La onda expansiva de los Oscar

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Ceremonia de los premios Oscar 2024
Ceremonia de los premios Oscar 2024 (IMAGEN YouTube / El País - Captura de pantalla posterizada)

Unos radioactivos premios Oscar volvieron a tomar el mundo por asalto este 10 de marzo del 2024. Como suele ocurrir, la ceremonia de entrega de la famosa estatuilla acaparó la atención de todos los grandes medios; como es habitual, la gala comenzó y terminó en la alfombra roja. El palmarés de este año vuelve a demostrar que los Oscar son espectáculo pop, un show donde predomina el maquillaje y las lentejuelas, y donde el cine suele entenderse más como un entretenimiento dominical que como un arte. Ahora mismo las redes sociales y la prensa internacional están colmadas de titulares sobre la humillante derrota de Barbie (que recibió tan solo una estatuilla), el merecimiento o no del premio a Mejor película para Oppenheimer, la injusticia de no reconocer la interpretación de Lily Gladstone en Killers of the Flower Moon

Jamás los Oscar complacen del todo a tirios y troyanos, pero siempre se las arreglan para consentir a unos y otros con algún reconocimiento. Su palmarés resulta paradójico, y aun así la mayoría de las veces previsible. En contadas ocasiones la Academia favorece películas verdaderamente arriesgadas. Y es que incluso la imagen que defiende de la propia cinematografía estadounidense se antoja sospechosa. Cuando premian a alguno de sus excepcionales creadores, tal como ha sucedido, por ejemplo, con Quentin Tarantino, Martin Scorsese o Stanley Kubrick, suele privilegiar sus obras más irrelevantes o circunstanciales, o bien les conceden a sus obras más personales categorías anodinas que no alcanzan a distinguir sus ricos imaginarios creativos.

Últimamente, quizás impulsado por la apaciguadora corrección política, Hollywood ha ensanchado su lista de nominaciones a los Oscar, hasta incluir en las principales categorías filmes con escaso presupuesto estadounidense o de otras nacionalidades. En cierto modo, es un subterfugio para prestigiar una industria cada vez más ceñida a los blockbusters de Marvel o DC. Pero a menudo también esos filmes de otras nacionalidades llegan a integrar las nóminas de Mejor película o Mejor dirección más por ser éxitos comerciales, fenómenos mediáticos, que por su calibre estético. Ya sabemos que nada hay más reaccionario que las tácticas promocionales de los Oscar, la frivolidad de la hegemonía comercial hollywoodense, que estandariza los gustos y simplifica las expectativas de recepción, resta oportunidades a muchos talentos creativos y confina cinematografías enteras a públicos minoritarios…

Claro, vale la pena reflexionar en lo siguiente: ¿qué cine salió victorioso en los premios Oscar 2024? Para empezar, me parece atinado el galardón a Mejor película internacional para The Zone of Interest; aun cuando, ciertamente, entre las obras nominadas en ese apartado, aparecía otro gran filme, Perfect Days (Wim Wenders). Acá el realizador alemán retrata la singular vida de un japonés de la tercera edad que encontró en la rutina, en la prescindencia de las grandes experiencias, en el disfrute de los actos mínimas y comunes, como leer o cultivar bonsáis, un modo de mitigar el dolor y la mezquindad de la existencia. Wenders tiene la inteligencia de no revelar jamás los motivos que condujeron a este señor a semejante estilo de vida; se limita nomás a aprehender la belleza y la excepcionalidad del mismo. 

The Zone of Interest pulsa un tema políticamente más apremiante, y despliega un ejercicio formal más llamativo. Eso pudo haber garantizado el premio. De cualquier manera, no es una película menos inteligente, sutil, retadora. En una obra consagrada al holocausto nazi, se podría decir que ya es notable la decisión de colocar la cámara frente a los victimarios para registrar su vida familiar y rutinas doméstica y no el momento directo en que consuman su trabajo.

Aquí la violencia no se muestra allí donde resulta evidente, o sea, en el interior de los campos de concentración, en el cuerpo del judío. Jonathan Glazer deja fuera de campo la violencia física directa, aunque esta siempre amenaza con irrumpir en pantalla. La historia testimonia la cotidianidad familiar de Rudolf Höss, comandante del campo de exterminio de Auschwitz. Accedemos a las dinámicas de su vida hogareña, el trato con sus hijos, las tareas domésticas de su esposa, tan comunes como las de cualquier otra familia. ¿Dónde está la excepcionalidad? En que esa “normalidad” de su vida familiar se sostiene sobre el asesinato de miles de judíos.

El filme resulta tan contundente justo porque el comandante Höss y su esposa Hedwig son conscientes de la atrocidad que tiene lugar del otro lado del muro que rodea su casa (no importa si se amparan tras la cortina del nacionalismo). Él lee cuentos infantiles a sus hijos por las noches, y también conversa con sus colegas sobre cómo hacer más efectiva y expedita la muerte de los judíos. Ambas acciones son igual de cotidianas y corrientes para este hombre. Su esposa muestra a la madre, como una conquista, el hermoso jardín del patio, mientras acusa a los judíos; indiferente a los gritos, que invaden, sin efecto aparente, la tranquilidad de la casa. Cumplir con sus deberes militares fue la vía que encontró el comandante para erigir el paraíso familiar, y no parece dispuesto, tampoco su esposa, a perderlo.

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Estatuillas de los premios Oscar
Estatuillas de los premios Oscar (IMAGEN www.oscars.org)

The Zone of Interest obtuvo también, muy acertadamente, el premio a Mejor sonido. Así como el criterio fotográfico y de puesta en escena escogidos por el director potencian el extrañamiento sobre “esa exitosa vida familiar sostenida en el genocidio”, el sonido deviene un relato autosuficiente sobre ese otro mundo que reprimen en sus subjetividades los protagonistas; un relato sonoro que, en cambio, hace consciente al espectador del terror que se encuentra más allá del muro o en la otra esquina, casi ante sus ojos, el terror que sostiene su normalidad.

Tampoco tengo nada que objetar al premio a Mejor guion original, concedido a la película francesa Anatomie d’une chute (Palma de Oro en Cannes 2023). No es un filme perfecto. Sin embargo, en términos de escritura está lleno de virtuosismo e ingenio; sin dudas, el guion vuelve relevante la sencillez de su anécdota. Justine Triet, su directora, propone la disección judicial de la muerte de un hombre, que no se sabe, a ciencia cierta, si ocurrió debido a un suicidio, un homicidio o un accidente. La esposa es la principal sospechosa. La elección de la situación judicial es ya un acierto del libreto, en tanto contribuye a desglosar una cuestión que importa al discurso: que en ciertas circunstancias –sobre todo legales– la verdad resulta un tejido de filigranas, una elección tan performática como cualquier convención cultural.

Mas Triet no se detiene ahí, y manipula ese escenario judicial para emprender a través de él una reflexión moral sobre las relaciones matrimoniales, resuelta al estilo de Bergman. El guion anuda ambas situaciones –la anatomía del supuesto asesinato y la anatomía de la relación conyugal– de tal forma que se alimentan entre ellas. El desbrozamiento del caso jurídico favorece el desvelamiento de las tensiones y encuentros del matrimonio, a la vez que los intríngulis de esto último hacen trascender este género cinematográfico más allá de la provocación de adrenalina. El conflicto crece gradualmente, sin perder tensión, y estalla en cierto instante en una magnífica escena donde el auditorio del salón escucha la grabación de una discusión entre la pareja, mientras los espectadores –gracias a un golpe de efecto fílmico– conseguimos ser testigos de la misma en tiempo real.

Ciertamente, el evidente homenaje a Anatomy of a Murder, de Otto Preminger, hace un poco acartonada la imagen; pero la astucia de su escritura consigue hacer notable toda la experiencia cinematográfica.

Contrario a esos lauros otorgados a The Zone Of Interest y Anatomie d’une chute, las más grandes triunfadoras de la noche dejan muchísimo que desear. ¿Por qué resulta desafortunado el premio a Mejor actriz protagonista concedido a Emma Stone por su desempeño en Poor Things? A diferencia de otros papeles nominados en esa categoría, el suyo no suponía grandes retos interpretativos. Su personaje es sumamente físico, externo, acrobático, fácil de resolver por actrices de mediana competencia —si bien no es el caso de Stone, quien ha demostrado un significativo talento. Por su parte, Lily Gladstone o Sandra Hüller, por ejemplo, sí debieron enfrentar situaciones dramáticas que demandaban un meticuloso trabajo de interiorización, caracteres repletos de complejidad emocional, psicológica. Emma Stone estuvo perfecta en su rol, pero es imposible no destacar el trabajo mucho más complejo, e igual de acertado, ejecutado por sus contendientes.

 Poor Things fue una de las grandes triunfadoras de la noche: consagrada además en Mejor maquillaje y peluquería, Mejor diseño de vestuario y Mejor diseño de producción. Esta entrega de Yorgos Lanthimos es el tipo de filme que seduce a Hollywood; una obra que pasa gato por liebre, efectismo pop por arte cinematográfico. Podemos considerar más o menos atinado el código expresivo utilizado por el realizador, pero no debería pasar inadvertido que tanta exuberancia expresiva, tanto desborde referencial, esconde muy poco contenido, aun cuando la película se vende como militantemente feminista.

Se puede aceptar que se narra un viaje de aprendizaje, el proceso de empoderamiento de una mujer –incluso más allá de la frivolidad con que el sexo es instrumentado como escenario de conocimiento, por mencionar el ejemplo más evidente. Sí, Bella Baxter es el juguete de un científico atormentado… un juguete capaz de emanciparse de sus cadenas. Hasta ese punto no hay problemas. El problema de Poor Things es la torpeza en su secuencia de acciones, la elementalidad de su anécdota. La aventura de emancipación escrita para Bella Baxter es superficial; el mundo en que ella se mueve está arreglado para que se consumen sus antojos. El cosmos de fantasía retrofuturista construido por Lanthimos es pueril y poco convincente. Nada supone para Bella un reto, un obstáculo, una dificultad; ni siquiera los propios hombres. Poor Things se mueve en las mismas coordenadas que Forrest Gump, con el añadido de militar en la causa feminista. Espero que quienes vean la película adviertan que el camino de la emancipación es, en rigor, bastante más arduo, intrincado e imprevisible.

Como se sospechaba, el Oscar a Mejor película terminó en manos de los productores de Oppenheimer. Un filme hecho a la medida de la Academia. Como sucede con Poor Things –quizás por eso son las dos triunfadoras de la noche–, también en Oppenheimer el efectismo expresivo, los malabarismos temporales, la implementación del esquema del thriller político, la plasticidad vacía de la imagen y las acrobacias del montaje, pretenden hacernos creer que estamos ante una excelente obra. Por supuesto, se necesita mucho talento y destreza para realizar ese espectáculo que es Oppenheimer, pero hay ahí más sensacionalismo que creatividad. Ese desatino de quien compara a Nolan con Kubrick (Nolan ganó igualmente la categoría de Mejor dirección) no resulta más que un chiste de mal gusto. En el director de Dr. Strangelove or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, la estilización potenciaba la anécdota, enriquecía el discurso; en la película de Nolan, los minimiza.

Ese acento puntilloso en las intrigas políticas, en la tensión entre buenos y perversos que vemos en Oppenheimer, parece a ratos justificar esa idea de que la creación de la bomba y su detonación eran el único camino de Estados Unidos para salvar el mundo de los fantasmas del nazismo y del comunismo. En resumen, y por sobre las lecturas posibles de la trama, esta película de Nolan me parece desafortunada porque tanto efectismo expresivo aturde la complejidad al asunto dirimido. La reducción de la historia a una serie de lugares comunes –que son ya tópicos del thriller político medio de los Estados Unidos–, vuelve superficial un pasaje histórico cuyas consecuencias todavía se dejan sentir en el presente; convierte en una pelea nimia entre un científico con temor a asumir la responsabilidad de sus actos y un senador resentido e impotente, una empresa que costó la vida a millones de personas.

En esa complacencia estética de Nolan reside la banalidad del mal, en la medida en que se explota una anécdota muy sensible favoreciendo ciertos malabarismos de estilo que garantizaron, eso sí, los Oscar en montaje, fotografía y banda sonora.

Ahora bien, si algún premio fue meritorio en el caso de Oppenheimer fue el de Mejor actor protagonista para Cillian Murphy, quien logró hacer memorable un personaje complejo que la trama más bien redujo a excentricidades.

En síntesis, los premios Oscar volvieron en 2024 a reconocer un par de excelentes obras y, sobre todo, a encumbrar películas ya exitosas debido a su manipulador brillo formal. Otra ceremonia inyectada de adrenalina y una pasarela de estatuillas previsibles.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

1 comentario

  1. Excelente análisis que coincide con mi criterio personal. Los Oscar son puro espectáculo superficial. Y ganan las películas convenientes. Muchos cineastas se quedan fuera, como apestados. A esos hay que verlos, y dejar de regirse por el gusto y complacencia de un Hollywood que impone su supremacía.

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