Ryuichi Tamura nació en Tokio en 1923. Estudió la carrera de Letras en la Universidad de Meidyi. Durante la guerra editó la revista La Tierra Yerma. Publicó varios de sus poemas en la Colección de poemas del Grupo La Tierra Yerma, y un aproximado de treinta volúmenes de poesía en su lengua. Fue reconocido con el quincuagésimo cuarto Premio de Poesía de la Academia de Artes de Japón en 1998 y murió de cáncer en agosto de ese año.
En 1945 el Japón perdió la guerra; y los poetas japoneses perdieron su refugio. Entre los diversos grupos surgidos a partir del fin de la guerra, el que manifestó con más coherencia su postura fue el grupo La Tierra Yerma (Koochi) formado en 1948, en el que participaron los nacidos entre 1919 y 1923, generación digna de ser llamada lost generation del Japón. Este grupo publicó una revista anual titulada Colección de poemas del Grupo La Tierra Yerma (Koochi-shishuu) a partir de 1951. En la introducción del primer número publicaron un manifiesto que decía: “Nuestra actualidad nos presenta una tierra yerma. Salvarnos del caos y protestar contra la devastación explican nuestra voluntad rebelde ante este destino, y nuestra militancia con la vida. Si es que aún existe para nosotros futuro alguno, es porque no hemos perdido fe en la vida actual.” Y añadían que seguirían caminando por la tierra yerma “con los ojos abiertos y los oídos afilados para indagar la realidad de nuestra época.” La guerra les mostró los límites del humanismo, les impelió a la pérdida de la visión del mundo moderno materialista, la pérdida de valores éticos y religiosos, y, sobre todo, los hizo reservados hacia la palabra, reserva producida por la destrucción de la tradición y por la crisis de autoridad en que se sumergió el país.
Cuatro mil días y noches
Para que nazca un verso
debemos matar
muchas cosas,
debemos acribillar, asesinar y envenenar
a nuestros seres amados.
Ved,
en el cielo de los cuatro mil días y noches,
por tanto codiciar la lengua trémula de un pájaro,
hemos matado a tiros
lo silente de las cuatro mil noches y el resplandor
de los cuatro mil días.
Escuchad,
en todas las ciudades lluviosas y en los hornos de fusión,
en todos los puertos y las minas en estío,
por arrancarle lágrimas a un solo niño hambriento,
hemos asesinado
el amor de los cuatro mil días
y la misericordia de las cuatro
mil noches.
Grabad en vuestra memoria
tan solo por codiciar el miedo de un perro callejero
con ojos capaces de ver lo que no vemos,
con oídos capaces de oír lo que no oímos,
hemos envenenado
la imaginación de las cuatro mil noches
y el recuerdo frío de los cuatro mil días.
Para engendrar un solo verso
debemos matar a nuestros seres queridos.
Es el único camino para resucitar a los muertos.
Habrá que seguir este camino.
Emperador
Hay ojos en una piedra, ojos enclaustrados en la melancolía y el tedio.
El hombre pasa frente a mi ventana, vestido con negros atavíos.
Emperador de invierno. Mi emperador solitario caminando hasta un camposanto europeo con la sombra de la civilización en su frente blanca como de cera. Bañada su espalda por el sol, es doloroso verlo autoflagelarse.
¡Dadme una flor!
Usted extiende sus manos. El invierno en el mundo está a punto de empezar, después de años de razones y progreso. La belleza occidental no es otra cosa que ilusión; ¿quién besaría sus palmas? ¿Habrá aun tierra fértil en esas manos devastadas por un destino de color del milano?
¡Dadme una flor, una herida como una flor!
Traducción y nota de Atsuko Tanabe y Sergio Mondragón