Estimado editor:

Como uno de los tantos cubanos disidentes entrevistados en Conducta impropia, el documental de Néstor Almendros y Orlando Jiménez-Leal, me gustaría señalar algunos de los numerosos errores de hecho que contiene la reseña de J. Hoberman aparecida en el número del 17 de abril de su publicación.

  • Al referirse al “ideal militar” de Castro tal como lo aborda Susan Sontag en la película, Hoberman declara que “Cuba, al igual que Israel, tiene razones legítimas para desconfiar de sus vecinos”. Posiblemente sería así, si solo se tratara de un asunto de defensa propia. Pero ¿qué pasa con los miles de soldados cubanos destinados en Etiopía, Angola, Mozambique, Eritrea? ¿Qué pasa con las guerrillas centro y sudamericanas que, cada vez en mayor proporción, son adiestradas, provistas de armamento y asesoradas?
  • Hoberman afirma que la cuestión de la persecución a los homosexuales en Cuba es “más complicada de lo que la película deja ver”, y llega a citar a una fuente sin identificar, presuntamente autora de un artículo en un número de próxima aparición de la revista Signs: “La CIA convirtió en objetivo a la intelectualidad homosexual [en Cuba] y procuró persuadir a sus miembros a la deserción, bajo la promesa de generosas subvenciones académicas y contratos editoriales”. Esta es una mentira totalmente infundada. Hoberman parece tener una opinión más elevada de la CIA que la que tengo yo: ¡¿La CIA buscando artistas gay que subsidiar y mantener?! La película muestra a artistas y escritores gais que montan espectáculos de marionetas y arrastran carros de helado por Broadway. Y hay otros miles de marielitos desplazados –muchos de ellos artistas homosexuales– empleados en trabajos insignificantes sin futuro alguno. ¿Son estos, entonces, las enormes operaciones financieras que Hoberman quiere hacernos creer que la CIA promueve?
  • Hoberman dice que Armando Valladares “fue preso por su implicación en el régimen de Batista”. Falso. Esta calumnia fue tramada por Cuba para ocultar la verdad, que es que Valladares fue preso por oponerse al acercamiento de Castro a la Unión Soviética. Si Valladares hubiera ido preso por su implicación en el régimen de Batista, ya habría estado en prisión en enero de 1959. De hecho, en el momento de su arresto –ocurrido en diciembre de 1960, casi dos años después del triunfo de Castro– Valladares todavía servía como alto funcionario en el Ministerio de las Comunicaciones.
  • Hoberman dice que los entrevistados son en su mayoría de clase media y blancos. Pero yo vengo de una de las familias de campesinos más pobres que se pueda encontrar en Cuba, y también Carlos Franqui. Guillermo Cabrera Infante, que no es muy blanco que digamos, es un producto de una de las zonas más pobretonas de La Habana prerrevolucionaria. Sólo Heberto Padilla y la doctora Martha Frayde podrían calificar dentro de la categoría de clase media. En cualquier caso, ¿es que acaso los que están en el poder –los hermanos Castro, Armando Hart, Carlos Rafael Rodríguez, etcétera– no es gente de clase media y alta? Hoberman parece ser de la opinión de que los escritores de clase media no tienen derecho a hablar, de que sus criterios no son válidos.
  • De acuerdo con Hoberman, “la Cuba de los cineastas existe en un vacío virtual”, y no hay referencias al contexto histórico. Por el contrario, el odio del pueblo de Cuba por la dictadura de Batista y la euforia que siguió a su caída están documentados en la película mediante imágenes de noticieros, así como lo está el pacto de Castro con la Unión Soviética (que produjo una represión aún mayor), la Embajada del Perú y el éxodo del Mariel.

A Hoberman se le escapó el sentido de Conducta impropia. Se enzarza en pequeñeces acerca de muchos aspectos secundarios de la película, pero desestima el asunto fundamental, que es la supresión de las libertades artísticas y humanas.

Reinaldo Arenas
Manhattan

* Traducción de Rialta Staff.


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