Una protesta en Rusia contra la invasión a Ucrania
Una protesta en Rusia contra la invasión a Ucrania

El miércoles 2 de marzo, la plataforma Aturem la guerra (Detengamos la guerra) convocó en Barcelona a una “concentración unitaria” contra la invasión a Ucrania. Fue apoyada por más de 300 entidades, incluyendo sindicatos y partidos políticos, pero la asistencia no pasó de unas 3 500 personas. En el año 2003, la misma plataforma había organizado protestas continuas contra la invasión a Irak que se extendieron durante tres meses y, en su punto máximo, reunieron alrededor de medio millón de personas en una de las concentraciones más numerosas contra la intervención norteamericana en todo el mundo. Pocos motivos como la paz generan un consenso tan amplio y, sin embargo, los mismos organizadores, con la misma consigna y el mismo logotipo apenas consiguieron hacerse notar en la misma Plaça Catalunya de veinte años antes.

El comunicado leído durante la concentración comienza diciendo “no a la OTAN, no a la guerra” y un poco más abajo “vemos con enorme preocupación la escalada belicista que se está dando en el conflicto armado de Ucrania entre la OTAN y Rusia y el decepcionante seguidismo europeo y español en la respuesta militarizada al mismo”. De ahí en adelante, una mención mínima a las “acciones militares totalmente inaceptables” del Gobierno ruso y una larga explicación de la responsabilidad de la OTAN, remontándose incluso al Gobierno norteamericano del año 1991 –nada menos que ¡nueve mandatos presidenciales atrás!– Al final, el comunicado remata: “Pedimos que el Gobierno español y la propia UE se sitúen en un necesario lugar de equidistancia entre los intereses geoestratégicos norteamericanos y rusos”.

Ingenuidades aparte, lo que más llama la atención del comunicado es que prácticamente no hace referencias a Ucrania ni a sus ciudadanos; y las pocas que aparecen, les otorgan un papel absolutamente secundario, bien de víctimas de una guerra que aparentemente no es suya –pues así lo han decidido los organizadores–, bien como parte de lo que la teoría militar llama, no sin un cierto punto de mal gusto, teatro de operaciones. En el mejor de los casos, actores de reparto; en el peor, atrezo. Simples predicados de la acción (recievers of action), encerrados en una situación donde los únicos elementos activos, al parecer, son las grandes potencias y los “intereses de sus grandes corporaciones”. En otras palabras, a ojos de la convocatoria y de las organizaciones adheridas a ella, la invasión a Ucrania no es la invasión a Ucrania, sino el mismo conflicto de siempre; los actores, son los mismos actores de siempre y los responsables no son quienes invadieron un país extranjero –exactamente a la misma hora que la diplomacia internacional debatía en el Consejo de Seguridad de la ONU–, si no, los mismos responsables de todo lo que sucede en el mundo, siempre.

Si no fuera por la evidente falta de respaldo, podríamos vernos tentados a creer que estamos ante una muy buena estrategia: promover la vigencia de un discurso político, justificando la imperturbabilidad in aeternum de las condiciones que alguna vez lo hicieron efectivo.

En cualquier caso, es irrelevante si este tipo de malabarismo es voluntario o no. La convocatoria a la manifestación no es más que el ejemplo más reciente de un modo de pensar. En un caso o en el otro, por lo menos dos de las cuestiones que se entrecruzan aquí están suficientemente generalizadas como para que nos abstraigamos de las preguntas sobre el “quién” y el “por qué”. La primera implica la repetición de un sesgo cognitivo que consiste en llevar cualquier razonamiento hacia una zona de confort propia. La segunda –muy relacionada–, es la confirmación de que la izquierda tradicional –en lo adelante anquiloizquierda– no escapa, ni mucho menos, al reduccionismo eurocéntrico ni al paternalismo intelectual, por mucho que se repitan a sí mismos y al resto del mundo que estos defectos son exclusivos de “los otros”, “las élites” o “las grandes corporaciones”.

Muchos hemos escuchado la famosa frase “Dale un martillo a un niño pequeño y descubrirá que todo lo que encuentra necesita ser golpeado”[1] o su versión, aún más popular, “Supongo que es tentador, si la única herramienta que tienes es un martillo, tratar todo como si fuera un clavo”.[2] La primera fue publicada por Abraham Kaplan en 1964 y la segunda por Abraham Maslow en 1966, en sendos textos sobre la investigación científica. Es cierto que este principio, conocido también como Ley del Instrumento, revela una tendencia involuntaria del pensamiento analítico (sesgo de comprensión) y no tiene por qué implicar dificultades relevantes el contexto donde fue enunciada –metodologías de la investigación–. Bastaría con respetar principios elementales de especialización y evitar, a través de normas precisas, que la insistencia en un modelo impida el ejercicio completo de otros que le contradicen. Sin embargo, en el contexto del pensamiento cotidiano, donde no tiene sentido pensar en previsiones o reglas demasiado precisas y, especialmente, en el de la formación de las opiniones políticas, la ausencia de diversidad y la insistencia desmedida en aplicar un modelo excluyente y simplificador, sí acarrea consecuencias perniciosas. Por ejemplo, el empobrecimiento del debate ciudadano, la polarización de las posiciones en disputa y, lo que es más relevante, la exclusión de los grupos que no se sienten reconocidos en las retoricas en circulación. En el caso concreto de Ucrania, es obvio que el marco que nos presenta la convocatoria reduce el problema y lo subordina a un conflicto supuestamente mayor, además relega a los protagonistas a una posición colateral y todo ello con tal de reafirmar las posiciones que la plataforma ha desarrollado en contra de la OTAN, aproximadamente desde el año 2006.

En redes sociales todavía es más frecuente el uso del martillo de Maslow y casi siempre viene acompañado de una o dos aclaraciones previas: “yo no sé mucho sobre la historia de Ucrania, pero…” y “…para evitar caer en posicionamientos simplificadores…”. La primera nos recuerda que al autor está en la misma situación que el 99% de la población mundial, algo que ya podíamos dar por hecho, salvo que aclarase lo contrario. Es precisamente por eso, que no nos remontamos a la época de los zares o al gobierno de Bush padre para explicar el conflicto. La segunda conspira precisamente contra la convivencia de enfoques, o sea, contra la solución metodológica al exclusivismo que ya enunciaba Kaplan: “Lo criticable no es que algunas técnicas –en nuestro caso, modelos explicativos– se lleven al extremo, sino que a otras, en consecuencia, se les niegue el nombre de ciencia”.[3]

¿Por qué tanto interés en opinar sobre algo que no se conoce? ¿Cómo exactamente se supone que nos va a ayudar a complejizar el tema, la perspectiva de alguien que ya nos ha dicho que no conoce “mucho” sobre la situación concreta que tenemos delante? ¿Es un aviso o una solicitud de permiso para llevar la conversación al tema “de siempre”? Una invasión es una invasión, por muy poca historia que se sepa. Tampoco es necesario aportar siempre la perspectiva más “original, única y novedosa” que ciento diez caracteres puedan permitir.

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En un contexto más próximo, esta misma línea de desviaciones también resulta frecuente en el tema cubano; la última vez, durante las protestas de julio de 2021. En lugar de profundizar –¿pido demasiado?– en lo que estaba sucediendo en las calles de Cuba, en el descontento que condujo a esta protesta en concreto, en la represión policial o en la inoperancia del Gobierno cubano, más de un “análisis” hizo uso de su particular martillo de Maslow e intentó derivar la conversación hacia la zona más confortable –intelectualmente hablando– del embargo norteamericano. Obviamente, a partir de ahí se abre todo un grupo de temas mucho más familiar para el emisor y su audiencia: la oposición al neoliberalismo, el imperialismo, las justificaciones geopolíticas y todo un largo etcétera de cuestiones que, o bien son propias del pasado y la Guerra Fría, o bien se aplican a circunstancias y espacios muy diferentes de la realidad cubana actual.

Y no estoy hablando del Gobierno “Revolucionario”, que nos tiene acostumbrados a alimentar la política de masas con estas y otras evasivas de consumo rápido. Me refiero a personas suficientemente preparadas, incluso investigadores sociales y políticos, para los que el caso Cuba quizás suponga un reto demasiado inusual, probablemente sin que ellos mismos lo sepan. Entiendo que es difícil estar al tanto de la cuestión cubana, especialmente para quienes dependen de los canales regulares de información y no han vivido un tiempo prolongado en el país. Entiendo también que el sistema de narraciones profundas con las que explicamos la realidad cotidiana se afinca en un nivel muy anterior al nivel del pensamiento consciente; pero, precisamente por eso, cabe un grado de moderación intelectual que podríamos llamar preventiva, una especie de autolimitación (restraint) que nos evite reducir la infinita diversidad de las interacciones políticas que están ocurriendo ahora mismo en el mundo, a una narrativa de referencia, repetitiva, única y homogénea.

Volviendo al comunicado, por mucho que los organizadores y sus patrocinadores se refieran al conflicto ucraniano como “de una enorme complejidad” -al parecer también paralizante-; no encontramos ningún análisis concreto, ni intento de explicación consistente. El soporte mayoritario para adherirse a la UE y a la OTAN por parte de los ciudadanos ucranianos no se menciona en absoluto, y mucho menos se tienen en cuenta los potenciales intereses comunes que pudieran existir entre estos, los ciudadanos europeos y de los EEUU –en términos, por ejemplo, de oposición compartida al modelo totalitario y antidemocrático que ha perfeccionado Vladimir Putin durante los más de veintitrés años que lleva en el poder–. Como ya decíamos, pareciera que las circunstancias concretas nunca fueran relevantes ¿A quién puede extrañar que la comunidad ucraniana de Barcelona rehusara participar en la llamada “concentración unitaria” contra la guerra?

No pudo sentar nada bien el llamado a la “equidistancia” de los organizadores, ni la intención de equiparar la violencia entre los bandos ruso y ucraniano; ni dejarles en el segundo plano de una guerra en la que aparentemente los únicos protagonistas son los Estados Unidos y, en el mejor de los casos, Rusia. Imagino que, como en el caso cubano, en lugar de solidaridad, debieron percibir inmediatamente la sensación de estar siendo manipulados y la evidencia de que el conflicto en cuestión dejó de ser suyo mucho antes que se le mencionara y se ha convertido en el arma arrojadiza de una movilización que no contemplaba ninguno de sus intereses.

En un “mail” enviado a lo que su autor llama “la izquierda occidental” –y que aquí hemos preferido limitar al segmento más tradicionalista y anquilosado–, el intelectual ruso Volodymyr Artiukh decía que quienes que se empecinaban a entender la invasión a Ucrania como una consecuencia directa de las acciones de la OTAN y de los Estados Unidos, quizás debían comenzar a pensar que ni la una ni el otro eran los únicos actores globales y que no todo lo que sucede en el mundo dependía de ellos. El último párrafo de su exhortación comenzaba “No quiero acusarles de etnocéntricos…” Pues sí, quizás haya que hacerlo.

No este el espacio para abordar las múltiples dimensiones del etnocentrismo, ni del colonialismo como fenómeno matriz, pero sí es necesario recordar que ya durante la segunda mitad del siglo XX, el conjunto de teorizaciones e iniciativas que se agruparon en el término de estudios poscoloniales, ayudaron a hacer visibles las formas subrepticias de dependencia cultural. Muchas de las cuales, todavía hoy siguen dificultando la producción de pensamiento verdaderamente autóctono en las antiguas dependencias coloniales y el de un pensamiento verdaderamente híbrido en las antiguas metrópolis. Más que su crítica a las imposiciones foráneas, el mayor éxito de los estudios poscoloniales radicó en la capacidad de sus autores para percibir en sí mismos las limitaciones de los moldes de pensamientos en que se formaron –Fanon estudió en Francia; Said en los Estados Unidos, Bhabha se doctoró en el Reino Unido, y así otros– y, sobre todo, su resistencia a importar principios extemporáneos a contextos muy diferentes a aquellos en que habían sido creados.

De la misma manera que en la época de oro de los estudios poscoloniales, no todos los conflictos se podían reducir a la explicación de las dinámicas de la Guerra Fría, ni a la aplicación acrítica de la doctrina marxista tradicional; ahora repiten exactamente el mismo error quienes intentan concentrar la explicación de la invasión de Ucrania en el papel de la OTAN o en el conflicto entre las grandes potencias. Lo mismo se puede decir de las innumerables ocasiones en que la anquiloizquierda ha intentado aplicar su particular martillo de Maslow a cuanto fenómeno político –local o global– ocurre en el mundo.

Y no se trata aquí de descalificar un tipo de posicionamiento político, sino de avisar sobre los perjuicios de un enfoque que renuncia a seguirle el paso a la vitalidad de lo real con tal de sostener una coherencia extrema, que no es “de izquierda” ni “de derecha”, sino sencillamente improductiva. Que pretende mantenernos en las cómodas y seguras regiones de lo sabido y lo repetido. En este sentido, mucho más consecuentes han sido las palabras del escritor marxista Santiago Alba Rico, cuando escribe: “[el] No a la OTAN, [es un] rutinario reflejo izquierdista de un mundo que no existe y que, con razón, dejará fuera de las manifestaciones a miles de personas que solo reconocen ahí el sello de una vieja izquierda cerrada y autocomplaciente, más antiamericana que antiimperialista, más pendiente de sí misma que del sufrimiento de los ucranianos”.

Justo en la semana de la convocatoria a la “concentración unitaria”, y mientras los partidos de izquierda se resistían a condenar unívocamente la invasión rusa a Ucrania; los principales admiradores de Vladimir Putin en España, VOX, añadieron otros dos puntos porcentuales en la estimación de voto. Los pronósticos ya predicen un aumento de diecisiete diputados con respecto a las últimas elecciones. Ningún otro partido aumentó sus apoyos.


Notas:

[1] “…there is also at work a very human trait of individual scientist. I call it the law of the instrument, and it may be formulated as follows: Give a small boy a hammer, and he will find that everything he encounters needs pounding. It comes as no particular surprise to discover that a scientist formulates problems in a way wish requires for their solution just those techniques in which he himself is specially skilled” (Abraham Kaplan: The conduct of inquiry: methodology for behavioral science, Routledge London / New York, 2017, p. 28)

[2] “I suppose it is tempting, if the only tool you have is a hammer, to treat everything as if it were a nail” (Abraham Maslow: The psychology of science: a reconnaissance, Gateway Editions, Indiana. 1966, p. 16).

[3] “What is objectionable is not that some techniques are pushed to the utmost, but that others, in consequence, are denied the name of science” (Kaplan, ob. cit., p. 29)

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1 comentario

  1. Pero el autor cae en lo mismo que critica. Si bien la izquierda sigue con el discurso anquilosado de siempre, la derecha sigue eliminando la responsabilidad de la OTAN y de EE.UU. en su análisis del conflicto en Ucrania. Los dos enfoques están polarizados y anquilosados. De la misma manera en que la marcha contra la guerra en Ucrania no reunió a tanta gente como la marcha contra la guerra en Irak, el autor no menciona que la condena mediática a la guerra en Ucrania y el rechazo de la comunidad internacional (léase occidental) han sido mucho más intensos y extensos en comparación con la tibia condena mediática y de la comunidad internacional de las invasiones norteamericanas.

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