Pedro Luis Ferrer durante su concierto de este miércoles en La Habana (FOTO Facebook / Claudio Peláez Sordo)
Pedro Luis Ferrer durante su concierto de este miércoles en La Habana (FOTO Facebook / Claudio Peláez Sordo)

Para mi padre

En la jaula el sinsonte parecía contento.
En toda la barriada su suerte era envidiada;
Y los pájaros sueltos imitando el ejemplo
Se echaban en la trampa. 

Nada más entrar al escenario, Pedro Luis Ferrer recibía la primera ovación cerrada de la noche. El escueto público que tuvo la fortuna de asistir lo recibió como al héroe que retorna después de muchos años.

Tomó asiento en el estrado. Todos los presentes hicimos lo mismo. Un silencio litúrgico se esparció por el ambiente cuando comenzó a hablar. Cada palabra era recibida como prédica, como buena nueva. Un estado de ánimo que ni siquiera era interrumpido por levísimos murmullos entre el público.

Pedro Luis Ferrer anticipaba un concierto íntimo y cumplió perfectamente con su propósito. La minúscula sala del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana llena este martes, incluso los pasillos. Él solo necesitó traer su voz desde la otra orilla, confiaba que sería recibido en esta, al menos por los amigos necesarios para facilitarle una guitarra, un tres y un equipo de sonido decente para llevar adelante la presentación. Fue consecuente consigo mismo y con su programa. Guitarra en mano comenzó a trovar y esparcir versos por el aire. Versos coreados a baja voz, con suspicacia.

En el reducido ámbito del teatro la disensión cívica y educada estaba permitida, cumplía lo pactado. Ferrer se mantuvo fiel a sus principios y comenzó el concierto con su repertorio más politizado. “Cadena de pájaros” despertó la ronda de efusivos aplausos que se sucedieron canción a canción mientras revisitaba “Amigo palero” y “Abuelo Paco” para establecer un tríptico de la crítica noble. Aplausos furiosos de desquite, de apoyo al artista y a su arenga. Aplausos herméticos que desahogan, pero no resuelven nada.

Después, Lena ocupó su lugar a la diestra del señor acompañándolo con la clave y la voz. De la protesta a la poética en un suspiro.

En la jaula el sinsonte soñaba con el bosque
Y en silencio lloraba;
En su canto el sinsonte nunca tuvo reproche,
jamás dijo que odiaba.
Y se hizo culpable el sinsonte cobarde
por comida y por agua.

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 El preciosismo lírico de Pedro Luis Ferrer seduce siempre, no importa el tema de que traten las canciones. Permite la comodidad a una generación que se adaptó a decir sin ser explícito, sin palabras altisonantes. Una generación educada en la corrección y que ve en la canción una pureza poética y lingüística que no puede ser mancillada por lo vulgar, por el término crudo y directo. La poética de Ferrer es devota de la metáfora sin extenuarse en lo ampuloso. Escapa la palabra hueca y redundante para anclarse en la suavidad del verbo. La guitarra que lo acompaña resalta su voz gruesa que retumba como trueno, como mandamiento.

Todo concierto de Pedro Luis Ferrer tiene una rigurosa curaduría en la elección del programa musical. El guion establece las pausas, las reflexiones y los momentos de humor para mitigar las emociones del público. Al ser una selección pensada para intimar con los oyentes desde el minimalismo, el espíritu lúdico del changüí fue sustituido por ironías y chistes que relajaran cualquier tensión después de la primera ronda de canciones; así como el nengón oriental para hacer énfasis en las posibilidades de la música popular y el dominio del amplio espectro sonoro de esta isla.

Dentro del espacio nacional, la riqueza musical es avasalladora y cuasi desconocida. Las limitaciones territoriales dejan en la música la posibilidad de una transgresión genérica que vaya de oriente a occidente y de vuelta, una y otra vez. La recuperación de estos géneros amplia la sonoridad del músico y demuestran un bagaje cultural envidiable.

En la planificación del espectáculo también están concebidos los silencios y el trasiego de emociones. El músico transporta al receptor, encausándolo en sus propósitos. Incluso el vis a vis entra dentro de la rigurosa organización. Parece dejar en las peticiones a viva voz una elección pactada de antemano. Trabajada para no decir de más o de menos sino en la justa medida del límite de las interpretaciones.

En la jaula el canario parecía entusiasmo
Imitando al sinsonte decidió ser soporte
Se empinó con más bríos y pidiole a su amigo
Ensanchar los barrotes.

La isla bordeada por el mar es una jaula inmensa anticipada por aquella frase de Virgilio Piñera: la maldita circunstancia del agua por todas partes. Una jaula que posee dentro cúmulos de pequeños encierros, celdas físicas y mentales. El propio escenario es cadalso y púlpito. Las paredes recluyen a los asistentes, permitiéndoles escuchar y disfrutar, desinhibirse en la medida de sus posibilidades, para después abrir la jaula y salir al exterior. Pero no se sale a la libertad plena, sino que se viaja de cárcel en cárcel. Una caja china de barrotes superpuestas, cada una con sus pactos tácitos de lo decible y lo callable. Se habla en voz baja o se grita en dependencia de las circunstancias.

Los casi trescientos asistentes están obligados a transmitir la palabra. A ensanchar la noticia a los ausentes. Convertir en mito lo sucedido.

Mientras tanto, la conciencia de jaula no abandona el cuerpo. Se despedazan las manos en aplausos salvadores del alma, en la lozanía del apoyo y del ensueño. Se pide por la suerte de los demás y la suerte patria para después mantenerse a la sombra de todas las dificultades cotidianas.

No se plantea la ruptura como sino. Se trabaja en el edulcoramiento, en las potencialidades del apaño. Afinar las verjas, pintar la casa, colgar maceticas en las esquinas. Mirar en cualquier dirección menos hacia afuera. Mirar la bonitura de las baldosas que se esparcen en el suelo.

Al menos conocer la disposición de los barrotes permite la esperanza del resquicio oportuno para la fuga o el acomodo justo de los muebles que aprovechan el espacio interior para fingir felicidad.

En la jaula chinchilla era toda alegría;
Imitando al canario tuvo a bien decir algo
Y ensanchó la mentira:
Que achicaran la jaula, que cortaran las alas,
Que forraran los güines con cartones y grises
Y que nadie saltara…

La última vez que vi a Pedro Luis Ferrer tocar fue hace alrededor de siete años y yo ardía en fiebre. Mis padres no asistieron al concierto, no recuerdo por qué –a este tampoco pudieron asistir y sí tengo frescos los motivos–. Quienes me acompañaban aquella noche en el Chaplin ya no están. Diana y Gabi están a un océano de distancia, comunicándose en español bajo otro huso horario, los he extrañado. Mucho. Quien me acompaña esta vez probablemente no estará la próxima. Ella lo sabe y yo también lo sé. Esta isla siempre tiene sus ausencias.

Espero que mi padre sí lo haga. Tomarnos una cerveza antes y después del concierto, compartir opiniones. Mirarlo sin que lo note cuando Ferrer entone “yo no tanto como él”. No tener que decir nada más ni nada menos.

Fue inevitable la nostalgia en ese espacio reducido. Imposible no pensar en los que están lejos cuando quien canta partirá de nuevo en un futuro próximo. Mantener los pies en esta isla es una tarea titánica y devota. Hay quienes mantienen su cuerpo aquí y ya están en otra parte, también aquellos que se fueron, pero no del todo, pero no esta vez. Si Pedro Luis menciona a Jesús Díaz y cuenta que este no se decidía sobre ser o no emigrante, es poco probable que no pienses en todos los que conoces que han vivido una situación similar. O que no pienses en ti mismo y tu dilema.

Yo y todos los presentes tenemos a alguien en quien pensar entre canciones. Alguien a quien dedicarle un verso, una lágrima, una sonrisa.

La nostalgia es esa otra prisión cotidiana de paredes de cristal. Permite mirar hacia afuera, pero mantiene el ancla enterrada bajo tierra. Es el pasado manifestándose constantemente, la añoranza de tiempos mejores o de personas mejores. O de suertes mejores. Una inmanencia que sólo puede depurarse con la amnesia. Las ausencias personales convierten el espectáculo en una experiencia íntima, en una comunión de tristezas inocultables.

Así se escapa la noche, entre palabras mejores. Las ovaciones en cada amago de cierre, de la obligación volver al mundo. El retardo momentáneo de chocar con los barrotes a la salida, de incrustarse contra el metal frío. Extender hasta el último suspiro, hasta los últimos vítores con las luces encendidas y rezar porque Pedro Luis regrese.

En la jaula el sinsonte parecía contento.
En toda la barriada su suerte era envidiada;
Y los pájaros sueltos imitando el ejemplo
Cayeron en la trampa.

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1 comentario

  1. Muy sentida crónica… Estuve en uno de los conciertos que Pedro Luis dio aquí en Miami, bajo la misma nostalgia. Parece que los funcionarios del régimen muestran destellos de inteligencia, de cínica comprensión de que dar la apariencia de tolerancia le conviene a la Junta Militar. Un tin de alpiste tras las rejas.

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