Gerardo Mosquera en La Habana (FOTO Liatna Rodríguez)
Gerardo Mosquera en La Habana (FOTO Liatna Rodríguez)

Todos queremos estar en eso que, mientras estamos vivos, se hace llamar “la vida”, y esto es “vivirla al máximo”, cosas que nunca se sabe exactamente qué quiere decir o cómo se hace. Siempre que conversaba sobre esto con mi amigo Enrique Saínz terminábamos muertos de risa. “Esos jóvenes que vienen y me dicen con una tremenda fuerza que no sé de dónde sacan que quieren «vivir la vida» me dan una tristeza del carajo. ¡Pero, muchacho, si nunca vas a saber bien cómo es esto y no vas a vivir nada!”, me decía. Sí, en realidad es difícil; de hecho, pienso que nunca se sabe. También puede suceder que cuando se alcanza cierta edad, ese pico del que habla Schopenhauer al cual se llega depende de cada cual, da igual si a los 20 o a los 80, en el que ya solo se ve y se atraviesa una cuesta abajo, todo pasado y todo lo hecho se ve como desastre, como fracaso.

Todo esto ocurre en el arte y la literatura. La gran mayoría de los que habitan en el mundo del arte o la literatura quieren “estar” en ellos, “vivir” en el arte o en la literatura. Algunos sienten un cierto rechazo hacia ese mundo al cual de cierta manera no pidieron pertenecer, del mismo modo que no se pidió pertenecer al mundo de “la vida”. Uno fue “tirado” en ellos. Entonces uno encuentra escritores o artistas que reniegan de esos mundos en los cuales deberían desear estar, pertenecer, “vivir”, escritores que detestan las lecturas o las presentaciones, artistas que no pisan un museo o una exposición.

Witold Gombrowicz, en el libro Lo humano en busca de lo humano que reúne sus conversaciones con Dominique De Roux, hace ver en varios pasajes su desprecio hacia los museos o las elites intelectuales donde está “el arte” o “la literatura”. En el documental sobre Krzysztof Kieślowski, Kieślowski, I am so so, el director de cine nos dice algo parecido. Dos polacos con una idea similar. El personaje principal de la novela de Thomas Bernhard Maestros antiguos se queja de que todo su conocimiento y admiración por ese “gran arte” no le redime de nada ante la fuerza y violencia de la vida, esto desde el mismo banco de la misma sala de un museo en Viena donde se sienta todos los días desde años a “admirar” un mismo cuadro, un Tintoretto. Rainer Maria Rilke, en un momento de las Cartas a un joven poeta, estando en Roma, le cuenta a su joven amigo que la ciudad produce “una agobiante tristeza por el ambiente de museo turbio y falto de vida que exhala”.

Sorprendido, pensaba en todo esto al escuchar al curador de arte Gerardo Mosquera en un seminario sobre curaduría contemporánea, en el espacio Artista X Artista de La Habana, que organiza Liatna Rodríguez. Contaba cómo, cuando estudiaba Historia del Arte en la Universidad de la Habana, los profesores le mandaban a estudiar teoría, mientras su novia, estudiante de medicina, era todo prácticas. Ella estaba “en la vida”, decía Mosquera, que pensó en aquellos tiempos, mientras él era solo lecturas y conceptos teóricos. Fue hermoso escuchar este tipo de planteamientos de alguien que habita el mundo de los museos. Y tal vez sea mi ignorancia, pero no pensé jamás escuchar una voz que viniera de dentro de esos mundos decir lo que outsiders gritan a veces casi con desprecio.

Gerardo Mosquera en La Habana (FOTO Liatna Rodríguez)
Gerardo Mosquera en La Habana (FOTO Liatna Rodríguez)

Luego Mosquera habló con una misma mezcla de sorpresa e incredulidad sobre una iglesia donde se encuentra un Tintoretto el cual casi no se ve por el ambiente sombrío típico de las iglesias, pero que si uno desea puede echar un euro en cierta cajita para que entonces se ilumine el cuadro. De nuevo todo transformado en museo. Casualmente hablando de Tintoretto, así que Bernhard y su personaje de Maestros antiguos hubieran convulsionado con algo así.

Dos anécdotas para una misma queja, sentí yo.

Pero uno a veces peca de ignorante y de ingenuo, y hasta de romántico. Porque enseguida noté que, si bien esos autores huyeron y detestaron estar en “el gran arte y la gran literatura”, las “capillas”, como las llamaba Gombrowicz, hoy ya dichos espacios los han absorbido y, por ende, son los santos que uno encuentra mientras “visita” esa religión que es la adoración por los escritores y artistas. A pesar de que quisieron “estar en la vida” y mantenerse alejados de todo templo, hoy están en ellos. No les hacemos justicia porque al final terminaron siendo lo que en el fondo queremos que todo sea, “obras coleccionables”, “objetos museables” para nuestros egos. Nuestra obsesión por las “capillas” y las creencias son mayores. Buscamos eso, santos, santas, motivos para creer, bastones.

Mosquera fue reconocido por mí entre esos inadaptados, dentro del aparato y diciendo que para él “la vida” estaba en otro lugar, no en aquello. Sorpresa. Esa molestia al percibirse fuera de “la vida” perturba la paz de la nuestra, se es una especie de “malogrado”, citando de nuevo a Bernhard, que patalea por ser alguien que al final nunca puede ser; se quiere entrar, estar ahí, ser eso, pero no, no se da. Tal vez ese reconocimiento se sufra más estando dentro del aparato en sí, visualizando cómo funciona el teatro del arte, habiendo sido absorbido. Está claro. Y quedó siendo obvio para mí que, en este primer día de su seminario, me iba a ser mostrada la cara total del arte que Gombrowicz, Bernhard y demás temían, y con razón, porque determinaba la cara de un show total, de un performance monstruoso que articula sus tentáculos a veces con total impunidad, montando una gran manipulación.

- Anuncio -Maestría Anfibia

Pero, ¿qué cosa en el arte o la literatura no es un show, un performance, una gran manipulación en fin? Pero más aún, ¿qué no lo es en eso que llaman “vivir la vida”?

Tal vez la queja venga realmente de ahí, de esa incapacidad para reconocer que somos actores de un show que odiamos en el fondo (nosotros mismos), queja que parece de algo exterior pero que realmente es lo que podemos ser, un yo imposible que odiamos por nunca poder alcanzar, un otro allá, lejano, inalcanzable, que nunca nos refleja.

Tal vez, Mosquera sea uno de estos inadaptados, y desde dentro, más doloroso aun, me desmonte paso a paso ante mis ojos ese otro show que es curar el arte. Pero esto puede llegar a ser un reflejo, un fantasma de lo que yo, en el fondo, solo quiero ya ver.

Gerardo Mosquera en La Habana (FOTO Liatna Rodríguez)
Gerardo Mosquera en La Habana (FOTO Liatna Rodríguez)

* Entre el pasado 6 y este 9 de febrero, el curador Gerardo Mosquera ha impartido en el espacio Artista X Artista de la Habana un seminario sobre curaduría contemporánea, gracias a la colaboración del proyecto Decir, Callar, Mostrar y la galería Bode Projects.

Colabora con nuestro trabajo
Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro.
¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí.
¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo [email protected].

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí