Presentación
Manoel de Barros (Cuiabá, 1916-Campo Grande, 2014), es uno de los autores más originales dentro de una tradición literaria como la brasileña, que justamente sobresale por producir fenómenos raros y de ruptura, síntoma que habla de un continuo entramado de libertades capaces de derribar límites y fundar transgresiones que posteriormente también son transgredidas.
Me atrevo a decir que Manoel de Barros cambia drásticamente la percepción del fenómeno escritura, y más específicamente el fenómeno poema. En ese sentido, para entender su verdadera magnitud hay que despojarse de todo lo racional que hemos aprendido y sistematizado sobre el asunto, dejar que los sentidos sean los verdaderos protagonistas y entonces ellos nos conducirán a un sitio deslumbrante.
Su vida y su poesía se funden de una manera visionaria a una de las geografías más sorprendentes del planeta, El Pantanal Matogrossense, donde pasó gran parte de su existencia alternando las labores de hacendado con la dolencia crónica de germinar poemas. Su mayor aporte está relacionado con asumir el riesgo de parecer ingenuo cuando era verdaderamente grandioso, de moverse en una cuerda tensa que percibió entre el ojo del yacaré y la puesta de sol.
Al traducir estos poemas entiendo que resulta inútil y hasta grosero intentar enderezar en mi lengua lo que el poeta torció en la suya con gracia y originalidad, entonces se trata de volverse cómplice, de decirle al español que se doblegue, un pequeño sacrificio para que algo de esa música sensual, que ya he disfrutado en alguna pieza de Philip Glass, nos invada.
De Gramática expositiva del suelo, 1969
Un hombre de lata
El hombre de lata
arboriza por dos huecos
en el rostro
El hombre de lata
está compuesto de clavos
y posee naturaleza de anguila
El hombre de lata
está abocado
a la oxidación
El hombre de lata
se enyerba en los cantos
y muere de no tener un pájaro
en sus rodillas
El hombre de lata
trae para la tierra
lo que su abuelo
tenía de lagarto
lo que su madre
era de piedra
y que su casa
estaba debajo de una piedra
El hombre de lata
es una condición de lata
y muere de lata
El hombre de lata
tiene horizontes de rosa
y está todo remendado de sol
El hombre de lata
vive dentro de una piedra
y es el ejemplo de alguna cosa
que no mueve una paja
El hombre de lata
es un iniciado en arrecifes
y usa desvío de pájaro
en los ojos
El hombre de lata
se complace en ser babosa
fría
que incide en el claro de luna
Para oír el susurro
del mar
el hombre de lata
se inscribe en el mar
El hombre de lata
se devora de piedra
y de árbol
El hombre de lata
es un pajarito
moñudo:
no gorjea
Caído en la orilla
del mar
es un tronco rugoso
y crea limo
en la boca
El hombre de lata
Sufre de cactus
en el cuarto
El hombre de lata
se alga
en el parque
El hombre de lata
fue acusado de tener hojas
y se arrastra
en sus ruidos de grama
La rana clava su boca
irrigada
en el hombre de lata
El hombre de lata
viola la lata
para poder colear
y ser viscoso
El hombre de lata
arraiga en sí
al caracol
El hombre de lata
anda resguardado de camaleón
El hombre de lata
se hace un corte
en la boca
para escurrir
todo su silencio
El hombre de lata
está a fin
de árbol
El hombre de lata
es un tipo
de lagartija
El hombre de lata
es resto anfibio
de persona
El hombre de lata
está todo dañado
de mariposa
El hombre de lata
fue marcado a hierro y fuego
por el agua.
De Libro de las Pre-cosas, 1985
Narrador presenta su tierra natal
Corumbá estaba amaneciendo.
Ningún gallo se arriesgaba aún.
Iba el silencio por las calles cargando un borracho
Los vientos se resguardaban en las aves
Aquí está el Portón de Entrada para el Pantanal
Estamos por encima de una piedra blanca enorme
que el río Paraguay, allá abajo, bordea y lame.
Ya puedo ver en la semioscuridad los canoeros
que regresan de la pesquería.
Desciendo la ladera Cuña y Cruz aboco en el puerto.
Aquí está la ciudad antigua.
El tiempo y las aguas esculpen escombros
en los viejos tejados.
Dibujan formas de larvas sobre las paredes podridas
(son trabajos que se hacen con rupturas – como un poema).
Arbustos de espinas con floripondios rojos
desabren en las piedras.
¡Las ruinas dan arboles!
Nuestros tejados enfrutan.
Aquí ninguna especie de árbol se niega al gorjeo
de los pájaros.
Ahora el río Paraguay está bañado de sol.
Lentamente van descendiendo las garzas por las márgenes
del río.
Las aguas están tensas de ranas hasta las rodillas.
Hay un rumor de útero en los pantanos
que mucho me repercute.
Lo que tenemos en la ciudad además de aguas y piedras
son cuiabanos, papa-bananas, chiquitanos y turcos.
Por mí, prevengo de cuiabanos.
Mi padre tiró yugo para arriba
en el primer escrutinio y
huyó para acá.
Estamos en el bosquecillo.
Aquí el silencio rinde.
Los hombres de este lugar son más relativos a las aguas
que a las tierras.
Hay sapos vegetales que procrean en las piedras.
Las personas están llenas de presentimientos: regresan de ver
clavos nadar y un mono pedir la bendición.
Cuando mis ojos están sucios de la civilización, crece
por dentro de ellos un deseo de árboles.
Tengo placer de mezclar en mis fantasías
el verdor primario de las aguas con las voces civilizadas.
Ahora la ciudad entardece.
Parece una yema de huevo nuestra puesta de sol del lado
de Bolivia.
Si es tiempo de llover desciende una barrera oscura por
toda la extensión de los andes
y tapa la yema.
“aquella montaña bien que tuerce el fondo del paisaje”:
dice el niño.
Hay vestigios de nuestros cantos en los remansos
de las corrientes.
Los hombres de este lugar son una continuación
de las aguas.
De Ensayos fotográficos, 2000
El fotógrafo
Difícil fotografiar el silencio.
Mientras intenté. Yo cuento:
Madrugada en mi aldea estaba muerta.
No se oía un barullo, nadie pasaba entre
las casas.
Yo estaba saliendo de una fiesta.
Eran casi las cuatro de la mañana.
Iba el silencio por la calle cargando a un borracho.
Preparé mi cámara.
¿El silencio era un estibador?
Estaba cargando al borracho.
Fotografié ese estibador.
Tuve otras visiones en aquella madrugada.
Preparé mi cámara de nuevo.
Había un perfume de jazmín en el borde de un tejado.
Fotografié el perfume.
Vi una babosa pegada más en la existencia que
en la piedra.
Fotografié la existencia de ella.
Vi además un azul-perdón en el ojo de un mendigo.
Fotografié el perdón.
Vi un paisaje antiguo colapsar sobre una casa.
Fotografié el sobre.
Fue difícil fotografiar el sobre.
Por fin percibí la nube en pantalones.
Yo imaginé que ella andaba en la aldea de
brazos con Mayakovski – su creador.
Fotografié a la nube en pantalones y al poeta.
Ningún otro poeta en el mundo haría una ropa
más exacta para su novia.
La foto salió bien.
Miró
Para alcanzar su expresión germen
Miró necesitaba olvidar los trazos y las doctrinas
que aprendía en los libros.
Deseaba alcanzar la pureza de no saber nada más.
Hacía un ritual para obtener esa pureza: iba al fondo
del patio en busca de un árbol.
Y allí, al pie del árbol, enterraba de una vez todo aquello
que había aprendido en los libros.
Después depositaba sobre el entierro una noble
meada forestal.
Encima del entierro nacían mariposas, restos de
insectos, esqueletos de cigarras etc.
A partir de los restos Miró fundaba su ingenio
de colores.
Muchas veces llegaba a iluminaciones a partir de una
cagada de mosca dejada en la tela.
Su expresión germen se iniciaba en aquella mancha
oscura.
Lo oscuro lo iluminaba.
Rabelais
Alrededor de 1532 andaba por las calles de París el loco
de Rabelais.
El loco pregonaba clavos oxidados.
Él sabía el valor de lo que no es útil.
Rabelais llegaría a imaginar:
Quien distingue el valor de lo que no resulta útil es, como mínimo,
un sabio o un poeta.
Es como mínimo alguien que sabe dar destellos a los
seres apagados.
O alguien que pueda frecuentar el futuro de las palabras.
Viendo aquel chiflado de calle pregonar clavos
oxidados.
Nuestro pensador imaginó que tal vez quisiera
aquel hombre
anunciar las virtudes de lo inútil.
(Rabelais ya había afirmado anticipadamente que poesía es
una virtud de lo inútil).