Los cineastas son invitados por los estudiantes y profesores de la Escuela de Letras para discutir un documento que ellos firmaron recientemente dando a conocer sus puntos de vista en relación con algunos aspectos de la cultura. En esa discusión participó un público bastante nutrido. Y pienso que ese público se puede haber llevado la impresión de que algunos de los principales firmantes del documento se retractaban del mismo. Eso sería una mala impresión. Además, no corresponde a la verdad. Pero como, ciertamente, algunas manifestaciones de firmantes resultaron por lo menos confusas, y otras (de no firmantes) resultaron de difícil asimilación, es necesario que volvamos un poco sobre el asunto. De ahí estas notas sueltas.

Documento, no manifiesto

Porque lo escrito y firmado y publicado no es la expresión de un punto de vista único sobre los problemas debatidos, sino el resumen de una discusión en la que participaron los firmantes. Personalmente no estoy de acuerdo en la manera definitiva como son expuestos estos puntos que querían ser el punto de partida para una discusión más amplia, pero sí estoy de acuerdo en lo que considero más importante: el espíritu que nos une para manifestar nuestras inquietudes y nuestro desacuerdo ante posiciones que consideramos dogmáticas (aquellas que pretenden suprimir, desde posiciones de fuerza, toda expresión que no responda a una aplicación rígida y mecánica de principios marxistas mal digeridos).

Hay cultura y cultura…

Sobre la cantidad de cultura que existe en el universo filosófico no tengo mucho que agregar. Jorge Fraga se encargó de atravesar él solo un proceso dialéctico que lo ha llevado a conclusiones interesantes: él dijo una cosa en el documento; dijo casi todo lo contrario en la discusión; y por último publicó una síntesis con la que estoy de acuerdo (sustancialmente). Por ejemplo, cuando dice: “Si no se acepta la cultura burguesa como herencia, si no se reconoce la unidad de la cultura, si se toman de la herencia burguesa sólo técnicas y formas (suponiendo, sofísticamente, que hay formas sin contenido), la cultura socialista, que sólo puede desarrollarse en lucha, se aísla. Las consecuencias del aislamiento cultural son suficientemente conocidas.» (El subrayado es mío).

Los dogmáticos de este lado de la trinchera (desgraciadamente)

Es importante hablar de esto. El profesor Benvenuto se alarma en extremo por la ligereza con que fue dado a la publicidad ese documento en el que se hacen peligrosas manifestaciones. El profesor Benvenuto no quiere pensar mal de ninguno de nosotros, pero nos advierte que el verdadero enemigo es el idealismo, no el dogmatismo. Y nos advierte, más o menos textualmente, que en el momento de la lucha armada, los dogmáticos están de este lado de la trinchera y los idealistas están del otro lado. Si bien estoy de acuerdo con la primera parte de la afirmación (repito: desgraciadamente), no lo estoy enteramente con la segunda parte. Creo que los que están del otro lado de la trinchera no están ahí en nombre de ningún principio filosófico ni de ninguna guerra santa sino al servicio de los más mezquinos intereses. ¿Son idealistas? Bueno, quizás también haya idealistas. Pero de este lado de la trinchera también hay idealistas. Y en realidad lo que hay es una gran confusión. ¿Quién puede negar que entre nosotros, formando parte de la Revolución, también hay católicos, por ejemplo? Y de veras cuesta trabajo escuchar tranquilamente afirmaciones como esa cuando hemos visto compañeros “idealistas” tomando el arma y muriendo por esta Revolución que algunos dogmáticos creen defender desde atrás de un escritorio.

Nosotros somos marxistas o aspiramos a serlo. En el plano de la lucha ideológica no podemos asumir posiciones idealistas, por razones naturales de principio. Pero en el plano de la lucha ideológica no vamos jamás a tomar posiciones de fuerza para suprimir a aquellos que no compartan nuestro punto de vista.

Se habla mucho de paz y de coexistencia pacífica entre regímenes sociales diferentes. Y de no coexistencia pacífica en el plano de la ideología. Y por ese camino se llega (se ha llegado) hasta a acusar de enemigos del socialismo a los pintores abstractos. ¿Quiere decir que para los que piensan de tal manera es posible coexistir pacíficamente con el imperialismo y no es posible coexistir pacíficamente con un pintor abstracto? Extrañas conclusiones a que nos puede llevar la aplicación mecánica de principios correctos.

No pensamos que sean peligrosas las afirmaciones que se hacen en el documento de los cineastas. En todo caso, son materia para discusión. En cambio, sí pensamos que son peligrosas (el profesor Benvenuto no se ha escandalizado por ellas) las manifestaciones que nos llevan a las conclusiones antes expresadas (la de los pintores abstractos, por ejemplo) y que tanta difusión han tenido entre nosotros últimamente. Y nos parece casi ingenua la pregunta que hace el propio profesor Benvenuto cuando dice que no se puede atacar con las dos manos a los dogmáticos porque ¿con qué manos vamos a defender a la Revolución? (Como diría Retamar: con las mismas manos… Eso está muy claro.)

El pecado original

La intervención breve del profesor Flo resultó curiosa. Pienso que por lo menos el 90 % de las personas que estaban allí reunidas habrá sentido de pronto la incomodidad de un origen burgués o pequeñoburgués que con toda seguridad actuaba en su pensamiento, en sus actos, en la proyección de su vida misma, solapadamente, distorsionándolo todo, confundiéndolo todo e impidiendo en la mayor parte de los casos una apreciación correcta de estos problemas estéticos. Este origen burgués o pequeñoburgués actuaba como una mancha evidente, como una especie de pecado original que había que expiar violentando en cierta forma el propio sentir y adaptándolo a conclusiones, máximas y apreciaciones ya muy bien establecidas por otros pensadores marxistas que existieron antes que nosotros. Así, habría verdades irrefutables que nosotros no podíamos apreciar plenamente a causa de nuestro origen no proletario, pero que teníamos que aceptar porque estaban ahí y eran irrefutables. Felizmente, cuando todos estábamos casi en trance de mea culpa vino a interrumpir Lisandro Otero para preguntar cuál había sido el origen (la extracción de clase, como se dice ahora) de Marx, de Engels, de Lenin, etc. También ellos padecían el mismo pecado original. Y sin embargo, su pensamiento no tuvo que verse violentado para aceptar ninguna verdad establecida. Eso devolvió la tranquilidad a la sala. Y es que la idea del pecado original responde a una concepción mística del dogma católico. No tiene nada que ver con el marxismo. Ni siquiera con un “dogma marxista” que algunos quisieran tener como punto de apoyo y que sencillamente no existe.

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Origen y destino del documento

Una última cosa sobre el documento: a nadie se le oculta que hace algunos meses se tomaron acuerdos y se hicieron determinadas manifestaciones de principio sobre cuestiones estéticas en la Unión Soviética. Esas manifestaciones y esos acuerdos resultaban altamente discutibles para la mayor parte de nosotros. Y para muchos resultaban en gran medida inaceptables. Se decía entonces que esas manifestaciones y acuerdos habían tenido lugar en la Unión Soviética y que no tenían nada que ver con la política cultural que se desarrollaría entre nosotros; la cual brotaría de nuestra propia realidad. Eso es absolutamente cierto y nunca nos atacó el temor de ver aplicadas mecánicamente a nuestra realidad medidas que eran el producto de una realidad distinta en muchos aspectos. Pero no bastaba con sentir la tranquilidad de que “nuestros intereses” no iban a sufrir menoscabo. En otra parte se estaban haciendo manifestaciones de principio acerca del arte en el socialismo y eso nos tocaba a nosotros también, por principio. Además, esas manifestaciones alcanzaban una difusión extraordinaria entre nuestros “cuadros culturales” y entre nuestros jóvenes, y eran presentadas la mayor parte de las veces como verdades absolutas. (No pienso, claro, que los jóvenes van a aceptar incondicionalmente todo aquello que se les da por bueno. Al contrario, si alguien tiene perspicacia y necesidad de llegar por sí mismo a una verdad es el joven. La mejor demostración de eso la tenemos en la misma Unión Soviética, donde los jóvenes –formados enteramente dentro del socialismo, y por lo tanto, nada sospechosos de pecado original– son los que han reiniciado en el terreno del arte las búsquedas de nuevas expresiones. Para esas búsquedas estaban cerradas las puertas desde hace unos treinta años cuando, en plena era del camarada Stalin se proclamó a los cuatro vientos la verdad irrefutable del realismo socialista junto con otras verdades no menos curiosas, como aquella del héroe positivo, etc.). Frente a eso, nuestros puntos de vista se mantenían en pequeñas discusiones de café.

Un día decidimos encerrarnos todos en un gran salón y discutir ordenadamente y plantear nuestras dudas, de allí salió una sorpresa: había una extraña concordancia de criterios en todo lo que era necesario para llegar a una verdad cualquiera: la discusión abierta y pública. A pesar del tono concluyente y definitivo del documento (error evidente a juicio mío y de muchos otros compañeros) allí nadie se creyó dueño de la verdad última y se discutió con pasión y con honradez. La sorpresa que experimentamos al encontrarnos de acuerdo personas de formación, origen y edad tan diversa nos impulsó a redactar el documento. No hablaré de las dificultades prácticas que después se presentaron para la firma y la publicación del mismo. El documento está ahí para prolongar una discusión que pensamos ha de resultar muy sana para todos. Pienso que se está cumpliendo su objetivo.


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