enrique krauze
'Spinoza excomulgado', Samuel Hirszenberg, 1907

No responde el arte de la memoria a una escritura cortés o necesariamente conciliadora. Algunos clásicos del género, en la modernidad, como Franklin, Casanova o Chateaubriand, contaron sus vidas, entre otras cosas, para quejarse de la imperfección humana, denunciar la vanidad del pensamiento ilustrado o nombrar obstáculos al avance del genio del cristianismo. Spinoza en el parque México (Tusquets, 2022), de Enrique Krauze, no desentona en ese célebre legado, el de la memoria como tributo, no como venganza.

Pero este libro es una memoria y también un alegato, que opta por la forma del diálogo: una larga conversación con el jurista y filósofo español José María Lassalle, estudioso de John Locke y la escuela liberal moderna. El gesto de narrar la vida propia, no por medio de una confesión o una autobiografía, sino de una charla o un coloquio también tiene antecedentes ilustres. Ahí están Goethe y sus conversaciones con Eckermann o el Memorial de Santa Elena del Conde Las Cases.

El libro arranca con una evocación del reino de la infancia y la adolescencia, en la Condesa, durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Allí nació y creció Krauze, en una familia de varias generaciones de judíos polacos, por parte de padre y madre. Aquel mundo se describe apacible y próspero, en los años del cardenismo y el poscardenismo, donde asoma la mirada antisemita y xenófoba, como presencia inquietante, pero sin la fuerza necesaria para amenazar el entorno.

Muy reveladoras resultan las primeras lecturas, que pronto, en los años sesenta y setenta, ensancharán sus estudios en la Universidad Autónoma de México (UNAM) y El Colegio de México. La pasión por el pasado se iba perfilando ante las páginas de Historia Sagrada de la Biblia y la Enciclopedia Judaica Castellana, las charlas con su abuelo Saúl en una banca del Parque México y las lecciones de su maestro Ferdman en el Colegio Israelita. De aquella primera etapa formativa, familiar y colegial, datan algunos intereses que no abandonan a Krauze, siete décadas después: Spinoza y la heterodoxia judía, Lenin, Trotsky y la Revolución rusa, los hermanos Singer y la literatura centroeuropea.

Además del tributo a abuelos y padres, a los maestros y al barrio, este libro rinde homenaje a los profesores de la UNAM y El Colegio de México. Son enaltecederores, por su profundo sentido de gratitud, los pasajes dedicados a las enseñanzas de Enrique Rivero Borrel en la Escuela de Ingeniería y de José Gaos en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. También agradece a varios amigos de juventud, José María Pérez Gay, Héctor Aguilar Camín o Hugo Hiriart, un repertorio de lecturas (Stevenson, Swift, Mann, Hesse, Kafka, Marcuse, Wilson) que visitaría en las décadas siguientes.

Entre los tantos tributos de este libro hay uno que destaca especialmente y es el consagrado a los profesores de El Colegio de México: Daniel Cosío Villegas, Luis González y González, Jean Meyer, el propio Gaos y toda la brillante generación de exiliados republicanos españoles que se incorporó a esa institución, fundada por Alfonso Reyes, a la UNAM y al Fondo de Cultura Económica. Bajo su magisterio, el joven Krauze escribió algunos libros, como El nacimiento de las instituciones, Caudillos culturales en la Revolución mexicana y Daniel Cosío Villegas. Una biografía intelectual, que hoy son clásicos ineludibles de la nueva historia intelectual hispanoamericana.

Krauze rinde honores, también, a sus maestros ex cátedra, que encuentra, sobre todo, en la gran tradición del pensamiento judío moderno. A propósito de un libro nunca escrito, sobre judíos heterodoxos o judíos no judíos, el historiador glosa la vida y la obra de Baruch Spinoza, original pensador holandés, de ascendencia sefardí-hispano-portuguesa del siglo XVII, de Heinrich Heine, poeta romántico alemán, que recitaban los jóvenes hegelianos en Jena, y de Karl Marx, el más sofisticado de los críticos del capitalismo y fundador del comunismo.

Enrique Krauze (FOTO Flickr)
Enrique Krauze (FOTO Flickr)

Spinoza, Heine y Marx, un linaje que perfectamente habrían reclamado para sí Paul Lafargue o Rosa Luxemburgo. Un cálculo tramposo de las citas de autores mencionados en el índice onomástico arroja que, después de Octavio Paz, nadie supera a Marx, seguido de cerca por Spinoza. Y tiene todo el sentido porque este libro es el diálogo de un liberal con el marxismo, el socialismo y, en gran medida, toda la izquierda del siglo XX. Diólogo que rige también, de principio a fin, la obra de Paz.

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Más adelante se detiene Krauze, en conversación con Lassalle, en algunas de las grandes mentes judías del siglo XX: Walter Benjamin, Hannah Arendt, Gershom Scholem. De la mano de ellos interviene, una vez más, en el debate sobre el totalitarismo, la barbarie y el mal en la modernidad. Sus advertencias sobre los excesos de analogías entre nazismo y comunismo recuerdan la obra Enzo Traverso, otro explorador de la historia intelectual judía, que igualmente se ha ocupado de la escritura de la memoria, la melancolía de la izquierda y los riesgos de la metaforización del holocausto.

No están ausentes, tampoco, algunos clásicos del pensamiento liberal del siglo XX, muy citados en la obra de Krauze, como Karl Raimund Popper, Isaiah Berlin o Francois Furet. Pero el énfasis está puesto en la prole spinozista, que, justamente, en la pasada centuria, se asocia con estructuralistas o postestructuralistas franceses como Louis Althusser o Étienne Balibar o con marxistas sociales y culturales británicos de la New Left Review como Stuart Hall o Raymond Williams.

Libro de memoria al fin, Spinoza en el parque México, se ocupa de la propia producción intelectual de Krauze. Pero se ocupa poco, valga la aclaración. Repasa la escritura de sus primeros libros, aunque es más exhaustivo el recuento de sus colaboraciones en Plural y su paso por la redacción de Vuelta. En esa zona dedicada a las polémicas intelectuales del México de la Guerra Fría, el alegato desplaza a la memoria, con no pocas sorpresas para el lector poco enterado.

Vemos, por ejemplo, al joven Krauze escribiendo artículos a cuatro manos, con Héctor Aguilar Camín, para La Cultura en México, el suplemento dirigido por Carlos Monsiváis, donde cuestionaban las “sentencias totalizadoras” del liberalismo. Y vemos al joven Christopher Domínguez Michael publicando en Nexos, a principios de los ochenta, una defensa apasionada del marxismo como cultura política en México. Luego, al calor de las polémicas y los aprendizajes, las posiciones se decantan.

No reconstruye Krauze el muy actual debate sobre su precursor ensayo “Por una democracia sin adjetivos” (1984), en Vuelta, pero sí la polémica entre Octavio Paz y Carlos Monsiváis, en Proceso, en 1978; la que provocaron los artículos de Gabriel Zaid sobre la guerrilla salvadoreña y la ejecución fratricida del poeta Roque Dalton; y la que suscitó su reseña sobre el libro colectivo Historia, ¿para qué?, que publicó Siglo XXI en 1980.

Debate entre discípulos, aquel cruce de disparos intentó dirimir muchas cosas a la vez: la visión del gobierno de Luis Echeverría, la autonomía del campo intelectual, el sentido de la historia académica, la divulgación de las ciencias sociales. Al cabo de cuarenta años, como reconoce Krauze, los involuctados, Enrique Florescano, Héctor Aguilar Camín, Alejandra Moreno Toscano, Adolfo Gilly, más lo que ya fallecieron, como Arnaldo Córdova o Carlos Pereyra, dejan como saldo una obra inescamoteable.

Cubierta de 'Spinoza en el parque México'
Cubierta de ‘Spinoza en el parque México’

De especial interés es el recorrido por la mirada de Vuelta a América Latina y el Caribe. Una vez más, la rígida ubicación de aquella revista en uno de los polos de la Guerra Fría cultural se deshace al constatar que, así como encontraban refugio en sus páginas los disidentes de Europa del Este y Cuba (Solzhenitsyn, Havel, Michnik, Cabrera Infante, Arenas), o los socialistas y liberales de la New Left occidental (Sontag, Howe, Castoriadis, Habermas), Vuelta produjo una impugnación elocuente de todas y cada una de las dictaduras militares de la derecha latinoamericana y caribeña.

¿Cómo resumir, entonces, el alegato de Enrique Krauze en estas memorias eruditas, apasionadas, entrañables? Me inclino por la hipótesis de que se trata de una apuesta por el liberalismo como corriente doctrinal permeable, abierta a cauces de muy diversa estirpe y cadencia ideológica: el judío y el socialista, el marxista y el católico, el anarquista y el libertario. Los tantos nombres y apellidos invocados en este libro describen esa constelación extraordinaria de pensadoras y pensadores de la libertad que hoy, más que nunca, es preciso rearticular.

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RAFAEL ROJAS
Rafael Rojas (Santa Clara, Cuba, 1965). Es historiador y ensayista. Licenciado en Filosofía por la Universidad de La Habana, y doctor en Historia por El Colegio de México. Es colaborador habitual de la revista Letras Libres y el diario El País, y es miembro del consejo editorial de la revista Istor del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Ha publicado los libros: Un banquete canónico (2000), Revolución, disidencias y exilio intelectual cubano (2006), La vanguardia peregrina. El escritor cubano, la tradición y el exilio (2013), entre otros. Desde julio de 2019 ocupa la silla 11 de la Academia Mexicana de la Historia.

2 comentarios

  1. Sí, clásicos ineludibles porque la historia intelectual no es lo mismo que la literatura o el arte. La historia intelectual es una disciplina de la historiografía académica donde hay clásicos que se toman en cuenta y otros que no, en dependencia de los referentes de cada historiador.

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