Para celebrar los cincuenta años del estreno de El padrino, una de las películas más celebradas por la cinefilia internacional, y la responsable del prestigio y la popularidad de Francis Ford Coppola, Paramount Pictures anunció el próximo estreno de una versión restaurada. Durante tres años, un equipo de especialistas de Paramount y de American Zoetrope, la empresa del propio director, bajo estricta supervisión de este último, estuvo trabajando en la reconstrucción del nuevo master. A partir del 24 de febrero esta otra versión llegará en Dolby Cinema a las salas de los Estados Unidos y otros países del orbe, y a finales de marzo se podrá también a disposición del público en 4K Ultra HD.
“Es gratificante celebrar este hito con Paramount, junto a los maravillosos fanáticos que han amado [el filme] durante décadas, las generaciones más jóvenes que todavía lo encuentran relevante hoy y aquellos que lo descubrirán por primera vez”, comentó Francis Ford Coppola. El proceso implicó la revisión de más de trecientos rollos de películas, en busca de la mejor calidad visual, no sólo de la primera entrega, sino de las tres partes de la saga, que tendrán su lanzamiento digital y circulación en Blu-ray próximamente. Los responsables se ocuparon de corregir todas las anomalías presentes en los negativos, corregir el color y eliminar manchas, procurando siempre respectar los propósitos estéticos originales del creador. Además de la fotografía, dirigida por Gordon Willis, un nombre imprescindible en la resolución final del largometraje de 1972, se restauraron las pistas de audio originales, ahora que la tecnología ha permitido mejorar las mezclas de sonido y la música.
Ya en diciembre del 2020 vio la luz una reedición, también restaurada, de la última parte de la trilogía, con el título The Godfather Coda: The Death of Michael Corleone. La original, estrenada en 1990, nunca disfrutó del éxito de crítica y público que tuvieron las dos primeras partes de la saga, por lo que el director se propuso con esta copia una suerte de revancha. Coppola afirmó en un comunicado de prensa: “Para esta versión creé un nuevo comienzo y un final. Reacomodé algunas escenas, tomas y entradas de música. Con estos cambios y con las imágenes y el sonido restaurados, creo que es una conclusión más apropiada”.

El juego de Blu-ray 4k Ultra HD que comenzará a circular a partir de marzo, incluirá especialmente esta reedición de la tercera entrega. “Con este tributo al 50 aniversario, estoy especialmente orgulloso de la inclusión de Mario Puzo’s The Godfather, Coda: The Death of Michael Corleone, ya que captura la visión original de Mario y mía de cómo debe concluir definitivamente nuestra trilogía”, dijo el realizador al respecto. Este paquete contará además con materiales extraexclusivos, entre otros, una entrevista al director y un reportaje sobre el proceso de conservación de los filmes.
No es la primera vez que el popular director interviene sobre sus filmes. En el año 1977 ya había diseñado una versión de las dos primeras entregas a manera de miniserie, en la que organizaba cronológicamente el metraje de ambas historias y añadía setenta y cinco minutos más que habían quedado fuera de los cortes definitivos para cine. Cuando en 1990 salió la parte número tres se estructuró una entrega conjunta que la reunía con el resto. Incluso, esta última se publicó con duraciones diferentes en sus copias para sala y para video.
Procesos similares ha vivido otra de las películas esenciales de Coppola, Apocalypse Now. Y en los últimos años se han puesto a circular copias también restauradas de Tucker: un hombre y su sueño (1988) y Cotton Club (1979).
No obstante, su irregular filmografía, con películas como El padrino, La conversación (1974), Apocalypse Now (1979), La ley de la calle (1983) y Drácula (1992) –todas ellas han mantenido divida a la crítica durante años–, Francis Ford Coppola garantizaría un espacio privilegiado en la historia del cine. Estos títulos hacen del controversial realizador uno de los directores más relevantes de la segunda mitad del siglo XX, en lo fundamental por la repercusión de su trabajo en la industria del cine. Quizás no se distinga por un estilo extraordinariamente único, original, cerrado e identificable en una serie de rasgos precisos, pero sin duda posee una desenfrenada inventiva y una genuina maestría en términos de escritura cinematográfica.
Francis Ford Coppola es un mito dentro del paisaje fílmico contemporáneo, un creador que paradójicamente ha resuelto vestir su indiscutible aureola de autor en los predios del más puro cine comercial. Si una película explica su audacia creativa y las dimensiones de su ambición es El padrino, una entrada segura en cualquiera de las listas que catalogan las mejores obras de del cine. Una producción que, a cincuenta años de su estreno, disfruta de la distinción de un clásico (mientras que el libro homónimo de Mario Puzo no ha disfrutado de un éxito equiparable).

En el terreno de la cultura popular y la cinefilia, El padrino es considerado un paradigma del séptimo arte; incluso en ciertos ámbitos desentendidos de las prevenciones o el “refinamiento” del exégeta especializado, es una película que se suele confundir con el cine. Por supuesto que esta no es una distinción gratuita, el empaque del filme devela un virtuosismo audiovisual y una sólida inteligencia y sensibilidad para combinar producción de adrenalina con agudas reflexiones conceptuales.
Uno de los méritos de Francis Ford Coppola en su película –y uno de los motivos de la vitalidad que conserva hoy– es haber conseguido anudar con absoluta organicidad los ideales de la industria del entretenimiento y las cualidades que demanda la artisticidad. A estas alturas, pasadas cinco décadas del estreno de la primera parte, nadie duda sobre la legitimidad estética de la saga, y en ella se sostiene grandemente el culto desmedido que se le rinde.
Volver a ver El padrino, con la riqueza visual que la restauración favorece, colocará al espectador frente a la verdadera dimensión de la obra: una película que supo incorporar a su cualidad performática, vigorosa en el anudamiento de su puesta en escena, visualidad y montaje –no deja de ser una suerte de western urbano sobre el submundo gansteril norteamericano–, una densa narración que enfunda más de una parábola atendible.
La historia de redención narrada en el filme, el trayecto de ascenso y caída del clan Corleone –de marcadas resonancias shakesperianas–, explica cómo el contexto determina las encrucijadas éticas que perfilan las identidades individuales, y el lugar que en ese marco de relaciones ocupa la familia; revela, además, ciertos vectores de la sensibilidad de un país y su cultura. Junto a su valor de entretenimiento y producto del espectáculo comercial, El padrino se vuelve arte cuando sus ganancias expresivas soportan esa complejidad conceptual capaz de postular un denso pensamiento.
Si algo va a permitir esta versión restaurada de la saga, además de robustecer su impacto cultural, es justo sopesar (volver a valorar) las razones de su trascendencia para la historia del cine.
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