El pasado 30 de julio, la compañía Perséfone Teatro llegó a su séptimo aniversario de fundada. Aún sin las luces de los grandes teatros, sin artículos en prensa plana y sin apoyo institucional, Perséfone sobrevive gracias a la reinvención constante de Adonis Milán, su director, y al talento de los jóvenes que le orbitan, unidos por el mismo latido: crear desde lo contestatario.
La autonomía es una nueva forma de hacer y conceptualizar el teatro para distanciarlo de grandes enemigos: el actor cabeza de compañía, el empresario que haga de él un producto mercantil y, claro, el Estado y las instituciones. No es la primera vez que se sueña con el teatro independiente en Cuba. Alrededor de esta idea se han movido directores y actores que pretenden hacer teatro al margen de las entidades estatales, a pesar del cerco legal y financiero que ha sido delimitado por la completa subvención, la burocracia y la censura.
Víctor Varela y su devoción por lo indomable, de la mano de Teatro Obstáculo; Alexis Díaz de Villegas y sus intentos de salir de la sombra institucional, bajo el respaldo de Carlos Díaz; y, recientemente, la actriz y escritora Lynn Cruz con su presentación de Sala-R en Madrid, con alocución al teatro separado de las políticas culturales estatales, han intentado, junto a otras acciones espaciadas, mantener viva la utopía sin llegar a consumar un teatro independiente propiamente dicho.
Adonis Milán es heredero de esta utopía. Tal vez siete años de inestabilidad y carencias, de persecución por parte de la Seguridad de Estado, de ausencia en las tablas “certificadas”, lo han colocado en ese espacio híbrido entre activismo y creación, bautizado como artivismo (término frecuentemente utilizado por Tania Bruguera, no por casualidad, el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) es uno de sus fieles atizadores).
Al ser Perséfone Teatro un fenómeno de la sobrevida creativa, ha nucleado a su alrededor no solo a excelentes actores atados exclusivamente por la vocación y a un grupo de críticos “orgánicos”, sino también a un público cautivo que persigue sus huellas hasta la última puesta en escena en mensajes privados, redes sociales, o vagando por calles perdidas de La Habana Vieja. Siete años han bastado para crear un “otro” que sea a la vez político y estético.
Hijos de la producción autoconvocada, Adonis y su grupo son una reacción no solo al sistema que nos envuelve, sino al panorama actual del teatro cubano. Empecinados en mostrar un pálpito realista desde las obras clásicas del teatro, pocos directores insisten en Shakespeare u OʼNeill hoy en Cuba, el ojo de este teatrista busca esa otra voz en la continua revisión de las viejas lecturas y concede al espectador un punto de fuga a su agotadora realidad, el bálsamo de otros siglos, la trascendencia, encontrando siempre el espacio anacrónico donde quepa un busto de Lenin o una isla que muere.
Perséfone Teatro se ha constituido en la incertidumbre y a su propio riesgo, sin más respaldo ni garantías que el esfuerzo de sus miembros, que trabajan además con el peso de numerosas experiencias de fracaso y no resarcimiento de las inversiones efectuadas. Es este panorama negativo el que contribuye a la apuesta en el sentido creativo, a la innovación artística. Dirigir a dos actores, o a trece, puestas más o menos producidas, locales más grandes o pequeños: sus constantes son la sensación muy clara de tener algo que decir, el discurso que busca incomodar, la intensidad de lo original sobrepuesto a lo clásico, la autonomía.

Hughie. La soledad del hombre común
Luego de Ricardo II y su rimbombante puesta en escena, Adonis Milán ha apostado por Hughie un (casi) monólogo, probablemente el último en mucho tiempo, según su propia declaración. Esta vez somos menos los espectadores, apretados en una habitación de modestas condiciones, rodeados de telones negros y una intensa luz azul que envuelve a Erie Smith, encarnado por Rainer Hernández, joven actor que promete algunos personajes memorables. Casi monólogo, en realidad: otros dos personajes rondan la obra, Hughie, el encargado nocturno del hotelucho, recientemente fallecido e hilo conductor de la breve pieza, y su reemplazante, un espectador elegido al azar para ocupar un puesto dentro de la escena, no habla, no consiente, solo permanece.
No es difícil adivinar a dónde hemos sido trasladados: el corredor de un hotel neoyorkino de tercera categoría, primeras décadas del siglo pasado. Sinatra rasga su voz y conduce la expectativa, irrumpida ferozmente por una puerta que da paso a un hombre visiblemente agitado, un hombre hermoso, dandi perseguidor de las artificiales luces de Broadway, misógino, ludópata, estafador, todo eso envuelto en el terrible drama de su soledad. El marco intimista de la puesta descubre un tránsito más bien psicológico que concentra la acción en cada gesto mínimo, cada palabra, cada silencio que enfrente al personaje en su resquiebre dramático. Hughie, el conserje muerto, era el espejo de la ilusión de un personaje que no existe sin cómplices. Ahí permanece el oyente, el contrapunto ausente a la verborragia de Erie Smith. El apostador y el conserje son personajes frecuentes de un siglo XX norteamericano, tal vez por compartir sus cuerdas más profundas.
Hughie, interpretación que descubre a un actor joven con un largo camino que trazarse, cargando con la responsabilidad de un personaje raramente visto en tablas, con el pedigrí de haber sido interpretado por Al Pacino y Forest Whitaker.
En el entramado de un sujeto agonizante, alza su voz Bob Dylan, un poco fuera de época, para recordarnos lo relativo de la existencia. Suena “The Times They Are A-Changin”, incuestionable, y nos devuelve esa sensación de haber sido siempre el sujeto solitario, mientras los tiempos a nuestro alrededor van cambiando.
La puerta irrumpe nuevamente, Erie se va luego del llanto, a la muerte segura en el mismo hotel en el que jura haber nacido.
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Hermoso, gracias por estar!
Mil gracias, por contar la historia de nuestro teatro. Existimos y sobrevivimos…..
El teatro es la válvula de escape por excelencia de la cultura cubana. Mientras mayor sea su libertad, más orgánica y espontánea será nuestra catarsis. Y mira que la necesitamos.
Gracias. Perséfone está.
Perséfone, independiente, en la ruta de la vanguardia teatral.