Balada para Alexis Díaz de Villegas

Pude ver a Alexis Díaz de Villegas, por última vez, en la puesta única de Balada del pobre BB que se realizó en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes en el mes de abril. Díaz de Villegas ya se encontraba enfermo. Sin embargo, el festín escénico e interpretativo desplegado en Balada… desprendía la misma voluntad experimental, y la necesidad de correr todos los riesgos, que animaran la trayectoria íntegra de este “monstruo” de la actuación cubana.

La vitalidad de la obra, la solidez del trabajo de los intérpretes y el excelente amarre entre las ideas escénicas y el tejido argumental, fueron esa tarde la evidencia perfecta de la magnitud de Díaz de Villegas como director y como profesor de una nueva generación de actores. En aquella puesta –aparentemente sencilla– se respiraba/advertía el peso de una experiencia actoral sólida, adquirida en su paso por Teatro Obstáculo, allá por los años ochenta, y después por Argos Teatro y Teatro El Público.

Este viernes, 24 de junio de 2022, se supo del fallecimiento del actor, director y profesor, víctima de un cáncer pulmonar a sus 56 años de edad. He comenzado esta breve nota en su honor, evocando la puesta de Balada… porque, si bien los descomunales desempeños de Díaz de Villegas como actor resultan instantes memorables de la escena nacional, su consagración a la dirección y formación de actores en Impulso Teatro –compañía que fundó en la etapa final (decimos ahora) de su trayectoria– constituye uno de sus legados más impactantes y, sin dudas, más perdurables. No por gusto, esa tarde en el Museo Nacional de Bellas Artes, Díaz de Villegas quiso homenajear a dos de sus grandes maestros: Vicente Revuelta y Bertolt Brecht –probablemente sabía que esa era una de sus últimas oportunidades. Entre los formados bajo su magisterio, tanto en Impulso Teatro como en las aulas de la Universidad de las Artes, nos han sido pocos quienes lo han homenajeado en las últimas horas, tras su partida.

A través de la evocación de aquellas dos importantes figuras, el actor estaba –lo percibo hoy– desplegando una advertencia final (una lección) para sus discípulos y para el público: la urgente necesidad de rescatar la capacidad cuestionadora, audaz, dialógica del teatro cubano, y su potencial para la movilización social. Al pulsar en aquel espectáculo códigos tan disímiles (del musical, de la comedia, del drama…), al manejar con total acierto el distanciamiento brechtiano como dispositivo de inducción reflexiva, al meditar a través de ese orgánico collage de fragmentos del dramaturgo alemán sobre el poder, las clases sociales, la guerra, el despotismo, la pobreza, y sus corolarios éticos, políticos, sociales…, Díaz de Villegas, un hombre que consagró su vida a las tablas, ejecutaba un contundente último gesto intelectual y de amor al teatro.

Díaz de Villegas no es sólo uno de los grandes actores de su promoción, sino uno de esos actores que han dejado una huella profunda, directa o indirectamente, en generaciones posteriores. Dotado de una admirable sensibilidad y un excepcional talento histriónico, muchas de sus interpretaciones perduran en la memoria de ese público, inevitablemente minoritario, que ha asistido en las últimas décadas a las salas de teatro en Cuba.

En sus inicios en la actuación, allá por la década del ochenta, ya era notable su profesionalidad y su compromiso artístico. En La cuarta pared, obra con del dramaturgo Víctor Varela que puso de cabeza el paisaje teatral cubano de entonces, Díaz de Villegas asumió, a nivel interpretativo, el mismo arrojo innovador que asistía a la puesta. Aquel ímpetu en pos de deconstruir y reinventar el lenguaje instituido en las tablas insulares –propiciador de Teatro Obstáculo– no podía sino realizarse también en el trabajo de actuación.

Díaz de Villegas ganó madurez y cultivó una inteligencia histriónica trasce‘ndente en obras como Ópera ciega, Segismundo Exmarqués, El arca (con Teatro Obstáculo), El alma buena de Se Chuán, La señorita Julia, …un enemigo del pueblo, Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini (con por Argos Teatro), La gaviota, La celestina, Calígula (con Teatro El público), por sólo mencionar algunos ejemplos destacados. He ahí un amplio catálogo de personajes en los registros más diversos, desde los más gestuales, físicos y demostrativos, hasta los más minimalistas y contenidos. Sus intervenciones en tales obras permitieron al público y al gremio teatral cubanos constatar la limpieza característica de su procedimiento, libre de trucos manidos y apoyos facilistas. La suya era una actuación honesta, profunda y convincente.

Quizás la gente lo recuerde sobre todo por su papel en la película Juan de los muertos, otro ejemplo de su facultad para moverse con organicidad en cualquier registro. Y es que también en el audiovisual desplegó su don con maestría. La participación de Díaz de Villegas en filmes como Tres veces dos, Larga distancia, Cuca y el pollo y Molina´s mofo…, fueron aciertos garantizados de esas producciones. En esas cintas se constata su comodidad ante la cámara y, especialmente, su destreza para encontrar siempre el perfecto equilibrio según las demandas de tono exigidas por el medio y el género.

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Rememorar ahora su trayectoria profesional y agradecer la trascendencia de su arte no es más que un gesto mínimo de reciprocidad con el gran actor Alexis Díaz de Villegas.