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Contra la muerte

Se equivocan quienes consideran un daño colateral de la lucha por la independencia del pueblo palestino lo sucedido el 7 de octubre en la frontera de Gaza. Tampoco lo es la muerte masiva que traen los bombardeos de Israel.

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No es necesario ser un estratega militar para entender que Hamás hizo un muy buen trabajo. Reconozcámoslo. La mañana del 7 de octubre cientos de combatientes de Hamás armados para la guerra traspasaron la frontera israelí y cayeron de sorpresa sobre miles de civiles inermes en la peor masacre de judíos de la que se tenga memoria desde el Holocausto. En unas pocas horas, los yihadistas de la resistencia palestina pasaron por cuchillo a cerca de 260 jóvenes que asistían a un festival de música rave, mutilaron a las mujeres embarazadas al grito de “Alá es grande”, sacaron de sus casas y ejecutaron de forma sumaria a todos los habitantes de al menos tres importantes kibutz de la zona, y arrasaron con otros quince poblados pequeños en el área cercana a la frontera con Gaza, retirándose con un botín de guerra de más de doscientas personas, incluidos mujeres, ancianos y niños secuestrados como escudos humanos. Horas después vino la reacción israelí y las voces del mundo civilizado despertaron de sus asientos para condenar el bombardeo sobre la población civil en Gaza. El trabajo de Hamás había concluido y resultaba perfecto, impecable, casi mágico. Un secuestro transversal de la razón, de israelíes y de palestinos por igual, hecho a pedido para los inocentes.

En efecto, el 7 de octubre por la tarde, antes de que acabara el día y se disparara la primera bomba defensiva de Israel al caer en la cuenta de lo que sucedía en la frontera, las manifestaciones a favor de la “resistencia palestina” salían a tomarse las calles y el discurso público en las redes sociales. El objetivo: denunciar la respuesta de Israel y transformar a sus víctimas en culpables de sus propias muertes violentas. Lo vimos en las calles de Londres, en los campos universitarios norteamericanos, y en las declaraciones de los líderes latinoamericanos como Petro, Maduro y todo el que quisiera envalentonarse con la novedad de la matanza para destilar una celebración odiosa y moralmente repulsiva. En Chile, sin ir más lejos, una declaración pública de “Artistas por Palestina”, firmada por premios nacionales de literatura y maestras del periodismo nacional, saludó el pogromo de Hamás como “un acto de resistencia y legítima defensa frente a la ocupación (israelí) que este año cumple 75 años”, sin arrugar una sola línea para mencionar la matanza de ese mismo día sábado.

Las verdaderas víctimas de Hamás fueron las débiles posibilidades de entendimiento que aún quedaban entre israelíes y palestinos.

Antes de que acabara la semana, el derecho a la defensa por parte de Israel devino muy pronto en ansias de venganza comandada por Netanyahu y los halcones del Likud. En vez de priorizar la vida de los secuestrados para que Hamás los regresara sanos y salvos, Israel decidió ir por más. Es la reacción del que está enceguecido por las ansias de una respuesta ejemplar. De hecho, es la reacción que Hamás esperaba de un líder como Netanyahu, con su odio hacia los palestinos y hacia los mismos israelíes que desde hace años buscaban una solución pacífica al conflicto. Trágicamente, fueron ellos las principales víctimas de Hamás en el pogromo del 7 de octubre. Los habitantes de los kibutz arrasados eran, sin distinción alguna, nuevos inmigrantes que creían en la convivencia con sus vecinos palestinos, en la posibilidad de estrechar lazos y trabajar por las existencia de dos países, como originalmente lo establecía la partición de los territorios el año 1947, así como el fin de los asentamientos ilegales en Cisjordania y el pleno respeto a los derechos de los árabes nacidos en Israel, todas posiciones por las cuales esos mismos judíos de la frontera con Gaza eran maltratados y acusados de traidores por los ultra-nacionalistas del gobierno central israelí. Las verdaderas víctimas de Hamás fueron las débiles posibilidades de entendimiento que aún quedaban entre israelíes y palestinos, personificadas de forma ejemplar por los jóvenes sacrificados al amanecer y los habitantes de los kibutz que creían en la posibilidad de convivencia con sus vecinos de Gaza. La muerte hizo con ellos un trabajo impecable, y los hijos de Hamás en el mundo se encargaron de vociferarla como una bendición de sangre caída del cielo.

Estaba escrito de antes, era parte del libreto, que la mentira reinara en boca de nuestros intelectuales engagés y académicos supuestamente autorizados a proclamar la recta conducta con la realidad, sin siquiera mencionar los derechos humanos a la vida y la dignidad de las dos partes en conflicto, ni condenar el degüello de los civiles, ni el secuestro de familias completas como en los peores tiempos de las dictaduras latinoamericanas. Nuestra izquierda universal, hundida en el subterráneo de sus propios predicados de justicia y verdad, no ha sido capaz de nombrar los hechos más crudos ni la complejidad de las relaciones entre dos pueblos que hasta hace solo 75 años, cuando la Shoa humeaba todavía y la Naqba iniciaba su penoso caminar, no tenían casa donde estar. Paradójicamente, fue el octogenario líder progresista norteamericano Bernie Sanders, mira por dónde, quien vino a marcar una línea de cordura política para la izquierda, al condenar el terrorismo de Hamás y la necesidad urgente de detener los bombardeos israelíes sobre la población civil de Gaza.

Hoy el ojo por ojo nos ha dejado ciegos –en la célebre frase de Gandhi– y en cuestión de horas ha transformado el pasto seco del antisemitismo en una hoguera planetaria. Ya no son solo los israelíes a los que hay que pasar por la cuchilla, sino a los judíos todos, allí donde estén. Nada muy novedoso, en realidad, si se considera que un mundo sin judíos es una vieja aspiración de la humanidad. Lo intentaron los romanos al expulsarlos de la antigua Judea que era tierra de sus ancestros en los tiempos antiguos, luego los ingleses en 1290, y luego los franceses en 1394, y los vieneses en 1421, y los bávaros en 1442, y los reyes católicos de Castilla y Aragón en 1492, y los cosacos rusos en los pogromos de 1905 de donde salió huyendo mi abuelo Bernardo con sus hermanos, en la antigua ciudad de Ekaterinoslava, porque la tierra no era de ellos, qué derecho tenían, ellos eran unos recién llegados por mucho que se educaran allí, sus padres trabajaran allí, pagaran sus impuestos allí, hicieran la milicia allí. Lo esencial era, y sigue siendo, que la tierra no es de ellos: los judíos la han robado o conseguido con malas artes, entonces hay que expulsarlos como sea, echarlos al mar: esta tierra es nuestra y no de los hebreos, esta tierra nunca ha sido de ellos, por Dios, eso tienen que entenderlo, no es tan difícil de comprender ni de aceptar; hay que echarlos al mar si no se quieren ir, o que se conviertan, o meterlos en vagones; da lo mismo lo que piensen o tengan: se trata de judíos, es otra raza, son tan distintos a nosotros, no hay donde perderse, cosa de leer a Shakespeare en El mercader de Venecia; lo mejor es que se vayan, y si no quieren irse, si no se van por las buenas entonces nada que hacerle: culpa es de ellos, hay que sacarlos del mundo, hacer un gran pogrom universal tal como hizo Hamás el sábado 7 de octubre, matarlos a todos porque lo merecen, porque esta tierra no es de ellos, esta tierra es nuestra, es tuya y de aquel, de Pedro y María, de Juan y Manuel, pero no de los judíos, eso nunca. Y así con la resistencia palestina y la solidaridad internacional.

Se equivocan las mentes bien pensantes que consideran un daño colateral de la lucha por la independencia del pueblo palestino lo sucedido el día sábado 7 de octubre en la frontera de Gaza. Por descontado, tampoco lo es la muerte masiva que traen los bombardeos de Israel. Pero lo que planificó Hamás y ejecutó de forma disciplinada fue una matanza de civiles y no un enfrentamiento militar con el opresor. Hamás fue a matar judíos y a secuestrar cualquier futuro entendimiento entre palestinos e israelíes. No fue un acto reivindicativo por la independencia de Palestina, porque entonces no podría haber mensaje más claro y nítido para que Occidente mantenga su apoyo a Israel y olvide al yihadismo religioso con su decapitación masiva de infieles. Que los estudiantes de Harvard salgan a la calle la semana completa si quieren: ya les cortarán la cabeza a ellos también, como escribió Bertold Brecht en su famoso poema sobre las ideologías de la muerte. Que se culpe a los judíos sionistas de los males del mundo como tantas otras veces ha ocurrido en la historia, o que los artistas e intelectuales latinoamericanos firmen todas las cartas que se les ocurran, no cambiará en nada el hecho fundamental de que las condiciones de vida en Gaza no mejorarán con asaltos sorpresas sobre Israel, ni menos con el discurso antisemita que hoy la izquierda global levanta en su fracaso por imaginar un mundo mejor. Los actos de terror en política nunca han llevado a la soberanía, sino a la guerra. Que es donde estamos ahora y adonde los ultras de lado y lado querían llegar.

La hipótesis según la cual Hamás actuó a sabiendas de la indefensión en que dejaba a los habitantes de Gaza pero con la garantía de cosechar el repudio a Israel por su respuesta, es más perversa y por lo mismo más real que cualquier otra teñida de ideologismo o racismo. Más verosímil y sintónica, se diría, con las inmundicias morales que se suceden cada día. “La muerte –sin ningún engaño trivial– debe perder su prestigio. La muerte es falsa”, escribió Elías Canetti en sus escritos, recogidos en forma póstuma en El libro contra la muerte. Es bueno recordarlo hoy que estamos en guerra y hay que enfrentarla. El bando contra la muerte en Gaza, en Israel, en Londres y Nueva York, en Estambul y en Santiago de Chile, debe ensancharse hasta hacerse mayoritario otra vez.

ROBERTO BRODSKY
ROBERTO BRODSKY
Roberto Brodsky (Santiago de Chile, 1957). Escritor, profesor universitario, guionista y autor de artículos de opinión y crítica. Entre sus novelas se cuentan El peor de los héroes (1999), El arte de callar (2004), Bosque quemado (2008), Veneno (2012), Casa chilena (2015) y Últimos días (Rialta Ediciones, 2017). Residió durante más de una década en Washington como profesor adjunto de la Universidad de Georgetown. Ha vivido por largos períodos en Buenos Aires, Caracas, Barcelona y Washington DC. A mediados de 2019 se trasladó a vivir a Nueva York.

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Comentarios

3 comentarios

  1. Notable Roberto. Es tan difícil sostener posturas que no exijan ni la muerte de otros ni comprender el mundo como una caricatura simplificada de negro y blanco sin matices.

  2. Así que Hamás «hizo un buen trabajo».
    Así comienza su libelo antiisraelí para agrado de su colonia americana de rancios comunistoides que no han conseguido un carguito en la penitenciaria cubana, pero que desde el «exilio» de Rialta rezuman vacío intelectualismo, tan del agrado de la Komitern latinoamericana.
    Brodsky solo hay uno, el poeta que vino del norte y apaciguó su dolor de víctima del diabólico comunismo en el verdín de los canales venecianos.
    Usted es un facilitador de conspiraciones contra la libertad y el humanismo que se merece América, pero que son imposibles, porque los jardines y las bibliotecas borgianas son ya el pasado, junto al esplendor criollo de los virreinatos.
    Sois producto del «buen trabajo» hecho desde el 58 por el genocida Castro. Un epítome de esa mugre que carcome Latinoamérica.

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