crónicas de Legna Rodríguez Iglesias
FOTO Legna Rodríguez Iglesias

Pernocté en Miami en variadas circunstancias, lo que me facilitó captar vibraciones distintivas de esa ciudad con relativa exactitud de manera personal pero también mediante ósmosis. Escuchar anécdotas de familiares y amigos sobre sus primeros años de exilio, así como participar con ellos de rituales del diario vivir me han permitido entender y sentirme parte, aunque sea por breves estancias, de todo un entorno con frecuencia envuelto en el mito y la imaginación de los que nunca han visitado la llamada Ciudad del Sol de los Estados Unidos. De igual manera, esos viajes y convivencias me han ampliado las miras para desentrañar códigos de las literaturas escritas de ese otro lado del mar por generaciones de autores cubanos que han emigrado en distintas épocas desde 1959. Pero cuando de literatura se trata, ficciones e imágenes poéticas lanzan un velo sobre los detalles supuestamente pedestres, insignificantes, intrascendentes… acto que de una manera u otra tamiza la realidad reflejada.

FOTO Legna Rodríguez Iglesias
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Un Miami “irrelevante”

Afirmar que 2020 fue un año que desató cambios en hábitos de diversa índole y pánicos nunca antes imaginados, es una verdad de Perogrullo. Entre lo convulso de la etapa y el acceso cargado de dificultades a sitios de internet desde Cuba, debido a la eterna censura, no puedo precisar muy bien si comencé a leerme justo a inicios de ese mismo año o un poco después, y con bastante fruición, las crónicas-ensayos de Legna Rodríguez Iglesias publicadas en la revista El Estornudo, sostenidas por una columna con el sarcástico título de Irrelevante. Conocía su obra narrativa y poética escrita en Cuba y me sumergí en las crónicas de sus vivencias como recién exiliada en aras de reencontrarme con la desmitificación, la irreverencia, la hibridez…, rasgos tan tipificadores de su obra toda y, ante la tragedia que vivíamos todos, creo que, principalmente, también quería volver a degustar de su humor. Por azar, la primera crónica leída llevaba por título “Vine a Miami porque me dijeron que aquí vivía mi hijo”, publicada el 15 de diciembre de 2019, pero poco después fui hallando colaboraciones suyas para El Estornudo desde los inicios de ese año. Aunque centrada en su cotidianidad miamense, y con esa escritura tan autorreferencial y estridente hasta cierto punto (y enfatizo lo de hasta cierto punto en lo de estridente, porque de ello algunos críticos han elaborado un mito que sólo logra encasillar su obra y opacar otras aristas), hallé en sus textos, al mismo tiempo, una fidelidad tan auténtica en las descripciones de los avatares que me parecía estar frente a uno de los callejeros[1] más honestos de las partes grises y de los primeros períodos de intentos de adaptación de muchos emigrantes. Sus experiencias eran transmitidas a manera de manual, de decálogo del cómo y el qué hacer, en los nuevos entornos sociales, y aunque eran narradas situaciones aparentemente simples, y esencialmente personales, rozaban lo ecuménico ante esa generalizada desubicación del emigrante que transmite la autora. Pero tratándose de que se ha llegado a Miami, entonces se particularizaban las “desubicaciones”: hay que aprender a conducir un auto porque de lo contrario se verán reducidísimas las posibilidades de movimiento en esa ciudad; también a manejar una máquina de lavado pública porque los espacios rentados de bajo costo carecen de ella.

El segundo paso después de recibir el número social y el permiso de trabajo, después de alquilar un efficiency o un estudio o un cuarto adentro de una casa con salida independiente o sin salida, después de comer en los chinos y conseguir trabajo en un Navarro, en un Burger King o en un Walmart, es lavar los trapos sucios [“Vine a Miami porque me dijeron que aquí vivía mi hijo”].

En los callejeros de Legna se trazan poéticas: la poética del laundry (visita obligada por no tener ni lavadoras ni tendederas al vivir en un effiency); la poética del transeúnte que vaga como un paria mientras es un alien number y sólo puede recorrer la ciudad, si acaso en ómnibus o en el único metro, porque aún no puede conducir; la poética del buceo por los supermercados para llegar al de más calidad con menores precios, y hasta la poética del daycare, con la enumeración de todas las instrucciones imprescindibles de conocer. Y en la misma medida que dicta reglas y las comenta, la autora conceptualiza a Miami en ese estilo tan suyo de oraciones encadenadas que buscan, incluso mediante el humor o metáforas epatantes que ocultan el dolor (como aquella “playa albina” de Lorenzo García Vega), una definición cabal de lo que se espera sea el espacio central de su nueva vida:

Una ciudad de poder como un animal de poder. Una península madre como un epitelio madre. Un pantano como un ano. La sensación del dedo en el ano, o de la lengua en el ano, o de la rodilla en el ano, o del codo, o del hombro, o del seno, o de la frente. Miami pene. Península, pene. Anillo, ano, pantano. Miami ano. Ciudad de compromiso.

[…]

Anillo, ano, pantano. Miami como placer, primero. Miami entrar y sacar. Miami meter. Miami abrir y pujar. Miami doler. Miami parir. Miami constituir. La aproximación de una constitución convierte a Miami en placer. Miami fuente. Miami aguas. A(venida) Miami. Pan/torrillas. Pan suave. Pan de molde [“Miami: More Service/More Savings/ More for you”, 7 de agosto de 2019]

En ese nombrar a Miami con epítetos despectivos, tanto para Rodríguez Iglesias como para el escritor origenista, hay una conjugación de desprecio y dolor, lo cual no implica arrepentimiento por el exilio, y tampoco manida nostalgia. Es sólo una plenitud consciente de la ausencia de raíces, que permite el extrañamiento y el sarcasmo, sentimientos, a su vez, que viabilizan la imprescindible integración porque, en buen cubano, no queda de otra. Quizás el primer párrafo de esa primera crónica referida resulta bastante explícito al respecto:

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Quien llega a sus 35 en un lugar llamado Miami tiene derecho a escribir lo que sea, como sea y en el género que le plazca, sobre Miami o no, atravesado por una experiencia satisfactoria o no, con ilusión o con incredulidad, con delirio y sin ganas, exponiéndose, sacudiéndose, aliviándose, en definitiva. [“Vine a Miami…”]

El acto de exiliarse exonera de no reprimir ningún sentimiento ni frase; no hay cortapisas en la escritura. En la crónica “Azucena, Cuarentena”, publicada el 1ro. de abril de 2020, describe como “rabia” lo que quiso transmitir en sus crónicas-relatos escritos hasta esa fecha acerca de sus primeras experiencias en Miami. Pero también, como ella misma ha expresado en otro texto, “escribir [de] Miami ha sido transitar Miami”, y ha escrito de él como “el mejor Miami que cono[ce] porque lo h[a] escrito con amor”.[2]

FOTO Legna Rodríguez Iglesias
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Retruécanos y ritornelos que enfatizan; intertextos que remiten a…

Más allá de los nuevos contextos en que se generaron esas escrituras, y que pueden influir en una manera-otra en la asunción del acto escritural, se sigue identificando, ahora, en la obra periodística de Legna, esa “estudiada ‘ligereza’”[3] en la literatura de una significativa porción de los integrantes de la denominada Generación 0 y de la que ella es, quizás, la escritora más internacionalmente conocida en la actualidad. Aunque estos apuntes, crónicas, minificciones testimoniales, o como prefiramos denominar a sus textos de El Estornudo, son lo más cercano a un género más leído (el periodismo) de los que antes haya publicado la autora, hay estilos ya conocidos de su producción anterior, y que la singularizan entre sus compañeros de generación: el uso repetido del retruécano para enfatizar, hilvanar (ya no sólo oraciones sino hasta todo el texto en sí) y hasta parodiar, es su recurso estilístico más recurrente. De tal suerte, un par de oraciones consecutivas con ideas antagónicas/y o complementarias de alguna de sus crónicas puede insertarse (o haberse desprendido, quién sabe) de su libro de cuentos Ne me quitte pas, por ejemplo, o hasta de estrofas de algún poema como estas que transcribo:

La cosa en perspectiva
La figura del pez, tan manida,
La encuentro en un libro de crónicas sobre la caída del muro.
Una madre es un delta y su hijo es un pez.
Si el pez sale del delta antes de tiempo fallece.
Error.
El pez no se entera.
Fallece la madre.
Una madre es un muro hasta que su hijo fallece.
Cuando se produce el fallecimiento se produce también la caída.
Yo escribo la crónica sobre mí misma en forma de poema.
El poema es para mi pez.
Es decir para mi hijo
Que salió de su delta antes de tiempo. […] [4]

La repetición de frases, los ritornelos, en Legna Rodríguez Iglesias implican también énfasis, cierto afán, si no hermenéutico, al menos didáctico. En sus crónicas desde y sobre Miami hay un derroche de comentarios y narraciones que funden lo documental verídico, la reflexión, lo ficcional y, por si fuera poco, provocan la carcajada por su indudable ingenio humorístico:

Al hablar de complacer recuerdo mi adolescencia y aquel estatus amistoso con que se designaba al novio o a la novia del momento: amigo complaciente. Adoro a mis amigos y a mis amigas y no me imagino diciendo que Oscar Cruz o Jorge Enrique Lage son mis amigos complacientes, y mucho menos que Jamila Medina o Martha Luisa Hernández Cadenas son amigas complacientes mías. Sin embargo, tengo hambre de ellos y de ellas, y por más restaurantes que visite no hay menú que contenga eso. Sírvame una Jamila Medina al ajillo y una sopa de Jorge Enrique Lage, para llevar. Si le queda Martha Luisa caliente, también [“Miami: More Service/More Savings/ More for you”]

La hilaridad no resta peso al conjunto de presupuestos que se encierran en ese solo párrafo citado: hay en él evocación del pasado de la autora, de ese pasado que quedó en la Isla, en el cual se empleaba un término ambiguo (tampoco ya usado hoy allí por la evolución lingüística que marca el paso del tiempo) para definir cercanías amistosas bien profundas; y en la enumeración de esos amigos está su correlación literaria generacional. El párrafo forma parte de un texto en el cual se habla del hambre de Cuba, del no-hambre en Miami, de la capacidad de esa ciudad en convertirse para los cubanos que llegan en un “restaurante de concentración”, pero, también, de su hambre por los ausentes (la falta de ellos implica nostalgia, sin dudas) que puede llegar a ser insaciable por momentos. Con frecuencia se intercalan en este texto referido y en muchos otros ciertos entramados intertextuales que sin limitar el disfrute intelectivo de la primera capa narrativa reclaman del lector conocimientos literarios, grupales, políticos y económicos cubanos, y hasta íntimos de la autora.

FOTO Legna Rodríguez Iglesias
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En un poco de eso último está esa mezcla de “vida y escritura” atribuida[5] a su producción poética y que en el periodismo[6] se hace más palpable, al margen de la ficcionalidad que muchas veces este bordea. Quizás un texto muy ilustrativo al respecto sea “El jardín de la poesía & El miedo a la poesía” (del 17 diciembre de 2020) en el cual ilustra en párrafos, mediante imágenes poéticas, no precisamente sublimes, una porción considerable de todo el caos dantesco en que durante más de sesenta años ha vivido la isla de Cuba. Motivos como el miedo a TODO, el racionamiento alimentario, la represión policial, las rupturas familiares debidas a la emigración constante, el absurdo de la cotidianidad, son condensados en esta crónica que parte de un hecho real vinculado a la vida de la autora, pero en la medida que avanzamos en su lectura se vuelve casi una radiografía de la historia contemporánea de la Isla, que pone en solfa la imagen monolítica, triunfalista y heroica vendida por la oficialidad de la prensa nacional pero desmentida y desmitificada gracias a la circulación global que permite el internet mediante sus revistas (en este caso El Estornudo), blogs, etcétera. Otro texto, “Open tu wifi en el parque: ¿Tú no te vas a quedar?” (27 de abril de 2022) reclama, por ejemplo, un mínimo de referencias explicativas al lector acerca del engranaje sui generis de la entrada tardía y posterior avance de las redes de comunicación de la telefonía móvil en Cuba.

Escritura sobre la escritura

Ciertas “confesiones” relativas al acto escritural (y sobre todo al suyo) son deslizadas por Legna Rodríguez Iglesias con relativa frecuencia en sus crónicas. La crítica que se ha detenido en sus obras antes publicadas ya también había enmarcado la profusión de reflexiones de y sobre la literatura con preponderancia de lo ficcional como un rasgo caracterizador no sólo de su poesía y narrativa, sino también de algunos integrantes de la Generación 0, o, más exactamente, de aquellos escritores que por menor edad o presupuestos ideoestéticos disímiles no formaron parte del grupo generacional que los antecedió, Diáspora(s).

En sus crónicas tales confesiones son por momentos hasta preceptivas; otras encierran ironía y burla, tanto con sutileza como a rajatabla. Las frecuentes estructuras externas fragmentadas (lo cual, incluso, se evidencia en ocasiones por números o dobles espacios) propician los constantes saltos o digresiones; estructuras que proliferan más en los textos que fungen como reseñas y/o presentaciones de libros y exposiciones de arte, comentarios sobre filmes… y en las que la autora es a la vez espectadora, juez y promotora. Otros textos con igual proyección fluyen –pero sin delimitación gráfica alguna que los divida– con una lograda fusión de sus gustos literarios, avatares cotidianos y perspectiva autoral. Acerca de dos volúmenes de cuentos publicados por Sudaquia Editores, de las autorías de Enrique del Risco y Francisco García, Legna escribe una crónica-presentación en la que intercala los aspectos señalados. Cito unos párrafos bien ilustrativos al respecto:

Los personajes de Enrique del Risco están como yo, habitando un orden y un espacio que de cierto modo los excluye, los extraña y enrarece. La lectura que hago de su libro es como mi perra schnauzer y su caca junto a mis chancletas, sólo me atañe a mí. Lo único terrible de todo eso es que leo intercalando un cuento de Enrique del Risco y uno de Francisco García González. Los intercalo y mi cabeza, de cierto modo, explota.

No son autores difíciles porque no pretenden nada. Justifico pretenden en cursiva porque un escritor siempre pretende algo. Un escritor es un asesino. Escribo pretensión como un acto fallido de escritura. En mis propios poemas y relatos siempre hallo pretensiones que no logro concretar. A veces me conformo con terminar de leer o terminar de escribir, llegar al último párrafo y a la última palabra. Es horrible darse cuenta de que eso que estás leyendo no está terminado, de que a eso que estás escribiendo le falta lo más importante.

El discurso narrativo (lo nítido y lo transparente, casi táctil) tanto de Enrique del Risco como de Francisco García no tiene nada que ver con maquillajes ni esfuerzos (recuerdo lo que dicen los melómanos de Nina Simone, que la voz le sale sola). Leo mucha acción y mucha transversalidad. Me quedo en las atmósferas creadas por autores que han gozado (tal vez sufrido) el relato en cuero cabelludo propio. [“¿Qué sucede cuando una mujer lee dos libros al mismo tiempo?”, 26 de agosto de 2019]

También encontramos textos con una seductora ilación entre escenas de su “paisaje” del pasado y aquellas con que se topa de un golpe cuando camina, gira el timón en una esquina o se detiene ante un semáforo de alguna avenida miamense. Entonces, con una sorprendente capacidad para mezclar u/o fundir personajes y situaciones traza una historia que sin dejar de ser crónica bordea la ficción y atrapa al lector desde otras dimensiones narrativas.[7]

FOTO Legna Rodríguez Iglesias
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Un Miami ilustrado desde algunas de sus esquinas

En una entrevista[8] realizada a la autora acerca de su escritura o más bien “lectura” sobre Miami, expresó que su interés inicial no era investigativo (orígenes de la ciudad, la emigración cubana de los sesenta, sus transformaciones actuales, etcétera), sino sobre los asuntos y cosas que veía y le impactaban de una manera u otra. En dicha entrevista metaforiza sobre sus textos y los llama “postales”, quizás por la impronta que recibió al descubrir situaciones y espacios en un marco reducido y luego analizarlos, criticarlos. Callejeros, postales, o cualquiera otra sea su clasificación, hablan de un nuevo estar sin estar del todo, pero con la suficiente certeza de que aquella puerta dejada atrás se ha cerrado para siempre y de este nuevo entorno hay que aprehender sus detalles (tumbas en una vereda, carteles con indicaciones, librerías que sorprenden, esquinas impredecibles…). De estos sitios que “ve y toca” (sólo así puede escribir de ellos, como expresa en la citada entrevista) hay imágenes gráficas que acompañan la crónica, captadas en su mayoría por el propio lente fotográfico de la autora. Son imágenes de un detalle, también de una impronta, lo cual añade al texto una intimidad compartida. Imágenes bien alejadas de una visión turística que persiguen (quizás inconscientemente, pero no lo creo del todo) completar el valor artístico.

Desde 2019 hasta la fecha el registro cronístico de Legna en El Estornudo sobre Miami ha ido ampliándose paulatinamente,[9] de ahí que con mayor frecuencia aparezcan ahora reseñas y/o presentaciones escritas y leídas por la autora en tertulias, Ferias del Libro, espacios de lanzamientos, etcétera. También comenta sobre exposiciones pictóricas y de fotografías; carteles y vallas, filmes… La mayor extensión de su “observatorio” es síntoma de un mayor tránsito por la ciudad que habita, no solo ya en kilómetros y espacios, sino en nuevas y enriquecedoras apropiaciones que nos comparte con emoción. Ello nos mantiene a la expectativa de nuevos temas y de una visión de su entorno ya a estas alturas más evolucionada y trascendente, lo cual, sin duda, también se agradece.

FOTO Legna Rodríguez Iglesias
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Notas:

[1] La autora se refiere a callejeros en su acepción de “guía que contiene el nombre de las calles de una población y un plano para localizarlas” (nota del editor).

[2] Legna Rodríguez Iglesias: “Hago fotos de Miami para que ella pueda ver por dónde yo voy pasando”, El Estornudo, 30 de diciembre de 2021.

[3] Walfrido Dorta: “Políticas de la distancia y del agrupamiento. Narrativa cubana de las últimas dos décadas”, Istor: Revista de Historia Internacional, año 15, n.o 63, 2015, p.126.

[4] Legna Rodríguez Iglesias: Mi pareja calva y yo vamos a tener un hijo, Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2019.

[5] Rafael Rojas: “La generación flotante. Apuntes sobre la nueva literatura cubana”, Revista de la Universidad de México, n.o 1, 2018, p. 143.

[6] Vale destacar que en la columna “53 Noviecitas” que Legna Rodríguez Iglesias tiene a su cargo en Hypermedia Magazine, aunque obviamente está también casi omnipresente Miami, es mucho más aún personal (llamémosle mejor íntima) en sus historias y recuentos.

[7] “Tumbas de la gloria (Remix)”, publicada el 24 de septiembre de 2019, es para mí una de las crónicas más representativas en este sentido.

[8] Grethel Delgado: “Legna Rodríguez Iglesias: ‘Soy una mujer que escribe, eso es un espectro enorme’”, Diario las Américas, 16 de noviembre de 2021.

[9] En la crónica “Hago fotos de Miami para que ella pueda ver por dónde yo voy pasando”, publicada el 30 de diciembre de 2021, Legna Rodríguez Iglesias inserta un fragmento de su propuesta a la Beca Cintas que fue justo un volumen titulado “Miami for sale” que recoge una selección de sus crónicas miamenses.

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VITALINA ALFONSO
Vitalina Alfonso Torres (La Habana, 1960). Ensayista y editora.  Graduada de Filología por la Universidad de La Habana. Desde 1985 ha mantenido una sostenida labor como editora y tiene en su haber más de cien libros editados de distintos géneros literarios. Ha impartido conferencias y participado en numerosos congresos y ferias del libro en diversos países. Colaboraciones suyas han aparecido en publicaciones como Anales del CaribeCasa de las AméricasLetras CubanasLa Gaceta de CubaUnión, entre otras. Es, entre otros, autora de los volúmenes de ensayos Páginas recobradas (2014) y Un país para narrar (2015), así como del volumen de entrevistas Ellas hablan de la Isla (2002).

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