ouroboros
'Ouroboros Mannu', Basik, 2019 (FOTO Google Arts & Culture)

Por tanto, lo construyó esférico, con la misma distancia del centro a los extremos en todas partes, circular, la más perfecta y semejante a sí misma de todas las figuras, porque consideró muchísimo más bello lo semejante que lo disímil. Por múltiples razones culminó su obra alisando toda la superficie externa del universo. Pues no necesitaba ojos, ya que no había dejado nada visible en el exterior, ni oídos, porque nada había que se pudiera oír. Como no estaba rodeado de aire, no necesitaba respiración, ni le hacía falta ningún órgano por el que recibir alimentos, ni para expulsar luego la alimentación ya digerida. Nada salía ni entraba en él por ningún lado –tampoco había nada– pues nació como producto del arte de modo que se alimenta a sí mismo de su propia corrupción y es sujeto y objeto de todas las acciones en sí y por sí.
Platón, Timeo

La queda(era) es, en demasiadas ocasiones, la insistencia –circulación y circularidad– de lo mismo, del proceder idéntico en el tejido de experiencias sociales y políticas que podrían salir por otro lado. Todo es así, qué se puede hacer que no sea bregar. Serpiente que se come a sí misma o vive de sus excrementos, la queda(era) y la identidad, la queda(era) identitaria o la identidad quedada son experiencias inseparables. El doble rostro de Jano –Elegguá en la tierra de los escorpiones– aprende a sobrevivir, evadir o usar las ponzoñas que lo rodean. No es extraño que devenga una de ellas. La queda(era) es un modo de socavar la potencialidad existencial. Pues al “vivir” el tiempo en la práctica de lo siempre igual, al ocupar la mismidad, el tiempo deviene sucesión vacía como el calendario. El tiempo deviene cronología. En su comunión con el solipsismo, la queda(era) es el modo de lo insoportable por igual inconsecuente, bien pensante y jovial. Sin embargo, su cuerpo bífido aloja su potencialidad para la absorción de la imagen. La excavación, el socavamiento de lo quedo podría crear otras relaciones o madrigueras. La serpiente se engulle. La serpiente muere, se descompone entre desdoblamientos e ingestiones.

La queda(era) como un modo de sentir el tiempo y de perpetuar una sociabilidad en el tránsito de una quietud oximorónica, ruidosa, aspaventosa. La perpetuidad, sin embargo, eventualmente cede y es su propia avería. Sobre su cuerpo, la mismidad de lo acostumbrado y el tiempo quedo de la percepción podrían abandonarse, escapar por esa fisura y de alguna pensar en las maneras de devolverle la dignidad al presente, a la política, al presente de la política.

La perpetuación del “eso es lo que hay” a través de la recurrencia resignada de ciertas maneras termina cristalizando una escena típica del (que)hacer puertorriqueño, aunque no poseemos los derechos de esta lógica global. Esta “puertorriqueñidad” es su tono, su aparecer(se), su estar en la carne de los días. El devenir identitario es casi con devoción y predictibilidad un devenir moral de lo propio y sus efectos en lo social, más allá de cuestionar y refutar las identidades que gestiona el poder y el racismo (algo que no es poca cosa) apenas dejan de hablarle al Estado, o la Política o a las instituciones hegemónicas. Como aquel personaje de Kafka “Ante la ley”. Un devenir-grasa mercantil, visibilidad y patrocinio que apenas incide en las condiciones existenciales de la mayoría.

La ironía fatal de cualquier identitarismo es que no se sabe si vale la pena pensar la identidad críticamente en medio de esa guerra santa que su concepción geopolítica, disciplinaria y cartográfica le impone. Algunos creen que despachar el tema es una manera hacer otra cosa, mientras reciclan sus viejas consignas. En estos días de resentimiento, de franco racismo, abatidas neofascistas e intemperie neoliberal, la izquierdita puertorriqueña, por ejemplo, ha abrazado la topografía identitaria desde la supuesta impermeabilidad moral y política que este gesto comporta. ¿Cuántos apagones o boquetes en las carreteras podrán remediarse con banderas y exclamaciones patrióticas?

La cuestión sería asumir el fracaso político –éxito social– del identitarismo contemporáneo, su debacle ética, su retoricismo (incluso “de la calle”) de invencibilidad moral, su creencia (con los ojos en blanco) en poder comprender y atajar “lo que está pasando”. No se trata de un eterno debate sobre cómo definir o redefinir qué es la izquierda, qué hacer o qué nos pasa, Puerto Rico. Esas manías abstractas o las reediciones centenarias de la misma simbología, consignas y genealogías no se combaten con más lecciones de asambleísmo, contracreencias, contraculturas, contrahegemonías (dobles inconscientes que reinsertan la lógica que habría que destituir) cuya performatividad social es incapaz de ganarle la atención –al menos– de los que harían una diferencia. Lo que podría ser necesario es otro tipo de representación, de autorrepresentación como consecuencia de una labor de pensamiento sostenida que trabe lugares comunes, desnaturalice lugares asumidos, que rebase la negación y la ineptitud que recorre, como dragón implacable, la esfera pública puertorriqueña. Cuando el dragón deviene Ouroboros goza. La identidad es siempre idéntica a sí misma. Es lo que etimológicamente insiste en el vocablo. Lo mismo.

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Leí esto en el muro del querido amigo Eugenio García Cuevas en Facebook: “Es simple: el pensamiento-praxis de la izquierda será moral y éticamente superior (en todo) al de la derecha o no será. Esto último incluye las relaciones personales, laborales, familiares y hasta afectivas-sentimentales. Lo demás es oportunismo, pose y voluntad de poder macro o micro… Por cierto, no hay que ser ni autopublicitarse como de izquierda para ser decente”.

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Siempre podríamos discutir cuán fácil o difícil significaría hacer todo esto, por supuesto. Me interesa, por el momento, cuestionar el tipo de pensamiento, el cálculo que “demostraría” dicha superioridad y cómo esta facilitaría otro modo de proceder políticamente. El pensamiento en tanto trazo sin forma, en tanto insistencia e incertidumbre fuera de marcos o movilizaciones, necesariamente se alejará y no participará de la politización ideológica que abraza irreflexiva la izquierdita puertorriqueña a la que alude García Cuevas. Antes o después de calificar o filiar si este gesto es de derechas o aquel de izquierdas, por qué no abandonar por igual, ciertas chapuzas populistas, las muecas iracundas, las elocuciones improvisadas o solemnes que en realidad son excedentes vestigiales de un panfleto devenido oxígeno para la movilización –otra vez, minúscula– de los convencidos y los conscientes.

Una conversación sobre el lugar del pensamiento (complejo) en Puerto Rico que desee desnaturalizar lo que se asume como experiencia política y activación democrática es cada vez más necesaria, no para demostrar la “superioridad” de alguno de los bandos, si se me permite, sino para presentar un modo de hacer y no hacer política que vincule y rebase el perímetro de la secta llamada izquierda en Puerto Rico o de las partidocracias y sus batatales. Yo sí creo que hay pedirle más a la izquierda, como pedirle más cualquiera que se lance a la arena democrática a prometer un mejor estado de las cosas. Pero a la izquierda se le pide mucho más porque esta siempre se ha presentado como distinta y diferente a todos esos actores políticos, cínicos vulgares de cualquier afiliación, corruptos, ladrones y mediocres. Lo que sucede es que diversas experiencias históricas de la izquierda, dentro y fuera de Puerto Rico, demuestran que esa diferencia o superioridad no lo es, e inclusive devela algo peor, la complacencia y el silencio ante el dolor y las carencias de todos aquellos que han sufrido bajo regímenes dictatoriales o autoritarios de izquierda, o sus maquinaciones y lucros al interior del andamiaje político.

También es tiempo en dejar de dirigirle la palabra a esa izquierda con la esperanza de que se abra a otro tipo de interlocución o participación. Abandonar su cámara de resonancia para no desvirtuar su verdadero tamaño y consecuencia sociopolíticos en Puerto Rico. Siempre serán otros los que vean y escuchen. Quizás. Este pedirle más no implica callarse ante los actores políticos vengan de donde vengan. Incluso se trata de dejar de esperar por el cumplimiento del petitorio. Pedirle “más” aunque sea una petición de otra cosa, de otras maneras, hasta de hablarle de lo que no entiende, ni quiere entender como un modo de asediar la presunción de que solo con devenir hegemónica, la izquierda y la bienandanza de lo hegemónico, podrían echar a andar un orden democrático y una mejor existencia en Puerto Rico. En todo caso le compete más la izquierda que a la derecha (uso aquí esta demarcación sabiendo que carece ya de realidad y relevancia operativa en la realpolitik actual) reflexionar como una manera de delimitar o depone la creencia en la hegemonía como horizonte del orden político contemporáneo. Sobre todo, ahora, cuando tantos hacen equivalentes a la derecha con la condición calamitosa del presente o viceversa, el statu quo, la opresión misma o el rasero naturalizado que las alas bipolares dicen cuestionar y hasta obstruir. La derecha, sin duda, es la triunfadora en el presente institucional contemporáneo. Si “la derecha” le sigue comiendo los dulces a “la izquierda” en el espacio social y político actual a través del planeta, le corresponde a esa izquierda (aunque en lo personal ya no importen ni son visibles las diferencias), sin idealizaciones y denostaciones categóricas, demostrar que su hacer-decir no es más de lo mismo, o que su condición “alternativa” no es parte del pegote de empates e improvisaciones (reales y metafóricos) que pasaba por experiencia moderna en Puerto Rico y el huracán María se encargó de destruir.

Por otra parte, “autoconvocarse” en el espacio público puertorriqueño de estos días es un gesto ombliguista, ensimismado y nadie debe sorprenderse (again?) que derive en la inconsecuencia y el raquitismo. Lavarle la cara y truquear con los ideologemas patrióticos y “movilizadores” de siempre is not going to cut it. “Pedirle más” a la izquierda es pedirle que abandone su veneración a la predictibilidad, sus fetiches de la Guerra Fría y sus deudas tanto morales (redundancia) como patricias ante el nacionalismo y el antiintelectualismo de no pocos militantes. Que deje de movilizar otro avatar de la creencia religiosa mal camuflado de resistencia o pensamiento crítico. Lo que se necesita no es un sistema operativo (OS) actualizado, cuando inclusive este desactiva los poderes del anacronismo y los vuelve una mala palabra o un sahumerio con nueva trova de banda sonora. No habría que entender este pedir otra cosa en función de algún protocolo moral o como parte de algún llena blancos para la demostración de la superioridad de alguna facción de la “aristocracia macaca” (Palés) de nuestros días. Superioridad que entonces sería revalidada en la arena suprema de La Marcha, La Consigna o El Voto.

“Pedir más” tal vez sea adelantar más preguntas, más desconcierto, para que las respuestas parciales, equivocadas o insuficientes ayuden a construir otra conversación política que desactive el poder mediático y los modos de comprensibilidad general que la cultura de poder de turno y su poderosa fuerza de interpelación hegemoniza en el presente. El tostón está en los modos de presentar esa otra cosa. Sí, le corresponde a “la izquierda” presentarse como protectora de un modo de existir y vivir cualitativa y consecuentemente “mejor” que la que mercadea “la derecha” o el capitalismo equivalencial de hoy. Sería una oportunidad y una potencialidad tremenda que alguna voz relevante en la esfera democrática puertorriqueña con todos los problemas que se quiera pudiera conversar al menos con sectores considerables del pueblo y contribuir a otro modo de hacer y hasta de escapar de la “política”. No importa el número de las respuestas.

Si es que alguien todavía, en buena lid, insiste en seguir pidiéndole algo a la izquierda, algo que sea “mejor” a los ofrecimientos hegemónicos de la derecha, de las componendas y atropellos con los que también ha guisado “la izquierda”, algo en verdad justo y democrático, algunos preferiríamos menos moralización (la certeza y el juicio que emanan de la “evidente” manera de actuar, del acto “bueno, superior, ante lo que sin duda es malo”). Si hubiese que esperar algo de esa izquierda, ¿qué tal menos ideologización, menos floripondios, castristas, leninistas, albizuistas, decoloniales? ¿Qué tal cero celebraciones de la lógica sacrificial o abandonar el bochornoso y conveniente silencio “matizado” (ay Cucú) ante su historia de opresión, abusos y dominio en contextos específicos en el siglo XX y XXI? ¿Por qué no se informa más allá de sus “órganos oficiales”? ¿Qué tal menos superstición, menos paranoia, menos pánico ante “el contagio” que supone tratar con “esos otros” personajes y hasta libros? ¿Qué tal menos chapucería, menos “reacciones” y menos respuestas reaccionarias? ¿Qué tal menos buñuelitos antiintelectuales, menos “politización” de las lógicas de resistencia que pulsan en las manchas del guineo maduro o de ese boricua que sobrevive sin oxígeno en la luna? ¿Qué tal menos retórica y ninguna alharaca? ¿Qué tal más escucha, más práctica del silencio y la conversación (incluso polémica) a partir de asuntos existenciales inmediatos que implican a las personas de carne y hueso, personas que, a final de cuentas, padecen, escapan, transforman o avalan el estado de cosas actuales?

Si le creen a los de siempre y a no ti, Patrio-Titex, la bola está en tu cancha porque sigues “ahí” para que te cuenten (1-2-3) y reconozcan tus contribuciones. Hoy o en el Futuro luminoso.

Un comienzo: dejar el facilismo rimado y las mismas reacciones inconsecuentes. La simpleza no se combate con más simpleza, aunque parezca tener otro color y otro sonido.

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Con la boca abierta, el Ouroboros muere de hambre frente al espejo.

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JUAN CARLOS QUINTERO HERENCIA
Juan Carlos Quintero Herencia (Santurce, Puerto Rico, 1963). Poeta, ensayista, crítico. En 2002 gana el Premio de poesía del Pen Club de Puerto Rico por sus cuadernos de juventud El hilo para el marisco/Cuaderno de los envíos. Es autor de los libros de poesía: La caja negra (1996), Libro del sigiloso (Premio Creative and Performing Arts de la Universidad de Maryland, 2006) y El cuerpo del milagro (2016). Algunos de sus libros de crítica son Fulguración del espacio: Letras e imaginario institucional de la Revolución cubana 1960-1971 (Asociación de Estudios Latinoamericanos-Premio Iberoamericano 2002), La máquina de la salsa: tránsitos del sabor y La hoja de mar (:) Efecto archipiélago I. Se encuentra en preparación editorial su libro de ensayos, De la queda(era): imagen, tiempo y detención en Puerto Rico. Ha obtenido becas de la Ford Foundation, Andrew W. Mellon Foundation y de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation. Es profesor de literatura latinoamericana y reside en Maryland, Estados Unidos.

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