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Presentación

Entre julio de 1964 y febrero de 1965, las revistas culturales La Gaceta de Cuba y Cultura 64 fueron escenario de una polémica entre el profesor, ensayista e historiador de la literatura José Antonio Portuondo y el joven periodista y narrador Ambrosio Fornet. El tema en cuestión fue una idea que se hizo extensiva en algunos críticos e ideólogos a partir de los sucesos del 1º de enero: la posibilidad de la existencia de una obra maestra de la literatura nacional que hipostasiara el complejo de hechos y símbolos que generó el cambio de régimen en la isla en 1959 y sus derivas.

El estudioso Seymour Menton había sido uno de los entusiastas decepcionados. En un artículo publicado en Cuadernos Americanos a principios de 1964, lamentó la falta de atención de los novelistas al fenómeno revolucionario, y acusó la escasa calidad de las obras que hasta la fecha se ajustaban a la etiqueta de “novela de la Revolución cubana”. Uno de los autores mejor tratados por Menton fue José Soler Puig, quien había inaugurado el premio de novela Casa de las Américas en 1960 con su Bertillón 166.

Unos meses después del artículo del crítico estadounidense, se anunció la salida de otra novela de Soler, esta vez por la editorial de la Universidad de Oriente: El derrumbe. El prólogo estuvo a cargo de José Antonio Portuondo, rector entonces de la casa de estudios y amigo personal del autor. La exaltación a la figura del escritor de provincia, uno que en especial abrazara códigos supuestamente apropiados a la sociedad socialista, no se hicieron esperar; tampoco, el trazado de una genealogía de obras aquilatadas con fervor, en evidente respuesta a la declaración de Menton de que todas las novelas publicadas después de 1959 “son uniformemente mediocres o peores”. El que sale al paso, sin embrago, será el joven Ambrosio Fornet.

Los intercambios entre Portuondo y Fornet disentían en cuanto a la urgencia de aquella abstracción que buscaba analogar el utópico proyecto social con la creación literaria, pero se daban la mano para desacreditar las apreciaciones de Menton, por ser extranjero, desconocer la realidad cubana, o incluso, por “gusano” y “académico”. Acotado el ruedo y los contendientes, la discusión quedó pactada entre los cubanos, ambos de origen oriental, probados colaboradores del gobierno de Fidel Castro, funcionarios del sistema de instituciones culturales del nuevo régimen, pero de formaciones y perspectivas por momentos antipódicas en materia de artes y letras.

Portuondo, viejo militante comunista, profesor de prestigio, diplomático, fundador en la isla de los estudios sobre estética, ilustrado prosélito y proselitista del marxismo-leninismo, fue un entusiasta e ingenuo promotor de una nueva forma de expresión nacional que sirviera de “reflejo” a la “nueva realidad”; idea que de inmediato entroncó por una vía o por otra y con resultados lamentables con los discurso y decretos gubernamentales que privilegiaron la función utilitaria, didáctica y propagandística del arte y la literatura, ahora sometida al cumplimiento de un deber inexpugnable: “la gran tarea común de la defensa y el engrandecimiento de la Revolución”. Fornet, por otra parte, había despuntado como periodista en la revista Carteles y publicado sus primeros cuentos en Ciclón. Después de 1959 trabajó en el diario Revolución hasta que pasó a dirigir colecciones en la Editorial Nacional de Cuba, otro proyecto institucional del régimen en el poder que buscaba garantizar la promoción y distribución del libro y que sentó las bases para los programas de centralización y capitalización de la producción cultural. Sin llegar a discutir la posibilidad de que el cambio de las circunstancias sociales y políticas potenciaría el nacimiento de una nueva sensibilidad, Fornet se resiste a considerar imperativo el tratamiento de ciertos temas vinculados con la realidad inmediata o a deslegitimar a autores y estéticas europeos por proceder de sociedades capitalistas. Participante de una generación cuando menos con curiosidad por conocer las corrientes contemporáneas de moda en los grandes centros culturales del mundo, Fornet defiende que incluso aquellas que emergieron en condiciones sociohistóricas distintas a las que promete el socialismo han aportado mucho en términos humanísticos y estéticos. De ahí que no hay nada cuestionable en que los escritores cubanos elijan con total libertad entre el high modernism o la nouveau roman, el expresionismo alemán o el realismo norteamericano.

Esta polémica repite algunos de los temas y discursos que estuvieron a debate en el campo cultural de la década del sesenta: vanguardia estética y arte político, política cultural y libertad de creación, regionalismo y cosmopolitismo, arte comprometido y arte experimental, cultura de masa y cultura para las masas, cultura de élite y popular. Un documento más que atestigua las preocupaciones de intelectuales y artistas en una época fundamental para el destino que le depararía a la isla de Cuba.

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* Expediente coordinado por Roberto Rodríguez Reyes y Pablo Argüelles Acosta.

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