Espacio Público

Fue mucho más fácil de lo que pensábamos convencer al museo de que valía la pena probar. Después de todo, el museo es una máquina de ficciones que pueden detenerse en cualquier momento. Llegamos como a las cuatro, sacamos el taladro para quitarle los tornillos a las bisagras de la puerta de entrada y la recostamos a la pared, como si fuera un cuadro.

Como en cualquier inauguración, la gente buscaba algo que mirar, pero de lo único que había que darse cuenta, era que no había puertas para entrar. Sólo un marco hueco separaba al museo de la ciudad.

¿Qué pasa en el espacio cuando el evento acaba? Que no haya puerta por un rato es una cosa, pero que el museo permanezca abierto las veinticuatro horas durante todo un mes, parecía algo difícil de sostener. Sirvió de techo para los indigentes de la zona, para tomar ron por la madrugada, de baño público y hasta para que grafiteros decoraran el espacio sin pedir permiso. No pasó nada.

La institución resistió. Nosotros sólo tomamos algunas medidas básicas, como pagarle a alguien para que limpiara el orine de la noche anterior, pagar la luz eléctrica usada en los horarios no laborables, cambiar los picaportes para proteger las oficinas. La verdad fue decepcionante comprobar que aunque no hubiera puerta, la puerta aún estaba ahí.

Esta acción pretendía hacer del museo una nueva esfera de lo público –que no es lo público de todos, dictado desde arriba, sino lo que nosotros mismos hacemos público–. En este ejercicio de democracia urbana, el museo hizo su striptease queriendo ser espacio realmente público, pero nadie le creyó.

Monumento al Decorador de Fiestas

En caso de que se quiera realizar un Monumento al decorador de fiestas cubano, aconsejamos seguir estos 8 principios básicos.

  1. Entender primeramente que este Monumento es en realidad para los arquitectos cubanos, y que muchos se sentirán ofendidos al ser llamados así, aunque paguen impuestos como tal. La arquitectura legalmente no existe y este es un monumento oficial.
  2. Su tamaño, como es de esperar, deberá tener proporciones monumentales, aconsejamos un mínimo de 16 metros de largo por 5 metros de altura.
  3. Usar como material de base la cadeneta de papel de las fiestas políticas, por ser este tipo de decoración la distancia más corta entre las efemérides y el resto de los días.
  4. Las cadenetas deberán ser blancas y estar perfectamente alineadas, en busca de un estilo más profesional.
  5. Colocar las tiras de cadenetas colgando del techo hasta el piso, una junto a la otra, a modo de una cortina que se pueda atravesar.
  6. Elaborar con precisión los amarres, pues debido al viento al que estará expuesto, el Monumento podrá tener una continua ondulación, como una bandera. No usar papeles demasiado frágiles.
  7. A pesar de representar el punto crítico de una derrota, evitar, por todos los medios discusiones políticas.
  8. Debido a su marcado carácter efímero, coherente con la decoración de fiestas, destruir una vez terminado el acto inaugural.

Adoración y Profanación de la Casa Lamas

Que el ajiaco estuviera bueno o no, realmente a nadie le importaba. El hecho radicaba en cómo te sentías al pedir un poco.

La Casa Lamas es un logrado alarde de virtuosismo. Irracional en el racionalismo. Extremo de la modernidad doméstica en La Habana de los cincuentas. Su estructura de cargas asimétricas es el reverso de lo binario. Laberíntica, excéntrica, brutal. El año 1959, que fue el año en que se terminó la casa, fue también el año de su abandono. Una casa que nunca se vivió. Su construcción y deconstrucción se sucedieron como si su único propósito fuese que su arquitecto, Humberto Alonso, la viera existir.

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Cuando la vimos por última vez, fantástica y en ruinas, vivía un hombre en ella. Este, hacía algo que nos parecía obsceno y poético: se la estaba comiendo. Rompía lo que quedaba de la carpintería para hacer leña y cocinar. Por otro lado, algunos amigos llevaban tiempo obsesionados con la casa. Construyeron un registro de maquetas, planos, fotografías; conocían hasta el último centímetro de su pasado.

Así es el encanto de los opuestos. Mientras unos arquitectos veneraban la casa, una persona la destruía para alimentarse. Adoración y Profanación son dos límites de una relación amorosa.

No se puede parar lo ineludible. Después de pensarlo mucho, volvimos a la casa para pedir a este “cocinero” romper con él una de las últimas ventanas. Una vez arrancada del marco y despedazada sobre el suelo, le pedimos algunos pedazos para llevarlos a casa y cocinarlos allí. Queríamos comerla. Accedió, sin entender mucho, entre la solidaridad y la pena.

Llevamos también las maquetas, planos, dibujos y fotos del proyecto, a la manera de una versión de típica exposición de arquitectura. En nuestra terraza, entre amigos arquitectos con tragos y tacitas de sopa, se veía una hoguera desde donde nosotros mismos sazonábamos un ajiaco, al mismo tiempo que lo servíamos. Si mirabas al fuego podías reconocer los fragmentos de un ventanal moderno ardiendo al rojo vivo de las brasas.

La división entre quienes rechazaban la tacita de ajiaco y quienes la aceptaban, murmuraba un espacio bipolar. La ofensa y el ofendido declaraban su amor por igual. Aún creemos que hay profanaciones necesarias.

Aquí está el vacío

Al llegar al vacío sólo hay algo que ver: vacío. Huellas dibujadas en los muros colindantes, donde había ventanas, habitaciones, escaleras. Restos de los aferrados azulejos de época y azulejos de shopping. Cimientos. Este es el lugar que escogimos para exponer la arquitectura contemporánea cubana, una muestra que esconde los proyectos que nunca existirán.

Fue necesario sacar escombros, después barrer, barrer mucho, barrer polvo y montar. Cada proyecto ocupando una pancarta de tamaño A1, que es el formato preferido por la Facultad de Arquitectura. En las pancartas no hay imágenes, sólo palabras que informan sobre un lugar, una idea y sus autores, con la última gentileza de mantener la elección tipográfica de cada cual. Para los que han venido a ver arquitectura al vacío les ofreceremos su doble ausencia, la ausencia en la realidad y la ausencia en su propia imaginación. Todo lo que se piensa para la ciudad se produce desde el exilio en el planeta de los arquitectos. Hace cincuenta años desaparecieron y con ellos la culpa de hacer ciudad.

Este manifiesto anticívico, no produjo nada, sólo un poco de tiempo en el vacío. El espacio ausente se llenaba de gente que no podía ver la ciudad que imaginaban los arquitectos, pero al menos sabían que ellos la imaginaban. Los niños, al ver los lienzos en blanco, entraban a dibujar. Por un mes estuvo abierto el vacío, como si existiera, como si al terminar el mes no volviese la ciudad a perder ese espacio. La ciudad que parece compacta es engañosa, está llena de fachadas que esconden vacíos. Si los estadistas calculan que cada día caen derrumbados dos edificios, tal vez no es absurdo pensar que la ciudad tiene fecha de caducidad.

Para mostrar la arquitectura contemporánea cubana hay que mostrar su ausencia. El vacío es el museo de los arquitectos.

Fatiga

Para empezar, un octavo y décimo lugar es algo de lo que estar orgullosos, porque estamos hablando de nueve kilómetros, teniendo en cuenta la preparación que demanda y el cansancio que provoca. Además, es bastante divertido ver a todos tus colegas vestidos sport, de gafas y licras, algunos muy apretados, con su pomito de agua, sudar desconsoladamente.

La pequeña maratón comenzó un día de agosto, como era esperar, a la una de la tarde. Sonó el silbato y comenzamos a trotar, cada uno a su ritmo. Luego de una hora, quedaban menos de la mitad. Y ahí estábamos nosotros, que estuvimos corriendo tres meses todas las tardes por malecón. Vinieron muchos más de los que esperábamos. Sabíamos que estarían los de siempre, entre cumplidores y entusiastas, pero también vinieron los ya agotados. Fuimos muchos.

Ya habíamos hecho exposiciones, charlas, fiestas, publicaciones, posts en Facebook, reuniones. Fuera del planeta de los arquitectos no cambió nada. La arquitectura contemporánea cubana continuaba sin ser tema de conversación, seguía siendo alegal y anónima. Décadas de reclamos habían fatigado a un gremio cuyo único saldo será haber sudado en el intento. La carrera era un retrato hiperrealista de ese agotamiento.

De la generación de los que ya son abuelos, la mayoría no pudo correr más de tres kilómetros, pero los veías ahí, desde tempranito, listos para demostrar lo indemostrable. Después teníamos a los que ya llevan entre diez y quince años tratando de hacer las cosas por su cuenta, pero pararon antes de tener un lugar decente que celebrar. Tal vez por ya estar pasados de los cuarenta y no tener tiempo para ejercitarse. Por delante de nosotros siguió corriendo la generación Y, que no tiene nada que perder menos el tiempo, o sea, todo.

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