Fotograma de ‘Killers of the Flower Moon’, Martin Scorsese dir., 2023
Fotograma de ‘Killers of the Flower Moon’, Martin Scorsese dir., 2023

Con una duración que es menor en solo tres minutos de metraje respecto a The Irishman, su filme del 2019, el veterano Martin Scorsese finalmente ha llevado a la pantalla la trama de un libro de David Grann, periodista que ha sido parte del equipo del The New York Times. Las 350 páginas de ese volumen, titulado Killers of the Flower Moon, han dado pie a este filme, retitulado en español como Los asesinos de la luna, lo cual no es exactamente lo mismo. El filme, que se extiende durante tres horas y media (que en mi caso llegaron a hacerse demasiadas al punto de recordarme aquellas sagas de la Gran Guerra Patria que los cubanos archivamos entre las memorias de nuestras pesadillas), es por suerte lo suficientemente sólido como para que tantos minutos en la gran pantalla no redunden en tortura, mientras seguimos el argumento tomado de la vida real, acerca de los asesinatos de varias familias de la nación Osage, a inicios del siglo XX, justo tras el descubrimiento de yacimientos de petróleo en las tierras a las que esta comunidad de nativos americanos había sido desplazada. El hallazgo de esa riqueza convirtió de pronto a los Osage en ciudadanos acaudalados, y a pesar de sus derechos sobre ella, poco a poco fueron víctimas de un plan macabro, gestado por los hombres blancos para ir liquidando a los herederos directos de tan codiciado tesoro, desde una codicia que no se detiene ante ningún límite.

Lo que Martin Scorsese despliega en Killers of the Flower Moon es una de sus fábulas acerca del mal, y del entramado de corrupción que su presencia provoca en el ser humano, algo que no es extraño en su filmografía, de la cual siempre vale recordar títulos como Taxi Driver (su obra maestra), y otros no menos dignos, como Raging Bull, After Hours, The Last Temptation of Christ, The Age of Innocence, Gangs of New York, The Aviator, y The Departed, por la cual finalmente la Academia le concedió el Oscar a Mejor Dirección que por tantos años le había escamoteado, en 2006. A sus 80 años, aún está anunciando nuevos proyectos, trabajando en el rescate de clásicos cinematográficos que admira, y recibiendo muestras de respeto de las generaciones de directores que lo han acompañado o han venido después de él. En cierto modo, esta película responde a todo ello, mostrándolo nuevamente en forma, ansioso de expandir los modelos narrativos de su cine, y comprometido con causas sociales a las que ha dado voz desde sus primeros empeños.

Con una espléndida fotografía del mexicano Rodrigo Prieto, Killers… nos transporta a Oklahoma, poco antes de la fiebre del petróleo se desencadenara allí. A solo unos minutos de la proyección, Scorsese vuelve a uno de sus recursos más notorios, el uso de la cámara lenta, para mostrarnos el efecto que el primer chorro del oro negro desata entre los Osage, y sentando con ello el tono de su película. Leonardo Di Caprio encarna a Ernest Burkhart, el sobrino del poderoso William King Hale, a quien da vida un Robert De Niro que definitivamente ya viene de vuelta. Ambos son colaboradores habituales de Scorsese, y la comodidad que les aporta el trabajar con este director puede sentirse en la confianza de sus caracterizaciones, sin las cuales sería difícil llegar al final de tan extenso metraje. Entre ellos, como una presencia concentrada y luminosa, está Lily Gladstone, la heredera de una de las familias beneficiadas con tan repentina bonanza, y una de las principales víctimas de la historia. El golpe de efecto esencial radica en cómo la aparente bondad de ese gran criminal que es Hale, mediante sus manejos turbios y el uso inescrupuloso de su influencia, consigue ir poco a poco eliminando a los miembros de esa comunidad que le molesta, mientras vive disfrazado de honorable benefactor, algo que De Niro interpreta a la perfección, otorgando más ambigüedad y cinismo a su Hale, también conocido como el Rey entre sus amigos y secuaces. Sin embargo, como le dice el sheriff no menos corrompido ante uno de sus crímenes, llega un punto en que su proceder se hace demasiado obvio, y cuando llegan al pueblo a investigar los agentes del FBI, guiados por la mente no menos oscura de J. Edgar Hoover, la verdad, bien que mal, acaba saliendo a flote. Una verdad que ha tardado hasta ahora para exponerse con sus matices más crudos, y que se detiene ante las tumbas de quienes perdieron la vida por ese petróleo, que salía de la misma tierra en la que sus cadáveres terminarían.

Burkhart, según nos lo presenta el guion, es un personaje poco simpático (borracho, derrochador, asaltante, manipulable), dispuesto a todo con tal de complacer a su tío, incluso llegando a tomar parte en el progresivo envenenamiento de su esposa, que padece de diabetes. Si la atracción y el amor que le lleva a casarse con Mollie son sinceros, al inicio de la trama, poco a poco eso deviene una suerte de pesadilla donde los límites entre el mal y la realidad se van desvaneciendo. Es ella quien finalmente viaja a Washington y consigue llamar la atención del presidente Calvin Coolidge, como un último recurso para detener el asesinato de sus hermanas y los que, como ella, son llamados “pura sangre” por los blancos, a falta del calificativo de “salvajes” que no pueden reprimir de cuando en cuando. Scorsese va hundiendo la mano en ese delirio, con el aliento de quien sabe manejar los resortes de la épica, y se guarda para los minutos finales la sorpresa de incluir en el reparto a Brendan Fraser y a John Litghow, en las escenas del juicio, lo cual agradece el espectador a esa altura de la extensa proyección.

Lily Gladstone (Mollie Burkhart) y Leonardo DiCaprio (Ernest Burkhart) en una escena de ‘Killers of the Flower Moon’ (2023), de Martin Scorsese (IMAGEN Apple Studios / Vía: www.festival-cannes.com)
Lily Gladstone (Mollie Burkhart) y Leonardo DiCaprio (Ernest Burkhart) en una escena de ‘Killers of the Flower Moon’ (2023), de Martin Scorsese (IMAGEN Apple Studios / Vía: www.festival-cannes.com)

Aunque el filme contiene escenas de violencia que el espectador recordará con facilidad (valga mencionar aquella en la cual Hale castiga físicamente a su sobrino, en el entorno sobrecogedor de una logia masónica), mis momentos preferidos son esos en los cuales las mujeres Osage dialogan entre ellas, hablando y describiendo su relación con los hombres blancos a los que reconocen como cazadores de dinero, y con los cuales, como les reprocha la matriarca, acaban casándose. La tranquila dignidad con la cual Lily Gladstone presenta a su Mollie, incluso cuando descubre que su propio esposo, lejos de ayudarla a esclarecer los crímenes es parte de esa red siniestra, es uno de los pilares de Killers of the Flower Moon. En una escena, cuando está iniciándose el romance entre ambos, ella le dice a Ernest, mientras llueve torrencialmente, que debe permanecer callado hasta que pase ese diluvio. Él llega a hablar su lengua, tiene varios hijos con ella, pero indudablemente nunca entiende del todo quién es esa mujer, a qué mundo pertenece, qué relación poderosa y extraña para él tiene con los elementos, con la naturaleza, con otra noción de vida. Su presencia en este filme, con guion del director y Eric Roth, es crucial en este abordaje revisionista de cómo Hollywood nos describió el western y sus supercherías de “salvadores blancos”. Y es ahí donde la película nos deja su clave, recordándonos de cuántos modos, desplazamientos, crímenes mal olvidados e injusticias, también se levanta la historia de los Estados Unidos de América. Como un mundo en el que habitan otros tantos mundos que aún están intentando conectarse, entenderse, y todavía cuesta mucho conseguirlo.

Cuando al fin los acontecimientos nos llevan hasta las sentencias dictadas por la justicia, Scorsese se vale de otro de sus recursos para subrayar de qué manera la historia blanca y oficial asumió tales veredictos. Para ello retoma, en los minutos finales, una de esas versiones, la aprobada por el mismísimo Hoover en una transmisión radial de la época, en la cual, con orquesta rimbombante y los inevitables efectos de sonido de ese tipo de programa, actores blancos dramatizan ante los micrófonos a los personajes de una fábula tan sórdida. Como prueba de su compromiso con esta historia, que anhelaba filmar y que logró hacerlo incluso bajo los embates y las interrupciones provocadas por la COVID, Scorsese añade en ese instante una nota muy personal, que por supuesto no voy a describir acá, y que el espectador conocerá si llega hasta el desenlace de esta película. De alguna manera, es no solo algo que ratifica su preocupación por desentrañar los orígenes y la permanencia del mal en la sociedad norteamericana (como ha hecho en The Woolf of Wall Street y tantos filmes acerca de la mafia), sino que nos hace saber que él mismo persistirá en su intención de recordarnos que el cine es algo más que una imagen en la pantalla, que en sí mismo es un arte y una forma de la narrativa, una ficción que puede abarcar dimensiones mucho más ambiciosas, en tributo a quienes fueron sus propios maestros y a una tradición de largo aliento, capaz de llegar a tonos épicos, que no debe reducirse a las hazañas de los superhéroes que tanto le disgustan.

Estrenada el pasado mayo en el Festival de Cannes, Killers of the Flower Moon ya está, por fin, en las salas de cine. Y es un filme que, arropado además por la música de Robbie Robertson, la edición de Thelma Schoonmaker y el notable trabajo de sonido, demanda ir a verlo en la pantalla grande, en ese espacio de color, movimiento y atmósferas donde se engrandece cada detalle, y los rostros de los protagonistas nos dicen aún más desde esta otra forma proyectar sus conflictos y emociones. Es lo que recomiendo al espectador que pueda hacerlo, antes de que la película pase a las plataformas digitales (una de las productoras de Killers… es Apple), aunque eso implique controlar los impulsos de darse un salto al baño o detener el filme ante cualquier posible interrupción doméstica. Lo cierto es que, si bien siento que le sobran minutos (un ejemplo: la presentación del asesinato de Anna, una de las hermanas de Mollie, que ya ha sido narrada previamente), vale la pena aguantarse esos otros deseos, a fin de ser parte, así sea como un testigo no tan directo, de los horrores padecidos por los Osage, bajo este chorro de sangre y petróleo que estuvo a punto de exterminarlos, y que ahora Martin Scorsese, desde su verdad más sólida, que es el cine, nos devela como otro episodio de la historia norteamericana. También eso nos recuerda esta película: que la verdad, dura y silenciada, tiene a veces que apelar a esa otra gran forma de la ficción que es el arte, para finalmente ser entendida y escuchada.

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NORGE ESPINOSA
Norge Espinosa Mendoza (Santa Clara, Cuba, 1971). Dramaturgo, poeta y ensayista. Licenciado en Teatrología por el Instituto Superior de Arte de La Habana. Sus obras teatrales han sido puestas en escena por grupos como Pálpito, Teatro El Público o Teatro de las Estaciones, en Cuba, Puerto Rico, Francia o Estados Unidos. Entre sus textos destacan: Las breves tribulaciones (poesía), Ícaros y otras piezas míticas (teatro) o Cuerpos de un deseo diferente. Notas sobre homoerotismo, espacio social y cultura en Cuba (ensayo). Es un reconocido activista y estudioso de la comunidad LGBTQ cubana. Su poema “Vestido de Novia” se ha convertido en himno de las reivindicaciones de este grupo.

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