Hace unos meses me dejaron husmear en una imprenta de las afueras de Barcelona. En un bulto de cartulinas viejas, impresas a todo color y destinadas a la basura, hallé esta superposición de manchas y tintas: las pruebas de portada de un libro de entrevistas a David Foster Wallace se mezclaban con las de El cielo de la selva (Lava, 2023), de Elaine Vilar Madruga. Me gustó la conjunción de esos dos nombres. Una agradable sorpresa.
Hace muchísimos años, alguien cometió el error de incluirme en el jurado de narrativa del Premio Pinos Nuevos. El único libro de Elaine Vilar que he leído es La hembra alfa, la obra que premiamos, que me gustó mucho. Una agradable sorpresa. Luego le perdí la pista. Culpa mía, porque después de eso Elaine publicó unos quinientos libros. Oportunidades nunca me han faltado.
El cielo de la selva ha sido un éxito en España a pesar de que lo publica una editorial modesta y primeriza. Es posible que lo haya aupado la ola del gótico latinoamericano escrito por mujeres, que tiene su punta de lanza en Mariana Enriquez; imagino que también cuenta con su toque de –estoy especulando, no lo he leído– eso que ahora llaman ecofeminismo. En cualquier caso, me alegro mucho por ella.
Y también me alegro por otra autora cubana (¿de dónde sale este entusiasmo deportivo?) que ni conozco ni he leído todavía: Claudia Muñiz, cuyo debut narrativo, Rom com, está saliendo ahora mismo por Caballo de Troya. Supongo que gracias al scouting de Sabina Urraca, editora al mando del sello, quien también tramitó el desembarco en España de La puta y el hurón, el libro de Martica Minipunto (Caballo de Troya le pone el nombre oficial; para mí seguirá siendo Martica Minipunto) que en 2020 obtuvo el premio Franz Kafka de novela del proyecto Incubadora y tuvo una primera –lamentablemente limitada– andadura en Éditions Fra.
El mismo premio, pero en el género de ensayo y testimonio, que obtuvo este año Princesa Miami (atlas político y de población), libro que reúne las crónicas y artículos de Legna Rodríguez Iglesias escritos originalmente para El Estornudo, entre 2019 y 2024.Lo acaba de publicar Ediciones Incubadora / Libri Prohibiti.
Algo pasa con Legna. Yo ya sabía qué era, pero este nuevo libro suyo me lo ha confirmado.
Allá por 2017, Alfaguara (otro sello del gigante Penguin, que también controla a Caballo de Troya) publicaba el volumen de relatos Mi novia preferida fue un bulldog francés. La apuesta por la autora era entusiasta. Léase: “El «tsunami Legna», una nueva y poderosa voz que llega de Cuba con un estilo radical y moderno…”, etcétera, etcétera. El tsunami pasó inadvertido y quedó como un evento aislado (de hecho, es lo que suele pasar con la mayoría de los tsunamis en literatura). ¿Cuestión de timing? En caso de que se amplíe la trata de nuevas escritoras cubanas –que aún califican como jóvenes para el mercado del libro en español–, quizás en algún momento alguien recordará que ella estuvo primero. Ella llegó primero. Legna Rodríguez Iglesias es la hembra alfa.
Pero.
(Antes de seguir: acabo de notar que las cuatro autoras que he mencionado tienen una cosa en común. Tienen currículo en el mundo del teatro. Esto tal vez no quiere decir nada y no vale la pena mencionarlo.)
El suplemento cultural Babelia, que incluyó a El cielo de la selva en su lista de los mejores libros de 2023 –muy bien por Elaine, repito– acogió en su momento Mi novia preferida fue un bulldog francés con estas palabras: “Legna Rodríguez es una escritora con talento pero limitada por la coquetería de la estridencia”.
El reseñista escuchó fanfarria donde otros avisaron tsunami. Algo en aquella prosa era too much. Y tenía razón, pero al mismo tiempo se equivocaba. Había un exceso, sin duda, ese plus size incorrecto que se suele asimilar mucho mejor en la versificación, en la textualidad de los poemas de Legna –correlato grafitero de sus quinientos tatuajes, atlas político y de población de la piel que cubre su ligerísimo cuerpo–, quien luego de Mi novia preferida… ha ganado mucho terreno literario, en efecto, como autora “de género”. Es decir: poeta.
Hay quien te dice que Legna es mejor poeta que narradora. O que nunca ha sido narradora, sino poeta. Pero esa coquetería del género limitado –recolocando aquí las palabras del reseñista– resulta demasiado estridente. Demasiada sofisticación para Legna. Ella no es poeta ni narradora. En rigor, tampoco escribe no-ficción, como demuestra en el presente libro de no-ficción. Legna está en un estado previo a todo eso, en un núcleo entre infantil y animal, algo anterior a la alfabetización. De ahí su singular potencia. Se diría que es una escritora, a secas. Pero ni eso. Todavía ahí le sobra la concordancia de género.
Ella misma se describió una vez como “verdadera escritor”: “Si lograr poema ahora / yo ser verdadera escritor”, dice en uno de sus poemas. ¿En qué se diferenciaría un escritor verdadero, una verdadera escritora, de una verdadera escritor, o de un verdadera escritor? No sé. Lo que sí sé es que, por ejemplo, la autora de Princesa Miami se pregunta “¿Cómo es vivir en Miami?” a la altura de la página 232, prácticamente al final de un libro que trata sobre su vida en Miami. Los textos se habrán dispuesto de cierta manera, ok, pero creo que hay algo ahí que define bastante bien la escritura de Legna: la postergación de la certeza, la suspensión de toda sintaxis que conduzca a respuestas.
“¿Cómo es vivir en Miami?” es también una pregunta que se sitúa en un espacio anterior a toda posibilidad de responderla. Porque lo que se está preguntando siempre es otra cosa. Pero esa otra cosa nunca deja de ser Miami, incluso antes de que la escritora –el escritora, o la escritor– llegara geográficamente a Miami. No sé si me explico (por supuesto que no). Mi novia preferida…, un libro anterior al exilio, ya tenía ese desplazamiento; igual que estas crónicas de Princesa Miami, aquel libro de relatos era too much, sí, pero too much Miami.
Asignatura latinoamericana: suspensa.
Asignatura cubana: suspensa.
Asignatura política (con atlas): suspensa.
Asignatura de género: suspensa.
¿Qué se puede esperar de la novia de un bulldog?
Leamos algunas claves: “Conocí una vez a unas personas que vivían en Coconut Grove, lo que más les gustaba era ir al canal a ver a los manatíes recién nacidos. Mentira. La frase de los manatíes bebés la escribo a propósito porque es positivo y genera empatía. Hay un vocabulario típico para toda esta positividad impostada en el que no puede faltar la palabra «genera» y la palabra «empatía». Se me seca de pensarlo. Había una vez un lagarto negro llamado Genera y una gallina marrón llamada Empatía”.
Digamos que habría una positividad en la sintaxis literaria, llamémosle “adulta” –incluyo poesía, ficción, no-ficción, todo–, que a Legna le provoca antipatía. Se le seca de pensarlo. Por eso animaliza las palabras. Aquí son un lagarto y una gallina, pero podrían ser otras especies –perras, novias, rumiantes, todo–, aunque la mayor parte del tiempo ni siquiera se nombran: tan solo laten, respiran. Lo importante es vehicular ese flujo no humano, que lubrica las capas del texto –lo importante es que no se seque– en combo con otro flujo no menos expresivo: cierta musiquita perversa, que es un tono inequívoco de literatura infantil. Tono de había una vez. Los animales, como se sabe, son figuras claves en la literatura infantil.
Y literatura infantil son los libros que Legna transporta por las avenidas de Miami, trabajando como book driver. Es un avatar de ese mito capitalista cubanoamericano (el cubanoamericano es el capitalismo más puro que existe), ese estilo o concepto del trash-miami que dice que en aquella ciudad lo primero que hay que tener es un carro. Pues bien: la escritora ya maneja un carro, observa y tira fotos (a esta edición de Princesa Miami le faltan las fotos, el libro las pide impresas, aunque sean las versiones en blanco y negro de las imágenes que publicaba El Estornudo). La escritora maneja su carro cargado de libros y le da vueltas al capitalismo:
“Voy a hacer un taller de poesía gratuito que va a llamarse: ¿Para qué sirve un carro chocado? He visto tantos carros chocados hoy que no sé qué hay más: si carros chocados o lagartos negros. Para hacer el taller necesito un patrocinador que apoye mis ideas. Se trata de una contradicción enorme, porque aquí en Miami, para una persona atrapada como yo, es innecesario tener ideas”.
El taller literario de una book driver es, necesariamente, el taller de una book crasher. Legna puede tener ideas sin saber qué ideas está teniendo. Así es como habría que escribir. Uno de los textos más relevantes del libro, titulado “Ciudadana americana (en 26 incisos)”, comienza con esta declaración de principios:
“Una persona escritor es aquella persona que habla de algo sin saber de lo que está hablando”.
La persona escritor, la que había cerrado el prólogo de Princesa Miami diciendo: “Si algo me define, es el error”, más adelante en este texto comete un error de bulto. Pero la verdadera escritor se lo puede permitir:
“Durante casi dos años he escrito sobre una rama nostálgica, decadente, trágica y efímera del exilio. Lo cursi del exilio, su derrota. El exilio como error”.
Efectivamente: habla de algo sin saber de lo que está hablando. Porque nada de eso ha puesto ella por escrito. Legna no ha pisado nunca la Playa Albina de Lorenzo García Vega, ni forma parte de esos talleres de la vieja escuela Life on the Hyphen, fundada por Gustavo Pérez Firmat. No. Legna no vive ahí. Está manejando y duerme en el carro. La dramaturgia, la gramática de la book driver es otra cosa; su película se llamaría Crash on the Hyphen.
“Ciudadana americana (en 26 incisos)”, el texto que he elegido destacar, está estructurado en incisos ordenados alfabéticamente (de la a a la z) y tejido con digresiones, bandazos, desvíos de ruta que son puro analfabetismo. La tensión que emerge de ahí es: por un lado, la entrevista para become a citizen, el culmen de la formalidad, la corrección política y quizás el centro más diáfano de la libertad cubana, literatura incluida; y por el otro, una entrevistada cuya única ciudadanía a la que aspira es una lengua que le permita salir de allí. Cualquier otro trámite… se le seca de pensarlo.
Be polite and smile…
En uno de esos desvíos nos vamos lejos. Ya puestos a alejarnos de una entrevista, nos hemos salido del condado Miami-Dade. Legna nos habla de un zoológico que está más al norte. Siempre gravita un mundo animal. Este zoológico “rescata animales que no pueden sobrevivir sin ayuda en su propio hábitat, porque están heridos o enfermos, del cuerpo o del corazón”. Toda la info se entrega, recordemos, con una sonrisa salvaje de literatura infantil. Niña de la selva, púber de safari.
“La mayoría de las especies mamíferas en el Country Safary son rumiantes”, leemos. Especies mamíferas puede parecer una manera un tanto analfabeta de decir simplemente mamíferos o especies de mamíferos, pero recordemos también que Legna siempre ha tenido atravesada aquella cuestión de los géneros:
“Todas mastican sus alimentos lentamente, todas esperan lentamente algo. Se llama rumiar a esa manera de digerir”.
Del mismo modo que se puede coger un cuento de Legna y formatearlo en versos, o coger un poema y llevarlo a prosa de ficción sin cambiarle una sola palabra, con el folleto y la study guide también se puede hacer crónica y columnismo cultural. Casi a lo ready-made (o ready-trash). Esto no contradice el too much Miami, el exceso del texto, sino que lo reafirma. Como una explosión dentro de una bomba de vacío. A menudo he tenido la impresión de que la escritura de Legna se llena, justamente, con esa falta de algo. De ahí su inigualable ligereza, su diabólica agilidad.
“Los zoológicos cubanos están llenos de la falta de leones. Los fantasmas leones que quedan medio muertos dan vueltas de un lado a otro de las jaulas. Los rugidos son tristes, agonizantes. No piden comida, piden eutanasia”.
Voy a dejarlo aquí, pero no quiero terminar la reseña sin antes pasar de la eutanasia a la procreación. Porque uno de los personajes principales del libro, sino el principal, es el hijo pequeño de la autora. Se llama, lezamianamente, Cemí, y es el príncipe de Princesa Miami. Su sinopsis en la obra sería: “Vive en Miami con Legna Rodríguez Iglesias”, tiene una sola frase (“Mamá, yo no sabía que hoy era mañana, yo pensaba que hoy todavía era ayer”), pero su papel es el pilar mitopoético que lo sostiene todo.
Todo lo que ha escrito Legna en los últimos años es una ofrenda a su hijo. Incluso antes de que naciera. En el texto de despedida que le dedica a Louise Glück, última ciudadana americana en obtener el Nobel de literatura, fechado un día después de que esta falleciera, cuenta que estaba leyendo a Glück mientras intentaba quedarse embarazada. Es anecdótico, pero también estratégico. Así como su escritura rebosa de corporalidad hembra, zoantropía y biología, Legna ginecologiza todas sus lecturas.
“Resulta que me embarazo y me da por intuir que el bebé será una niña. Y entonces decido, en mi mente, que va a llamarse Louise, como la autora de Averno y la abuela que abandoné. Pero a los pocos días aborto y el nombre dejó de tener sentido, no sirvió de nada usarlo, pensar en él como un símbolo de salvación. No hay salvación posible, no hay latido. La asistente de laboratorio preguntó qué estaba buscando mientras introducía el instrumento vaginal. La asistente no sabía que estaba buscando un bebé porque no había bebé. No había Louise. El hoyo estaba vacío. Averno estaba en mochila. Siguieron días de escritura. Escritura fatal”.
[…]
“Y recuerdo pensar en el nombre, Louise. Decirlo en silencio, Louise. Buscar señales en los poemas con la misma facilidad que se buscan las imágenes. Porque cada imagen era también algo que me relacionaba con Louise. Yo quería que esa relación existiera. Y bastaba con que lo deseara”.
Finalmente la escritura, es decir, la ofrenda, el deseo, condujeron a un segundo embarazo, aparatoso y ritual, con trasiego de jeringuillas (compradas en Little Haití: todos los detalles, y más, en Princesa Miami) pero con final feliz. Averno es el libro que Glück le dedicó a su hijo; sin tener la más mínima idea, se lo dedicó también a un cemí nonato y ancestral. El título hace referencia al hoyo volcánico que en la antigüedad grecorromana se consideraba una de las bocas del inframundo. La asistente de laboratorio, en la siguiente consulta, no encontró el hoyo vacío.
Legna Rodríguez Iglesias es la madre más biológica de la literatura cubana.
Hoy, que escribo esto, ella y su hijo saben que ya es mañana.
Muy buena radiografía de la escritura de mi hija Legna
Gracias, papá
Demasiado texto, demasiado análisis para una autora que no acaba de despegar. A mí me parece un personaje inventado con una literatura inventada para el personaje. Y el autor de este artículo, un principiante en el mundo de las letras que todavía no sabe razonar, discernir entre lo que es bueno y lo que es mediocre.
Comparto el comentario de Marusha Viana. Tanto en el artículo, cansino y largo, como en la escritora, mucho ruido y pocas nueces. No olvidar que el libro Miami, de la grandísima Escritora Joan Didion, es más que suficiente. Lengua es demasiado pegada a lo emergente y su escritura es bullisiosa y nada más. Si Cuba no fuera lo que es, ella no estaria siendo considerada lo que no es. Creo que le falta mucha correa, mucha literatura por leer, mucho oficio. Si talento está condicionado por circunstancias ajenas al talento mismo, con lo cual, al adolecer de este, es necesario leer y escribir mucho. Y no sólo mujeres, y no sólo hispanos. Suerte
Tan rebuscado que lo dejo. Intentaré después, por si me equivoco.
Creo que el autor se ha pasado de rosca y los lectores de Rialta han reaccionado airadamente a su comedia. No comprendo por qué Miami ha devenido el tema para el señor Lage, creo que hasta escribió un libro sobre los Everglades. Legna sin lugar a dudas ha construido todo un proyecto artístico con Miami, y ha elaborado unas imágenes muy elegantes, sn su estilo seudo campechano que es muy efectivo. No hay por qué comparar a una ensatysita de primer orden como Didion, que por cierto, malinterpretó Miami en su libro, se metió en camisa de once varas en ese pequeño tratado político, estuvo en el pueblo y no vio las casas. Pero su prosa, aún en un libro malo como es «Miami», no sufre en lo absoluto. Legna no es Didion, es otra cosa, y su manera, muy miamense, un fenómeno mediático típicamente exílico, floridano, es el lenguaje de Hialeah para las condiciones sociales del último o penúltimo exliio. Ha creado un personaje inolvidable de la «emo» cubana, un Nigntmare Before Nochebuena para niños de la Lincoln-Martí que leen a Buesa. Lage en cambio es solo el bustrófedón de Legna, y no creo que pueda meter la cuchareta en cuestiones miamenses pues desconoce profundamente la historia del exilio y de la ciudad, que es, después de todo, la capital económica y cultural de Cuba, la ciudad de Gerardo Machado, de Lydia Cabrera y de Carlos Montenegro.
Ojo! Legna acaba de introducir al personaje de “Papá”, como antes había introducido al personaje de “Nené” o “Cemí”, que era un animatrón lezamiano. Papá Rodríguez aparece aquí como comentarista y dice “Radiografía de mi hija”. La “hija” (“hija soy de mi hija”) responde: “Gracias (coma) Papá”. Ya se ha creado un diálogo, un submundo “légnico” y un poco lésbico, promiscuo. No dudo que muy pronto aparezca Mamá Iglesias, o simplemente, “La Iglesia” (Legna, después de todo, ha creado un culto, no una literatura en el sentido tradicional), pues ya teníamos a la Abuela Bicicleta. Estos detalles del Legnaworld se le escapan a Lage, que no es un crítico ni un exégeta ni mucho menos, y que solo araña la superficie. El único crítico de importancia que ha dado Cuba últimamente, fue Héctor Antón, RIP.
¡La Iglesia Publix! Besitos, Nestor
Muy buena reseña. Y Legna sobrevivirá, a pesar de los exégetas, las sombras y los opiniólogos de turno. Gracias, Papá. Gracias, Mother Church.