Fotograma de ‘La muerte del estalinismo en Bohemia’, de Jan Švankmajer

Heredero de Jiří Trnka, Charley Bowers, Ladislaw Starewicz, y de todas la escuelas-movimientos de animación centroeuropeos, Jan Švankmajer (Praga, 1938) es, entre los cineastas actuales, el que mejor representa una tradición donde el cine más que como crónica se concibe como “fractura”, más como “límite” que como divertimento. Es decir, algo que tiene poco que ver con el negocio de entretener a las masas y más con una suerte de Gesamtkunstwerk de los sentidos, de reflexión exagerada y exacta.

Sus películas pudieran ser descritas de esta manera:

Un hombre se come a otro.
Un hombre se come a otro y a otro y a otro hasta que vomita a otro.
Un hombre se come a sí mismo…

Švankmajer, quien comenzó con cortos como El último truco del Sr. Schwarcewallde y del Sr. Edgar (1964), un filme sobre dos ilusionistas que bajo cierto frenesí competitivo terminan desacoplándose pedazos del cuerpo, hasta Insania (2005), uno de sus últimos largometrajes (suerte de homenaje al Marqués de Sade y a Edgar Allan Poe), es, como decíamos antes, uno de los pocos que ha tomado las diferentes tradiciones de animación que circulan por Europa y agregándole su obsesión por lo escatológico, las marionetas, Archimboldo, el delirio, el teatro negro, lo zoológico ha logrado construir una diferencia visual-conceptual, subversiva, para decirlo con una de las palabras que más se repiten alrededor de su trabajo.

Sus cortometrajes –sin dudas, la zona de su cine más abultada– pudieran nombrarse de la misma manera que los funambulistas clasifican los parques de diversiones:

  • cine de horror o donde el hombre se devora a sí mismo
  • cine tanatológico (aquí entraría su maravillosa Kostnice, una visita al osario de Sedlec cerca de Kutna Hora) o de lo muerto
  • cine social o antropológico (Dimensiones del diálogo, Juegos viriles, Comida…)
  • cine de divertimento o de figuritas (Johann Sebastian Bach: Fantasía G-moll e Historia naturae, inspirada en la locura coleccionista de Rodolfo II)
  • cine de propaganda

De hecho, si algo ha hecho grande a Švankmajer, aunque a él le cueste reconocerlo, es lo que Krakauer en su extraordinario ensayo sobre la Riefenstahl llamaba “el arte de propaganda”. Esto es, un cine que va a reconstruir la épica de una ideología para gloria o animadversión del público. En el caso de la alemana para lo primero, como sabemos todos, ya que el Triunfo de la voluntad fue además un encargo personal del monstruo Hitler…

En el caso del checo, lo segundo.

¿No es acaso la propaganda, todo lo que se estructura alrededor de ella, una gran invención, tal y como demostró la Riefensthal y tal como llevó a su perfección pesadillesca el autor de La muerte del estalinismo en Bohemia, que es como se llama la película de Švankmajer, la cual, quizá, junto a Triumph des Willens y algún documental de Santiago Álvarez (hay otros latinoamericanos también muy atendibles), puede ser considerada como lo mejor que se ha hecho alguna vez en ese género?

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Dice Švankmajer: “A pesar de que esta película brota de la misma senda imaginativa de la que brotan el resto de mis películas, nunca tuve la intención de que fuera algo más que propaganda. Por lo tanto, pienso que se trata de una película que envejecerá más rápidamente que cualquier otra.”

Para suerte nuestra, no. La muerte del estalinismo…, por su estructura circular, su final irónico-clínico, su crítica al nacionalismo, su politicidad, quizá sea, dentro de las diferentes películas de Švankmajer, una de las que siempre dará que hablar. Entre otras cosas porque la muerte en la película no es exactamente una muerte. Y porque en la vida la tentación totalitaria parece estar siempre renovándose, tal y como demuestran ahora mismo varios gobiernos en varios lugares.

¿Pudiera unirse esta reflexión política de Švankmajer a eso tan presente en el resto de su cine y podemos llamar simplemente lo animal, lo cruel, la humillación, lo muerto?

Supongo que sí y, supongo que, si alguna vez se decide a hacer una suerte de hybris entre el Triunfo de la voluntad y Saló, lo que saldrá de ahí cuando menos será una bomba. Así que mientras tanto agarremos el Lagavulin, sentémonos cómodamente y veamos las más de cuarenta películas del maestro checo. Su cine, como los buenos “maltas”, hay que degustarlo despacio, aunque pistola en la mano.

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CARLOS A. AGUILERA
Carlos A. Aguilera (La Habana, 1970). Escritor. En 1995 ganó el Premio David de poesía, en La Habana, en 2007 la Beca ICORN de la Feria del libro de Frankfurt, y en 2015 la Cintas en Miami. Sus últimos libros publicados son: Umberto Peña. Bocas, dientes, cepillos, restos (monografía, 2020), Teoría de la transficción (antología, 2020), Archivo y terror. Operaciones entre literatura, política, teatro y arte (ensayo, 2019), Luis Cruz Azaceta. No exit (monografía, 2016) y Matadero seis (nouvelle, 2016). Codirigió la revista Diáspora(s) entre 1997 y 2002. Coordina en Rialta la colección FluXus. Reside en Praga.

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