Jorge Enrique Lage (FOTO OnCuba)
Jorge Enrique Lage (FOTO OnCuba)

—Aproximarse a la histeria.
—Entrar en contacto con la histeria.
—Hacer la ficción desde ese contacto. Traducirlo de cualquier manera. Un sentido de la urgencia.
—Un after party, un after shave: en esa zona, el umbral después de, después de la.
—Empezar ahí: tiene que salir.
—Tenemos que salir del pantano para llegar al pantano.
—¡Una histeria mejor es posible!
Jorge Enrique Lage, Everglades

A principios de este 2020, la Editorial Hypermedia publicó un nuevo libro del escritor cubano Jorge Enrique Lage, cuyo título, Everglades, desafiante, perturbador, extraño, no parecería decirnos mucho del presente. Aquí, como en sus cuatro textos anteriores, (Vultureffect, 2011; Carbono 14, 2012; La autopista, the movie, 2014; Archivo, 2015) su autor apela a un relato de corte fantástico, por momentos surreal, y del que “se distancia de los dictados oraculares, predictivos, propios de una gran zona de la ciencia ficción que aspira a describir el futuro, para producir un regreso examinador a las condiciones del presente”.[1]

Una historia “central” relacionada con el asesinato de un hombre, el Ginecólogo, quien necesita de la “histeria” de diez mujeres para escribir un libro, recorre todo el texto de Lage. A la par, se introducen en el desarrollo del relato anterior otras historias que marcarán no solo el espíritu fragmentario, esquizoide, clínico de este libro, sino de aquel que suponemos que quiere escribir/leer el propio Ginecólogo. Un diálogo entre el Agente que investiga el caso (un detective de cómic, un ser oscurísimo, empastillado) y algunas figuras, en su mayoría escritores, del mundo norteamericano (David F. Wallace, Stephen J. Gould, Philip K. Dick, Denis Johnson, Richard Brautigan, Kurt Vonnegut, Joseph Cornell, David Markson, William S. Burroughs y Ross Macdonald); la historia personal y colectiva de cada una de las diez jóvenes y hermosas mujeres (Cristabel, Majela, Legna, Vanesa, Ana Laura, Dunia, Gretel, Roxana, Carla y Yelena) que parecen, por momentos, las principales sospechosas de la muerte del Ginecólogo; o un relato de corte más intimista entre el Agente y su entorno sociocultural, insinúan la fauna “cenagosa”, pantanosa, el gran everglades, en el que nos encontraremos como lectores y agentes de esta Historia.

Un antiguo caserón colonial en La Habana Vieja y las sucesivas panorámicas por algunos sitios de la ciudad de La Habana (El Cristo, El puerto, el Centro Histórico) darán cuenta de la potencia de un espacio para producir intensidades deseantes, imaginarios esquizoides, distorsión, miedo, paranoia. En este sentido, pienso que la localización del relato tiene aún mucho para decir si la ponemos en contraste con lo que hace muy poco el también escritor y ensayista cubano Carlos A. Aguilera apuntaba: “si leemos un texto que se desarrolle en Cuba, solemos pensarlo grosso modo como un texto sobre Cuba (sobre el complejo Cuba, el atractor Cuba, la Cuba privada), y no como un texto sobre su ficción, su producción de esquizoimaginarios, de diagramas íntimos, de falsedades”.[2] Al leer el anterior fragmento en el conjunto de esta propuesta escrituraria de Lage, considero que hay aquí un interés por lo que Aguilera señala: La Habana Vieja, el caserón colonial, el Cristo de La Habana y la Oficina del Historiador de la Ciudad se constituyen en referentes para dar cuenta de la producción de esquizoimaginarios que son capaces de provocar (y provocarse en) esta ciudad. La primera escena del libro es elocuente en este sentido: “Más temprano que tarde esto va a terminar convertido en un museo. Otro. Uno más. Y ya se sabe que por aquí todos los museos son, y seguirán siendo persistentemente, Museos de la Revolución. Todos. Se ha vuelto tan inevitable como absurdo”.[3]

Situados en aquel caserón “habanoviejero” no solo tendremos acceso a la ficción interna de la casa y la enrarecida historia psicópata del ginecólogo y las diez mujeres, sino también a una escritura quizás más compleja y subterránea que se abre hacia la ficción de la ciudad y que a través del Cristo de La Habana encuentra un punto de extensión y de enlace con el imaginario de la cultura norteamericana: sobre la cabeza del Cristo construido por Jilma Madera, uno de los símbolos de la capital cubana, se posa un águila blanca, “Águila Calva”, símbolo de la cultura norteamericana. En medio de este entorno, el Agente, quien desde el último piso de la casa observa la Bahía y el Cristo de La Habana —y más tarde verá “un nido grande, espinoso, incongruente. Pájaro incluido. ¿Publicidad instalativa, arty, eco-friendly? ¿Publicidad naturalista de Nestlé? ¿Un Nido/Nest hiperrealista de Nestlé en la bahía de La Habana, a 75 metros sobre el nivel del mar?”—,[4] busca serenidad, fe, un poco de sentido, pero parece encontrar desacomodo, desconcierto e inestabilidad por aquel dilema filosófico-existencial de quién fue primero: el ave o el huevo.

Subo al último piso. Se ve la bahía. Flota un crucero con bandera estadounidense repleto de turistas listos para desembarcar en la isla paradisiaca, algo supuestamente divertido que nunca volverán a hacer. Detrás, sobre la colina de Casablanca, el Cristo de La Habana. Blanco, impávido, labrado por una mujer, Jilma Madera, con mármol de Carrara. Yo quisiera que esa estatua vigilante ahora mismo me dijera algo, me transmitiera un poco de serenidad, un poco de astucia, un poco de fe, un poco de sentido. Pero no.[5]

Aquella casa es también el espacio donde tienen lugar un conjunto de reflexiones asociadas a la escritura misma, que por momentos puede hacernos ver en el Agente y en el Ginecólogo a dos teóricos (críticos) de la literatura. Aquellas ideas en torno al acto de escribir y a la escritura misma están mediadas a su vez por las diez mujeres que viven el proceso como si “mover la mano, hacer la escribidera, fuera mover el culo”.[6] En este mismo sentido, la búsqueda incansable por parte del ginecólogo del componente histérico (y la producción de histeria) de estas diez mujeres parece decir mucho sobre lo que la propia escritura puede: ese acto goteante de la escritura (la escritura como dropping) que se necesita “¡por el bien de la Nación!”[7] y que (des)aparece en el relato en forma de “Restos de páginas, documentos pasados por una máquina trituradora. En los cestos de basura, entre los bultos de papel higiénico usado, las servilletas estrujadas y manchadas de moco o lágrimas y las íntimas y los tampones”.[8] Una escritura que, como la aspiración al “informe intacto” del Agente, se pueda pasar en limpio, borrarla y procurar luego “alguna forma de olvido” (que recuerda el tipo de escritura que ya el autor experimentó a través de las notas desmanteladas, estrujadas, engullidas de Archivo (2015); una escritura que es deshecho, mancha tóxica sobre un terreno escritural informe, aplazado, pendiente. Aquí “escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida […] escribiendo, se deviene-mujer, se deviene-animal o vegetal, se deviene-molécula hasta devenir-imperceptible”.[9]

Hay en el Ginecólogo y en el Agente un perfil común que pasa por el miedo y la hipervigilancia, y los hermana en una “neurosis hipocondriaca que viene a arrojar una especie de perfil obsesivo- paranoico”[10] y que hace declarar al propio Agente (pero lo podríamos hacer extensivo también al Ginecólogo): “En mis peores momentos, que son la mayoría, yo he sido, yo soy una distorsión cognitiva andante. Distorsionando absolutamente todo frente a mí”.[11] Esta distorsión y esta neurosis están intensamente relacionadas con el propio acto de la escritura en el que quienes nos relatan parecen decirnos con Deleuze que “no se escribe con las propias neurosis. La neurosis, la psicosis no son fragmentos de vida, sino estados en los que se cae cuando el proceso está interrumpido, impedido, cerrado”.[12] El perfil histérico de las diez mujeres hace que se nos presente una escritura (marcada con otro tipo y tamaño de letra dentro del diseño editorial de la novela) que construye y deconstruye fragmentos. En ella se instalan y destartalan imaginarios en un proceso que, sin dudas, estas mujeres sufren en su propio cuerpo y hace síntoma corporal (al escribir con el culo, por ejemplo, o gotear la escritura en una íntima menstrual o revolver la escritura en una servilleta con lágrimas). Mientras, el perfil obsesivo tanto del Agente como del Ginecólogo entrega una escritura que da vueltas sobre la misma idea: un libro y un informe por escribir. Una escritura que se convierte, angustiantemente, en una crítica circular sobre sí misma, sobre su potencia, sobre su poder, su fundación. De ahí entonces que un diálogo como el siguiente entre David Foster Wallace y el YO (¿narrador, Agente, Ginecólogo?) adquiera un sentido particularísimo para entender el entorno de las enfermedades y obsesiones de los personajes que aquí se nos presentan: “david f. wallace. ¿Es parte de tu trabajo dar vueltas en círculo, atrapado en esta vulgar e insolada edificación? / yo. Tengo tareas que llevar a cabo. Un… análisis funcional. Un análisis que podría ser fundacional. Ahora este es mi espacio”.[13]

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Hacia este espacio de análisis (escritura) fundacional, que es capaz de leer (reconstruir) algunos de los tantos esquizoimaginarios producidos en (por, a contrapelo de) La Habana (que es existencia e inexistencia a un tiempo), se dirige la mayor parte de estas ficciones últimas de Lage, de las cuales este texto no es la excepción. Con este libro, una vez más, se pone en crisis el marco genérico más tradicional de la ciencia ficción con el que solemos pensar la escritura de Lage; pues aquí, si bien su autor acude a escenarios distantes del realismo (decimonónico) y al uso de elementos fantásticos, apela a un relato más cercano a la ficción bizarra ( “Bizarro Fiction…” de Henderson o What is Bizarro? de autoría desconocida), en el que no se crean nuevos mundos, sino que se cita uno existente (La Habana, en este caso), se le saca de contexto y se vuelve contra sí mismo en pos de señalar lo que la propia escritura puede como objeto de desciframiento y de autorreflexión.[14]

Este libro se nos propone como compendio de estados anímicos capaz de hablarnos no solo de los vínculos entre la literatura y la salud, la enfermedad, la psicosis, sino también de una apuesta por crear, inventar y deshacer (por paradójico que parezca) un espacio que está y un espacio que falta. Aquí la literatura no deviene únicamente salud y enfermedad a un tiempo, sino que el propio acto de escribir “deviene otra cosa que escritor”:[15] el Ginecólogo y el Agente devienen psicópatas, seres saludables y enfermos a un tiempo. La medicina, la locura, el trauma, la hipocondría, la clínica, el miedo, el poder, el deseo (tópicos que emparentan esta novela con algunas ideas recurrentes de Michel Foucault, de Deleuze y Guattari o de Frederic Jameson) nos envuelven y “empantanan” en una ficción que nos dice mucho del presente. Una ficción capaz de acercarnos al “río de hierba” que es el everglades norteamericano, y que en este libro funciona no solo como símbolo de las conexiones profundas del pensamiento y de la cultura (símbolo que también podríamos pensar en diálogo con el rizoma deleuziano), sino como símbolo de parque natural, terreno pantanoso que exige cierta lucha constante por salir a flote y que se entrelaza con el Everglades city que es La Habana. El aparato figurativo de esta novela se monta sobre una especie de “experimento de laboratorio en el que se registran el espectro lumínico y los anchos de banda geográfico culturales del nuevo sistema”:[16] los muñequitos manga, el budismo zen, los booktubers, paralelismos biblioteca física-Internet, hipocondria-cibercondria, anacronimos de una casa de ventanas de madera derruidas, manejadas por control remoto y rodeadas de ladrillo patrimonial, libros en español e inglés. Es este un texto que trabaja con los estereotipos y los lanza al vacío en pos de enviarnos nuevos modos de pensar, señalar e incidir sobre “lo real”; un texto que nos deja con la sensación de un “proyecto en construcción”, de una ficción (¿de, sobre, un país, una ciudad?) en construcción; un texto que nos habla del devenir de la ficción:

Extraje un cuaderno muy manoseado. Folios sueltos de distintos formatos se anexaban entre en los folios originales, pero ninguno había emergido de ningún printer 2D. Todo estaba manuscrito, y con caligrafía gruesa. Saqué también el tintero y la pluma aviar y lo coloqué todo junto sobre la mesa.

En la primera página se leía, a manera de título:

Everglades

Y abajo, en minúsculas, entre paréntesis, como delatando duda, la duda del to be continued, del work in progress:

(Proyecto Everglades)[17]


* Esta reseña fue publicada originalmente por la revista Mitologías Hoy en su volumen 23, de 2021, pp.189-193.

Notas:

[1] Walfrido Dorta: “Fricciones y lecturas del archivo cultural cubensis: Diálogos entre Abreu, Juan y Jorge E. Lage”, Letral, vol. 18, 2017, p. 51.

[2] Carlos A. Aguilera: “Teoría de la transficción”, Teoría de la transficción. Narrativas cubanas del siglo XXI, Editorial Hypermedia, Madrid, 2020, p. 13.

[3] Jorge Enrique Lage: Everglades, Editorial Hypermedia, Madrid, 2020, p. 9.

[4] Ibídem, p. 52.

[5] Ibídem, p. 21.

[6] Ibídem, p. 52.

[7] Ibídem, p. 83.

[8] Ibídem, p. 57.

[9] Gilles Deleuze: Crítica y clínica, Anagrama Barcelona, 1996, p. 5.

[10] Ibídem, p. 34.

[11] Jorge Enrique Lage: ob. cit., p. 35.

[12] Gilles Deleuze: ob. cit., p. 9.

[13] Jorge Enrique Lage: ob. cit., p. 23.

[14] Bruce Sterling: “Slipstream”, SF Eye, vol. 5, 1989, pp. 77-80; “Slipstream 2”, Nova Express, vol. 5, n.o 2, pp. 12-14.

[15] Gilles Deleuze: ob. cit., p. 9.

[16] Frederic Jameson: Arqueologías del futuro. El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción, Akal, Madrid, 2009, p. 453.

[17] Jorge Enrique Lage: ob. cit., p. 127.

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