Fotograma de una visita online al Museo del Prado

Itʼs the end of the world as we know it…
R. E. M, Document, 1987

En estos días de confinamiento, de suspensión de actividades, de cancelación de exposiciones, viajes o simples salidas por la ciudad, tenemos la sensación de que el mundo ya no será más el mismo, que nuestras relaciones con los demás ya no serán tampoco las que eran antes. Culpabilizamos al sistema, convencidos de que este nos ha fallado a todos los seres humanos y que, muy a pesar nuestro, no podemos hacer nada al respecto. Con la arrogancia que caracteriza al ser humano, sabemos y afirmamos que la culpa no es nuestra, simplemente decimos que es el fin del mundo tal como lo hemos conocido.

Pero nada más lejano de esa afirmación, tal vez deberíamos convencernos de que es posible que sea el fin del mundo como nosotros lo hemos concebido y como nosotros lo hemos “construido” hasta ahora. Una construcción llena de errores, de malas concepciones, de gestos y acciones muy lejanas a una arquitectura estable y armónica.

Ensimismados en nuestros teléfonos y ordenadores personales, hemos redescubierto un modo muy dinámico de comunicación donde nuestras redes sociales se han visto desbordadas de bromas, vídeos y propuestas artísticas llenas de ingenio y sentido del humor, donde la imaginación y la circulación de textos didácticos, inteligentes y llenos de recursos de comunicación inmediatos y urgentes (entre otros tantos muy malos), comienzan a ganar terreno en nuestro día a día. Sin poder visitar nuestros estudios y detenidos por otras necesidades personales, hemos comenzado a pensar en un público que ya no está más en las galerías y los museos, y que tiene poco tiempo para consumir nuestros mensajes y proyectos. De pronto, nuestras obras y pensamientos vuelven a llenarse de intimidad, y tienen ante sí mecanismos que antes sólo eran usados para comunicarnos por razones prácticas.

Probablemente por primera vez, los artistas, al haber sido expulsados de la realidad del mundo exterior y social en el que nos encontramos constantemente, llenos de agendas por cumplir y exposiciones y ferias a las que asistir, de pronto comenzamos a concebir nuevas formas y vías para expresarnos, y son estas vías –que siempre han estado ahí–, las que nos permiten reconectar con un público que está a la espera de que nosotros actuemos, de que propongamos algo nuevo para ellos, sin mediadores, sin intermediarios culturales o económicos que limiten y empaqueten nuestra creación y pensamiento. Ellos están a la espera porque no pueden hacer otra cosa, y eso los convierte en un público ideal y ávido.

Quisiera creer que después de este momento de crisis, comenzaremos a construir ese mundo ideal donde el artista es devuelto al lenguaje, a su uso sincero y comprometido, con un receptor ávido necesitado de reflexionar, de compartir sus dolores y dudas, y además de reír, de entretenerse y pasar las próximas horas con fuerzas y buen ánimo. Quiero pensar en la libre circulación de ese pensamiento creativo como un flujo nuevo, lleno de esperanzas y encuentros sociales de todo tipo, sin impedimentos físicos, practicando una ecología de medios, y una ecología económica donde hacer arte no sea sólo un producto de consumo y un bien a poseer y atesorar por unos pocos, sino más bien un modo sano y efectivo de compartir nuestra esencia creativa y curativa.

Tal vez esta sea la mayor enseñanza de estos días pasados y de estas semanas por venir.

Una regresión a la comunidad del saber donde este saber es participativo, abierto y desprejuiciado. Una regresión a un nueva ágora y polis griega, donde el arte funge como una herramienta más, que además es consciente de sus limitaciones y de su estado de gracia al ser expuesto y estar disponible para todos.

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Ya los museos son virtuales, nadie tiene que pagar entradas. En las escuelas online los niños se desestresan en casa y no tiene que soportar a sus profesores y viceversa. Las ferias y galerías de arte funcionan virtualmente, el arte está a la distancia de un Bitcoin y nuestras obras podrían pasar de nuestros teléfonos, ordenadores y libretas, a ser impresas y colgadas en las paredes de las casas o reproducidas en los televisores inteligentes y con tecnología avanzada que muchos poseen.

En este mundo ideal los artistas y creadores de saber seríamos pagados sólo por poner en circulación nuestras obras y los contenidos de nuestro conocimiento.

Volviendo a la realidad, los nuevos canales comunicativos impuestos en estos momentos prevalecerán por fuerza, bien usados serán las nuevas herramientas donde construiremos un mundo más ecológico e inteligente, que será el fin del mundo como lo hemos conocido hasta ahora, para ser sustituido por un mundo más plural y abierto, más democrático y participativo… Un mundo ideal pactado por la “interacción” ciudadana, la ecología económica y la entrega de políticas sociales que beneficien la creación artística y la circulación del conocimiento y el saber. Un pacto tácito para el desarrollo de estas como necesidades urgentes y esenciales, donde tomen su responsabilidad los poderes y los Gobiernos de turno.

marzo, 2020


*Este texto fue publicado originalmente en la edición en línea de Il Giornale dellʼ Arte. Se reproduce gracias a la autorización del autor.

 

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