Se ha hecho cada vez más frecuente escuchar conjeturas acerca de la alineación de posturas extremistas y radicales que ocasionan la polarización política en la sociedad cubana –asumida esta con perspectiva transnacional–. He percibido esta preocupación no solo en medios digitales y tertulias informales, sino también en contextos académicos. En el más reciente congreso de la Latin American Studies Association (LASA), por ejemplo, dos paneles sobre Cuba discutieron acerca de las “condiciones para el ascenso de la extrema derecha” y las “derechas conservadoras, antagonismos y perspectivas sociopolíticas de futuro”, respectivamente. Además de las formulaciones “derecha extrema” y “derechas conservadoras”, los títulos de las ponencias incluían expresiones como “extremismo reactivo y conservador”, “polarización mediática”, “surgimiento de una derecha radical en el espacio público cubano” y “discurso extremista”.
La existencia de discursos polarizantes y actitudes radicales en un amplio segmento de la sociedad cubana es un hecho constatable. Basta asomarse a los comentarios en redes sociales o medios digitales para encontrar opinadores fanáticos de Trump, Bolsonaro, Bukele y Milei, que discuten acrítica y encarnizadamente con adoradores de Fidel Castro, Hugo Chávez y sus respectivos legados. Por otra parte, algunos estudios empíricos[1] sobre las opiniones y comportamientos políticos de los emigrados recién llegados a la Florida (que, en cierto sentido, pueden servir como proxy de las actitudes de una parte de los residentes en la Isla) muestran que en ellos predomina una antipatía por el Gobierno cubano que los suele acercar al Partido Republicano y a la figura de Donald Trump.[2]
Una búsqueda rápida en Google con las palabras “Cuba” y “polarización” arroja cientos de resultados que abundan sobre la idea de la emergencia de un proceso de radicalización y ponen en evidencia la importancia que ha cobrado el tema. Entre las hipótesis interesantes acerca de las causas de la polarización y su idiosincrasia,[3] algunos la atribuyen al efecto de la crisis económica sobre la profundización de las desigualdades en el acceso a recursos materiales, y a la precarización de la vida cotidiana. Otros, a la segregación, la represión y la criminalización de las disidencias, y a las violencias que ejerce el Gobierno cubano sobre ellas. Algunos más hablan de procesos de radicalización que producen dogmatismos ideológicos e incitan a la violencia. La mayoría culpa a la desinformación y la proliferación de noticias falsas en las redes sociales digitales, y en el caso de los emigrados, se señala la influencia de la comunidad de acogida y su impacto en los procesos de socialización política de los recién llegados.
Frente a todas estas interpretaciones, lo que me interesa discutir aquí es si el contexto cubano actual constituye efectivamente un escenario de extremismo y polarización ideológica y política surgido de la confrontación entre posiciones ideológicas radicales. Ya que el tema no es privativo de Cuba y los cubanos, sino que se ha convertido en un tópico habitual del análisis político en Latinoamérica y otras regiones del mundo (tanto que la FundéuRAE escogió polarización como su palabra del año en 2023), me parece atinado proponer dos categorías de la sociología y la ciencia política para abordar estos procesos fuera de la endogamia que suele caracterizar a los estudios cubanos y que pueden revelar algunas semejanzas con el escenario internacional: identidades negativas y polarización afectiva.
Polarización política es un concepto de la ciencia política definido en el contexto de sistemas democráticos de Gobierno que refiere a la alineación centrípeta de los partidos en el eje izquierda-derecha, una alineación que deja el centro vacío y fortalece los extremos. Una sociedad polarizada políticamente contribuye a la aparición de procesos de erosión de la democracia porque divide la opinión pública y el sistema de partidos (y otros actores políticos) en dos extremos con posturas programáticas e ideológicas irreconciliables, las cuales muchas veces se encuentran ancladas e imbricadas con clivajes étnicos, religiosos, territoriales o de clases, profundamente arraigados. No creo que este sea el caso de Cuba, donde existe un sistema de partido único con control estatal de la esfera pública.
La caracterización de la polarización política como un proceso donde “élites” (del Gobierno y la oposición), medios de comunicación y comunidades digitales participan por igual y se enfrentan divididos en dos bandos,[4] no solo adolece de un problema de equivalencia[5] e “inconmensurabilidad”[6] sino no se hace cargo de los límites del concepto para aplicarlo al contexto cubano. Ya que toda consideración sobre la política tiene que partir de la pluralidad y la competencia por el poder (o la influencia sobre su distribución) que produce un sistema jerarquizado de estatus y roles, en ausencia de competencia partidista e instituciones que canalicen hacia la esfera política la pluralidad social y en una esfera pública controlada por el Estado, donde los medios y la “opinión pública” solo expresan una postura, no existen dos polos enfrentados en un mismo espacio y, por tanto, no se puede hablar de polarización política en sentido estricto. Desde esta perspectiva, el Gobierno y los medios de comunicación que controla no constituyen un extremo y la oposición y los medios independientes otro, sino que sus acciones y discursos circulan en espacios diferentes, delimitados jerárquicamente y con muy desigual capacidad de influir en la opinión pública.
Por eso me parece más conveniente caracterizar la situación cubana en términos de polarización afectiva. A diferencia de la anterior, la polarización afectiva no se basa en valores, ideologías, programas y propuestas, sino en emociones, sentimientos y actitudes, de los cuales emergen no solo posiciones contrapuestas sino una intensa animosidad, crispación y confrontación entre dos grupos. En lugar de desacuerdos por controversias partidarias, este tipo de polarización produce hostilidad, desconfianza y odio. Se amplifica por las redes sociales digitales que funcionan como comunidades de pertenencia y espacios de batalla, en los cuales los algoritmos crean cámaras de eco y burbujas ideológicas donde, más que deliberar, las personas buscan reafirmarse en sus creencias y aniquilar las de los otros.
Con el concepto de polarización afectiva se describe un fenómeno que no ocurre en el ámbito de las élites políticas sino entre las personas comunes, el público masivo que participa en una conversación social amplia en canales no institucionales. Por ello, este tipo de polarización no se contiene en la esfera política o el comportamiento electoral sino llega a alcanzar los ámbitos de la vida cotidiana, las relaciones de amistad, familiares y hasta de pareja.
La polarización afectiva se instituye por medio de identidades políticas negativas, caracterizadas por definiciones del yo en contraste con otro(s).[7] A partir de esta distinción primaria, las personas saben mejor contra qué o quién están que a favor de qué o quién, y ese saber condiciona su conducta (por quién votan o hacen campaña, contra quién protestan, qué difunden y cómo conversan en las redes digitales). Puesto que se trata de una identidad, su capacidad de orientar la conducta es mucho más poderosa; no es lo mismo tener preferencias distintas a las de otras personas que ser diferente. En este sentido, las identidades negativas no refieren a lo que las personas desean o consideran justo o valioso, sino acerca de cómo se constituye su sentido de ser.[8]
Desde las identidades políticas negativas las adhesiones a figuras o partidos no se basan en el entusiasmo o la aceptación de ideologías o programas de Gobierno, sino que se condicionan por aquello que se aleja más de lo que las personas rechazan o detestan. Son las clásicas posturas anti que explican que se vote por Milei porque se detesta el peronismo, o por Bolsonaro porque se odia el PT. En estos casos, lo que confiere identidad y sentido de pertenencia es oponerse.
Como se trata de formas de adhesión no mediadas por el juicio, conducen y explican la polarización afectiva, así como algunas de sus características. Las identidades políticas negativas moldean sujetos que actúan más como guerreros en combate contra un enemigo que como participantes dialógicos en la esfera pública. Es decir, no solo voto a Milei, sino que odio al que vote por el peronismo. En este caso, los adversarios se tornan enemigos y los desacuerdos políticos se dirimen con hostilidad, miedo y desconfianza hacia los miembros de los otros grupos, precisamente porque se trata de desacuerdos emocionales antes que ideológicos.
En el caso de Cuba, donde los polos se delimitan extraterritorial y transnacionalmente, tanto las identidades negativas como la polarización afectiva se definen a partir de una postura básica: los que están a favor y los que están en contra del Gobierno y el PCC. Desde esta división fundamental podemos entender todos los demás enfrentamientos y adhesiones; el trumpismo, el bolsonarismo, el bukelismo, el mileismo, las posturas a favor o en contra del embargo/bloqueo (tanto el modo de nombrarlo como la centralidad de este issue en los análisis sobre la realidad cubana), los alineamientos internacionales (pro-Palestina/pro-Israel, pro-Ucrania/pro-Rusia), etcétera.
Los escenarios de polarización afectiva ayudan a comprender que en las definiciones de posturas y preferencias no tengan importancia los temas de partidos y políticas públicas y que la división “izquierda-derecha” no incorpore grandes disputas sobre temas morales de gran actualidad en el debate público de nuestra época (el aborto, la legalización de las drogas, la adopción homoparental).[9] La configuración de identidades negativas explica la ausencia de razonamientos y discusiones acerca de las contradicciones entre los discursos radicales que se apoyan y los propios intereses; por lo que es cada vez más común ver una misma persona defendiendo la candidatura de Trump mientras gestiona el parole o está pagando un coyote para ingresar más inmigrantes irregulares a EE. UU., o a antimperialistas defensores de la decolonialidad justificando la invasión a Ucrania. Nada de lo anterior puede inscribirse fácilmente en las definiciones clásicas de izquierda y derecha, conservadurismo y liberalismo.
Lo que vemos hoy no son defensas ponderadas y racionales de temas políticos o morales sino opiniones no razonadas basadas en fanatismos y refractarias a la argumentación y al debate y la polémica. La polarización actual del escenario cubano guarda más relación con esta negatividad que con una real identificación positiva con proyectos políticos, ya sean de derecha o de izquierda (what ever that means) y es esa misma negatividad lo que explica la creciente atracción hacia figuras y discursos con posturas radicales o extremas.
Aunque mi intención aquí no es realizar una valoración moral de la polarización, sino reflexionar sobre algunos conceptos que nos ayuden a estudiarla y comprenderla, no puedo dejar de advertir que, a pesar de tener muy mala prensa, no toda polarización es nociva. De hecho, la polarización política ha mostrado tener algunas virtudes como la de impulsar luchas por la defensa de la democracia en contextos autocráticos y de erosión democrática ya que puede movilizar grupos comúnmente apáticos o distantes de la política y llevar a ciertos partidos a reformular sus ofertas para ganar nuevos votantes. Lamentablemente, la polarización de ciertos segmentos de la sociedad cubana actual no parece ser de este tipo; lo que vemos es una confrontación emocional entre enemigos que se combaten uno al otro con un lenguaje y una lógica binaria y estigmatizante como sustituta de las ideas. Este tipo de polarización no contribuye a formar los ciudadanos comprometidos con la participación política responsable e institucional que tanto necesita el país.
Notas:
[1] Cfr. Cuban Research Institute: FIU Cuba Poll, Florida International University, Miami, 2022.
[2] Cfr. Guillermo J. Grenier: “La marcha de los miles: la incorporación de nuevos cubanoamericanos a la cultura política del sur de Florida”, OnCuba News, 9 de mayo, 2023.
[3] Dada la naturaleza de este espacio, no me voy a detener en los detalles de cada hipótesis ni a citar sus autores, porque lo que pretendo es tomar algunas de ellas como punto de partida para desarrollar mi argumento.
[4] Un enfoque adoptado, por ejemplo, por el Observatorio sobre Extremismo Político de la plataforma digital La Joven Cuba.
[5] Sobre el problema de las equivalencias no me extiendo porque en este mismo espacio ya Hilda Landrove discurrió exhaustivamente.
[6] Uso esta palabra en un sentido metafórico que no alude a su referente kuhniano (relativo a la teoría de Thomas Kuhn) sino a la simple definición matemática referida a la ausencia de una unidad común de medida entre dos variables, lo que imposibilita relacionar magnitudes diversas con la misma medida.
[7] “We trace the origins of affective polarization to the power of partisanship as a social identity and explain the factors that intensify partisan animus. We also explore the consequences of affective polarization, highlighting how partisan affect influences attitudes and behaviors well outside the political sphere.” (Iyengar, S.; Y. Lelkes; M. Levendusky; N. Malhotra; y S.J. Westwood: “The Origins and Consequences of Affective Polarization in the United States”, Annual Review of Political Science, n. 22, 2019, pp. 129-146).
[8] Cfr. Jonathan R. Cohen: “Negative Identity and Conflict”, Ohio State Journal on Dispute Resolution, vol. 35, n. 5, 2020, pp. 737-752.
[9] Con la excepción quizás de los debates que impactan a la comunidad LGBTIQ+ (conviene recordar que las identidades son múltiples y se activan según el contexto).
Con perdón: todo es erróneo y sesgado en el análisis de Bobes, por poner un solo ejemplo:
«No creo que este sea el caso de Cuba, donde existe un sistema de partido único con control estatal de la esfera pública. La caracterización de la polarización política como un proceso donde “élites” (del Gobierno y la oposición), medios de comunicación y comunidades digitales participan por igual y se enfrentan divididos en dos bandos,[4] no solo adolece de un problema de equivalencia[5] e “inconmensurabilidad”[6] sino no se hace cargo de los límites del concepto para aplicarlo al contexto cubano».
La participación igualitaria de ambas tendencia políticas en la esfera pública es un mito, una idea falsa. Los Twitter Files han mostrado que hay esferas del gobierno y del Partido (Demócrata, en USA; Morena en México; Partido de los Trabajadores en Brasil) que controlan el flujo de inofrmación, cancelan y tergiversan. Precisamente, el problema de confrontación política actual y su agudización en Occidente se debe a la monopolización del discurso social, el adoctrinamiento desde los medios de cominicación tradicionales, las campañas de desinformación desde las organizaciones internacionales y las NGOs controladas por la izquierda. Es el peligro de la instauración de regímenes totalitarios de izquierda, que llegan al poder por procesos electorales (allendismo) y una vez en el poder, disponen de medios ilimitados de reprimir a sus enemigos, desde la CIA, el FBI, el WHO, la Academia (LASA, Hamilton 68, https://www.racket.news/p/cti-files-4-the-hamilton-68-connection), las finanzas (Blackwell, etc) y una nueva oligarquía de estilo ruso adaptada a las necesidades de un soviet «democrático», con su brazo armado en Antifa y BlackBlock, Primera Línea y otras tropas de choque internacionales, una intelectualidad apegada a modelos antiliberales y antidemocráticos, «anticapitalistas», antiosionistas, anticubanos (LET CUBA LIVE), reduccionistas y autoritarios, que siguen religiosamente las iniciativas prefab DEI, Black Lives Matter, LGBTQ, TransWorld, etc. lo que ha llevado a la respuesta, o la «reacción» de las masas. Un saludable movimiento reaccionario, en el sentido de ser consciente de la situación, una conscientización del público que ha creado sus propios zamisdats como medios de comunicación fuera del ciclo controlado por el poder, por aquellos excluidos del libre intercambio de opiniones (The Free Press, de Bari Weiss; Racket, de Matt Taibbi y Walter Kirn; Public, de Shellenberger y Gutentag), no significa un giro a la derecha por parte de la oposición libertaria. Agusto del Nosce sitúa la bifurcación de las tendencias políticas modernas en el momento de la aparición del Manifiesto Comunista en 1848: para Del Nosce, la secularización totalitaria que significaron el fascismo y el comunismo, nacen en ese momento histórico. La preeminencia del Estado totalitario secular en la actualidad, viene de aquellas ramificaciones de sistemas totalitarios. Cuba no es la excepción, y el Partido único no es de modo alguno un fenómeno excepcional: en cada aula de USA, en cada alcaldía de California, en cada municipalidad italiana, en cada ministerio de propaganda europeo, en cada comité de salud pública brasileño, en cada institución cultural mexicana, el Partido Único ha urpado las instituciones democráticas y tomado el control del discurso, de la censura y la cancelación selectiva, de las categorías culturales, de la narrativa racial, de las comisiones electorales y los servicios secretos. Los patriotas cubanos que salieron a la calle el 11J se oponen al mismo tipo de poder que aquellos que hoy luchan en Estados Unidos por poner fin a un régimen que colocó en la Casa Blanca a un anciano afectado de demencia senil. Durante cuatro años USA ha sido gobernado por una Junta de oligarcas. La reacción popular a esas realidades políticas difícilmente pueden descartarse como fantasías derechistas, extremismo antidemocrático, o «amenaza» a la nación. La lista de personajes políticos peligrosos de esta autora incluye a Bukele, y no a Cristina Fernández y a López Obrador, a Milei y no a Lula da Silva. Creo que el peligro real de una catástrofe extremista, que ponga el peligro a la democracia en la región, viene de estos últimos y no de aquellos nombres pre-programados y pre-instalados en el discurso vacío de Bobes como un silbato de perros, que espera la salivación acrítica de una jauría de lectores.
La polarización política en Cuba tiene un largo historial. Mencionemos un momento clave: Denis Solís declara a Donald Trump «su presidente». Inmediatamente, las distintas facciones ideológicas de la isla y la diáspora entraron en modo pánico con tal de negar, explicar, desacreditar, tergiversar, descartar una inocente declaración ad hoc. Mientras tanto Obama, «el Presidente de todos», preparaba las condiciones de un hipotetizado «tercer término» con la elección de Joe Biden. El equipo de asesores obamistas podía seguir gobernando acríticamente y sin contratiempos durante otros cuatro años bajo la apariencia de una legítima sucesión democrática. Ese hecho evidente salió a la luz en el último debate presidencial televisado. Pero el dictum de Denis Solís merecía un análisis del que nunca fue objeto. Sencillamente se lo descartó, y su autor fue cancelado. La discusión sobre polarización política en el contexto del 11 J fue pateada como una lata calle abajo. Que otros se ocuparan del asunto en un futuro imposible. Hoy Denis es un non-person y un non-entity político. Bobes ni siquiera lo toma en cuenta.
«Es decir, no solo voto a Milei, sino que odio al que vote por el peronismo. En este caso, los adversarios se tornan enemigos y los desacuerdos políticos se dirimen con hostilidad, miedo y desconfianza hacia los miembros de los otros grupos, precisamente porque se trata de desacuerdos emocionales antes que ideológicos». ¿Hay que recordar que Cristina Fernández posiblemente despachó al fiscal Alberto Nisman y a un par de abogados molestos encargados se su caso, o sería esto mucho pedirle a la catedrática? ¿Merece el kirchnerismo una evaluación ponderada académicamente o el desprecio del público? ¿No es la reacción Milei-ista un síntoma de salud política en el ámbito argentino y una bocanada de aire fresco en el panorama social argentino y el anti-mileísmo visceral de la izquierda la reacción histérica de una falsa conciencia que ya pasa entre los académicos por segunda naturaleza?