La persecución a los homosexuales en Cuba se ha convertido en un disparate oficial. En ese país, cualquier muestra demasiado evidente de sexualidad es repudiada. Para la casta militar chovinista que, bajo la dirección de Fidel Castro, gobierna el país y cuya educación –o errática instrucción– se ha producido dentro de los más rígidos principios de la intolerancia pequeñoburguesa y la moral medieval, la homosexualidad es un fenómeno inadmisible.

Aparte de la hipocresía y el “machismo” pequeño burgués, los sistemas fascistas-comunistas intuyen que no sólo deben estar en contra de los homosexuales, políticamente hablando, sino que deben exterminarlos. La razón es muy sencilla: un caballero burgués (incluso un buen padre de familia) puede quizás acomodarse con mayor facilidad a un sistema represivo; el margen de libertad en el que se desenvuelve es, por lo general, bastante restringido. Un homosexual, generalmente menos arraigado, más rebelde y siempre en busca de un medio de expresión y comunicación, requiere de un mayor margen de libertad que entra claramente en conflicto con los estrictos y represivos parámetros de un estado comunista o fascista (que en la práctica son exactamente lo mismo).

Dado que la persecución a los homosexuales es uno de los aspectos más vulnerables de la ideología castrista, sus funcionarios se esfuerzan por intentar quitarle visibilidad. “El homosexual”, afirman, “es juzgado hoy en Cuba no por su vida privada sino por su comportamiento social”. Una declaración que resulta alarmante en tres sentidos: primero, porque revela que la homosexualidad está abierta a la deliberación; segundo, porque ya que un homosexual es, como el resto de los seres humanos, una criatura social, simplemente tendría que dejar de existir como tal para no ser juzgado por su comportamiento social; y, tercero, porque si bien la persecución y el destierro de los homosexuales ha sido, desde sus inicios, uno de los mayores logros de la doctrina castrista, en los últimos años ha sido estimulado y sancionado hasta el punto de que, bajo órdenes expresas de Castro, se han proclamado cinco leyes represivas. El resultado de estas leyes empuja al gay cubano a la cárcel, al suicidio o a la locura, o a intentar una fuga desesperada que generalmente resulta imposible.

Estas peculiares leyes son las siguientes: 1) la Ley Contra el Escándalo Público, que juzga como criminal cualquier tipo de expresión homosexual. Esto puede incluir una fiesta o una relación afectiva o de amistad que se produzca en público o en domicilios particulares que son frecuentemente allanados por la policía, que detiene a cualquier persona que realice este tipo de “acto escandaloso”; 2) la Ley de Peligrosidad, que considera a todos los homosexuales como “peligrosos”, y los califica de seres depravados, inmorales y criminales; 3) la Ley contra la Extravagancia, que se refiere principalmente a aquellos que son abiertamente homosexuales pero también incluye a cualquier persona, cualquier joven que pueda vestir o comportarse de una manera que el sistema considera “indiscreta”. Llevar el pelo largo o vestirse con ropa ajustada son expresiones que la policía, que nos vigila de cerca, podría considerar extravagantes y, por lo tanto, punibles; 4) la Ley sobre el Desarrollo Sexual Normal de la Juventud y la Familia: esta espantosa ley considera la homosexualidad como un acto aberrante y criminal y tiene el poder de condenar a un homosexual a penas de cárcel que van desde un año hasta la pena de muerte, y 5) la Ley contra la Pre-delincuencia, que categoriza al homosexual no sólo como un individuo inmoral, sino también como un criminal en potencia (un pre-delincuente) incluso cuando no haya cometido ningún acto criminal.

Los homosexuales en la Cuba castrista son discriminados en todos los sentidos. Expulsados de los centros culturales y de las universidades, sólo se les permite ganarse la vida en tareas serviles en la agricultura y la construcción. Incluso en las cárceles (siempre ávidas de acogerlos) a los homosexuales se les asignan las peores celdas y los trabajos más miserables.

La declaración oficial del así llamado Primer Congreso de Educación y Cultura, que fue presentado por el propio Castro el 30 de abril de 1971 y puesto en práctica inmediatamente después, se inscribe en esta tendencia: “Respecto a las desviaciones homosexuales se definió su carácter de patología social. Quedó claro el principio militante de rechazar y no admitir en forma alguna estas manifestaciones ni su propagación”. A partir de este momento la persecución a los homosexuales se intensificó y se extendió desde las detenciones realizadas en domicilios particulares hasta las redadas grupales realizadas en calles y centros de recreación. Una persona homosexual es considerada por el Estado cubano como un delincuente.

Con motivo de la invasión de diez mil ochocientos cubanos a la Embajada de Perú en La Habana, el Granma (órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba) se apresuró a imprimir en su primera página el siguiente texto: “Aunque los homosexuales no son perseguidos en Cuba, hemos comprobado que una gran mayoría de los que están en la embajada son homosexuales».

Al parecer, para las autoridades cubanas –y concretamente para Fidel Castro– un homosexual ocupa un peldaño inferior en la escala humana. Al declarar que sólo los homosexuales deseaban salir de la isla, se esperaba, de acuerdo con la mentalidad reaccionaria y fascista del Estado, que se diera menos importancia al asunto.

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Así, cuando Castro decidió, según sus propias palabras, “abrir el Canal de la Florida”, y permitir la salida de los considerados “indeseables”, la declaración de la propia homosexualidad ante un jurado militar se convirtió en un salvoconducto hacia la libertad. El jurado llegó a preguntar a los que admitían su homosexualidad si eran “activos” o “pasivos” y a qué edad habían empezado a realizar esas “prácticas”. Cuando se respondía satisfactoriamente a las preguntas (es decir, que se era “pasivo”, y con pocas probabilidades de dejar de serlo), se expedía un pasaporte en el acto y se autorizaba la salida del país con un documento que acreditaba que su titular había estado en la Embajada del Perú. Al enterarse de este proceso, muchos hombres que no eran homosexuales se vistieron de mujer, se maquillaron adecuadamente y, de esta manera, con la aprobación del tribunal militar, desembarcaron en Cayo Hueso.

Enviado al mundo a ser libre, o mejor dicho, a encontrarse a sí mismo a través de un diálogo con lo desconocido e inesperado, el homosexual debería sentirse orgulloso de que los sistemas represivos lo excluyan, persigan, expulsen y condenen. En realidad, esos sistemas no lo desprecian ni lo consideran criminal o inferior; al contrario, los homosexuales son considerados como los peligrosos enemigos de todas las estructuras represivas, en razón de su naturaleza vital. Por lo tanto, son dignos de la máxima atención.

En resumen, al igual que los hombres de los triángulos rosados bajo Hitler, los homosexuales cubanos también han sufrido y son objeto de todo tipo de persecución, discriminación y exterminio. La verdadera historia de la infamia es un libro continuo en el que los textos se confunden y se repiten con frecuencia. Para comprobarlo sólo tenemos que retroceder unas páginas y echar un vistazo a las palabras de Hitler durante su juicio, tras el frustrado golpe de Múnich: “Podéis declararnos culpables mil veces pero la diosa del tribunal eterno de la historia nos sonreirá y destruirá las acusaciones del Estado que acusa y la condena de este tribunal; porque ella [la diosa] nos absolverá”.

Ahora pasaremos unas páginas y escucharemos a Fidel Castro en 1953 en su exposición de defensa en el juicio que siguió a su ataque armado al cuartel Moncada en Santiago de Cuba: “Condenadme, no importa. La historia me absolverá”.

Ahora entendemos claramente la razón de los campos de concentración para homosexuales en Cuba: Fidel Castro, alumno y admirador de Hitler hasta el punto de plagiarlo, no ha hecho más que repetir las lecciones de su mentor.

Exterminio, fusilamientos, redadas en grupo, huida, expulsión, persecución, campos de concentración, discursos incesantes, desfiles, militarización total, expansionismo y culto a un único líder son precisamente los parámetros y pilares del régimen totalitario de Castro.

Y por si fuera poco, no sólo busca aniquilar el espíritu humano sino que se cree indultado por la historia.

Pero nosotros, que durante más de veinte años hemos sufrido el viscoso esplendor del neofascismo con una máscara humana, tenemos derecho a afirmar que la verdadera historia, la de todos los pueblos, no es la de sus dictadores. Y que esta historia de los que han sufrido la discriminación, la condena y el exterminio –siempre latente en la memoria torturada y difusa de millones de víctimas– nunca perdonará a sus asesinos.

* Este texto, escrito al parecer originalmente en español por Reinaldo Arenas, se tradujo al inglés para el New York Native por Richard Sinkoff. Lo que aquí se publica es una versión al español de dicha traducción de Sinkoff por Rialta Staff.


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