He aquí una polémica clásica, pues los que discuten son el Profesor y el Poeta. En ella se ponen de relieve las naturalezas antagónicas de uno y otro. El Profesor se siente en el cielo, a la diestra del Todopoderoso, fungiendo de asesor y, por tanto, con el derecho supremo de enseñar, de determinar lo que ha muerto, de decir lo que hay que hacer y cómo debe hacerse. Él Poeta, lejos de lo que el Profesor se imagina, se sabe en la Tierra y conoce que un hombro sólo es más grande que el cielo del Profesor, y que todos los hombres juntos son y deben ser el origen y el fin de sus desvelos. El Profesor cree tener una visión más universal, pues mira desde arriba; pero, por eso mismo, ve masas donde hay hombres. El Poeta está entre los hombres y, a veces, se preocupa por saber en qué estrellita parpadea el ojo hambriento, pero demasiado distante, del Profesor. Ambos conocen, claro está, la existencia del otro. De vez en cuando, el Profesor cree divisar al Poeta y cree ver travesuras e inconsecuencias en lo que este hace, porque lo ve moverse en forma que lo desconcierta; lo que sucede es que, por estar tan lejos y cercado de libros, no oye la música que corean los demás; y, entonces, toma la férula y la agita y sacude las nebulosas con ella, mientras lanza lecciones al Poeta. Parece atrabiliario, mas es bonachón, simpático y buena gente. El Poeta es bromista y, además, tiene toda la Tierra para moverse y por eso no puede ser alcanzado por las lecciones del Profesor.

¿En torno a qué polemizan el Profesor y el Poeta? Esta vez es sobre el surrealismo.

La cosa empieza cuando el Poeta se disgusta porque el Profesor, refiriéndose a un libro de matiz surrealista, expresa que es síntoma de atraso cultural valerse de las con

quistas del surrealismo, ya que hace cuarenta años que apareció el primer Manifiesto Surrealista. El Profesor leyó el libro y consultó su cronómetro de último modelo. Esta operación lo condujo a la conclusión de que Poesía, revolución del ser, de Baragaño, publicado en 1961, tenía que ser un ejemplo de atraso cultural.

El Profesor también dice qué ese libro es una manifestación de “snobismo». Arguye que, siendo el surrealismo cosa de Tzara, Bretón y otros franceses, suizos y alemanes, en Cuba es extranjero y que el ser surrealista aquí es algo así como llegar a la Bodeguita del Medio y pedir un ajenjo.

En terminando el Profesor su disertación, el Poeta dice que no es atrasó culturar utilizar el surrealismo en nuestros días, pues el surrealismo no ha agotado sus posibilidades; lejos de eso, ha ensanchado sus fronteras, y ha tomado contacto con zonas más amplias de la vida.

Ante el hecho de que se acuse a un surrealista en nuestros días de hacer “copia servil” y de “snob” por valerse del surrealismo, el Poeta argumenta que, ya que el surrealismo no es un estilo, sino un método, un sistema de conocimiento que se vale de los recursos del arte para penetrar en el hombre por la vía del subconsciente, no hay por qué calificar a nadie de copión por servirse de ese método, aunque haya sido usado por una legión. Un estilo se crea o se copia; pero un método se usa o no se usa. El Poeta defiende la libertad de cualquier creador a utilizar el surrealismo, a hacer arte con sus conquistas, y la validez actual de esa decisión en cualquier parte.

Ante tales argumentos, el Profesor se revuelve, molesto por la osadía del joven Poeta. En su cabeza ha puesto un huevo el ave inquietante de la duda y otro huevo el zopilote de la confusión, y pregunta; “¿Somos, o no, marxistas, querido Poeta?” Sigue diciendo: “Porque si lo somos de modo justo y consecuente, nuestra concepción del mundo tiene que oponerse de manera antagónica al «sistema gnoseológico» surrealista y a la psicología freudiana. Los psicólogos marxistas aceptan la existencia del subconsciente…”

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La existencia del subconsciente… Es eso, precisamente, lo que interesa al Poeta. Si la psicología freudiana ha sido superada, en numerosos aspectos, por la psicología más moderna; si fueron las teorías y experimentos de Freud y la escuela psicoanalítica lo que dieron el impulso decisivo para que los surrealistas llevaran hasta sus últimas consecuencias la aventura de liberar las fuerzas creadoras de la imaginación de las trabas de una razón condicionada por una sociedad injusta; eso no es materia de discusión que ahora interesa al Poeta. Lo que interesa al Poeta, ahora, es que el surrealismo existe como método, que se basa en la existencia del subconsciente; que el subconsciente es una parte de la realidad y que el surrealismo, al ocuparse en él, se vincula a la realidad; que el surrealismo, en nuestros días, puede existir y existe sin lo que hay de metafísico y anticientífico en la psicología freudiana, o mejor dicho: que puede existir por lo mismo que determina la existencia de una parte de la psicología: la actividad psíquica subconsciente. Siendo el subconsciente un reflejo de la realidad en el hombre, como lo es el consciente, el método surrealista aparece ante los ojos del Poeta como una conquista viva de la epopeya del hombre por conocerse mejor.

El Profesor, en una de las lecciones que lanza al Poeta, expone: “El surrealismo expresa con absoluta justeza la concepción de la realidad del hombre alienado en la etapa imperialista”.

El Poeta ve venir la cosa y le hurta el cuerpo cuanto puede, mas es inútil: aquello da en su hombro derecho, y tiene que ripostar de este modo, dando alaridos: Amigo Profesor, si el surrealismo expresó con absoluta justeza la concepción de la realidad del hombre alienado, no lo hizo y lo hace solamente en la etapa imperialista, sino en la dimensión más general de la lucha de clases. Y si fue capaz, y lo sigue siendo (teniendo en cuenta su evolución), de expresar los efectos más íntimos de la alienación en el hombre, y usted lo reconoce, es porque es eficaz como revelador de los fenómenos de la personalidad y de la tendencia natural del hombre a ser libre. Si usted no acepta esto es como si le hiciera un atentado dinamitero a la lógica. En una sociedad que liquida la alienación, el surrealismo es triunfador y no profeta como lo es en la sociedad del hombre enajenado; pero no lo liquida, puesto que la personalidad no desaparece, sino que cambia de calidad. Y escúcheme bien esto, por favor, que ya me duele la garganta de tanto vociferar: no creo que el surrealismo englobe y resuma todas las posibilidades de la literatura. Sin duda, hay nuevos cominos por abrir; y no se desespere ni se asuste: serán abierto.

Por otra parte –continúa el Poeta, pues ve que el Profesor lo escucha atentamente–, no hay por qué mezclar el surrealismo con el existencialismo, con la filosofía pesimista de la angustia, con el “hombre en caída” de Jaspers. El surrealismo es rebeldía, y la rebeldía es la actividad de la esperanza. La angustia no se rebela: se somete y proclama la sumisión en base de la desesperanza.

El Profesor enrojece, y responde al Poeta, también a gritos: “La voz de la Revolución socialista ha de ser afirmativa y combatiente, sin angustias y evasiones oníricos, sin regodeos con lo absurdo ni concesiones al inconsciente, antes por el contrario, afincada en la conciencia cada vez más plena, más científica, de la realidad histórica y social que tratamos de expresar”.

El Poeta, al oír esas palabras, guarda silencio. Mira a los hombres que lo rodean. Son labradores, carpinteros, poetas, estudiantes, oficinistas… La voz del Profesor ha sido firme, como cuando llama la atención un educando en el aula. El Poeta medita y finalmente pronuncia estas palabras: Sin duda, compañero Profesor, la voz de la Revolución socialista ha de sur afirmativa y combatiente. Mi obra demuestra que estoy de acuerdo con usted en eso. Pero una Revolución como la nuestra es un universo en vuelco total; el poder transformador de la Revolución no reconoce límites. Ella no es sólo el sentido nuevo que da a la unión de estos hombres que ahora escuchan las palabras de usted y las mías; es, también, los elementos que introduce en la experiencia de cada uno de ellos, lo que hace en su espíritu. Una Revolución como la nuestra es mucho más que movimiento de masas y consignas, es “cambiar la vida”. Y he ahí, precisamente, la aspiración de los surrealistas. Ellos, lo sé, han confiado demasiado en la palabra, en la liberación del símbolo; han atribuido a la poesía el poder de cambiar la vida, y la vida solamente la puede cambiar la Revolución proletaria. He aquí el error político de los surrealistas; un error de buena fe que no los privó, sin embargo, de encontrar un aliado en el marxismo. El surrealismo, como sistema de conocimiento y de creación, desborda la confusión política de sus fundadores. Como actitud, el surrealismo –recuerdo lo que ha dicho el señor Gaëtan Picon– “ha expresado la ambición común de la literatura actual –y no sólo en la poesía– de ser algo más que literatura: expresión de una actitud de vida, transformación de la vida.” Por otra parte, el estilo, la tendencia formal, el método de creación no son, en sí, posiciones políticas. La posición política aparece en el contenido.

Ambos callan, pues ya es media noche y corren el riesgo de que los vecinos, soñolientos o semidormidos, confundan sus voces con los maullidos de los gatos. Callan y continúan pensando.


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