en se generan tales imágenes. Así, un espectro posible para la imaginación política podría incluir al menos tres formas: la que infiere escenarios, la que los proyecta, y la que busca encontrar imágenes tangibles a lo deseado.

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IMAGEN Mitchl EC
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La primera, el análisis y construcción de escenarios, es una posibilidad atractiva dentro del ejercicio sociológico, y resulta de la cualidad prospectiva del análisis de las condiciones de existencia de un fenómeno. Podría fácilmente descartarse como un ejercicio de imaginación pero vale la pena considerarla porque no escapa nunca, o nunca completamente, de la imaginación, al considerar posibilidades que el mero ejercicio estadístico o proyectivo descartaría. La lógica de la construcción de escenarios es reconocer tendencias y potenciales, y hacerlo con cierta cautela. Se trata de imaginación más con los pies más en la tierra, por decirlo de alguna manera.

José Raúl Gallego ha realizado un análisis de 16 propuestas de construcción de escenarios desde la década de 1990 hasta el presente en el que destaca, entre otras recurrencias, cómo las anteriores a 2006 (fecha en que Fidel Castro abandonó formalmente el poder) ubicaban su desaparición como figura política como un momento crítico para posibles transformaciones. Posteriormente, ha sido la desaparición física de Raúl Castro la que ha venido a perfilarse como momento crítico. Fuera de una transformación detonada por circunstancias particulares, sorprende que muchas de las posibilidades, como la transformación del totalitarismo en un régimen autoritario, la realización de reformas económicas sin cambiar el centro del poder político, o la posibilidad de un recrudecimiento de las lógicas de gobierno que conduzcan a un colapso, continúan siendo vistas como probables. La repetición de los escenarios posibles concebidos durante varias décadas es en sí una evidencia de la inmovilidad esencial de la realidad social cubana.

Siendo un ejercicio especulativo que intenta, por su propia naturaleza no despegarse mucho de la realidad, la proyección de escenarios deja a veces abierta el camino a rutas imprevistas. Por retomar un ejemplo paradigmático, pocos de los autores que hacían construcción de escenarios antes de 2021 consideraban, entre los posibles, un levantamiento popular. Era de los menos probables hasta que dejó de serlo el 11 de julio de 2021. La ocurrencia misma de un 11J permitió por un momento visualizar escenarios en los cuales el actor principal de la transformación era la ciudadanía. Esta irrupción de algo que no puede ser completamente previsto por el ejercicio del pronóstico es la fuente más genuina de la esperanza, porque la esperanza no consiste tanto en la certeza del advenimiento de lo deseado sino en el reconocimiento de que hay mucho más allá de nuestra posibilidad de concebir los devenires futuros.

Como menciona Gallego, “el agravamiento de la crisis sistémica –empeorada por la llegada del coronavirus– la activación y pérdida de miedo por parte de algunos sectores, lo vivido el pasado 11 de julio y las posibilidades de interconexión y visibilización que han permitido las nuevas tecnologías de la comunicación, hacen pensar que el levantamiento popular podría ser una de las posibilidades reales para el cambio de régimen en la actualidad”. Más allá de cómo lo deseable irrumpe en la dimensión de lo probable, el 11J es testimonio de que la realidad misma puede convertirse en el detonante de un proceso de apertura de la imaginación política.

Un campo similar a la construcción de escenarios, que se orienta igualmente hacia el futuro pero desplaza el foco de lo analítico a lo propositivo, es la construcción de agendas, tanto aquellas que se enfocan en la transición como las que intentan delinear los contornos del sistema político que le sucederá. Nuevamente cabe preguntarse aquí si una agenda política puede ubicarse en el campo de la imaginación política constituyendo, como lo hace, un hacer propio del ejercicio racional de lo político. Sin embargo, la imaginación aparece en las agendas políticas en la capacidad de proyectar (en el sentido activo de construir un proyecto, con sus planes, actores y tiempos particulares) una visión deseada que se torna posible inicialmente en el ejercicio de diseñar su manifestación y ejecución. En ese sentido, las agendas políticas pueden ser tanto meras extensiones de la realidad, más parecidas a una calendarización de lo que se percibe como inevitable, como verdaderas aperturas a otras trayectorias posibles.

Lo que la imaginación pone en juego hoy en la disputa política cubana es, por una parte, si somos capaces de imaginar una superación del Estado en su doble sentido del Estado como maquinaria de apropiación de los deseos y los sueños y aparato reproductor de opresión, y de la forma particular del Estado totalitario cubano; y, por la otra, si somos capaces de imaginar una transición en la que el Estado ocupe una posición no protagónica.

En este punto, la cuestión no es muy diferente de la que plantea la conocida frase “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Podríamos adaptarla al contexto diciendo que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del totalitarismo”, pues trata del mismo tipo de dificultad: cuando algo aparece como inamovible, cualquier otra cosa es concebible como cambiable menos la que es imprescindible cambiar. Se trata de una especie de procrastinación de la imaginación que, en el caso de Cuba, nos lleva de nuevo a la maquinaria que reproduce la imposibilidad de concebir algo nuevo. Otro país mejor no es posible; eso nos han inculcado hasta el punto de atrofiar la capacidad de pensar y aún peor, de trabajar para lo contrario, y esa imposibilidad se sostiene en el miedo a lo que sobrevendría después de un colapso. Es un miedo comprensible, pero que ha permitido posponer el asunto hasta el punto en que la perspectiva de lo que vendrá se ha vuelto más tenebrosa; un círculo vicioso del que parece no haber escape.

IMAGEN Facebook / IA.Cuba Inteligencia Artificial Cuba
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El otro reto de la imaginación política es si es posible –particularmente dentro de estos proyectos de futuro, algunos de los cuales apuntan a los pasos necesarios de un proceso transicional– imaginar a la sociedad civil y aliados internacionales como protagonistas de una situación en la que el Estado se encontraría “contra la pared”, incapaz de controlar, como ha hecho hasta ahora, los términos de la disputa política y obligado a un tipo de negociación en la que tendría que ceder el poder. Tal posibilidad está aunada quizás a un escenario de alzamiento popular, similar al del 11J, en una magnitud que volviera imposible el mantenimiento del régimen, o a una de presión internacional articulada con las demandas de la sociedad civil al interior de la isla y en la diáspora. Pero está aunada también a la posibilidad de concebir transiciones no pactadas en las cuales la cúpula no pueda asegurar su propia supervivencia y, ojalá, una nueva cúpula no pudiera ocupar el sitio que corresponde a una sociedad plural, contradictoria y herida que deberá empezar un largo camino de reconstrucción y reconciliación a partir del primer minuto.

Varios proyectos y agendas políticas han ido acumulando visiones de algo que, por imperativo, ubicamos en un futuro posible y es el rostro de un país diferente, mediado siempre por el fin del régimen presente. Algunos ejemplos de estos proyectos son el Proyecto de la Nueva República, planteado por el CID (Cuba Independiente y Democrática) en 2002, que propone 5 puntos programáticos, un grupo de “premisas en la materialización del cambio” y 32 puntos de un esquema para la transición. Otro es la Hoja de ruta para el cambio, del Movimiento Cristiano de Liberación (MLC) en 2011. La Hoja de ruta del MCL inicia con un reconocimiento de derechos que debe conducir a un Diálogo Nacional, elecciones libres para cargos públicos y una Asamblea Constituyente. Un tercero, la Propuesta a la nación cubana, de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), fue publicado en 2018 en el contexto de la aprobación de la nueva Constitución. La propuesta de la UNPACU cubre una serie de temas medulares como la propiedad, los sindicatos y la educación, y constituye una plataforma política detallada y pragmática.

El think tank Centro de Estudios Convivencia ha estado publicando durante años una serie de propuestas para el futuro de Cuba que analizan temas neurálgicos como la salud y la educación. Basados en estudios diagnósticos, estas propuestas intentan avanzar hacia la reestructuración de las instituciones de la vida social sin perder de vista el imperativo de una educación para el ejercicio democrático. Más recientemente, La Cuba que queremos: propuesta para refundar la república, lanzada en septiembre de 2023 por el Centro de Estudios sobre el Estado de derecho Cuba Próxima, recupera principios vitales como la separación de poderes, el pluralismo político o la participación de la sociedad civil y también propuestas concretas como la eliminación de la pena de muerte y la incorporación del derecho al voto de los emigrados.

Este tipo de proyectos han emergido tanto de agrupaciones políticas como de grupos de expertos, y cada una debe ser entendida de acuerdo a las condiciones del momento en que se produjeron, los autores y, de manera fundamental, la capacidad de representar los anhelos de un grupo social mucho mayor que el que los produce; idealmente, de representar los anhelos de una porción significativa de la sociedad cubana. Pretender una representatividad inexistente –como la del anuncio de Cuba Próxima de que “promoverá gestiones para la creación de un Grupo Facilitador de una eventual negociación política”– conduce únicamente a ficciones inútiles o reaccionarias, contrarias a su pretendido propósito. En una sociedad marcada por la represión hacia cualquier intento de soñar y articularse para realizar el deseo de un cambio, la existencia misma de estos proyectos es un testimonio de resistencia, y son suficientes para demostrar que no ha faltado, en la disputa política, la capacidad de imaginar escenarios diferentes de la extensión interminable del proyecto totalitario. Están disponibles como parte de un acervo que requiere de un mayor reconocimiento y análisis crítico para que su potencial como guía para la acción pueda ser alcanzado.

Este tipo de proyectos despiertan preguntas muy diferentes de aquellas que despiertan los escenarios basados en la proyección y el pronóstico. Se les pregunta cómo piensan volverse posibles, qué tipo de movidas políticas (alianzas, negociaciones) son necesarias para implementar algunas de sus ideas y, en particular, en qué términos imaginan una transición, si como un proceso de ruptura radical que entienda como condición primera para la implementación de un programa la superación del totalitarismo o como una negociación política que no cuestione el locus fundamental del poder. Aunque no improductiva, se trata de una pregunta binaria, que la realidad se encargará por sí misma de cuestionar porque el antes y el después son elusivos en una realidad más inestable de lo que parece a primera vista. Cuando, por ejemplo, el recientemente creado laboratorio de pensamiento cívico CubaxCuba plantea la realización de una Asamblea Constituyente como vía a una democratización del país, es legítimo preguntarse cómo tal cosa sería posible dentro de las condiciones actuales, sabiendo la capacidad de apropiación e instrumentalización que practica el Estado cubano como formas de acción básicas en relación con todo aquello que lo cuestione o confronte.

339650916 2301838233329561 6607340952496714568 n | RialtaSi pensamos, por ejemplo, en la necesidad de incorporar a la vida política al exilio y la diáspora, es posible ver cómo tal participación ha sido negada a la mayoría del exilio y otorgada como privilegio a una pequeña porción de este que comulga con la política del gobierno cubano. Tal privilegio es luego exhibido como logro y victoria de la política gubernamental que organiza los encuentros La nación y la emigración, Toda propuesta de transición hoy en Cuba corre ese riesgo y enfrenta ese dilema: la piedra de tropiezo que es un régimen incapaz de asumir e implementar ninguna reforma si no es torciéndola para que termine redundando en su propio beneficio. Y eso no significa que sea inútil desear cosas como una Asamblea Constituyente, sino que el deseo impone, al presentarse como propuesta y no como mero deseo, interrogar las condiciones de posibilidad de su existencia.

Un compromiso de distinto grado con lo especulativo, más cercano a lo que conocemos popularmente como imaginación, se da en la ficción, en la literatura especulativa y el ensayo. Carlos Lechuga, por ejemplo, publicaba hace unos días un “Despojo final”. En él se atrevía a un ejercicio imaginativo en el que el 1 de enero de este mismo año la radio anuncia el fin de la dictadura cubana y los que hasta ese día estuvieron en el poder, caerían en manos de la justicia. “¿Cuál va a ser la primera ley? –escribía el cineasta– la imaginación no me da para tanto, pero la liberación de los presos políticos va a ser inmediata”.

Lo especulativo tiene que ver, aunque en desigual medida, más con lo que queremos que suceda –y, a veces, con lo que tememos que suceda–, que con lo que creemos que puede pasar. El proyecto, La Cuba que Viene, del medio independiente Contexto Cubano apostando directamente a la capacidad de soñar y resquebrajar radicalmente la idea de que no hay mundo mejor posible que la tiranía en la que vivimos, adelanta algunas ideas: la bandera representa a todos, hay elecciones libres y plurales, el parlamento es verdaderamente representativo, el servicio militar no es obligatorio, el campo es próspero y produce los alimentos que el país necesita, los productos básicos son accesibles, la educación es moderna y de calidad sin adoctrinamiento, hay viviendas dignas para todos y el exilio regresa. En este ejercicio, la pregunta de cómo se llega allí no es relevante. No se trata de construir una ruta transicional, sino de recuperar la esperanza, de atreverse a creer que una Cuba distinta es en verdad posible. La imaginación alcanza aquí su potencia creativa; imaginar es un ejercicio de generación de esperanza, y es la esperanza la que genera el deseo de cambio y con él, el trabajo por el cambio.

La página Gobernanza Solucionaria, de Mitchl EC, propone igualmente una serie de cambios fundamentales, sobre el principio de un pragmatismo orientado al bienestar colectivo. La Gobernanza Solucionaria involucra una propuesta de forma de gobierno que supere la necesidad de los partidos políticos y apuesta por la construcción plural de soluciones a la vez pragmáticas y basadas en principios. En la página de Facebook que acompaña al proyecto, publicaba el 15 de diciembre de 2023: Gobernanza Solucionaria se presenta como “un enfoque de gobierno democrático y plural que respete el estado de derecho y la separación de poderes. Se centra en identificar y aplicar soluciones prácticas para el bienestar colectivo, sin estar limitadas por partidos políticos e ideologías. Este modelo valora las propuestas por su efectividad y potencial de hacer el mayor bien a las personas, los animales y el medio ambiente, independientemente de las preferencias personales de quienes las proponen”. Este proyecto hace uso de la Inteligencia Artificial Generativa tanto para las imágenes como para texto, y genera imágenes que además de visualizar, permite discutir temas como la sustentabilidad de las ciudades o la arquitectura, siempre redireccionadas al caso cubano.

El arte es una vía de acceso y a la vez de traducción de esas imaginaciones especulativas. El colectivo Forma Foco realizó recientemente una exposición, Alibi, en la que varios proyectos que trabajan con orientación de futuro, tomaron formas visuales estéticamente mediadas por la curaduría de Julio Llópiz-Casal, Solveig Font, Aminta de Cárdenas, Lester Álvarez y Marilyn Volkman. En la exposición fue posible reconocer la presencia del Centro de Estudios Convivencia, con su lema Superar la vuelta al pasado = proyectar el futuro, o de Justicia 11J, con una proyección (intencionalmente exagerada) sobre el número de detenciones posibles en 2024 si las tendencias de años anteriores se mantienen. El catálogo nos recuerda: “El arte juega un rol fundamental en la lucha por la libertad de expresión y los derechos humanos. Es un medio natural para propuestas alternativas a narrativas totalitarias”. Además, jugó con imaginarios diversos que, más que imágenes, aluden a posicionamientos, como en la obra Monumentos para ser derribados, de Camila Lobón, que propone una promtografía vía IA en la que el impulso iconoclasta conduce a construir una estatua de Fidel solo para verla derribada como símbolo del fin de un orden de opresión insoportable. O en el Voltus V de Yimit Ramírez, aludiendo a un imaginario de unidad rebelde que impactó a las generaciones de la última década del anterior siglo y la primera de esta a través de la serie de anime del mismo nombre.

IMAGEN Mitchl EC
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La existencia de estos proyectos que apuestan por generar ideas e imágenes de un futuro deseable, puede parecer ilógica a la luz de la realidad cotidiana, que ha llegado a un punto en el que lo que lo que mucha gente vive y lo que alguna gente sueña parece colisionar frontalmente. En particular las imágenes de una Cuba imaginada vía alguna de las IA generativas como Bing Image Creator o Midjourney tiene un tinte en ocasiones demasiado luminoso, mientras el presente parece demasiado oscuro. En una reciente encuesta de Cubadata es posible constatar que la percepción generalizada sobre el futuro de Cuba es mayormente negativa. A la pregunta: “¿Cuál es su perspectiva sobre el futuro de Cuba en los próximos 20 años?” en un rango de 5 opciones que van desde “muy optimista” a “muy pesimista” el 53.8% respondió con “pesimista” o “muy pesimista”. En la pregunta siguiente, de 4 posibles respuestas, un 57.4% respondió que Cuba “debería considerar otras alternativas políticas y económicas”. Otra preguntaba confirmaba esta. Entre cinco opciones posibles, un 50.4% preferiría, de poder influir en ello, “cambiar tanto el sistema de gobierno como el modelo socialista”. Estas respuestas hablan sobre una visión negativa del futuro, en la que no hay mucha esperanza de cambio hacia una situación mejor. Pero hablan también, y casi en las mismas proporciones, de la necesidad e incluso la dirección de esos cambios necesarios: “otras alternativas políticas y económicas”; “cambiar el sistema de gobierno y el modelo socialista”. Se trata de respuestas generales que no constituyen un programa político y deben ser leídas junto a otras sobre asuntos específicos como la salud, los derechos humanos, o la participación política, pero dejan ver claramente que hay un modelo político agotado y que hay una percepción generalizada de que cualquier posibilidad de cambio requiere una transformación del modelo político.

A la vista de estas respuestas, lo que las imágenes de IA presentan deja de estar tan dislocado de la realidad cotidiana. Parecen opuestas pero las acerca a ella la percepción de que volverlas posibles, o volver posibles al menos algo cercano a ellas, es un imperativo. Lo que aparece como demandas de la imaginación en forma de imágenes generadas vía IA con promts de sus usuarios es todavía fragmentario; apenas pedazos de realidad seleccionados en virtud de su urgencia, su capacidad de conmover, su cualidad de ser compartida por muchos. La IA tiene a la vez sus propios desafíos. ¿Cómo es posible imaginar, ilimitadamente, dentro de los límites impuestos por la propia cultura que genera las inteligencias artificiales? Pero esa es una pregunta a responder en un proceso de inmersión en el que ya hay muchos cubanas y cubanos involucrados, incluidos agentes del régimen que han comprendido que ese es también un campo de combate. Los proyectos de cambio y las visiones más articuladas que aparecen en agendas políticas, requieren también por su parte convertirse en tema de discusión común y enfrentar la interrogante de las condiciones de posibilidad mientras los escenarios, los posibles y los inesperados, van tomando forma en un contexto en el que no es posible prever o construir la forma de lo que vendrá, pero es posible concebirlo, reconociendo que el poder de la imaginación política consiste justamente en jugar en el campo de las posibilidades, en “hacer pruebas en ausencia de experiencia de primera mano”. Volver posible lo que parece imposible es la potencia subversiva de la imaginación política, y es un imperativo para escapar del determinismo totalitario. Y si hay ahora mismo algún imperativo, es el de una Cuba mejor posible.

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1 comentario

  1. «Todo hombre -decía un poeta nuestroamericano– lleva la estatura de sus sueños.»

    Según Aristoteles, como potencia, la nueva sociedad habita ya en la sociedad real existente. El joven Marx, en cambio, creía que la sociedad nunca imagina si no aquello que está en condiciones de realizar.

    «La esperanza es el espacio que media entre la realidad y los sueños», decía Ernesto Sábato.

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