Germán Puig y Carlos González Arenal

¿Quién era Germán? ¿Quién fue quién será quién es Germán? ¿G?

Pensar en él es como pensar en el Edén perdido, en una adivinanza sin respuesta, en la espiral. Su enemigo íntimo Guillermo Cabrera Infante escribió una vez que todo lo que sabía de cine se lo debía esencialmente a tres personas: Germán Puig, Néstor Almendros y Ricardo Vigón. Guillermito Caín también dijo de Germán que fue nuestro equivalente a Jean Cocteau.

Enamorado de Francia y las películas desde su adolescencia, comenzó a decirle a todo el mundo que se iría a París a estudiar cine, y hasta París lo llevó la fuerza del deseo. Fotógrafo, editor de libros, cineasta, gestor cultural… No hubo empresa en la que Germán se enrolara en que no fuera una suerte de pionero.

El gran impaciente (2020) nos lega una escena que ya sabemos imposible, luego de su muerte el pasado 25 de enero: conversar con Germán toda una tarde en su estudio de Barcelona. Este filme de Carlos González Arenal nos acerca a un personaje clave de la cultura cubana, sobre todo en lo que respecta a nuestra historia cinematográfica; es quizás el último testimonio de una generación perdida.

Su director, también un cineasta exilado, accedió a responder estas preguntas sobre la estrella de su película. Ese espíritu en fuga que, según dijo el escritor Pío E. Serrano, “nada quiere saber del sórdido trasiego”.

Herman, como se hizo llamar en los últimos tiempos, se trata de un desconocido para varias generaciones de cubanos formados en el período de la desmemoria, dígase, después del 1ro de enero de 1959. Como alguien que lo tuvo cerca y pudo indagar en su vida y obra, ¿podrías presentar a Germán a todos aquellos lectores que no lo conocen?

Germán Puig Paredes (Sagua la Grande, 25/02/1925 — Barcelona, 25/01/2021) fue el fundador, con Ricardo Vigón, del Cine Club de La Habana en 1948 –quizás el primer cineclub de la isla–, que en 1952 se transformó en la Cinemateca de Cuba, de la que fue fundador y presidente. Pionero de la fotografía de desnudo masculino, desarrolló su carrera artística fundamentalmente en España y Francia. “Sólo salva a París de sus vivos cementerios / la presencia fugaz de Germán Puig. / Sobre el cielo de París / como un ángel pintado por Chagall, flota Germán y siembra el entusiasmo, / recién acaba de fundar, crear, inventar, fabular”, escribió el poeta Pío Serrano. Para mí siempre fue un joven de 90 años, cariñoso, entusiasta y cascarrabias. Ya se lo decía Sabá Cabrera Infante: “¡Lo tuyo es hormonal!”, y Néstor Almendros: “Germán, sienta cabeza”.

¿Cómo entras en contacto con él? ¿En qué momento y por qué surge la idea de realizar un documental?

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La casualidad, que no es gratis: estábamos haciendo una investigación para un documental sobre el escritor cubano Calvert Casey, y la instigadora del proyecto, Nuria Villazán, a la vez instigada por Jesús Vega, dio con la web de Germán. A mí casi me da un pasmo, porque creía que estaba muerto, y lo único que sabía lo había leído hacía más de 25 años en la Cronología del cine cubano (Ediciones ICAIC, 1966), de Arturo Agramonte. Creo que entonces, para ponerme al día, tiré del ensayo Sobre los pasos del cronista (Ediciones Unión, 2010), de Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, porque ya entonces –cruzando datos— no veía la relación, pero Germán tenía su historia, Germán era Historia. Como el NO ya lo tenía, fui a por el SÍ y le escribí un email. A las pocas horas me llamó por teléfono y me dijo: “Yo conocí a Calvert Casey”, y salí corriendo para Barcelona. Entonces dijo: “Yo conocí a Calvert Casey, pero no me acuerdo ni dónde ni cómo ni cuándo”. Un jarro de agua fría, aunque podía funcionar en un documental sobre un escritor fantasma.

Entonces fui a por su historia, pero Germán no quería oír hablar del tema. Estaba harto de la Cinemateca, del Cineclub, y su vida eran sus fotografías, unos pocos amigos, el cine clásico norteamericano y Hedy Lamarr. No lo convenció mi argumento de que era una historia que nunca se había contado en el cine –su medio natural, me dio por decir– y mucho menos por su protagonista absoluto. Nuria, con su buena mano izquierda, logró que aceptara integrar la historia del Cineclub y de la Cinemateca en un contexto más amplio, y nos introdujera en la vida cultural de los años cuarenta y cincuenta de La Habana de Calvert Casey. Esa noche, recapitulando con Nuria y tras unas cuantas cervezas, me sentí muy listo y decidí que iba a intentar sacarle a Germán Puig la historia que no quería contar, que iba a hacer un documental contra la voluntad de su protagonista.

Hagamos una digresión bastante razonable. Quisiera que me hablaras un poco de tu trayectoria artística, de tu formación y llegada al cine. Todo ese recorrido que conduce hasta El gran impaciente que, me atrevo a asegurar, es tu trabajo más ambicioso hasta la fecha.

Yo me gradué de la cátedra de fotografía de la EICTV de San Antonio de los Baños en 1995, pero mi formación empezó mucho antes, viendo películas en el cine, en el Betamax, leyendo libros y en el cineclub Visión. Poder estudiar en la EICTV, en aquel período tan especial de nuestras vidas, fue lo mejor que me pasó en muchos años. Y gratis. En España, para hacerte el cuento corto, me he ganado la vida sobre todo como técnico de iluminación, así que esa pequeña obra –salvo el último cortometraje que he rodado–, y como mal productor que soy, la he tenido que pagar de mi bolsillo y con favores. Cierto que El gran impaciente es la más compleja de todas y, por esa falta de financiación, he tenido que hacerlo todo –¡gracias, polivalencia eicteviana!–, salvo la música.

Un joven Germán Puig | Rialta
Un joven Germán Puig

Un recurso constante en el filme es que Germán, fotógrafo al fin, interrumpe el rodaje para dar instrucciones sobre cómo debe ser iluminado… Descríbenos el proceso de filmación, el intercambio con Germán en su función de estrella/personaje.

Un amigo que ya sabía de nuestros pasos tras Calvert Casey y me había facilitado algunos contactos, en cuanto se enteró de que iba a entrevistar a Germán me escribió: “No lo involucres en el documental, porque va a querer dirigirlo y dirigirte la vida. Estás advertido”. Pero, como dice mi madre, nadie escarmienta por cabeza ajena. Quedamos un viernes a las 11 –Germán siempre daba “audiencia” a partir de las 11 y yo tenía que regresar a Madrid el lunes por la mañana–, y lo primero que hizo fue retrasar la cita a por la tarde, pero no para grabar sino para elegir la habitación, el vestuario –era muy presumido y elegante–, ángulos y altura de cámara y luz; toda la tarde, una jornada “perdida”.

El sábado a las 10 ya estaba yo desayunando en un bar bajo su casa cuando suena el teléfono: “¿Dónde estás? Te tengo una sorpresa.” Temblé, subí y lo había cambiado TODO –para bien, hay que decirlo– y tuve que empezar de cero…, y el reloj corriendo. No hubo ningún problema en hablar del Cineclub de La Habana o de la Cinemateca de Cuba hasta que yo le planteaba, cuidando mucho las palabras, algún conflicto: “¡No, chico –Germán hablaba en cubano–, ya tú te vas por lo político!” Y si insistía un poco en su quehacer: “¡Pero no estamos hablando de mí! ¡Hemos venido a hablar de La Habana de Calvert Casey y la cultura!” Y así, una y otra vez. Por la tarde, aquello terminó como la fiesta del Guatao. En un momento le dijo a Nuria, nuestra árbitra: “¡Otro cubano más!”. Pero ese joven de casi 90 años no era nada rencoroso y al minuto lo había olvidado todo, volvía a sonreír, a cantar y tocarte; nos fumamos el puro de la paz con unos güisquisitos y quedamos para la mañana del domingo. Esa noche hubo gabinete de crisis: revisamos todo el material y vimos que sí, que había un buen material incompleto. Unas cervezas más tarde decidimos que había que poner la cámara y el grabador de sonido en REC antes de estar listos, seguirle la corriente, dejar que hiciera lo que le diera la gana, que se relajara, bajara la guardia y “que sea lo que Germán quiera”. Efectivamente, no seré yo quien haga spoiler, pero, a partir del momento en que cambió lo que quería cambiar desde el día anterior, todo fue sobre ruedas, y el grabarlo TODO nos permitió tener una buena subtrama para airear el documental y contar algo más sobre él.

Germán Puig por Ricardo Vigón | Rialta
Germán Puig fotografiado por Ricardo Vigón

Apuestas por la entrevista y la manipulación de diversos archivos en la construcción de tu película. Esta sencillez formal, en lugar de empobrecer los resultados, potencia la fuerza del testimonio de Germán. ¿Cómo defines la estética de la obra, y en qué momento decides que sólo te hará falta ese único testimonio?

Durante el rodaje sólo me interesaba grabar y seguir en mi cabeza el desarrollo de lo que iba contando, las posibles conexiones, los temas o personajes que abordaba, lo que se iba dejando… Mi cabeza era un mejunje, un collage, un gran esquema de ideas; no anotaba nada, sólo grababa y en las pausas descargaba las tarjetas en un disco duro. Creo que en lo único que estuvimos de acuerdo desde el principio es que él aparecería en blanco y negro en el documental de Calvert. Semanas más tarde, con una estructura ya montada, lo llamé por teléfono para contarle lo bien que estaba el material, pero que lo sentía mucho, el documental tenía que ir sobre él, el Cineclub de La Habana y la Cinemateca de Cuba. ¿Te puedes creer que me dio el visto bueno y se encargó de buscar todo ese material de archivo maravilloso que había guardado y cuidado por setenta años? ¿Es posible hacer un documental sin documentos? Salvo el hecho de que Germán mira directamente al espectador al otro lado de la pantalla, toda la estética del documental se creó en el montaje. Nunca tuve dudas de que su testimonio sería el único, ¡y es que los demás protagonistas estaban muertos!, y me tocaba a mí, utilizando recursos del cine documental, completar las lagunas del testimonio para que la historia pudiera ser comprendida tanto por un cubano como por un rumano. Con la música decidí que quería que se desarrollara como la historia del documental, no quería cuatro temas que vas insertando por ahí por horror al silencio, y que se repiten más que el gazpacho. Entonces hablé con Leonardo Reyna, y no tengo palabras…

Uno de los momentos más emocionantes del filme es cuando presenciamos las imágenes de El visitante, ese corto inconcluso que Germán filmó en 1955 junto a Néstor Almendros, adelantándose al concepto de Teorema de Pasolini. ¿Es posible acceder a este material, así como a las otras obras que realizó en esa época? Nos encantaría contar con esos filmes en nuestro repositorio de Cine Cubano en Cuarentena. Coméntanos sobre la breve carrera cinematográfica de Germán Puig.

Creo que puedo asegurar que su primer largometraje –quizás el único– fue L’auberge rouge (1951) de Claude Autant-Lara. Germán me contó que se plantó en la puerta de su casa a vigilar y lo abordó para pedirle trabajo. Así entró como “ayudante” en el equipo de dirección, y todo lo que se esperaba de él es que cuando la mujer del director pidiera un café, él sirviera coñac en una taza y se la llevara. La película empieza con un hombre que camina bajo la nieve con un mono y entra en el albergue: ¡ese es Germán Puig! Ya sabes que cuando falta un figurante todos miran hacia el asistonto del rodaje para que lo sustituya.

A finales del año pasado creamos –con sus amigos de Barcelona– y con la venia de Germán, la asociación cultural Amigos de Germán Puig, encargada de cuidar su legado. En una de mis visitas a Barcelona –ya estaba montado el documental–, encontré una lata de película de 16 mm y Germán me dijo que dentro estaba El visitante, pero no lo puedo asegurar, queda pendiente. Tengo entendido que participó en el guion del cortometraje Sarna (1952), de Edmundo Desnoes. En Cuba dirigió los documentales institucionales Carta de una madre (1955, con Carlos Franqui) y Hacia el futuro (también en los cincuenta).

Otro de los descubrimientos que propicia El gran impaciente, al menos a un espectador de la isla, es el portentoso trabajo fotográfico de Germán, orientado hacia el erotismo y, particularmente, enfocado en el desnudo masculino. Néstor Almendros llegó a decir que en su obra “redescubre el cuerpo del hombre; es tan importante lo que encuadra dentro de su lente como lo que deja afuera”. ¿Qué nos puedes revelar de esta obsesión creativa? ¿Cómo se desarrolló la carrera de Germán como artífice y promotor de la fotografía?

Voces autorizadas dicen que fue un pionero en la fotografía de desnudo masculino. En su página web se pueden leer varios ensayos y artículos sobre su obra. Es famosa la historia de Germán huyendo de Madrid durante la dictadura de Franco, porque alguien lo acusó de pornógrafo y, ante la citación del juez, huyó a París. Durante el rodaje y en los primeros tiempos de nuestra amistad, tuve la oportunidad de ver parte de su obra y escuchar sus comentarios sobre la estructura de las imágenes. Algunos desnudos masculinos son extraordinarios y también fue un gran retratista. Me gusta mucho la serie para el dominical de La Vanguardia con motivo de los Juegos Olímpicos de Barcelona. También publicó con su editorial Collection Nu Masculin varios libros sobre la historia del desnudo en la fotografía o sobre su obra.

Germán Puig en París | Rialta
Germán Puig en París

Los puntos de conflicto más determinantes en la narración del documental giran alrededor de las pugnas de Puig con diversas instituciones u organizaciones oficiales: los espacios de poder de José Manuel Valdés Rodríguez, la Sociedad Nuestro Tiempo, el gobierno de Batista, el ICAIC o el gobierno revolucionario. Ironías y violencias del contexto, siendo él una persona totalmente desinteresada en la política. Sé que has estado al tanto de los últimos enfrentamientos entre los artistas e intelectuales y las instituciones del gobierno en Cuba. ¿Cómo ves este paralelo? ¿Es que la ruina de esta isla, como dice Germán en tu documental, comienza cuando la política invade y transgrede todas las esferas del país en los años cincuenta?

No, no creo mucho en paralelismos. Cuando Germán habla de que, en los cincuenta, “la política lo estaba contaminando todo”, creo que se refiere principalmente a su experiencia personal con la cinemateca –quizás la única creada en el mundo como una iniciativa privada–, aunque también habla desde el conocimiento de todo un proceso de radicalización que vino después. Cierto que hay un elemento en común –porque, entre comillas, “son los mismos”– y él fue testigo de cómo se quiso plantar la semilla del control y de la manipulación de una institución cultural no oficial por un partido político. Lo que no podía saber era que después del “primer punto de giro”, los que no habían ganado la guerra se iban a hacer con el poder poco a poco y en diferido, cambiando su lealtad de Moscú a El Uno, El Jefe, El Caballo. Lo que yo veo ahora es un conflicto generacional, no de métodos, porque quien gobierna es un partido que es gobierno, Estado y quiere ser nación; lleva haciendo lo mismo desde antes del fin de la revolución –llámense ORI, PURSC o PCC–. Las circunstancias han cambiado muchísimo, ya no basta con las Palabras a los intelectuales, que podría ser el equivalente en su época al Decreto 349. Porque la palabra de El Uno era Ley, el único filtro que necesitaba pasar era el de los micrófonos. También hay una falta de legitimación que los gobernados tienen que otorgar a los gobernantes –porque “los otros”, por lo menos, habían ganado una guerra–, y lo peor, lo peor es que se han topado con un sector de la juventud que no quiere irse del país, y sí muchas moscas cojoneras interconectadas.

¿Qué tal se ha comportado la distribución y recepción del documental, ese gran conflicto para todos los cineastas que trabajamos al margen de la industria? ¿Tienes planes para que El gran impaciente se vea en Cuba?

Con los amigos y amigos de mis amigos, muy bien. Este año ha sido un desastre, porque ni una proyección en petit comité se ha podido hacer. Se ha visto en algunos festivales online –lo de los festivales es un mundo aparte– en Buenos Aires, Bogotá, algún otro lugar que no recuerdo y, en estos días, Santiago de Chile. Nos han dado hasta algunos premios, ¡incluso por la fotografía!, con eso te lo digo todo. En Cuba se verá, pero en El Paquete, salvo que la Cinemateca me lo pida. No quiero meter en candela a nadie. Quizás podrían empezar por poner el nombre de Germán Puig a alguna sala, como la tiene Henri Langlois en la Cinemateca francesa.

En la izquierda abajo el productor de cine mexicano Manuel Barbachano Ponce. A la derecha arriba Germán junto a su esposa Adoración. Tomás Gutiérrez Alea en esquina inferior derecha. | Rialta
En la izquierda, abajo, el productor de cine mexicano Manuel Barbachano Ponce. A la derecha, arriba, Germán junto a su esposa Adoración. Tomás Gutiérrez Alea en esquina inferior derecha.

¿Qué significa para un cubano hacer cine desde la diáspora? Un cine, además, totalmente ligado a Cuba, a su historia y cultura. ¿Qué criterios tienes sobre el estado actual del cine cubano, institucional o independiente, hecho dentro o fuera de la isla?

No lo sé, quizás un lastre, pero alguien tiene que contar esas historias, y en España no producen peliculitas cubanas, lógico. El cortometraje Remake (2004), escrito y producido con Jorge de Armas, es una historia de inmigrantes en Madrid. Lo de si eran cubanos o rumanos daba igual –quizás por eso, a pesar del acento, creo que la gente comprende la historia–, pero en aquellos años de eso no se hablaba, éramos invisibles, solo existían “los moros”. En Barcelona ganó premio al mejor cortometraje en el VisualSound –cuando era un festivalito de nada–, se proyectó en el Instituto Cervantes de Nápoles y hace poco en una universidad en Ciudad de México.

El documental Puro teatro (2007) surgió por rodar Remake con Moraima Olbera. Esa mujer me contaba cada historia que un día le dije: “Tengo que hacerte un documental”, y ella encantada. Magia negra (2014), más de lo mismo, la casualidad, que tampoco es gratis. Ahora, con este que estoy rodando, me he despojao –aunque algo meteré–, no tiene nada que ver con Cuba. De cine cubano, hecho en Cuba o no, por cubanos o no, desde las instituciones o no, la verdad que no puedo opinar mucho. He visto muy buenos documentales. La ficción en general es muy floja, pero hay una joyita por ahí que, con el tiempo, el tiempo dirá. De las coproducciones con España y Francia, mejor ni hablar. Recomiéndame algo.

La impresión más intensa, utópica y dolorosa que me dejó tu documental fue imaginar otro cine cubano, uno interesado en la suma y no en la resta. Pensar qué hubiera sido de nuestra tradición cinematográfica pos 59 si se hubieran integrado las sensibilidades y talentos de Germán Puig, Ricardo Vigón, Guillermo Cabrera Infante, Néstor Almendros y tantos otros, negados y defenestrados durante décadas por un régimen político que devino hegemonía estética. ¿Cómo imaginaba Germán Puig ese otro cine posible? ¿Cómo lo imagina, hoy, Carlos González Arenal, si sueña en reversa?

Si alguna nostalgia podía tener Germán era de la belleza y el sexo, porque era muy cachondo y soñaba mucho dormido, no despierto, sueños eróticos incluidos. Durante el rodaje nos contó que tenía escrito un guion que se titulaba La ciudad. La ciudad era La Habana, of course, y trataba “de todo lo que está pasando hoy”, vaya usted a saber lo que quería decir con eso. Yo tampoco me planteo ese escenario, porque lo que sucedió fue todo lo contrario. Lo más que he llegado es a recrearlo a través de lecturas, e intentar saber y comprender qué fue lo que pasó y por qué. Hay un libro fundamental, El caso PM: cine, poder y censura, de Orlando Jiménez Leal y Manuel Zayas, en el que se cuenta muy bien, desde diferentes puntos de vista –incluidas “las palabras de los intelectuales” en las reuniones en la Biblioteca Nacional–, la cronología de los hechos. Además de lo ideológico, el cine era un campo de batalla estético solapado, que no sólo incluía a los creadores, sino también a los críticos. Ahora bien, la prohibición sólo fue la chispa –intencionada o no– que condujo a esas reuniones, pero no la causa. Por algo será que “las palabras de los intelectuales” nunca han sido publicadas en Cuba.

Germán Puig y Ricardo Vigón | Rialta
Germán Puig y Ricardo Vigón

Con el reciente fallecimiento de Germán, se ensancha un vacío en la cultura cubana. Un vacío abierto hace seis décadas, por el olvido forzado, la desmemoria… El gran impaciente es una de las piezas fundamentales, de las primeras, para empezar una justa recuperación. En tus palabras, ¿por qué es necesario para Cuba volver, recordar, a Germán Puig?

Eso depende de las prioridades e intereses de cada cual, pero “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Esta frase la ha dicho tanta gente que su autor está por nacer.

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