Emma Stone en un fotograma de 'Poor Things', Yorgos Lanthimos dir., 2023
Emma Stone en un fotograma de 'Poor Things', Yorgos Lanthimos dir., 2023

Poor Things, la comedia dionisíaca del griego Yorgos Lanthimos, viene a librar a la mujer hollywoodense del cinturón de castidad del progresismo –y conste que el progreso, en el universo Lanthimos, aparece como una de las múltiples conformaciones del pasado.

Esa mujer arquetípica que enseñó a las muchachas del mundo a hablar sucio, fumar cigarros, beber fuerte, jugar con la cabeza de los hombres y vivir por la ley de sus reverendos ovarios, no había tenido un orgasmo en 30 años. Yorgos la hace venirse en pantalla múltiples veces, por primera vez desde que Harry Met Sally.

La mojigatería woke no entiende de tetas al aire, particularmente con fines artísticos (hasta los italianos cubrieron sus estatuas desnudas para no ofender al ayatolá Hassan Rouhani durante su visita a Roma). El noventa por ciento de los americanos menores de 30 años vuelven la cara al menor amago del eros fílmico. “¡Ew!”, en neolengua, denota el disgusto visceral dirigido a las zonas erógenas. Contraviniendo la censura hollywoodense, la protagonista de Poor Things va a pecho descubierto durante tres cuartas partes de la cinta.

Una bacanal al estilo Woodstock, con gente en cueros en medio de un campo, es algo que, evidentemente, solo pudo habérseles ocurrido a los abuelos del woke –¡que somos nosotros, los baby boomers!–. Los ídolos de la juventud actual son Bernie, Kamala, la bruja Ginsburg y el cíborg Tim Cook: iPhone es un consolador, y la manzana de Eva en el logo de Apple el signo del ente asexual que busca placer en el celibato involuntario.

Así las cosas, Emma Stone, en el papel de Victoria Blessington (“about 25 years old, 5 feet 10 ¾ inches tall, dark brown, curling hair, fair complexion and hands unused to rough work”, según la exquisita novela de Alasdair Gray), se lanza de un puente para terminar con su infeliz vida de casada (identidad y motivaciones permanecerán ocultas hasta el desenlace de la trama).

Entra Godwin Baxter, el doctor Fauci de un experimento de ganancia de función finisecular. Su rostro cruzado de cicatrices denota el parentesco intelectual con William Godwin, precursor de los sabios anarquistas, marido de Mary Wollstonecraft, la autora de Una vindicación de los derechos de la mujer (1792), y padre de Mary Shelley, la creadora de Frankenstein. La acción de Poor Things transcurre en un Glasgow neoeduardiano dado a la experimentación transgenética.

Godwin Baxter, conocido como God, descubre que la suicida estaba encinta. Extraer al feto del vientre de la madre, extirparle el cerebro y trasplantarlo al cráneo de la difunta Victoria, resucitarla, y cambiarle el nombre a Bella Baxter, parece una progresión inevitable en el estudio de un mago que ya había cruzado ocas con perros salchichas y que se rodea de las más absurdas monstruosidades arquitectónicas, inmobiliarias, sartoriales y biológicas (impecable dirección de arte de los húngaros Renátó Cseh y Judit Csák).

Los interiores del gabinete fáustico están filmados por el fotógrafo Robbie Ryan con lente ojo de pez, tal vez porque, como sabremos más tarde, Victoria arribó al quirófano con un anzuelo atorado en la garganta. El estilo circense, el ritmo novelístico y la estética esotérica parecen trasplantados del primer David Lynch, el de la épica The Elephant Man. En aquel período artístico (1980), Lanthimos tenía apenas siete años, de manera que lo retro aparece aquí como deformación del lente generacional.

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En Poor Things, la relación del Pigmalión con su Galatea es patrística y pedagógica. El padre de God había intervenido la carne del hijo a la manera en que Víctor Frankenstein jugó con el pellejo post mortem de su creación suprema. God mismo es mantenido con vida mediante un mecanismo lavoisieriano de transfusión hematopoyética que reemplaza las funciones linfáticas comprometidas durante una infancia de conejillo de Indias. God es un eunuco artrósico, sus pulgares contrahechos por cirugías antiestéticas. Al ingerir alimentos, eructa una esfera gaseosa que va a estrellarse ruidosamente en el sistema de calefacción eléctrico.

En ese teatro médico hace su entrada Ramy Youssef en el papel de Max McCandles, el joven discípulo encargado de registrar el proceso evolutivo de un cerebro de nonata injertado en el cuerpo de una Lolita. La película de Lanthimos podría verse como El cerebro de Donovan (1953) producido por los estudios PornHub, mientras que Emma Stone vendría a ser una Mia Khalifa llevada al suicidio por un perfecto singao que responde al nombre de general de brigada Alfie Blessington (Christopher Abbot).

Bella Baxter rompe floreros y tubos de ensayo, habla con la boca llena y escupe papilla en el rostro viviseccionado de God. Se expresa como un primate y desconoce las más elementales reglas de conducta, mientras que sus alebrestados órganos sexuales exudan los primeros efluvios adolescentarios. Andando el tiempo, el tufo de estrógeno propio de la madurez endocrinológica atrae a una caterva de pretendientes cachondos, entre los que destaca el fornicador extraordinario Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo).

De Bella Baxter podría decirse que es la perfecta representación mediática del infantilismo político contemporáneo. Parecería que Lanthimos quisiera advertirnos de que, con la generación Z, la evolución humana recomienza de cero, y que al nuevo humanoide le ha tocado redescubrir el lenguaje, el semen y el menstruo, el aborto, el deseo, los rituales de apareamiento y las delicias de la pansexualidad: el Hombre Nuevo es un perrito faldero convertido en Perogrullo.

Tan pronto como es prometida en matrimonio al timorato McCandles, Bella huye con Wedderburn en una escapada erótica que abarca el período venéreo de la nueva Morticia. En Lisboa, descubre los movimientos pélvicos desarmónicos, tanteando los límites de resistencia del jurista. Bailan, pasean, socializan, apuestan, golosean, conocen negros esclarecidos, viejas actrices fassbinderianas y filósofos de la legua, antes de continuar viaje hacia el Oriente.

La escena de la discoteca del transatlántico, en la que el abogado persigue a la ninfomaníaca por la pista de baile, empeñado en embarajar con pasillos de polka la energía cruda del pogo de Bella, es el mejor comentario al filisteísmo de un Hollywood que cortó las alas a las Emmas Stone de este mundo. La banda sonora de Jerskin Fendrix envuelve el grotesco de Lanthimos en una nébula púrpura, la única música comparable en audacia experimental a la de Pawel Mykietyn para EO, de Jerzy Skolimowski.

Superada Lisboa, la pareja recala en Alejandría, donde Bella, que durante el viaje ha desarrollado una conciencia crítica y una filosofía de tocador, reparte su dote entre los culíes y lleva a la ruina a su fornicador ludópata. La crisis concluye en París, con ella asilada en un burdel y Duncan recluido en un manicomio. El elenco de hombres que visita el camastro de la prostituta proporciona el saber carnal que le había sido negado a God: una gaya ciencia. Cada uno de los clientes es una lección de estética, de ética, de desajuste y penitencia, de banalidad y vileza, de artificio y experiencia. Cada uno, un argumento, y cada uno un pretendiente al reparto dramático de la novia universal.

En el prostíbulo tendrá de compañera a la martiniquense Toinette (Suzy Bemba), que la inicia en los principios del socialismo utópico y las delicias lésbicas. Solo le resta, luego de tan abrumadora elipsis, el regreso a casa, la vuelta al redil donde la espera McCandles, una boda de compromiso y, en un muy politizado denouement, el recuentro fatal con el general de brigada Blessington, cliché del macho tóxico y miembro honorario de alguna versión distópica del National Rifle Association, abusador de señoras y promotor de la variedad escocesa de la clitoridectomía africana, usanza bárbara de amputación genital contraria a las enseñanzas de Godwin, introducida inexplicablemente en el ambiente burgués de la buena gente de Glasgow.  Así descubrimos el motivo por el que Victoria se arrojó al río y la causa del nacimiento clínico de Venus.

Un final feliz, indigno del Lanthimos de Kynodontas (que ha terminado aceptando la doctrina progresista que Hollywood impone a los renegados), reúne a una Bella rehabilitada y debidamente amaestrada, devuelta a una suerte de liberalismo doméstico californiano, junto a la afrocaribeña Toinette, el árabe Yousuff, el fantasma benévolo de Willem Dafoe, la mucama empoderada y la pionera lobotomizada, más el republicano Blessington transmutado en chiva que pasta en la viña del señor Godwin. El poder corruptor del presente consigue, en Poor Things, trasmutar el pasado en Perogrullo, ese monstruo reaccionario retroalimentado con ideas sin futuro.

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NÉSTOR DÍAZ DE VILLEGAS
Néstor Díaz de Villegas (Cumanayagua, Cuba, 1956). Poeta, editor y ensayista. Fue estudiante de arte, pasó por la cárcel en Cuba, y emigró en 1979 a los Estados Unidos. Ha publicado varios volúmenes de poesía, recogidos todos en Buscar la lengua (2015). Fue el fundador de Cubista Magazine (2004-2006). Su más reciente libro, Poemas inmorales (2022), ha sido publicado por la Editorial Pre-Textos. Reside en Varese, Italia.

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