Presentación

El 3 de julio de 1925 el poeta soviético Vladimir Vladimirovich Mayakovsky (1893-1930) desembarcó del buque Espagne en el puerto de La Habana, haciendo breve escala en una travesía cuyo destino era Veracruz y, sucesivamente, Estados Unidos. Su estancia en Cuba fue eso, breve, pese a sus mejores deseos, de unas horas apenas durante las cuales pudo recorrer calles y alternar con lugareños.

La breve visita fue lo suficientemente impresionante para que inspirase dos poemas que no suelen destacarse en su canon, aunque en algún momento merecieran la atención de Langston Hughes, el poeta afroamericano de decidida izquierda, quien malamente los tradujo con ayuda nativa durante su peregrinaje a la Moscú estalinista de 1930. Pero Mayakovsky nunca supo de esas traducciones. Para entonces ya se había suicidado.

Cuando aquel verano Mayakovsky pasó por La Habana ya era el darling de los poetas soviéticos, aventajando con mucho a coetáneos de la talla de Khlebnikov, Essenin, Pasternak, o Tsvietáieva, debido no solo a su fervor comunista, sino a su rimbombante histrionismo. Razón de más por la cual Stalin le permitía viajar al extranjero —poco antes había estado en Viena, Berlín y París— y el motivo de esta salida era llevar noticias de la utopía soviética hasta los confines de México y Estados Unidos. Fruto de ese periplo fue la crónica Mi descubrimiento de América (1926) donde, entre su anecdotario con Diego Rivera y su posterior desencanto de la maquinaria estadounidense, también relató su fugaz recorrido habanero.

No recuerdo cómo me enteré de la existencia de esos dos poemas soviético-habaneros, pero enseguida los busqué como parte de una empresa que empecé hace años, recogiendo y traduciendo “al cubano” aquellos poemas sobre Cuba que existiesen en otros idiomas, escritos por cubanos o no. Mis anteriores experimentos con poemas de Wallace Stevens y Hart Crane, complementos de los que he hecho con poetas cubanoamericanos (Ricardo Pau-Llosa y Virgil Suárez), fueron para mí relativamente fáciles si se compara con el ruso, para mí inaccesible, de Mayakovsky. Pero en semejante (descabellada) empresa mi modelo sigue siendo Octavio Paz, cuya obra de traductor de poemas a base de informantes y traducciones a lenguas que sí manejaba, llegó a abarcar el japonés, el hindi y el mandarín.

En este caso tuve la enorme suerte de que mi amiga, la profesora Larissa Rudova me recomendó a Yarik Boriskin, su joven alumno ruso, para que trabajara conmigo en el desciframiento de los poemas. Con él nos dedicamos a traducir literalmente, palabra por palabra y verso por verso, aunque resultó imposible traducir todos y cada uno de los múltiples trucos prosódicos del maestro verbal que era Mayakovsky. Algo perdimos, pero a cambio encontramos, o más bien encontré yo con la imprescindible ayuda de Yarik, así como de las versiones de Hughes, aquellos equivalentes no solo semánticos sino léxicos, de sintaxis y de tono que podrían suscitar un español “cubano”. Aunque enseguida apunto el descargo de siempre: no estoy seguro de que exista un idioma “cubano”. Existe, sí, un idioma español y, tal vez, una inflexión, un tono, frases, típicamente cubanos, y es eso a lo que he querido aproximarme. Sobre todo, si tomamos en cuenta el tema racial de ambos poemas, que es seguro lo que atrajo a Hughes. Pero a pesar de sus loables esfuerzos, Hughes no pudo captar ni el español de Cuba (por razones obvias), ni muchas minucias semánticas, o siquiera la adopción del verso escalera (lo que en ruso se conoce como lestnitsa).

Que su encuentro con negros impresionó al georgiano Mayakovsky a su paso por el Caribe resulta evidente, no solo por el argumento de ambos poemas, sino por lo que también dice en su crónica, como en ese colorido recuerdo de aquel “negro de color azabache con un pantalón blanco [que] vende pescado carmesí”. Así, en mi búsqueda de le ton juste encontré que a medida que iba traduciendo se colaba mi recuerdo de los sones de Nicolás Guillén y enseguida pensé, para justificar esos ecos, en aquello que Borges, siguiendo a T. S. Eliot, afirmaba sobre contemporáneos que crean a sus precursores…

Sin dejar de ser satíricos, se trata de dos poemas de denuncia y protesta contra el racismo y la explotación económica. Además, achacan ese racismo a la presencia estadounidense en Cuba —exageradamente, hay que añadir: el racismo en Cuba tiene otras raíces—. “Blácan Uai” (deliberado fonetismo que en el original imita la pronunciación en inglés), con fecha en La Habana dos días después del desembarco, insta al negro a llevar su protesta ante el Comintern soviético; “Sífilis”, escrito (no sabemos si publicado) al regreso de Mayakovsky a Moscú, vincula la discriminación contra el negro a la explotación del Norte (la coincidencia de imágenes entre “Sífilis” y el fragmento habanero de la crónica sugiere que se escribieron al mismo tiempo). Ambos poemas se ajustan a las circunstancias del momento estalinista y el efecto que este tuvo en artistas e intelectuales, sobre todo en Mayakovsky.

Para 1925 (Lenin había muerto un año antes) ya cambiaban las relaciones entre cultura y estado soviéticos. LEF, la agrupación y revista de los futuristas que Mayakovsky había ayudado a fundar, dejaba de circular bajo presiones de la reaccionaria cultura oficial. Si antes, como buen futurista, el poeta había abogado por la autonomía del arte ante la política, ahora proclamaba lo contrario, en tanto buscaba desesperadamente nuevos aposentos, ya bajo control del estado totalitario, lo suficientemente espaciosos para acomodar su ménage á trois con Lili y Osip Brik. Tampoco podía poner en riesgo la prometida publicación de cuatro libros suyos, también en manos de las únicas editoriales estatales. Y por si fuese poco, el 25 de diciembre de ese año, en lo que seguramente Mayakovsky sintió como premonición, se suicida el poeta, amigo y colega Serguei Essenin.

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No dudo que ambos poemas reflejan su indignación ante el sufrimiento histórico del negro cubano; pero tampoco dudo que las presiones y posterior viraje que experimentó en esos años condicionó su postura anti-yanqui dentro de lo que ya era consabida postura comunista.

Cinco años después, el 14 de abril, su propio disparo lo acabaría. Dice al respecto Bengt Jasfeldt, su mejor biógrafo:

Durante sus últimos años, Mayakovsky se venía dando cuenta que ya no se necesitaban sus servicios, que él ya no tenía lugar en la sociedad que se estaba forjando y en la que la literatura y la política literaria estaban grandemente dominadas por individuos cuyas cualificaciones no eran primordialmente literarias. Sus últimos seis meses fueron una sucesión de reveses y fracasos: la ruptura forzada con su novia Tatyana Yakovleva, el boycott público que se le hizo a su retrospectiva 20 años de trabajo, el fiasco de su obra de teatro Los baños… la ruptura con algunos de sus íntimos amigos, su persistente enfermedad de los nervios; el rechazo de la actriz Veronica Volonskaya, otra novia paralela, que se negaba a dejar a su marido por él (562).[1]

El disparo de Mayakovsky lo escuchó en La Habana al mes siguiente el periodista José Antonio Fernández de Castro, cuyo “Ensayo sobre un poeta suicida” (Revista de La Habana, mayo, 1930) hizo un recuento de su vida y obra. Pero al relatar aquel día habanero confesó no conocer los dos poemas: “Estuvo en La Habana. Escribió poemas sobre nuestro pueblo y nuestro estado, que al decir de quienes los conocen, refleja admirablemente la síntesis de nuestro momento económico”. En cambio, y a pesar de su consabida simpatía por el sovietismo, sí advirtió las razones políticas de su desgracia: “el poeta se apartaba de la ‘línea general’. El Partido (así con mayúscula) lo vigilaría”.

Atrás del disparo y su eco habanero quedaban aquellos dos poemas “cubanos”. Y la imagen de una isla sumida en el racismo más persistente.

Enrico Mario Santí

Documentos


Nota

[1] Bengt Jasfeldt: Mayakovsky: A Biography, trad. Harry D. Watson, Chicago UP, 2014.

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ENRICO MARIO SANTÍ
Enrico Mario Santí (Santiago de Cuba, 1950) es escritor, profesor y estudioso de literatura. Luego de una carrera académica de cuatro décadas en Estados Unidos, durante las cuales ha producido doce libros y veinte ediciones críticas, vive actualmente en California y se desempeña como investigador en la Claremont Graduate School. Tiene en su haber diez libros, dieciocho ediciones críticas (entre ellas, de clásicos hispanoamericanos como El laberinto de la soledad y Canto general), y más de cien ensayos, reseñas y entrevistas.

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