Halcón peregrino
Halcón peregrino (Avian Report)

Se describe un paisaje natural

En una costa un río desemboca. Un estuario. Hay pocos árboles. El agua salada y el agua dulce se mezclan. A través de la descripción se percibe la ausencia de huellas humanas, no se narra ningún rastro suyo, no hay ninguna ruina, ningún objeto, nada del hombre es narrado, nada físico ni sentimental tiene lugar en ese espacio. El ojo observa y persigue aves, muchas aves, todas en peligro ante la sombra del vuelo de un halcón peregrino, razón por la que se está ahí, mirar al halcón solitario pero implacable, cazador que sin importarle cuantas veces falle siempre vuelve a atacar. Salir indemne de la sorpresa de su envestida no significa una victoria, porque el narrador nos hace ver que eso es solo algo que ha postergado lo que inevitablemente llegará.

La obsesión por detallar el mundo natural de ese estuario hace posible sentir extrañeza hacia la lectura de un texto tan obstinado, la repetición de las rutinas de las aves se convierte en la repetición de la estructura del lenguaje. Por esto poco a poco uno se va despojando del modo tradicional con el cual lee, pues aquí no hay historia y los personajes son animales que repiten actos vitales de supervivencia una y otra vez, sin lógica, dentro de marcos ajenos al bien o al mal, donde el actor principal es el peregrino. El único cambio que se opera es uno casi imperceptible que, a través de ínfimos detalles, vemos ocurre poco a poco en el narrador-observador.

No hay más que naturaleza descarnada, vida que en cada segundo se expresa obligadamente al límite, entre la vida y la muerte, sin drama, sin heroísmos ni tragedias.

Dos películas

La primera, The Father. Espacios reducidos, cerrados, una mente en ellos con ideas recurrentes, confusas. Un anciano enfermo se encuentra solo en la trampa que es, sin él saberlo, su mente. Su angustia hace circular al guion y a la cámara dentro de unos marcos precisos, como él mismo opera, pero sobre todo marcos ambiguos (hasta que poco a poco notamos que la cámara y la historia son su mente). Es la imagen descarnada de una vida reducida a la locura y su desconcierto.

La segunda, Nomadland. Espacios abiertos, inmensidad, pequeñez humana ante el paisaje, carreteras infinitas que no se sabe hacia dónde conducen. Parece que una mujer ha elegido esos espacios distantes tras la muerte de su esposo. La lejanía, vagar, alejarse de los prototipos de vida aceptada, pero manteniendo (no sabemos si pese a su decisión) afectos hacia otros que conoce, que vienen y van, que en el fondo son distantes.

Hace algunos años, al ver una conferencia de Werner Herzog en la que decía que uno de los libros más extraordinarios que había leído era El peregrino, de J. A. Baker, sentí una inmensa curiosidad por ese texto gracias al respeto intelectual que le tengo al director alemán y a su obra (no solo cinematográfica, pues su libro Del caminar sobre el hielo es una joya), por lo que durante algún tiempo intenté encontrarlo. Lo conseguí primero en la edición norteamericana, que, por supuesto, estaba en inglés, y más tarde en español, en la edición argentina traducido por Marcelo Cohen, única hasta ahora en español. Más tarde he vuelto a ver a Herzog hablar nuevamente con una admiración ya comprendida hacia ese libro de Baker.

Así apareció ante mí El peregrino, libro extraño y terrible, descarnado, con un observador-narrador que desde el inicio va camino a perder su condición de humano, buscando una hermandad con el ave que observa desde la distancia. Se arrastra sobre el pasto, vigila por horas sin moverse, no habla, no se mueve, llueve y no se mueve, no piensa ni juzga ni espera nada, solo mira, solo “es”, pero sobre todo, no “es” hombre.

Todo ese mundo natural Baker lo describe con una prosa exquisita, con destellos de una escritura que va desde lo violento (el halcón acaba de matar, desplumar, rasgar, destripar y abrir a su presa), a lo admirable (el vuelo ágil y perfecto del peregrino), o casi hacia la súplica (cuando espera que el halcón lo deje acercarse o se acerque, añora esa aceptación).

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Pero ¿por qué la búsqueda de esa aceptación por el animal, por qué desear pertenecer al reino del peregrino cuando se sabe que eso será imposible? ¿Cuál es la razón por la que casi ruega ese “ser peregrino”? No lo sabemos. Pero pareciera que para Baker vivir entre los hombres es imposible. Si es obvia a través de toda la lectura la simpatía del autor por el mundo del animal, salvaje, también lo es la antipatía hacia la presencia del hombre cuando una figura humana o una máquina aparecen a lo lejos, perturbando la tranquilidad.

Ahora, esta simpatía hacia lo animal no es la simpatía que idealiza lo natural como algo santificado, como bondad, como paraíso de paz, cosa muchas veces cansinamente gritada por algunos y que de igual manera Herzog detesta. Vemos que Baker es alguien que conoce muy bien, y lo muestra, la violencia de la vida animal, la sensación de miedo que él mismo siente ante una presa totalmente destrozada y abierta de par en par por el peregrino ante sus ojos, aunque a la vez notemos cierto orgullo que poco a poco se revela en la simpatía que se va convirtiendo, con cada página, en identificación, en acto que su raza (Baker se siente más peregrino que humano) hace con una destreza sin igual.

Esa simpatía hacia el ave lo condena a su antipatía hacia el hombre. Y ahí yace la extrema soledad que se percibe en la escritura misma. Baker se refugia en el paisaje como la mujer de Nomadland, de alguna manera en su mente es un peregrino, ante los ojos humanos un “loco”, como el anciano de The Father, un ser que ha perdido su cabeza. Baker teme tanto como el anciano. Por esto su ojo rastrea cada pequeña curva en el horizonte, cada rama, cada montículo, cada borde en la costa, porque todo debe ser escaneado para borrar la separación que existe entre el hombre (Baker) y el animal (el peregrino), pero ese miedo lo condena a humano, a la moral y la razón, a una lógica, de la misma manera que condena al anciano. Su “locura” está expuesta a la vista del mundo humano y está excluida del mundo animal dejándolo en una profundísima soledad, comparada con la del anciano de The Father.

Baker vive la soledad que el ave no siente, esa separación lo condena a ser hombre y nunca ave, y he aquí la terrible sensación de dolor y desesperanza que se siente en las páginas finales de El peregrino, ese ser que se deja llevar en un sentir que es solo parodia, falsa, como el triste delirio del anciano en The Father, el dolor por no ser el ave en Baker, la confusión de las personas con demencia senil.

El anciano y la mujer de las dos películas en cuestión tienen algo del narrador-autor de El peregrino, pero los separa violentamente la capacidad de elección. Ahí aparece una enorme diferencia. Y quizás en este punto el anciano tenga más que ver, por ilógico que parezca, con el halcón peregrino que Baker y la mujer: él no ha elegido nada, él vive en un mundo que de alguna manera le hace la guerra, ajeno a opciones a tomar. Los dos, el anciano y el peregrino se han quedado sin opciones, solo tienen una, resistir, luchar, contra lo real los dos, contra lo real y lo imaginario el anciano, contra el mundo natural y el humano el ave, pero un mundo en fin donde quedan ausentes, aislados, solos, sin nada para recordar. El anciano, a la manera de un peregrino que descansa siempre en el mismo árbol, le dice a la enfermera al final de la película, que siente como si estuviera perdiendo todas sus ramas y sus hojas.

Lo cierto es que, como escribió Thomas Bernhard, nos hemos separado radicalmente del mundo natural, y es muy probable que si algunos lleguen a vivir en soledad entre los hombres también se sientan ya desterrados en la naturaleza. Un hombre nunca podrá adherir a su cuerpo el alma del peregrino, nunca el ave lo verá como su similar del mismo modo que ese narrador de El peregrino (Baker) volverá a ver al hombre como su igual. Es un punto de no retorno.

De este modo la mujer de Nomadland ha sido separada por el golpe de la muerte de un ser querido, ha elegido un camino y ya está condenada a la soledad, aun cuando comparte y ayuda a otros. Ella, de alguna forma, ha elegido. El anciano de The Father ha sido separado por el golpe de su enfermedad, que ni siquiera sospecha, pero que siente porque algo que no domina está sucediendo, y eso lo separa de todos. No ha podido elegir. En el caso de Baker no sabemos. A veces queremos explicar las elecciones y los cambios en nosotros a raíz de eventos determinados, pero quizás la visión perfecta y completa del tedio y la rutina del espectáculo humano sea razón suficiente para un cambio, un golpe invisible que nos aleja para siempre de lo que fuimos y que ya no volveremos a ser, en una carretera infinita, en el cuarto de un hogar de ancianos, o persiguiendo en secreto a un halcón peregrino que imitamos, pero que por siempre nos va a ignorar.

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