Enrique del Risco, escritor

Primera aclaración: el cine cubano no es el ICAIC. De hecho, el ICAIC muy pocas veces se permitió ser cine y, además, cubano. La mayor parte del tiempo se la pasaba haciendo pura propaganda con gracejo local incorporado. No era que la Cuba en la que vivíamos estuviera ausente del celuloide producido por el ICAIC, sino que tampoco aquella Cuba que se inventaba era especialmente atractiva, excepto para alguien cuya edad mental no rebasara la adolescencia.

El ICAIC, por otra parte, creó una sintaxis, una manera de decir excepcionalmente afectada, que a muchos cineastas cubanos les sigue pareciendo inevitable. Y encima, a pesar de producir apenas tres o cuatro películas al año, el ICAIC se daba el lujo de ser autorreferencial, como si fuera Hollywood. (Viví un ratico en el monstruo y creo saber de lo que hablo. Estuve a punto de hacer mi modesta contribución a aquella fábrica de lugares comunes, pero afortunadamente me fui a tiempo y el ICAIC me hizo el favor de negarme el crédito por lo poco que hice.)

Todo eso para explicar por qué en mi lista hay tan pocas películas engendradas en cautiverio. Por otra parte, reconozco una limitación propia: luego de tantos chascos dejé de ver cine cubano durante años y seguramente me perdí más de una película valiosa. Sin embargo, películas como Conducta me han devuelto algo de fe en el cine nacional. Al punto, incluso, de revisitar los clásicos venerados para comprobar que muchos han envejecido muy mal (Un ejemplo: Lucía, sobre todo los dos primeros cuentos. Un día de noviembre, con todo y lo fallida que es, me resultó más interesante). O llevarme la sorpresa de que la gracia de La muerte de un burócrata sigue intacta.

Lo que haré entonces es reunir películas de las que tenga un recuerdo fresco y homogéneamente feliz. Películas a las que no haya nada que perdonarles, quiero decir. No está Memorias del subdesarrollo de Tomás Gutiérrez Alea porque la última vez que la vi le sobraban unos cuantos minutos –los más “experimentales”– que parecían un pegote en medio de una historia bien contada. Ni La última cena o Los sobrevivientes del propio Titón, o De cierta manera de Sara Gómez, o Plaff y El elefante y la bicicleta, ambas de Juan Carlos Tabío, cuyos recuerdos están demasiado alejados en el tiempo como para compararlos con justicia con otros más cercanos.

Incluyo, en cambio, un par de películas rodadas por directores extranjeros que consiguen atrapar Cuba con una precisión y una agudeza que les falta a casi todos los directores locales. Y de no estar limitado a diez me habría gustado incluir algunas otras como El ojo del canario de Fernando Pérez que, pese a lo irregular de las actuaciones, parece dar con las claves del más grande de entre los cubanos: inteligencia y sensibilidad en medio de la opresión familiar, incluso antes de sufrir la opresión política.

O Juan de los Muertos que se anuncia –faltando a la verdad o ¿qué cosa es PM?– como la primera película independiente del cine cubano cuando en realidad reproduce muchos de los manierismos del ICAIC, pero al mismo tiempo es una comedia mucho más eficaz de lo que cabría esperarse con tales presupuestos. Seres extravagantes de Manuel Zayas, sin dudas, es una gran candidata para formar parte de la lista, como lo es Persona de Eliecer Jiménez o Rumba clave, blen blen blen de Arístides Falcón, pero no quiero que mi cercanía personal a sus realizadores enturbie mi juicio.

Esta es, en fin, más que la lista del mejor cine cubano, una selección de películas sobre esa materia huidiza que es Cuba, que he visto con placer y, en algunos casos, estremecimiento, y que recomendaría sin la menor reserva o pudor. El orden no es de preferencias sino cronológico.

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–La muerte de un burócrata (1966, dir. Tomás Gutiérrez Alea)

La volví a ver empezando la cuarentena. Maravillosa. La Revolución, principio activo del absurdo que genera su comicidad, está allí como Dios en el mundo: en todas partes y en ninguna. Pero a diferencia de Él, no sale bien parada.

–El súper (1979, dir. León Ichaso & Orlando Jiménez Leal)

La mejor película de ficción hecha en el exilio. Sobre el exilio. Escrita a partir de una exitosa obra teatral del dramaturgo Iván Acosta. Su fórmula: una buena historia con personajes sólidos, actuaciones creíbles, mucha humanidad, cero panfleto.

Conducta impropia (1984, dir. Néstor Almendros & Orlando Jiménez Leal)

Esta indagación sobre la homofobia de Estado en Cuba estremeció el cine cubano, de manera poco visible, subterránea, pero el estremecimiento no ha dejado de generar respuestas: desde Fresa y chocolate hasta Seres extravagantes y Santa y Andrés.

–Vampiros en La Habana (1985, dir. Juan Padrón)

Rescató para mi generación una gracia republicana que se creía perdida y contiene la mayor cantidad de frases memorables que puedan caber en una película. En ese sentido, el de la acumulación de frases memorables, es nuestra Casablanca. La he vuelto a ver hace poco. Sigue viva.

–Nadie escuchaba (1987, dir. Néstor Almendros & Jorge Ulla)

Lo que podría ser un panfleto en toda regla (y con toda justificación, tratándose de las violaciones a los derechos humanos en Cuba) es uno de los documentos más humanos que pueda engendrar el horror. Y con mucha contención. Almendros comentó que cuando sus entrevistados empezaban a llorar dejaba de filmarlos. No puede verse sin que algo cambie en uno.

Utopía (2004, dir. Arturo Infante)

Apenas trece minutos le bastaron a Infante para resumir la idea aún vigente de la cultura en Cuba: una tenue capa de instrucción artística que no consigue cubrir la barbarie subyacente. Pocas veces se ha dicho tanto con tan poco.

–Habana: arte nuevo de hacer ruinas (2006, dir. Florian Borchmeyer)

Rompió (al menos para mí) el maleficio que hacía inapresable la realidad de la isla para los extranjeros. El alemán, ayudado por el verbo de Antonio José Ponte, ensarta cuatro historias como quien pesca un país.

–Efecto dominó (2010, dir. Gabriel Gauchet)

Una breve obra maestra sobre la violencia cubana desde sus expresiones más cotidianas e invisibles hasta las más brutales, que la mirada de Gauchet supo conectar sin esfuerzo aparente. Con actuación magistral de Alina Rodríguez, acompañada de los infaltables Enrique Molina y Luis Alberto García.

–Conducta (2014, dir. Ernesto Daranas)

Humana, tremendamente humana, en su conmovedora sencillez. Vehículo mayor de la inmensa actriz Alina Rodríguez que tan poco cine llegó a hacer. Para mí el mejor largometraje cubano de ficción en lo que va de siglo.

–Santa y Andrés (2016, dir. Carlos Lechuga)

Suerte de spin off de una escena del documental Seres extravagantes: esa en que el poeta Delfín Prats es detenido por la policía en su humildísima residencia en plena filmación del documental. Santa y Andrés convierte a Prats en Andrés y cuenta una historia similar a Fresa y chocolate –la de cómo un país de vigilados y vigilantes, víctimas y verdugos, puede humanizarse a muy pequeña escala–, pero sin la ñoñería ni la falsedad de esta.

Julio Llópiz-Casal, artista visual

Sé poco de cine. Respeto mucho a los profesionales de ese mundo. Les comparto estas piezas que me gustan mucho, generalmente porque tienen que ver con cuestiones culturales que van más allá del cine mismo. Son apenas cinco porque prefiero la focalización en lo poco a la masividad per se. Espero de algo sirvan en estos días.

–Nada, tremendo swing (1988, dir. Samuel Larson)

Documenta la historia de un piquete de rock jazzístico. Vayan a ver qué personaje reconocen.

Coffea arábiga (1968, dir. Nicolás Guillén Landrián)

Landrián estaba fuera de liga, como todos saben, pero este material es particularmente inmortal. El cartel que diseñó Raúl Oliva para la pieza es de lo mejor de la gráfica cubana.

–Como quiera canto yo (1979, dir. Constante Rapi Diego)

Narrado por Sergio Vitier, es un paseo cuasi perfecto por el son y su evolución en la Cuba pos 1959. Habla un poco del bolero también. No se lo pierdan, que corona con Irakere dando música a un mano-a-mano entre Oscar Valdés y Miguelito Cuní.

–La espera (1983, dir. Orlando Rojas)

Esto parece un videoarte. Una joya desde todo punto de vista. La visualidad, casi toda, estuvo a cargo de Arturo Cuenca. Disfruten además de un tiernón César Évora, distante de El Tabo.

–Nadie escuchaba (1987, dir. Néstor Almendros & Jorge Ulla)

Esta ya es una pieza oscura, pero vale la pena, sobre todo a la altura de hoy. Documental hermano de Conducta impropia, aunque este, en vez de tratar de la homofobia pos 59, trata el presidio político en Cuba durante el mismo período.

Gustavo Arcos, crítico de cine y profesor

Me gustan las películas cubanas que me hacen pensar en mi país, su gente y su destino. Si lo hacen utilizando el lenguaje del arte, mucho mejor. Las diez películas de mi lista me han impactado por disímiles razones y por eso aparecen en ella. Desde luego que no son los únicos filmes cubanos que valoro, pero debía hacer una pequeña selección, y ahora mismo, en pleno 2020, estas son:

–Memorias del subdesarrollo (1968, dir. Tomás Gutiérrez Alea)

Por desafiar el paso del tiempo, dejando abiertas muchas de nuestras interrogantes existenciales desde la perspectiva del sujeto y también de la nación. Un ejemplo de la apropiación de formas y lenguajes estéticos universales puestos en función de una poética personal.

Papeles secundarios (1989, dir. Orlando Rojas)

Aunque me parece fatal el doblaje de algunas voces, es una de las pocas películas cubanas donde la dirección de arte y la puesta en escena forman parte esencial del discurso. Además, consigue representar muy bien los subterfugios del poder, la doble moral, el miedo y la frustración de toda una generación.

–Coffea arábiga (1968, dir. Nicolás Guillén Landrián)

Su ironía y fuerza visual no han sido superadas en nuestro contexto. Consigue retratar el voluntarismo y el absurdo cotidiano sin olvidar la dimensión estética.

–Ociel del Toa (1965, dir. Nicolás Guillén Landrián)

Filmar la nada y la esperanza, en un olvidado paraje de la Cuba profunda. Un documental que demuestra el rol connotativo de la imagen. Una mirada poética y subjetiva sobre un sujeto históricamente anulado.

–La muerte de un burócrata (1966, dir. Tomás Gutiérrez Alea)

Por toda la risa que me ha provocado siempre. Una comedia, llena de citas y gags, que habla sobre el inmovilismo y la burocracia, esos males que aún nos acompañan.

–“Zoe” y “Laura”, en Mujer Transparente (1990)

Son los cortos de Mario Crespo y Ana Rodríguez que conforman, junto a otros, este filme. Pienso que son dos obras premonitorias de la Cuba que tendríamos por delante. En unos pocos minutos se dicen muchas cosas de nuestro pasado y futuro, utilizando la enajenación y la autorreflexión de sus personajes. Los insertos documentales de las marchas frente a la embajada del Perú, que podemos ver en “Laura”, describen brutalmente los caminos turbios y paradójicos seguidos por el proceso revolucionario.

–Video de familia (2001, dir. Humberto Padrón)

Un ejercicio de tesis de corte minimalista y discurso reconciliador. Una rara apropiación de la experiencia Dogma 95 en Cuba. El tema migratorio ha sido tratado muchas veces, pero aquí es sólo el pretexto para hablar de conflictos y prejuicios mayores. Con una fuerte carga emotiva, estructurada sobre una narrativa convencional y aristotélica, aprovecha la profesionalidad de su elenco para combinar muy bien violencia y melodrama.

–Now (1965, dir. Santiago Álvarez)

El agitprop por excelencia del cine cubano. Experimento formal, de gran fuerza y discurso ideológico, que ha superado el paso del tiempo. Un ejemplo del poder del montaje y el discurso asociativo.

La Época, El Encanto y Fin de Siglo (1999, dir. Juan Carlos Cremata)

Un documental posmoderno, lleno de citas y referentes, que integra diversos géneros y propuestas estéticas. Polisémico, inclasificable, enloquecido. Un pastiche lleno de interrogantes y sugerencias que habla mucho de quiénes somos y lo que podemos ser.

–Madagascar (1994, Fernando Pérez)

La primera vez que la vi me pareció pretenciosa y falsa, llena de lugares comunes y pseudopoesía. Pero el tiempo, y quizás las circunstancias que ha vivido el país, me han llevado a esta película una y otra vez. En ella aparecen muchos de nuestros temores y frustraciones, una obra que sepulta todo un proceso. Tiene además varias secuencias memorables en nuestro cine –la protagonista buscándose en una foto de periódico, el diálogo de la madre y su hija, donde esta le dice quien no quiere ser–, capaces de enunciar todos el drama de una nación. Muchas veces la he visto como una continuidad de Memorias del subdesarrollo.

Daiyan Noa, cineasta

–Memorias del subdesarrollo (1968, dir. Tomás Gutiérrez Alea)

–Retrato de Teresa (1979, dir. Pastor Vega)

–Elpidio Valdés contra dólar y cañón (1983, dir. Juan Padrón)

–Madagascar (1994, dir. Fernando Pérez)

–Molina’s Ferozz (2010, dir. Jorge Molina)

–Hotel Nueva Isla (2014, dir. Irene Gutiérrez & Javier Labrador)

–Los lobos del este (2017, dir. Carlos Quintela)

El proyecto (2017, dir. Alejandro Alonso)

Las campañas de invierno (2019, dir. Rafael Ramírez)

–Quiero Hacer Una Película (202?, dir. Yimit Ramírez)

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JOSÉ LUIS APARICIO
José Luis Aparicio Ferrera (Santa Clara, Cuba, 1994). Cineasta. Estudió dirección de cine en la Universidad de las Artes de Cuba. Sus cortos de ficción y documentales han sido exhibidos en festivales de Cuba, Estados Unidos, España, Alemania, México, Argentina, Panamá, Guatemala y Chile. Su filme El Secadero (2019) ganó el premio a la Mejor Ficción en el Bannabáfest de Panamá y Mención Honorífica en el Cinema Ciudad de México, así como Mejor Producción y Premio del Público en la Muestra Joven Cuba. Su documental Sueños al pairo (2020, codirigido con Fernando Fraguela) fue censurado por el ICAIC, pero recibió una gran acogida de crítica y público. Creó en 2020 la iniciativa Cine Cubano en Cuarentena. Integra el staff editorial de Rialta.

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