Imagen de cubierta de ‘Edmund Wilson Our Neighbor from Talcottville’ (Syracuse University Press, 1980)

Varias veces he comentado la obra del gran crítico norteamericano Edmund Wilson (1895-1972), quien actuó como un vórtice en el torbellino de la crítica, en la ciudad de Nueva York, entre los años 30 y 70 del pasado siglo. Junto a Alfred Kazin, Lionel Trilling e Irving Howe, Wilson integra una estirpe de críticos literarios de Nueva York dentro de la que personifica, tal vez, su tipo ideal.

A Wilson se le reconoce, sobre todo, por dos ensayos de gran resonancia, que marcaron la vida intelectual en el mundo anglosajón: Axelʼs Castle (1931), un recorrido por las mayores figuras de una literatura que llamaba “imaginativa”, entre 1870 y 1930 (William Butler Yeats, T. S. Eliot, Marcel Proust, James Joyce, Paul Valéry y Gertrude Stein), y por To the Finland Station (1940), una historia de las ideas revolucionarias modernas, entre la Revolución francesa y la bolchevique, con tránsito en la Comuna de París.

O sea, un libro de crítica literaria y otro libro de historia intelectual. Pero el segundo era, además, un ejercicio de pensamiento político. Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética eran entonces aliados en la Segunda Guerra Mundial, y a Wilson, como a casi todos los críticos literarios de Nueva York, le interesaba contribuir al diálogo entre marxismo y liberalismo, entre socialismo y democracia. Desde entonces, Wilson desarrolló un interés por las ideas bolcheviques, especialmente de Lenin y Trotsky, que lo acompañará toda la vida, a pesar del ascenso del anticomunismo en Nueva York durante la Guerra Fría.

Historia, política y literatura conformaban, para Wilson, el triángulo conceptual de la crítica. No es extraño, entonces, que en su ensayo The Triple Thinkers (1938), Wilson dedicara un texto a leer a Flaubert en clave política, otro a explorar las ventajas de una interpretación histórica de la literatura y otro más a las relaciones entre marxismo y literatura. En un libro posterior, Eight Essays (1954) aquel triángulo avanzaba sobre temas tan diversos como lo moral en Hemingway, el Marqués de Sade como revolucionario francés o la literatura escrita por presidentes de Estados Unidos, como Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt.

La división social del trabajo es implacable y Wilson, que se consideraba a sí mismo más como escritor que como crítico, terminó siendo eso, un crítico literario profesional. Sus poemas y novelas juveniles, como I Thought of Daisy (1929), han sido olvidados. Todavía al final de su vida, Wilson se quejaba, en alguna de las últimas reediciones de sus relatos Memoirs of Hecate County (1946), de que quienes se interesaban en su obra no valoraran tanto sus libros de ficción, a pesar de las críticas y censuras que suscitaron en los 40 y 50.

¿Qué escritores interesaron más a Wilson en su larga carrera de reseñista y articulista, en The New Yorker o The New Republic? Es difícil afirmarlo con precisión, dado el amplísimo y estéticamente heterogéneo registro de autores y obras que comentó. Un recorrido por el índice onomástico de su correspondencia, editada por Elena Wilson con el título de Letters on Literature and Politics (1977), arroja que algunos de los escritores sobre los que más escribió Wilson fueron Pushkin, James, Shaw, Joyce, Eliot, Scott Fitzgerald, Hemingway, Nabokov, John Peale Bishop y John Dos Passos. Este último, Dos Passos, un escritor virtualmente olvidado, es probablemente el escritor norteamericano con más entradas en la correspondencia de Wilson.

El triángulo conceptual de historia, política y literatura marca a toda la estirpe de críticos newyorkinos del siglo XX y su influjo llega hasta nuestros días, como puede comprobarse leyendo, tan sólo, The New Yorker. Hay una gran ausencia en este campo referencial y es la filosofía. A diferencia de la crítica literaria francesa, por ejemplo, que hace de la filosofía un género más de la literatura, la crítica literaria newyorkina privilegia el diálogo con la historia y la política. Es un triángulo escaleno, donde la línea más extensa es la literatura, pero un triángulo al fin.

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