Presentación
La polémica entre Jesús Díaz y Ana María Simo fue acogida en las páginas de La Gaceta de Cuba, entre los meses de abril y agosto de 1966. Tuvo su origen en una encuesta que extendió la redacción de dicha revista de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) a varios autores cubanos del momento. Entre los cuestionados estuvieron Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Félix Pita Rodríguez, José Antonio Portuondo, Lisandro Otero, Roberto Fernández Retamar y los más jóvenes Jesús Díaz y Nicolás Dorr. La diversidad etaria no era casual. El asunto por dirimir giraba en torno al tema de las generaciones en la literatura, un tópico que acaparó la atención del discurso crítico en varios círculos de escritores, primero españoles y, sin tardar mucho, también en América Latina en las inmediaciones del siglo XX.
Las preguntas no pasaban de tres: “¿qué entiende usted por confrontación generacional?”, “¿cree usted que después de 1959 en Cuba esa confrontación tiene razón de ser?”, y “¿cómo definiría usted su generación?” La intervención de Jesús Díaz, en ese entonces director de El Caimán Barbudo, recién creado suplemento literario del periódico Juventud Rebelde, arremetió explícitamente contra los escritores que orbitaban alrededor de la editorial El Puente, reconocidos como un grupo literario activo entre 1961 y 1965. Mostrando una inquietud por lo que estima una falta de cohesión y homogeneidad en los escritores contemporáneos a él, Díaz asegura ver en los de El Puente “la fracción más disoluta y negativa de la generación actuante”. Asimismo, además de valorarlos de “en general, malos como artistas”, enfatiza que el proyecto fue “un fenómeno erróneo política y estéticamente”.
Ana María Simo era precisamente una de las jóvenes escritoras que había formado parte del equipo editorial de ediciones El Puente, de la mano del poeta José Mario Rodríguez, su principal figura. Para algunos, incluso, sería “la verdadera directora” antes de los desencuentros que dieron al traste con la comunión del grupo. Ante el ataque del director de El Caimán Barbudo, Simo empieza por acusar el tratamiento despectivo de sus palabras para enrumbarse en una historia pormenorizada de lo que fue el proyecto: la complejidad para definirlo como grupo, la diversidad social, racial y de género de los integrantes, las dificultades prácticas que tuvieron que sondear para publicar los libros –siendo que se trataba de una editorial autónoma, fuera de la subvención estatal–, así como las voluntades intelectuales y estéticas que habían conducido a aquellos jóvenes menores de veinte años a confluir en semejante ambición. Para Simo, El Puente había dado cuenta de la existencia de una generación de escritores por crecer que necesitaba y reclamaba un espacio para hacerlo. De algún modo, concluye, el apoyo oficial que el gobierno estaba ofreciendo a los jóvenes escritores ahora, al propiciar la fundación de El Caimán Barbudo al interior del órgano oficial de la Unión de Jóvenes Comunistas, constituía la coronación del esfuerzo y las demandadas que habían hecho los de El Puente.
La réplica de Díaz echa mano al procedimiento de citar en extenso y enfáticamente como quien está seguro de que nada podría atentar más contra su contrincante que sus propias palabras. Detrás de esta postura, se puede percibir la arrogancia del escritor “integrado” que cuenta con el respaldo de un conjunto de discursos dominantes e instituidos para dar por zanjado el debate a su favor. Si la cuestión principal de este enfrentamiento de posiciones irreconciliables se concentraba en dirimir si el grupo El Puente “era un error político y estético” (como aseguraba Díaz), tanto la conducta y condición excéntricas de sus miembros como el carácter iniciático de las obras que llegaron a publicar, resultaban elocuentes en un ecosistema donde la doxa moral e ideoestética estaba prescrita por la axiología de la Revolución. Para Díaz estaba claro que El Puente participaba de varios deslices a los ojos del sistema: sus integrantes proclamaban una presunta autonomía que los colocaba fuera de la centralidad institucional, faltaban al principio de identidad y autoconsciencia grupal –para él, más que un acontecimiento grupal, los miembros seguían un líder: José Mario Rodríguez, disminuyendo así la labor de Simo y otros–, y tenían relaciones con ciertas personas (Allen Ginsberg), a las que califica de “disoluta, negativa, liberaloide”. En conclusión, El Puente reunía todas las condiciones para ser tildado por Díaz y el grupo de intelectuales al que podría estar representando como un proyecto “terminantemente antirrevolucionario”.
Muchos años después, Ana María Simo tendría la oportunidad de volver sobre aquella polémica con el hombre que, para entonces, hacía mucho había abandonado Cuba, y había fundado y dirigido en España una de las revistas del exilio cubano más importantes en la historia intelectual de la isla: Encuentro de la Cultura Cubana. La oportunidad se daría en una entrevista realizada por la investigadora y académica María Isabel Alfonso en la que la perspectiva de género del diálogo y los años transcurridos dejaron aflorar los costados homofóbicos y misóginos del enfrentamiento verbal de 1966.
Este expediente reedita los tres textos que se publicaron en su tiempo y espacio. Según Simo, La Gaceta de Cuba en su momento le prohibió contestar a la réplica de Díaz. Esta frustrada cuarta intervención vendría a tener lugar en 2011, en ocasión de la entrevista que propicia María Isabel Alfonso, incluida aquí en forma de apéndice.
Documentos
- Jesús Díaz: “Respuesta a la «Encuesta generacional»”, La Gaceta de Cuba, año V, n. 50, abril-mayo, 1966, p. 9.
- Ana María Simo: “Respuesta a Jesús Díaz”, La Gaceta de Cuba, año V, n. 51, junio-julio, 1966, pp. 4-5.
- Jesús Díaz: “El último puente”, La Gaceta de Cuba, año V, n. 52, agosto-septiembre, 1966, p. 4.
Apéndice
- María Isabel Alfonso: “Entrevista con Ana María Simo”, en María Isabel Alfonso, Ediciones El Puente y los vacíos del canon literario cubano. Dinámicas culturales posrevolucionarias, Ediciones Universidad Veracruzana, Xalapa, 2016. pp. 234-240.
* Agradecemos la contribución de la investigadora María Isabel Alfonso en la realización de este expediente.
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