Archivistas Salvajes es un colectivo consagrado a rescatar, conservar y difundir la producción cinematográfica amateur cubana (y sobre Cuba). Sus miembros son los cineastas Lucía Malandro (Uruguay, 1991), Daniel Saucedo (Cuba, 1992) y Josué G. Gómez (Cuba, 1991) y el periodista, crítico e investigador Fabio Quintero (Cuba, 1999).
Recientemente este colectivo participó en el Orphan Film Symposium de la Universidad de Nueva York, un evento dedicado al estudio y exhibición de películas olvidadas. Entre el 10 y el 13 de abril se celebró, bajo el tema “trabajo y juego” la edición correspondiente a este 2024, que reunió a académicos, archivistas y realizadores de todo el mundo.
Archivistas Salvajes presentó y discutió dos películas de su catálogo: Nace una plaza y Parrandas de Camajuaní, “documentales realizados en 1988 por Miguel García y Miguel Secades, este último presidente del Cineclub Cubanacán durante muchos años y uno de los principales impulsores del movimiento de cine amateur en Santa Clara y en el resto de Cuba”, según dijeron para Rialta Noticias.
Son dos filmes realizados “con apenas unos meses de diferencia” y “con una fuerte influencia de los documentales más didácticos del ICAIC de los años 60”, comentaron. Nace una Plaza fue “un encargo” y registra “la construcción del mausoleo del Che Guevara” en Santa Clara, mientras Parrandas de Camajuaní “documenta a los mismos trabajadores abocados ahora a una tarea mucho más lúdica: la construcción de las carrozas gigantes que dan vida a una de las festividades populares más grandes de Cuba”.
Ambas películas “se complementen de una forma muy compleja”, explica el colectivo, al punto que “permiten explorar en detalle el carácter de ambas tareas a través de un registro muy cercano al cine directo, repleto de ironías y juegos de montaje en los que se traslucen las verdaderas intenciones de sus autores”. El diálogo entre estos documentales se encuentra en perfecta sintonía con el tema convocado por Orphan Film Symposium: de un filme a otro se pasa “de las labores constructivas de la plaza, una obra extremadamente seria y con un carácter político muy marcado, a las parrandas, que representa lo opuesto a la gravedad de la plaza”. Comentan los archivistas que ambos filmes “fueron estrenados juntos y eso siempre nos ha parecido un gesto muy poderoso”.
Hace ya algún tiempo Archivistas Salvajes viene trabajando arduamente en la confección de Los subterráneos, un archivo que, hasta el momento de esta nota, cuenta con alrededor de 250 películas rescatadas y un poco más de 700 localizadas a través de fuentes muy diversas (consultas personales, revisión de la prensa, búsquedas en programas de festivales que, en algún periodo, cubrieron esas producciones, así como en fondos de instituciones estatales).
Semejante cantidad de filmes, que representa una mínima fracción respecto a un total quizás inimaginable de creaciones en peligro de desaparecer (o ya perdidas), resulta una medida de cuántos pasajes históricos del audiovisual cubano están todavía sin narrar. Y semejante cantidad de filmes son también un índice del relieve del proyecto emprendido por estos Archivistas Salvajes.
Según explican ellos mismos en su perfil de Instagram –donde es posible disfrutar de algunas fotogramas e inclusos fragmentos de esas películas, bajo la sensación de vislumbrar un vasto universo que nos ha estado vedado–, todos esos materiales proceden solo “de 17 cineclubes de creación o colectivos independientes, entre los 84 registrados hasta 1994 en la Federación Nacional de Cine Clubes (FNCC)”. Su labor, como ellos mismos apuntan, “representa un esfuerzo por preservar obras que documentan sucesos históricos y culturales relevantes para la Historia de Cuba, actualmente desprovistas de respaldo institucional”.
Sin dudas el quehacer de Archivistas Salvajes no puede ser calificado menos que de monumental. ¡Y no sólo por el número de obras a rescatar! Más allá del valor material de esos “documentos” encontrados, su inventario, su catalogación (o sea, descripción de contenidos y estilos de realización, explicación de las condiciones y los espacios en que se produjeron, registro de los autores), contribuye sustantivamente a reescribir/comprender mucho mejor las dinámicas del campo audiovisual cubano en su devenir y los actores (personas e instituciones) implicados en las mismas.
Los subterráneos, desde el minuto cero de su creación, es una contribución medular al enriquecimiento de eso que el crítico e investigador Juan Antonio García Borrero nombró “cuerpo audiovisual de la nación”, y a que este alcance su definición mejor.
¿Por qué son condenadas al olvido estas producciones de un indiscutible valor patrimonial? Son muchísimos los factores: sin dudas la miopía de la institucionalidad cubana, quizás la falta de fondos económicos o el escaso interés en su gestión durante décadas y también el desprecio de estos productos tenidos como estéticamente inferiores.
Frente a ese panorama, el trabajo de Archivistas Salvaje supone una vuelta de tuerca. Los subterráneos ofrece ahora una fuente verdaderamente valiosa para nuevas interpretaciones del pasado y no sólo del pasado de la creación audiovisual. Las memorias reservadas en esas películas estarán ahora disponibles para su reinscripción en la Historia. Y con relación a su condición de creaciones amateur, abren posibilidades para esbozar un relato más completo del cine cubano realizado al margen de la industria y en consecuencia ensanchar la comprensión de la tradición del cine independiente en Cuba, así como de las luchas de intereses y las relaciones de hegemonía/subordinación que han regido en el campo cinematográfico insular.
Los Archivistas Salvajes son cazadores de tesoros comprometidos con despertar un pasado demasiado tiempo dormido. Son productores de Historia, arqueólogos al rescate de esos fragmentos de memoria que archivan en Los subterráneos.