Carlos Melián
Carlos Melián

¿Te consideras un(a) cineasta independiente? ¿Por qué?

Sí, porque para mí hacer cine nace de una iniciativa ingenua, mineral, teleológica.

¿Qué criterios –económicos, políticos, culturales– han condicionado tu autonomía creativa para hacer cine en Cuba?

Siento que mi autonomía, mi núcleo duro, tiene origen en la literatura y el cine universal. Pero esos tres criterios –económicos, políticos, culturales– me condicionan, me amenazan, me excluyen. Son como puntos de control que debo pasar en la carretera. Ahora mismo, como no ha habido ni hay dinero en Cuba para películas cubanas, los puntos de control que me condicionan, porque son los que existen, son los extranjeros. El dinero para hacer cine ha estado fuera de Cuba por el olvido, el miedo, la obstaculización o la incapacidad financiera estatal, no iba a poder ser de otra manera. Según lo que he visto, allá afuera predomina una visión de “lo necesario inmediato”, y de ahí cierta deriva hacia el realismo, lo cual es natural y equívoco porque se configura una visión extraña, satélite, incluso neocolonial de lo que puede y debe ser nuestro cine y nuestra realidad. Se juzgaría muy mal a una película cuyo conflicto no cumpla con la tabla de conflictos que plantea el periodismo, las ciencias sociales y los ministerios de exteriores. No pasa así cuando los fondos foráneos se disponen en función de las historias que se generan localmente y no tienes competencia con historias de otros países. La competencia entre los países del sur es muy engañosa, muy política.

Tengo el sentimiento, de que lo que ha salido adelante son proyectos e historias atraídos por el imán de lo políticamente correcto, algo que en verdad me decepciona porque pinta no sólo a sutil censura, sino a tecnología política, a conformidad, a estrecho horizonte, a monoproducción, a esto-es-lo-que-se-espera-de-ti-muchacho. Uno se siente amenazado y vigilado por el discurso oficialista, antirracista, anticastrista, feminista, de forma tal que por doquier hay una mina de esas que te perdonará la vida o te hará pedazos. Hay un complicado juego de ordenanzas, pudores y culpas que se entremezclan. Son miradas totalitarias, criterios cuya amenaza, cuyo poder de asesinato de prestigio yo siento todo el tiempo, porque ante tales cargas me siento como un Thoreau, algo así. Quiero mandarme a correr, de hecho es lo que he hecho viviendo en Santiago aún, mandarme a correr, pero siento que están en todas partes.

Creo que no tengo nada personal contra el realismo, ni contra la denuncia, no envidio lo que se dice en esos campos, lo que me pasa es que no confío en ellos, no confío en ningún discurso que no sea indiscutiblemente poético. No confío en ninguna película, ni en ningún escritor que no irradie luz por sí mismo, y no revele a un poeta individual detrás. O sea, suelo buscar uno que te diga, “mira esto no es la realidad, ni la verdad, ni la corrección, esto es un mero cuento que yo te estoy haciendo de mí para ti, yo soy dios aquí”. No sé por qué me pasa eso, la verdad. Es muy interesante. De principio me echo la culpa. Creo que ahí hay algo de esa angustia de la influencia pura y dura de la que Harold Bloom escribió. Uno quiere liberarse del gran animal, de las babas de esa avalancha de lineamientos estrictamente prosaicos y corregidos que ves por doquier. Uno busca a seres humanos falibles, equivocados, sensibles, erráticos como uno sabe en su fuero interno que uno es.

Yo siento –como se siente que hay vida extraterrestre, o sea, como algo que tiene cabida en un supuesto– que son los vicios y las obsesiones de otros lo que reproducimos y esa reproducción paradójicamente nos hace sentir muy libres, o menos solos, o en el camino correcto. “Muy”, “menos”, “correcto”: desde esas carreteras pasamos a toda velocidad y miramos al caballo blanco. Ha sido un largo proceso de bombardeo cultural y nos hemos quedado con las cuentas de vidrio en los bolsillos como premio.

Desde los años noventa, el campo cinematográfico cubano ha experimentado importantes transformaciones, entre ellas, la pérdida de la hegemonía productora del ICAIC. En este panorama, ¿hacia dónde apunta la denominación “cine independiente” en el caso cubano? ¿Tiene sentido hablar de cine independiente hoy?

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A mí este cuestionario me causa cierto pudor. El sentimiento es este: el de un rey sin reino. Al hablar de mí como cineasta me siento como uno de esos presidentes que viven en el exilio porque fueron expulsados por una fuerza política X, y son “presidentes” porque sólo son reconocidos por un complot compuesto por un determinado número de ministerios de exteriores del mundo. Esos ministerios de exteriores buscan algo más allá de mí, o sea que para ellos solo soy una pieza. Ese presidente sin país que soy yo, que no ha asumido al menos públicamente su derrota, tiene siempre esa vela encendida dentro, el cirio de la vergüenza, la de ser un presidente sin país. Y es lo que siento yo, soy un cineasta sin país, sin cinematografía, sin cines. Y creo que como para mí es tan nítido, eso le debe suceder a muchos otros. Así que voy a hablar en pasado. El cine siempre dependió de la generosidad del que me entregó el dinero, de la autoridad que otorgó los permisos, del técnico y actor/actriz que colaboró. En un rodaje me sentí el ser más pequeño del mundo y no precisamente en términos estéticos, y no digo que esa angustia de lo estético no me nació, sino que fue aplastada por conseguir terminar el filme sin que alguien o algo me expulsasen del rodaje. Solía sentir que un motín podía reventar a bordo en cualquier momento. Prevalecía en mí la idea de que si lograba terminar el rodaje era a golpe de simpatía, de ofrecer yo mismo un gran espectáculo conciliador. No sé si a esto se le puede llamar independiente. Siempre vi cierta virilidad en ese término que no percibí en ningún momento en los rollos en los que estuve metido, es una noción que no siento en lo absoluto, y que pertenece más al periodismo y a cómo nos observan aquí abajo. Me creo, como dije, independiente en una cuerda muy íntima que no se explica en términos sociológicos, económicos o políticos. Yo sólo puedo hablar de lo que conozco, esta podría ser mi respuesta a si tiene sentido o no para mí hablar de cine independiente en Cuba.

Recientemente, el Gobierno cubano ha legislado sobre el cine nacional. ¿Cómo impacta el decreto ley 373 las condiciones de posibilidad de los cineastas? ¿En qué medida responde a los intereses y las demandas del gremio?

De lo que leí en ese decreto no recuerdo mucho. De lo que he leído acerca de las limitaciones de ese decreto desconfío tanto como del decreto mismo. Para mí todos son falibles a priori. Personalmente todavía no he tenido un choque que me haga descubrir limitaciones en él. No quiero especular y sumar más desconfianza al debate. O sea, no quiero aportar más desconfianza e incertidumbre sobre si funciona o no porque sería especulativo.

¿Cómo evalúas el modelo de desarrollo cinematográfico que supone la puesta en vigor del Fondo de Fomento? ¿Cuáles son sus principales beneficios y limitaciones?

Cuando un proyecto mío fue a un foro de coproducción internacional era acaso el más huérfano. En ese foro encontré un coproductor judío que al año me dijo: “Chico, todos los proyectos que fueron a Málaga ese año están filmados menos el tuyo”. Todos los proyectos traían aportaciones nacionales de sus respectivos institutos de cine, había dos proyectos cubanos ahí, ambos totalmente huérfanos.

¿Cuáles son los desafíos, los límites y las posibilidades para el desarrollo de una industria audiovisual en la Cuba actual? ¿Cómo será el cine cubano del futuro?

En “La Ilíada o el poema de la fuerza”, Simone Weil cita un pasaje donde una madre esclavizada deja de llorar por la suerte de sus hijos y comienza a pensar en comer, en que tiene hambre, “la naturaleza, cuando entran en juego las necesidades vitales, borra toda vida interior y aun el dolor de una madre”. Ahora mismo, poco a poco mi energía se centra en sobrevivir a esta crisis profunda que todos sabemos no ha tocado fondo. Me preocupan la alimentación y las medicinas de mis dos hijos pequeños e inocentes. Según mi experiencia el futuro del cine cubano sencillamente está haciendo la cola del pollo, el huevo y el picadillo. Yo creo que en sobrevivir a esto sin quemarte, sin que te lleve o te reduzca a cero la policía política, sin que te parta en dos una multa, o una enfermedad mental o fisiológica, están concentradas las posibilidades del cine cubano, que se hará con los sobrevivientes. Cuando se pinta en acuarela la tinta toma la forma que el agua decide, ya veremos qué pasa.

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CARLOS MELIÁN
Carlos Amílcar Melián Moreno (Santiago de Cuba, 1979). Realizador, guionista y periodista cubano. Ha dirigido los cortometrajes Pizza de jamón, Cinco minutos, Reunión de padres y El rodeo. Ha trabajado como guionista en obras de otros realizadores. Escribe crónicas para la revista El Estornudo.

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