Leonardo Romero (a la izquierda), con dos carteles, durante la manifestación del 30 de abril en la calle Obispo de La Habana.

El pasado viernes 30 de abril, junto a un pequeño grupo de personas que se manifestaron en la calle Obispo para exigir el derecho a visitar a Luis Manuel Otero Alcántara –quien se encontraba entonces en huelga de hambre en su casa–, la imagen de un joven que portaba un cartel que decía: “Socialismo sí, represión no”, desató una serie de discusiones y reflexiones que articulan de forma disyuntiva varias disputas. Una de ellas es sobre la proposición misma expuesta en el cartel, en la que socialismo y represión coexisten en una relación de complementariedad potencial que, a la vez que se enuncia como demanda, evidencia la ausencia de una relación tal en el plano de la realidad. Si alguien sale a la calle a manifestarse con un cartel así, es porque lo que invoca no existe. Si existe es como posibilidad en el plano teórico, como una necesidad que un grupo de personas que se reconocen socialistas, entienden como requisito básico indispensable de cualquier proyecto de tal tipo, no del realmente existente, cuya retórica ocupa los espacios más cotidianos, pero que no se traduce en respeto a los derechos elementales de reunión, expresión y tantos otros.

La detención inmediata del joven que portaba el cartel es quizás la prueba más elocuente de esta ausencia, tanto como lo son las historias de represión y silenciamiento de proyectos que en las últimas décadas se han ubicado dentro de un espectro que abarca el socialismo, el anarquismo, el sindicalismo o el cooperativismo, por mencionar solamente algunas de las variantes ideológicas que han pretendido tener una voz dentro de la estrecha y maltrecha esfera pública cubana. Si el socialismo puede existir sin exclusión es algo que está todavía por demostrarse, y parte de la discusión pasa justamente por la cuestión de si es posible demostrar tal cosa. En Cuba, el tiempo de tal demostración se ha agotado, aunque cartas como la elaborada por el Taller Libertario Alfredo López en defensa del joven Leonardo Romero o las que La Joven Cuba presentó a propósito de la expulsión del profesor René Fidel González de la Universidad de Oriente en octubre de 2019, planteen la existencia de un socialismo democrático que no practique la exclusión como forma principal de lidiar con la diferencia.

De cualquier manera, tal demostración no está ya en manos del Estado. Aquello que el Estado cubano llama socialismo está inextricablemente unido a la exclusión y por extensión lógica a la represión. Esto está demostrado en su devenir histórico y es reafirmado cada vez que la inconformidad y el descontento activan el aparato policial y su correlato criminalizador, en forma cada vez más intensa. Esa posibilidad de un socialismo inclusivo habría que buscarla en todo caso en las manos de quienes se autodenominan socialistas y se ubican fuera de la institucionalidad del Estado cubano: en la suposición de que colectivos socialistas, anarquistas, libertarios se pronuncien respecto a la defensa de los derechos de los otros, sin que ese posicionamiento sea mediado por la posición ideológica de a quienes defienden. Pero si quienes se autodenominan de tal forma se posicionan a favor del joven que salió con ese cartel y no de los periodistas que estaban a unos pocos metros de él y se encuentran hoy encarcelados y enfrentando cargos por desacato, la posibilidad de existencia en la realidad de un socialismo sin exclusión y represión es aniquilada nuevamente.

Con cierta frecuencia, son aniquiladas en Cuba las posibilidades de existencia de muchos proyectos de mundo, y ello ocurre no sólo de la mano del Estado. Ocurre también cada vez que algún miembro o grupo de la sociedad civil elige seccionar la solidaridad y ejercitarla sólo con quienes reconoce como cercanos y aliados. Cada vez que las solidaridades a conveniencia se ejecutan desde un signo ideológico o desde el interés exclusivo de grupos que abogan por demandas particulares, se estrecha el cerco sobre una idea de sociedad donde la convivencia con la diferencia es posible.

El derecho de existencia de la pluralidad y la necesidad de crear formas de convivencia se reconoce como principio implícito y es utilizado como apelación recurrente en debates sobre el futuro de Cuba y, sin embargo, el ejercicio necesario para el aprendizaje de tal convivencia es en ocasiones eludido y sustituido por la práctica de una solidaridad selectiva. Un proyecto de futuro inclusivo no debe limitar su posibilidad únicamente al momento en que existan las condiciones ideales para su existencia. O sí, pero sólo a condición de que tales condiciones sean creadas en el presente, ya mismo, al amparo del reconocimiento mutuo. Por eso, no tiene sentido, a nombre de una pretendida unión de propósito, “dejar para después” las discusiones sobre determinados temas, con la promesa de que podremos tenerlas “en libertad”, como no tiene sentido tampoco decidir solidarizarse con unos sí y no con otros, porque comparten o no nuestra misma ideología o nuestros reclamos particulares. La Cuba futura en la que podamos convivir sin exclusiones, pasa cada vez más con mayor urgencia por el ejercicio sistemático y cotidiano de la solidaridad irrestricta.

Parte de la discusión en redes sociales respecto al cartel del joven Leonardo no era tanto sobre el contenido del texto, sino sobre el hecho mismo de lo que significaba salir a la calle en Cuba portando un mensaje cualquiera. Algunos carteles podrían considerarse más nítidos y “peligrosos” desde la mirada estatal, y esto queda claro por sus repercusiones. Luis Robles salió a la calle con uno que decía: “Libertad / No + Represión / Free Denis”; y es posible que deba enfrentar como sentencia seis años de privación de libertad. Pero –y en eso muchas opiniones coincidían– el problema inicial no era de contenido, el problema inicial era el acto mismo de manifestarse por cuenta propia con una idea elegida y plasmada por cuenta propia. La pequeña marcha por la no violencia de hace varios años en la Habana fue una experiencia ilustrativa en ese sentido. El mensaje: “No + Violencia” fue entendido por el Estado no como un llamado genérico sino como un reclamo, y lo que más preocupó fue el hecho de que se había reunido una cantidad notable de personas sin autorización oficial (50 personas en un espacio público en la Habana es toda una multitud). Yo misma había experimentado, como parte de un grupo que intentó desfilar un 1º de Mayo hace ya 13 años, tal inconveniencia. Ni siquiera se nos permitió incorporarnos a la marcha con un cartel que decía algo tan tangencial y desvinculado de la retórica revolucionaria –o su contrario– como: “La verdadera Patria es la Tierra”.

Alguien se preguntó qué sucedería de salir con un cartel en blanco. Un ejercicio imaginario sobre un cartel en blanco podría permitir concebirlo como una hoja en blanco: su vacío invita a ser llenado. Puesto que ocupa el centro –un centro vacío que atrae a su alrededor todo tipo de presencias– de un espacio en disputa, invita también a preguntarse: ¿de qué clase de fantasmas lo poblaría un poder que interpreta la presencia pública de un cartel como una amenaza?, ¿de qué clase de imágenes lo poblaría su portador negándose a expresarlas?, ¿qué tipo de demandas imaginaría esa comunidad que en redes sociales discute cada hecho y se inventa, entre comentarios e improperios, un país paralelo en el que es posible debatir sobre mensajes y significaciones?

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