What immortal hand or eye
Could frame thy fearful symmetry?
William Blake
I
El volumen El caso PM. Cine poder y censura coordinado por Orlando Jiménez Leal y Manuel Zayas (Editorial Colibrí, 2012; Hypermedia, 2014) puede leerse desde el final hacia el principio, de los documentos, las actas y las intervenciones hasta los análisis más recientes. El libro permite una lectura inversa, al mismo tiempo que ha de repararse en paralelismos y simetrías que contrastan, amplían, reinterpretan (desde el análisis) la historia, las obras y los personajes de todo el proceso.[1]
“Discusiones de los intelectuales y el poder”,[2] “Ley No. 589”[3] y “Actas de censura de PM”[4] son los primeros apartados que propongo examinar. De ese modo, el lector podrá entrar de golpe en junio de 1961, sin mediación alguna. Aunque no haya acotaciones, ni un narrador al estilo decimonónico que describa el entorno detalladamente; bastarán las palabras en directo de la reunión en la Biblioteca Nacional de esa fecha para que nos acomodemos en nuestra butaca y podamos escuchar con mofa y espanto las intervenciones en esas largas jornadas con los dirigentes del país –el presidente Osvaldo Dorticós y el primer ministro Fidel Castro– que se extendió por tres viernes consecutivos.
Buena parte de las transcripciones de ese encuentro permite al lector participar casi como uno más del entorno inicial del proceso revolucionario instaurado en 1959. Es un buen ejercicio de teatro de la memoria, de la historia como escenario, como puesta en escena, idea que maneja Néstor Díaz de Villegas en su análisis.[5] Nos acercamos a las oposiciones primigenias: entre Lunes de Revolución y el ICAIC, podemos escuchar directamente a Alfredo Guevara hacer una división entre los que él considera que trabajan a favor de la Revolución y los que priorizan y sirven a los intereses externos y adversos al proceso cubano, satanizando de ese modo a los críticos de cine que nombra directamente (Cabrera Infante, Néstor Almendros y Fausto Canel). No hacía falta ni siquiera en los primeros años luego del triunfo de 1959 que el gobierno tomase partido y silenciara a nadie: la lucha y la imposición entre las estructuras que se iban creando se encargarían de ello: el ICAIC ya era para entonces un espacio de censura e imposición, dispuesto, bajo la dirección de Guevara, a desacreditar a todo aquel que no siguiera sus rígidos parámetros, y amparado en aquello de “contra la Revolución, nada”. En ese sentido, como se deduce de la reunión y los argumentos, el caso PM fue en realidad una excusa para, de una vez, desatar y oficializar un enfrentamiento abierto contra la postura mucho más variada e inclusiva de Lunes de Revolución, donde el propio Guevara había podido publicar sus opiniones en contra del suplemento…
Me pregunto si esa lucha entre “viejos” y “nuevos”, entre antiguos socialistas como Mirta Aguirre y la izquierda más joven no es la que está detrás de este poema de Antón Arrufat publicado en 1963, donde se hace referencia a la división entre los que se van y los que se quedan, pero se enfatiza en el cierre en las diferencias entre los viejos fanáticos y la posición personal del sujeto lírico:
Definición
Junto a los que se van
los que permanecen,
junto a mí la Revolución
que nada tiene que ver con ustedes
ilustres ancianos babeantes
y fanáticos.
La oposición entre el ICAIC y Lunes, así como su resultado –el cierre de Lunes y de su programa televisivo unos meses después de la reunión en la Biblioteca– es paralelo a lo que sucederá en 1965, unos pocos años después, entre las Ediciones El Puente y El Caimán Barbudo. A la libertad, independencia y polifonía de los puenteros se impuso de manera agresiva la censura y el silenciamiento por parte de los caimaneros. Y en ambos casos los argumentos fueron de índole política, de desacreditación por supuestas tendencias contrarrevolucionarias. Personajes como Alfredo Guevara o Guillermo Rodríguez Rivera hicieron ver la tendencia de unos y otros a convertirse en supuestos enemigos de la revolución. Esto deja claro que la alternancia entre verdugos y víctimas fue una práctica que se impuso desde los primeros años del período revolucionario. Todo lo que reflejase una libertad fuera del dogmatismo, toda tendencia al diálogo fervoroso de estos primeros años, del libre pensamiento, de la posibilidad de expresar una opinión fue degenerando en silencio y miedo. Un miedo traducido en rumor que ya corría por los pasillos, y entre los comentarios de los intelectuales desde los primeros años, como declara Virgilio Piñera[6] en la Biblioteca Nacional y como se debatirá en esos encuentros incansablemente.
Precisamente en 1963, Antón Arrufat escribía:
Por miedo
aprendimos
a vivir
en la cuerda floja
el miedo
luego
la convirtió en arte
por miedo.
Esta lucha entre grupúsculos, esta necesidad de alcanzar el favor oficial fue lo que hizo que unos prevalecieran y otros no, que unos cerrasen y otros no. Los mismos que confundieron por entonces política con poética padecieron luego el silenciamiento que ellos ayudaron a levantar contra otros: Guillermo Rodríguez Rivera, Jesús Díaz, Edith García Buchaca (secretaria del Consejo Nacional de Cultura y moderadora de la reunión en la Biblioteca) y hasta Manuel Díaz Martínez que, según relata Carlos Rafael Rodríguez (director del periódico Hoy en ese momento) insistía en colar una crítica contra PM a pesar de que ya el mismo director le explicara que no era oportuno seguir echando más “leña al fuego”.[7]
Hay un argumento de Jesús Díaz que sería bueno matizar, porque creo que explica esta alternancia continua por más de cincuenta años en Cuba, de hoy ser víctima y mañana toca ser victimario, una maquinaria del poder que ha funcionado durante décadas.[8] Díaz explica que es irónico que hoy Miguel Barnet sea un comisario político y Raúl Rivero sea un anticastrista y hasta haya padecido prisión cuando antes era un defensor del proceso iniciado en el ʼ59. En realidad, viéndolo como fenómeno general, se trata de una carrera de relevos, en la cual el que hoy da palos mañana los recibe. Algunos, como el propio Rivero o el mismo Díaz, al constatar semejante proceso, se han salido de esa rueda en constante movimiento, “rueda dentada”. Hoy el comisario político es Barnet o Alpidio Alonso, el que habla de “enemigos” es Barnet, el que defiende el socialismo cubano y confunde comunismo con cultura y “revolución” con arte es Barnet, a pesar de haber sido antes marginado y censurado. Pero Barnet es apenas un ejemplo de una larga lista de víctima-victimarios. Como declara Vicente Echerri: “aunque algunos se exilaran más tarde, en su conjunto ya estaban preparados para ser divulgadores de la gran revelación que el Profeta había venido a encomendarles”.[9]
Esta misma alternancia es la que permite a Díaz Martínez y Rodríguez Rivera recordarnos a cada rato que ellos también fueron censurados, silenciados, castigados, como si ello exonerase de algo; digamos que es más bien parte del proceso. Díaz Martínez decidió salirse de ese engranaje dialéctico; Rodríguez Rivera estuvo dando tumbos dentro de ese mecanismo, siendo incoherente y disparatado hasta sus últimos pronunciamientos. Pasó, por ejemplo, de cuestionar la poesía de Lina de Feria, esquematizarla en un “hermetismo trasnochado” en 1978, a borrar esos argumentos en la reedición de Ensayos voluntarios de 1984 y a pedir recientemente para la misma autora que cuestionó en el ʼ78 el Premio Nacional de Literatura.
En este tipo de reuniones y discusiones de los años sesenta se establecían ya las reglas del juego, cualquiera que saliese de los límites de la corrala podía perder, no contar, no ser; eso comenzaba a estar claro principalmente con respecto a la incuestionabilidad del régimen y del gobierno, en especial de la figura de Fidel, algo que queda manifiesto en las intervenciones de Carlos Rafael Rodríguez[10] y que explica Echerri al relacionar religión y culto con revolución y dictadura.[11]
II
La convergencia hacia la voz de Castro como todas las voces, como la única voz, la explica perfectamente Orlando Jiménez Leal en la segunda parte de la lectura que propongo: las entrevistas que le realizan Fausto Canel y Manuel Zayas. De este modo se profundiza en la visión particular, en el testimonio de una carrera cinematográfica e intelectual de uno de los autores del documental PM que desató el debate y el enfrentamiento abierto. Con respecto al desencanto que poco a poco fue sintiendo, Jiménez Leal expresa:
Hubo un momento del año 1959 en que hubo un diálogo de todas las fuerzas dialécticas importantes, donde todo el mundo decía lo que quería y todo el mundo peleaba y exponía sus ideas, y eso poco a poco se fue gastando, se fue consumiendo, hasta que ese diálogo multitudinario –porque era un diálogo gigantesco– se convirtió en un monólogo. Hasta que todas las voces se convirtieron en una sola voz, en donde todo el mundo empezó a hablar como Fidel Castro y a pensar como Fidel Castro y a actuar como Fidel Castro y a imitar a Fidel Castro, a tal extremo que hasta Fidel Castro llegó a imitar a Fidel Castro. Me di cuenta además que la gente estaba encandilada, que ese era un fenómeno que no tenía transformación. En esas circunstancias era totalmente inútil, y hasta ridículo, pensar en una posibilidad de transformación desde dentro.[12]
En las entrevistas a Jiménez Leal, además de asomarnos a los inicios de su carrera cinematográfica, marcada por el sacrificio, el ímpetu y la perseverancia, también nos acercamos a la historia del caso PM de la mano de uno de sus protagonistas, de uno de los realizadores del documental. Las vísperas del triunfo de 1959, cómo lo vivió en lo personal, el ambiente de los años sesenta, las artimañas militaristas de algunos trabajadores de la cultura (como Julio García Espinosa), el militarismo instaurado en el ICAIC, la monopolización de la industria del cine, la expansión continua de la censura, la desaparición paulatina de la propiedad privada son algunos de los hechos que cuenta Jiménez Leal en estos diálogos.
El mismo año en que se proclama a Cuba “libre de analfabetismo”, en que se produce el ataque a Playa Girón y se declara el carácter socialista del régimen, tienen lugar estos acontecimientos que evidencian enfrentamientos entre las distintas tendencias artísticas de la isla. Las más iconoclastas, plurales y menos dogmáticas terminaron anuladas por las organizaciones oficialistas. Que en medio de todos estos acontecimientos Fidel Castro se tomara el trabajo de hacer una reunión durante tres viernes seguidos, evidencia sus temores a perder el control de los intelectuales. De la reunión en la Biblioteca Nacional lo que trascendió, lo que se repitió hasta el cansancio fueron las conocidas como “Palabras a los intelectuales” de Fidel Castro. El final de la reunión y el debate estaba preestablecido, las intervenciones de los intelectuales quedaron como mero parloteo de fondo. Lo importante fue el cierre de Castro que marcó las pautas, el camino a seguir, legitimado por la Revolución que no era otra cosa que su propia voz multiplicada en afirmaciones gnómicas de una ambigüedad que poco o nada dejaban claro y que hoy se siguen repitiendo. Como afirma Manuel Zayas: “temiendo en qué podría desembocar aquello, los jerarcas de la Revolución impidieron que las palabras de los intelectuales fueran publicadas […], no hubo cámara que registrara aquellas reuniones”.[13]
A la fundación del ICAIC que monopolizó y vigiló la producción de cine, siguió la fundación de la UNEAC como resultado del Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas (agosto de 1961), cuyo primer libro de su fondo editorial evidencia claramente la militarización de la cultura en el período, la fusión extrema y nociva entre política y literatura cuya retórica también llega hasta hoy. Se trató de Con las milicias de César Leante. En un texto publicado por Manuel Díaz Martínez en la revista Verde Olivo titulado “Un reportaje de César Leante”, Díaz Martínez, con el mismo lenguaje oficialista que perdura en los comunicados de la institución hasta el presente, argumenta sobre el libro:
Entendemos que la UNEAC ha hecho muy bien al iniciar sus publicaciones con un libro acerca de las Milicias [sic]; con un libro en el cual se habla de las vicisitudes y heroísmos de nuestros obreros y campesinos convertidos en defensores armados de la Patria. Y entendemos esto porque, así, nuestra Unión, a la par que inaugura sus funciones editoriales, rinde homenaje a los hombres que limpiaron el Escambray de la mala yerba contrarrevolucionaria, y que se enfrentaron, con toda su vida puesta en la victoria, a los mercenarios que, por Playa Girón, nos mandó el tozudo imperialismo norteamericano.[14]
Con el inicio de las publicaciones de la UNEAC, quedaba clara y establecida, tal y como declara y respalda Díaz Martínez en su reseña, la relación indisoluble entre la organización de los escritores cubanos y la posición oficialista y gubernamental, algo que se confirmó, por ejemplo, en el VIII congreso de la UNEAC en La Habana donde socialismo y cultura se confunden, y el asalto al Moncada y arte parecen ser lo mismo. La UNEAC unía, desde su creación, su futuro al del régimen surgido en 1959, lo que hoy se reitera con declaraciones de la prensa oficial, de algunos intelectuales y políticos en la isla como: “la UNEAC es el Moncada de la cultura”, “el objetivo principal de la UNEAC es la salvaguarda de la nación y el socialismo”, “la disyuntiva sigue siendo socialismo o barbarie”. Esta postura fue consolidándose y cristalizando en rígidos lineamientos durante los años 1961 y 1962. En el caso de la cultura, las instituciones que se imponían frente a las otras que dejaban de existir (Lunes de Revolución, Ediciones el Puente y cualquier iniciativa que no se adscribiera de antemano a las organizaciones oficialistas) profesaban a priori una fidelidad inexorable al gobierno y a sus líderes, como sigue siendo en el presente.
III
La tercera y última parte de esta lectura está formada por los acercamientos críticos, desde los primeros, casi contemporáneos al documental (Néstor Almendros y Bob Taber) hasta análisis más recientes como los de Rafael Rojas y Antonio José Ponte. Entre ellos aparecen también textos de carácter testimonial como el de Fausto Canel donde el autor analiza y narra su experiencia personal con el caso del documental, con los enfrentamientos gremiales y las rencillas personales de aquellos años.
La reseña de Almendros (“Pasado Meridiano”),[15] que es motivo de debate y de varias intervenciones en la reunión de la Biblioteca Nacional, y que además le costó su puesto de crítico en Bohemia, es testimonio de la cierta apertura que hubo en los años sesenta, de la pluralidad de opiniones que despertó el documental y que luego algunas estructuras de poder se encargaron de silenciar. Ha tenido que pasar mucho tiempo para que el caso PM tuviese el debate y el estudio que merecía, sin mediación de intereses gremiales e intenciones partidistas y ultracensoras. El texto de Bob Taber (“En defensa de PM”)[16] que crea un paralelo entre el surgimiento del jazz en el sur de Estados Unidos y el ambiente festivo, marginal y espontáneo que recrea el corto, fue leído y comentado por Guillermo Cabrera Infante en la reunión con los intelectuales. De ese texto se desprende también la visión primera, el espíritu inicial que movía y que reflejaba el triunfo del ʼ59:
Debo decir que una de las cosas que más me ha satisfecho de la Revolución cubana, algo que yo pienso que ha cautivado la imaginación del mundo, es su libertad, la ausencia de dogmas, de ortodoxia, de aburrimiento y su devoción por los valores humanos.[17]
En verdad, los textos de Almendros y Taber sobre el documental parecen escritos hoy; la defensa desenfadada, coherente y personal que hacen de la película contrasta con el encartonamiento, el extremismo, la dogmatización, politización y el partidismo de la mayoría de los que participaron del conflicto, incapaces de diferenciar política y poética, leyéndolo todo desde el prisma ideológico. Como persona que no participó de esa época de pasiones encontradas y de efervescencia social, me siento aliviado al ver las ideas de Cabrera Infante, Almendros, Taber, Jiménez Leal, Canel porque coinciden con una lógica de gran pluralidad y flexibilidad, y una apertura analítica que escasea en muchos otros intelectuales de aquel momento. Ello demuestra que no todos pensaron o actuaron del mismo modo, y que no todos se plegaron al discurso oficialista que poco a poco se impuso inexorablemente. Fue, más que una postura de época, un asunto de elección, a veces por pensamiento y otras por puro oportunismo y pragmatismo.
En “De La fiesta vigilada” (un fragmento de su novela publicada en Anagrama, en 2007), Antonio José Ponte espejea las figuras de Ernesto Guevara y Fulgencio Batista a partir de las semejanzas que hay entre el caso de El Mégano y el de PM. El meridiano del ʼ59 se convierte entonces en un espejo ustorio. Moviéndose entre lo descriptivo y lo analítico, el autor logra trenzar una especie de reflejo cóncavo, inverso en algunos momentos, en que se inicia la común, continua y todavía vigente transformación de víctimas en verdugos, de censurados en censores, pues “varios de los participantes en la creación de El Mégano”, “seis años después de ser perseguidos por filmar”, ahora bajo el nuevo orden, “ya se alzaban como perseguidores.[18]
Jiménez Leal en “Conversaciones en la biblioteca” hace un resumen de la gestación del documental, del ambiente de 1959-1961 y de su peculiar relación con los hermanos Cabrera Infante. En ese texto hay algunos argumentos y hasta narraciones que también aparecen en las entrevistas y que quizá pudo evitarse su repetición.
De todos los textos analíticos reunidos en el primer apartado del volumen, el de Emmanuel Vincenot (titulado “Censura y cine en Cuba: el caso PM”) me parece el más profundo y acucioso.[19] Su investigación no se limita a lo descriptivo, más bien prima en ella lo exegético. Vincenot estudia los antecedentes, el contexto, las causas, consecuencias y el destino posterior del documental y de la censura en el país. El investigador amplifica, contextualiza en época, antecedentes y referencias los paralelos que establece Ponte en su texto. Otro mérito de su estudio es que suma otros documentos (libros, cartas, declaraciones…) de gran valor histórico y que enriquecen y complementan las actas y las transcripciones finales de los anexos.
A la agudeza y espontaneidad a veces gnómica de Jiménez Leal en las entrevistas sólo podría igualársele “Post Modern” de Néstor Díaz de Villegas (título derivado de una errata, porque debió decir “Post Mortem”).[20] Por ejemplo, si el primero declara que Fresa y Chocolate “es una versión rosa de Conducta impropia”, el segundo afirma que “en PM coinciden la gentuza del puerto y la dimensión órfica de lo cubano”. La acuciosidad investigativa y hermenéutica de Vincenot se complementa con el agudo e inquietante relampagueo de Néstor Díaz de Villegas. Más que viñetas, Néstor crea azotes verbales. La suya es la sintaxis del látigo. Con un estilo conciso, moviéndose entre la sagacidad y el sarcasmo, Néstor ausculta no sólo el documental sino todo lo que se derivó de él, incluidas las opiniones de Piñera, Guillermo Cabrera Infante y Fidel Castro. Creo que sus reparos e ideas sobre Virgilio y Guillermo son un contrapunto atendible. En mi opinión, aunque es cierto que Piñera no dijo literalmente que tenía miedo en primera persona y que eso forma parte del mito y la tradición oral posterior, reconocer y declarar ante Fidel en esos momentos los temores y las reservas que se comentaban entre intelectuales era un acto de valentía; pero también, como dice Díaz de Villegas, aparece más que el miedo, Miami como espacio maldito, “una palabra mala”, el lugar negado y temido, otro “enemigo rumor”, aunque más bien, “falsa alarma”.
A las simetrías ya vistas en Taber, Ponte y Vincenot, Néstor suma los paralelos entre las diversas versiones de Tres tristes tigres de Cabrera Infante y el proceso de realización de PM, por lo que el volumen también puede ser entendido como una especie de eje especular. Díaz de Villegas apunta otra idea destacable y recurrente en todo el compendio: “lo importante no son las palabras a los intelectuales, sino […] las palabras de los intelectuales”, aunque estos “quedan palabreados” al habérsele dado oficialmente más trascendencia al nefasto discurso de cierre de Castro que a las opiniones y las discusiones de los creadores. Que durante décadas esas palabras de los intelectuales hayan permanecido en la sombra, que todavía hoy en Cuba se desconozcan y no se hayan publicado evidencian otro de los errores que nos acompañan hasta el presente. El tapabocas castrista contra la pluralidad mantiene así una gran vigencia que impide hoy todavía un debate en la isla de los libros y las ideas de intelectuales como la mayoría de los que participan en este proyecto.
Díaz de Villegas se pregunta desde el comienzo de su análisis “por qué este pequeño filme y no otro desató una crisis en la Cuba revolucionaria”, una interrogante que recorre la mayoría de estas páginas, y aunque las respuestas y cavilaciones son variadas (desde PM como mera excusa del poder y de las trifulcas personales e ideológicas, hasta PM como encarnación órfica), encuentro la argumentación más clara sobre el asunto en “La política de los gestos: la actualidad de PM” de Gerardo Muñoz: el documental “liberaba a la cámara del dominio ideológico”. [21] Y esa libertad se entendió como alerta, como amenaza contra el control oficial, que pervive en el uso de las nuevas tecnologías cuando cualquiera en medio de la calle, al caminar La Habana, intenta “penetrar el espacio, que buscaba [o busca] ocultar y silenciar el poder”. Ese gesto tomado del free cinema de hacer público lo prohibido perdura hasta hoy y hará que PM esté “en el centro de futuras discusiones sobre la nación”.
El texto “La palabra opresora” de Vicente Echerri es uno de los análisis generales más contundentes y acertados que he leído.[22] En sólo cuatro páginas el autor nos conduce del monoteísmo de civilizaciones antiguas al discurso de Fidel Castro en la Biblioteca Nacional. Desde Moisés y Josué con las tablas de La Ley (que eran también “caudillos militares y conductores de pueblos, líderes revolucionarios”) a “Palabras a los intelectuales” como ley de un nuevo líder divinizado, incuestionable. El autor afirma desde el segundo párrafo que “el monoteísmo es la génesis del pensamiento único y del Estado totalitario”. De ese modo, bien podría leerse el nuevo mandamiento castrista como la máxima de Cristo en Mateo: “el que no es conmigo, contra mí es”.
Lo que se instaura en aquella reunión de 1961 es un credo, un culto cerrado, una doctrina excluyente que se mantiene hasta hoy. A los paralelos que he señalado en Taber, Ponte, Vincenot y Díaz de Villegas, Echerri suma la relación entre Mesías y tirano, entre religión y dictadura. Si los judíos o los musulmanes llaman a los otros que no profesan su fe “gentiles” o “infieles”, la Revolución cubana los llamará “gusanos”, “enemigos”, “disidentes”, “apátridas”. Si los judíos y cristianos tienen un dios que nadie ha visto, cuyo nombre no se puede mencionar (Jehová significa “Yo soy”), los comunistas cubanos tienen esa entidad superior e incognoscible llamada “Revolución”. Como los diez mandamientos, el discurso de Fidel constituye “las bases de la obediencia”. Pero en medio de este ritual no sólo Piñera y Padilla revelan sus temores, indudablemente el propio interés que presta el gobierno a los intelectuales refleja sus miedos y preocupaciones. Amordazar la palabra era tener el control total desde entonces. De esa forma, Fidel es un intelectual más, el artífice de las primeras palabras de un nuevo orden (más bien caos arbitrario y errático), dentro del que se podrá crear sólo bajo sus condiciones. Ratificarlo como delegado al VIII Congreso de la UNEAC en 2014 junto a su hermano Raúl simplemente nos recuerda el comienzo de todo, el momento en que cerró “la puerta del arca revolucionaria”.
El carácter especular del volumen se complementa con el texto de Rafael Rojas (“Lunas de revolución: Cuba y la izquierda neoyorkina”).[23] El autor analiza la relación entre la Generación Beat y la primera Revolución cubana, entre la izquierda norteamericana y la insular, entre la lucha de derechos de las “minorías” y las ideas del movimiento social cubano, entre la barba beat y la barba guerrillera, entre la imagen de Camilo y las películas del oeste.
Aunque hoy nos sea difícil de creer, Fidel fue para estos jóvenes estadounidenses un ícono gay, un referente de emancipación de todo tipo a seguir, pero “en pocos meses, el líder revolucionario ha dejado de ser un símbolo homoerótico y se ha convertido en una personificación del machismo caribeño”. A partir de poemas y textos de Ginsberg y otros autores de izquierda, de la fotografía de McLucas, los números de Palante, la prosa de José Yglesias y su colega Sutherland Martínez, Rojas analiza las relaciones e ideas de este grupo ideológico sobre el proceso cubano a inicios de los sesenta que evidencian el desencanto paulatino de estos al comprobar que “la Revolución cubana radicaliza su ideología abandonando su humanismo liberal originario”.
En esta primera sección del libro (la última en mi propuesta de lectura inversa), el criterio de organización de los textos va de lo particular a lo general, de los textos analíticos que tienen como centro el corto hasta los estudios más generales que lo tocan referencial y tangencialmente, de los que reconstruyen y describen aquella noche y el recorrido del documental al análisis y la expansión de la censura. La reseña de Almendros y el artículo de Manuel Zayas sirven como marco a los demás análisis.
Zayas cierra esta sección en “Una noche rigurosamente retratada” y nos entrega el paralelismo último, la bofetada especular del ICAIC legislativo contra el ICAIC censor.[24] Analiza las contradicciones entre la Ley 589 y la censura, entre lo legislativo-escrito y la puesta en práctica. La institución oficial cubana queda así frente a sí misma como la primera que viola y abroga su propia ley.
Quisiera proponer un poema de Antón Arrufat publicado en esos años que puede leerse también como un gesto especular, inverso y al mismo tiempo en diálogo con el documental de Sabá y Jiménez Leal. El texto se titula “3 PM” y describe el mismo recorrido que durante la noche filmaron los cineastas:
Y llego al muelle donde marineros
y soldados
toman con ruido de zapatos y armas
la lancha para cruzar la bahía.
Estoy aquí, frente al Castillo de la Fuerza;
el aire guarda las vidas pasadas
y las golpea con sus piedras
y mi rostro.
Si avanzo encontraré el fin
en una calle que termina,
en la lancha que se detiene en la bahía.
Al tono festivo, de carpe diem y diversión desenfadada que vemos en PM, se opone la militarización que leemos en “3 PM” de Arrufat. Si los viajeros que cruzan la bahía van vestidos de fiesta, de ocasión en la película; el poeta por su parte describe “marineros y soldados”, “ruido de zapatos y armas”. Si los negros y los bailadores en grupo, en medio de embriaguez siguen el ritmo y gozan sin recato alguno en el documental, el sujeto lírico en soledad, apartado en sí mismo piensa en la historia y en la existencia. Y al mismo tiempo estos dos recorridos en círculo forman parte de un mismo país, de una misma época.
IV
Para su momento histórico, Lunes de Revolución era un salto democrático hacia la pluralidad con tanto valor que su cierre y censura es uno de los crímenes culturales más grandes del proceso revolucionario. Con su desaparición y con el cuestionamiento de cualquier iniciativa personal que no surgiese o se avalara por los filtros oficiales, el ICAIC se impuso como monopolio audiovisual, y a él se sumaron el monopolio y control de todo el arte con la creación de la UNEAC pocos meses después, de la danza clásica con el Ballet Nacional de Cuba, de la música, la prensa…, y de todo un país convertido en monopolio cultural, político y económico bajo una casta que pervive hasta el presente y que ha convertido en enemigo, por su incapacidad de diálogo y la fomentación de un antagonismo burdo e impositivo, al que cuestiona y disiente. Desde 1959 hasta hoy, en los ámbitos institucionales y oficialistas se habla desde dentro de la “revolución” y del compromiso ideológico o no existes, desde el socialismo o te corresponde la anulación, la muerte. Es decir, en el sentido de anulación sociocultural, la frase “socialismo o muerte”, entonces, alcanza una gran vigencia. A ello podría referirse Arrufat cuando escribe en 1963:
Ellos
Un día vendrán a buscarme,
lo aseguro.
Dos hombres vestidos de hombre
subirán la escalera, que la vecina
ha terminado de limpiar.
Los espero sentado en mi sillón
de siempre: donde escribo.
Me llamarán, saben mi nombre.
Después seré expulsado
de los cursos
y de la Historia.
Algo parece estar claro y en ello coinciden la mayoría de los autores y testimoniantes: el caso PM fue una excusa para impedir cualquier iniciativa independiente, algún intento fuera del ICAIC que el aparato represor y censor no pudiese controlar. Más de medio siglo después, tanto en la música, en la prensa, en el acceso a la información o a la literatura y el cine la política sigue siendo muy semejante: se pretende tener el control y establecer los límites todavía invocando aquellas nefastas, manipulables y ambiguas palabras de Fidel Castro: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”.
Hay mucho de maldito, onírico, báquico, prohibido y sombrío en el ambiente y la historia de PM. También de fundacional. Su desarrollo comienza, se expande, atrapa imágenes y sonidos en la Avenida del Puerto, donde nació la ciudad, espacio de fundaciones y atracaderos, la zona que en “La ronda” Manuel de Zequeira en 1808 recreó desde el delirio, el disparate y la locura. De la guardia zequeriana que termina en festejo de lo macabro, al jolgorio nacional en PM, a otra ronda por los bares costeros de La Habana. Es el mismo territorio en que comienza el desarrollo de Mi tío el empleado de Ramón Meza, el puerto que canta Virgilio Piñera en “En el duro” y Arrufat en “3 PM”, en el que los jóvenes poetas y artistas de los ochenta se reunieron, conversaron, bebieron, descargaron y hasta se hicieron alguna fotografía frente a la antigua casa de Casal en la Calle Cuba número 4 (que, como los bares de PM, ya no existe). Como la sombra y los derrumbes que de noche habitan hoy la Avenida del Puerto, sobre el caso PM pesan aún dentro de Cuba demasiados escombros. Que un libro como este no se difunda en la isla, no se presente, no se debata aún, evidencia que todavía falta mucho por hacer.
Notas:
[1] Orlando Jiménez Leal y Manuel Zayas (coords.): El caso PM. Cine poder y censura, Editorial Colibrí, Madrid, 2012.
[2] Ibídem, pp. 163-254.
[3] Ibídem, pp. 255-262.
[4] Ibídem, pp. 263-265.
[5] Ibídem, pp. 65-72.
[6] Ibídem, pp. 166-167.
[7] Ibídem, p. 242.
[8] Jesús Díaz: “El fin de otra ilusión”, Encuentro, n.o 16/17, 2000, p. 109.
[9] Orlando Jiménez Leal y Manuel Zayas (coords.): ob. cit., p. 82.
[10] Ibídem, p. 244.
[11] Ibídem, pp. 79-82.
[12] Ibídem, p. 123.
[13] Ibídem, p. 111.
[14] Manuel Díaz Martínez: “Un reportaje de César Leante”, año III, n.o 19, p. 67.
[15] Orlando Jiménez Leal y Manuel Zayas (coords.): ob. cit., pp. 11-12.
[16] Ibídem, pp. 13-15.
[17] Ibídem, p. 15.
[18] Ibídem, p. 23.
[19] Ibídem, pp. 43-63.
[20] Ibídem, pp. 65-72.
[21] Ibídem, pp. 73-78.
[22] Ibídem, pp. 79-82.
[23] Ibídem, pp. 83-106.
[24] Ibídem, pp. 107-111.